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Mi abuelo era espía. Algunas veces contaba historias truculentas de la Europa de la Postguerra. Pero las historias más negras las guardaba para mi abuela los miercoles y los sabados. Que por genética tambien espiaba en su alcoba. Miercoles y sabados tambien. Cuando follaban. Así estaba al día de la más sucia Europa, pegada la oreja a la pared hasta las tantas. A veces hasta el alba escuchandole historias. Tiritando de pánico y frío. Orgulloso de guardar la peor información que ningún menor, ni mayor, debía de saber. A mis trece. Cierta temporada supe así que en sus tareas de espía estuvo al servicio de una Reina que no puedo decir. De un pais que no puedo mentar. Para un primer ministro que no puedo delatar. Con nombre de rubio americano. Eso sí. Y que para ellos tuvo que dar protección y servicio al verdugo más famoso en la Corona. Era entonces escoltado como un rey. Con su avión militar trimotor, su tripulación entera a su servicio, bajo, bajo su sombrero gris, bajo su Loden gris. Y su maletín pegado a su sombra gris. En su interior sus herramientas de trabajo. Una soga, un metro y una báscula. Orgulloso de su condición de verdugo, contaba a mi padre, que el buen colega debe saber exactamente el peso del condenado para calcular la altura a la que tiene que caer del patibulo, y producir el desnucamiento de las vertebras sin separar la cabeza del tronco. No como otros. Mala horca en sus cuellos, estirados y a veces arrancados. Pero jamás él. El estertor del rictusmortis era para él un suspiro de belleza. El cuello partido apenas sin crujir, cortado el bulbo raquídeo en dos, la liberación de su esfinter y el goteo de la última meada en la tarima: pesado todo 21 gramos. Ahorcada la muerte. Suspendida elegante del cuello. Estaba orgulloso: era el mejor. En Nuremberg cumplió su último trabajo: como siempre perfecto. Después volvió como siempre sin palabras, en el mismo trimotor militar, con la misma tripulación. Y mi abuelo. Fué su última ejecución y ese ahorcamiento le jubiló. Al despedirse, sin palabras, le dió su maletín. Y mi abuelo lo guardó mientras vivió. Mi padre lo heredó después. Y a su muerte yo lo heredé tras él. Guardo la báscula bajo la cama. Solo ella sabe cuantas muertes ha pesado. Cuánto pesa la muerte. Todas las ma;anas me peso sabedor que hoy puede ser el último. Un día acertaré su maldición. Luissocv: Su maldición tambien contigo, 1850 gramos en la báscula del verdugo. Un saludo, amando
ole k istoria mas wena pa decir el peso de la orkilla si señor xD de k año es? d dnd ers? un saludo enga
Como es una vieja báscula antigua, una genuina SALTER, analógica de las que hay que contar las rayas, con mecanismo de balanza, he de confesar haberme equivocado. Así pues con su misma maldición, eso sí: 1650 gramos. Un saludo, amando
