Epica ciclista..Historias de un deporte

Tema en 'General' iniciado por labeaga, 19 Ene 2019.

  1. labeaga

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    Bernard Hinault, el campeón total: el 'Tejón' llega para quedarse

    El año 78 iba a ser el del reconocimiento definitivo del bretón. Ya nunca más sería mirado como un igual, sino como el capo del pelotón. Empezaba la temporada ganando en el Critérium Internacional para posteriormente presentarse en su primera gran vuelta , la Vuelta a España.

    Tanto Guimard como Hinault la consideraban importante en el calendario del francés que iba destinado a brillar en el Tour. Y, claro, Hinault no iba a decepcionar, mostrando una gran superioridad en todos los terrenos, soportando actitudes por momentos violentas del público y corredores hispanos, para ganar cinco etapas y la general, en una vuelta marcada por los incidentes que provocaron la anulación de la contrarreloj final en San Sebastián y tras ello el no paso de la Vuelta por tierras vascas durante más de 30 años.

    Y acabado el “compromiso” de la Vuelta para Hinault, éste se centraba en el Tour, al cual llegaría con el maillot de campeón francés logrado en una exhibición sin igual y en la que llegó extenuado a meta.

    En el Tour, sin embargo, iba a tener muchos rivales. Van Impe, Zoetemelk, Thevenet, Pollentier, etc. Y además tendría que soportar la presión de ser la esperanza francesa debido a que el ganador del año anterior, Thevenet, presa de problemas con esteroides y de un mal momento de forma no parecía ser un candidato real.

    Un Tour que estaría marcado por la descalificación de Pollentier por fraude en el control antidoping el día del Alpe d’Huez, perdiendo el belga un amarillo que había arrebatado a un antiguo gregario de Merckx, Bruyere, y que lo había lucido durante muchas jornadas. Pasaba el amarillo a Zoetemelk, que lo terminaría cediendo a Hinault en la última contrarreloj en la que el campeón francés haría una demostración pocas veces vista, aventajando a Zoetemelk en cuatro minutos, que le daba el liderato a dos jornadas vista de llegar a París.

    Sin embargo, una imagen quedaría grabada de aquel Hinault, la de Valence de Agen, liderando y erigiéndose en portavoz de un pelotón que seguía sus pasos. Protestaban los ciclistas por los nefastos alojamientos, los continuos traslados y las etapas de varios sectores, y lo hacían bajo el amparo de un chaval de 23 años. Sin duda, estábamos, estaban, ante un gran campeón.

    En el año 79 iba a demostrar que venía para quedarse. Ganaba clásicas como la Flecha Valona, etapas de diversas carreras, lograba su segunda Dauphiné Liberé, tras la del 77, colocándose a una victoria de igualar el récord en ella.

    Y así, llegaba al Tour como máximo favorito, y no iba a decepcionar. Arrasaba con 7 victorias de etapa y la única oposición real de un batallador Zoetemelk. Éste le había arrebatado el amarillo en los adoquines camino de Roubaix, y le había atacado durante el Tour, incluyendo la etapa final de Paris , en la que entraban los dos en solitario en los campos Elíseos, con Hinault ganando al sprint.

    Los dos últimos corredores que habían ganado el Tour en dos ocasiones consecutivas habían sido Anquetil y Merckx, con eso estaba todo dicho. Cerraría además el año logrando su primer monumento, el Giro de Lombardía y ganando su tercer GP de las Naciones consecutivo. Hinault era sin duda un corredor muy completo , pero que contra el crono rozaba la perfección.

    Le iban quedando cada vez menos retos, el Mundial, la Roubaix, el Giro de Italia, algún monumento más. Sin duda el año 80 iba ser determinante para el caimán, o el tejón, como ya era apodado desde tiempo atrás.
     
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  2. labeaga

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    Bernard Hinault, el campeón total: la triple corona

    Y llegábamos a una temporada de 1980, sin duda vital para un corredor que ya era el nuevo dominador del ciclismo. Hinault, iba a ir a por la triple corona, esa que sólo Merckx había logrado (en 1974), Giro, Tour y mundial, mundial que por cierto se celebraba en Francia en plenos Alpes en un recorrido muy duro en Sallanches.



    Aún así, antes de llegar a sus retos principales, Hinault iba a ganar una de las clásicas más duras de siempre, corrida en unas condiciones climáticas infernales, la Lieja Bastón Lieja. Hinault estuvo a punto de abandonar en varias ocasiones durante la prueba , pero su tenacidad y su compañero Le Guilloux que en momentos delicados en la primera parte de la prueba lo convenció para seguir, dieron lugar a una de las grandes gestas del bretón. Su segunda Lieja, con más de 9 minutos sobre el segundo, Kuiper, y con un escalofriante dato, de 170 ciclistas, llegaban a meta en el Boulevard Sauviniere sólo 21.

    Un día épico, 20 de Abril de 1980, que iba a coronar definitivamente a Hinault, y que iba también a lastrarlo el resto de su carrera. Durante semanas tendría dolores en las manos del frío de aquel día en tierras belgas, y sus rodillas ya nunca serían las mismas.

    Era el turno para el estreno en el giro, de un corredor que había debutado con victoria en Vuelta y Tour, marchaba pues Hinault para Génova en un giro en el que se esperaba por parte de Torriani que Moser y Saronni plantaran cara al francés, pero fueron sin embargo Panizza y Bataglin los que le ponían las cosas muy difíciles, hasta el punto de “ obligar” a Guimard y a Hinault a diseñar una ofensiva y algo alocada estrategia camino de Sondrio a tres jornadas de acabar el giro, con el mítico Stelvio de puerto clave, aunque algo alejado de meta.

    Hinault iba a destrozar el pelotón en el Stelvio y se iba a marchar en solitario en una gran cabalgada, ayudado por su compañero Bernaudeau, que iba por delante, para plantarse en Sondrio con victoria de etapa ( algo polémica ya que no queda claro si Hinault dejó ganar a Bernaudeau ni los motivos) para su coequipier y maglia rosa para Hinault, el giro era suyo, su primer giro, ya tenía las tres grandes.

    El Tour sin embargo iba a ser el contrapunto de la temporada. Parecía ser el máximo favorito, ganaba el prólogo y dos etapas más, pero tras la etapa del pavé, los dolores de rodilla se hacían insufribles, y a pesar de ponerse de amarillo en la previa a los Pirineos, abandonaba por sorpresa y se marchaba del Tour sin tomar la salida en el primer día pirenaico camino de Luchon, que vería como Zoetemelk se ponía de amarillo para no soltarlo hasta Paris y ganar el que sería su único Tour de Francia. Se le escapaba la opción del doblete Giro-Tour al caimán.

    Las malas lenguas hablaban que Hinault no había querido arriesgar en el Tour para poder ganar el mundial, y vaya si lo ganaría. Aprovechando un recorrido selectivo con la Cote de Domancy, Hinault fue destrozando en las últimas 6 vueltas uno tras otro a todos su rivales para acabar dejando a Baronchelli en la última subida y ganar con un minuto sobre el italiano, entrando en meta entre vítores. Lo había logrado, su sueño hecho realidad, era campeón del mundo. El primer francés desde Stablinsky en el 62. Un mundial que al igual que la Lieja se había hecho muy duro y sólo 15 ciclistas terminaban.

    No había podido conseguir la triple corona, pero su año 80 era para enmarcar. Tenía sin embargo un pequeño resquemor Hinault, quería ganar su carrera más odiada ( con permiso de Flandes que consideraba poco menos que un circo), la Roubaix. El bretón no podía ni oír hablar de la clásica del pavé sin blasfemar hacia una prueba que consideraba ridícula , absurda y una auténtica ******.

    Era sin duda un reto difícil, y a la vez bonito, si ganaba lo haría portando el arcoiris, como Merckx en el 68 ó el 73. La carrera fue dura, con muchos incidentes y problemas mecánicos para los ciclistas, barro, frío, etc , una Roubaix clásica y típica, vamos, de las que Hinault odiaba.

    Esa misma mañana Hinault prometía a sus compañeros que iba a ganar, y lo prometido era deuda para el francés. El caimán iba a sobreponerse a reiterados pinchazos y averías, que junto a un perro negro que se le cruzaba a 15 kilómetros para meta estaban a punto de arruinar su tentativa, para imponerse al esprint en el velódromo de Roubaix ante ciclistas de la talla de Monsieur Roubaix ( Roger de Vlaeminck) , Moser o Demeyer entre otros.

    Lo había logrado, ya podría insultar a la Roubaix con el salvoconducto de haberla ganado en buena lid.

    Cuando Hinault se presentó en el Tour , nadie dudaba que salvo lesión o caída sería el ganador, y se uniría a Thijs y Bobet con tres victorias. Sólo Anquetil y Merckx le superarían. Arrollaba ya desde el prólogo y se imponía en 5 etapas para aventajar al segundo clasificado en casi un cuarto de hora, al veterano francés Lucien Van Impe.

    A finales de Agosto se enfrentaba Hinault a otro bonito reto, ganar su segundo mundial consecutivo. Sin embargo la punta de velocidad de un renacido Maertens y del italiano Saronni, lo dejaban a las puertas debiendo conformarse con el bronce, en el que sería su último gran resultado en los mundiales, en los que había rondado las primeras posiciones desde 1976. Cerraba el año con su tercer Super Prestige Pernod consecutivo que lo acreditaba como el mejor ciclista.

    En 1982, intentaría lograr el doblete Giro-Tour al igual que Coppi, Anquetil y Merckx, además su relación con Guimard se iba a ir enfriando poco a poco. Pero eso es ya otra historia que desvelaremos en la siguiente entrega de Bernard Hinault, el campeón total.
     
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  3. labeaga

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    Bernard Hinault: el campeón total

    El reto estaba claro para el año 82. Igualar a Coppi, Anquetil y Merckx y lograr el doblete Giro- Tour.

    A tenor de los números, podría decirse que el segundo Giro de Hinault fue un paseo, con cuatro victorias parciales más una en la contrarreloj por equipos con el Renault. Sin embargo, el ‘Caimán’ tuvo que sacar toda su casta cuando a cinco días del final Silvano Contini le arrebataba la maglia. El resto es historia, Hinault dando un recital de campeón en la cima de Monte Campione destrozando a sus rivales Prim y al líder para ganar la etapa y enfundarse la maglia definitivamente.

    Parecía el Tour un escenario en el que podría acusar el esfuerzo, pero ni los rivales, ni la superioridad de Hinault iban a dar lugar a la sorpresa. El francés dominaba, ganaba tres contrarrelojes, y se dedicaba a aguantar sin grandes apuros en las cumbres. La afición y la prensa pedían mas, y se empezaban a escuchar voces críticas que aludían a un Hinault controlador, poco espectacular y conservador, quién lo iba a decir. Y ese regusto se lo iba a quitar en la última etapa, ganando por segunda vez en su carrera en los Campos Elíseos, esta vez al esprint.

    El sueño del doblete estaba conseguido, aunque en Renault las cosas no iban como antaño. La emergencia de jóvenes valores como Fignon, la irrupción del americano Lemond , que sería ese mismo año segundo en el Mundial tras Saronni, y un creciente alejamiento entre Hinault y Guimard, hacía prever un final no muy feliz a esta relación.

    Y en ello el año 83 sería clave. Hinault iría a por otro doblete Vuelta – Tour como el del 78. Sin embargo, se iba a encontrar un recorrido y unos rivales muy diferentes a los de aquel año en la prueba española. Lejarreta, Gorospe y los Zor iban a poner contra las cuerdas a un Hinault que sería testigo del estreno de un mítico puerto, los Lagos de Enol, cima en la que Marino Lejarreta daría un recital.

    Las jornadas pasaban y el tejón no conseguía controlar una carrera cuyo liderato iba cambiando entre los españoles, y para colmo en la contrarreloj de Valladolid Julian Gorospe se vestía de amarillo, con únicamente la etapa de Ávila y la de la sierra madrileña por delante. Y al igual que en Sondrio en el Giro del 80, o en Monte Campione en 1982, la estrategia del Renault iba a dar sus frutos.

    Guimard diseñaba una estrategia superofensiva, destrozando el pelotón con un inconmensurable Fignon en el puerto de Serranillos, hundiendo a Gorospe y cortando a los Zor, para ganar en modo campeón en el velódromo de Ávila a Lejarreta y a un Belda que sin haberle dado un relevo, le había pedido la etapa a poco del final ante la mirada agresiva del francés.

    Era una victoria épica, pero en ella Hinault sacrificaba muchas cosas y casi no acababa la Vuelta. Su rodilla estaba en muy mal estado y sólo su fuerte carácter y la apariencia imperturbable le hacían aguantar las dos últimas etapas y llegar a Madrid en ganador.

    Sin embargo su rodilla decía basta ya y causaba baja para el Tour. No podría igualar a Anquetil y Merckx. Además las relaciones eran cada vez más tensas con su jefe Guimard, y las victorias de los jóvenes Fignon en el Tour y Lemond en el Mundial no hacían sino provocar la ruptura que llevaba tiempo gestándose. Hinault abandonaría el Renault.

    Quedaba por saber a donde iría el campeón francés, pero no tardaría tiempo en tener equipo, la Vie Claire del magnate francés Bernard Tapie, y con Paul Koechli de director deportivo. Hinault se llevaba a su guardia pretoriana a su nuevo equipo, si bien, muchas eran las dudas tras su grave lesión de rodilla para 1984. ¿Podría recuperar su mejor nivel? ¿Era demasiado mayor para poder plantar cara a la nueva generación de los Fignon, Roche, Lemond, Millar, etc?

    Sin duda el año iba a ser apasionante. Fignon perdía un Giro que era suyo por un cúmulo de circunstancias entre las cuales estaban días malos, problemas mecánicos, cancelación del Stelvio, helicópteros molestando en la última contrarreloj, etc. Fignon sólo podría ser segundo tras Moser. Aún así, había demostrado buena condición y llegaría al Tour como favorito. Y si todo era emocionante, todavía lo iba a ser más cuando Hinault ganaba el prólogo del Tour, y vestía nuevamente el amarillo. Sus incondicionales se las prometían muy felices.

    Sería su única victoria del Tour, un Tour en el que un insolente Fignon y su equipo Renault arrasaban con todo y en el que, sin embargo, Hinault demostraba su condición de campeón atacando hasta la extenuación a lo largo de la carrera. Pasaría a la historia la subida al Alpe Dhuez, con Hinault que había atacado antes de la subida de forma kamikaze y un Fignon que lo superaba en los primeros kilómetros de escalada para infligir una de las mayores humillaciones de su carrera al ‘tejón’, acompañadas por unas declaraciones del parisino en las que reconocía haber sentido risa cuando Hinault le había atacado.

    Ganaba Fignon su segundo Tour, inaugurando lo que parecía una nueva dinastía. Hinault era segundo, pero prometía venganza. Y curiosamente la carrera que le volvía dar la confianza de volver al primer nivel, era el último monumento del año, el Giro de Lombardía. Hinault ganaba su segunda (y última) edición, cerrando el año con una victoria de tronío, que le hacía albergar esperanzas de cara al año 85.

    Además, otro hecho importante tenía lugar, un hecho que marcaría fuertemente los dos últimos años de la carrera del bretón. Greg Lemond abandonaba el Renault y aceptaba una jugosa oferta de Tapie para enrolarse en la Vie Claire. Lemond, que venía de ser tercero en el Tour, veía cómo Fignon le cerraba puertas y cómo podía ser el relevo natural de un Hinault que entraba en la parte final de su carrera.

    La pregunta para el año 85 era clara: ¿podría la dupla Lemond – Hinault desbancar a Fignon en el Tour? ¿Igualaría Hinault a Anquetil y Merckx con cinco Tours? Ni ellos ni nadie podrían adivinar el desarrollo de la temporada siguiente.

    Todo eso y más, en la próxima entrega de Bernard Hinault, el campeón total.
     
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  4. labeaga

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    El final de la historia: Bernard Hinault, el campeón total
    Con el inicio de la temporada 85 se veía una doble vertiente en la Vie Claire. Por un lado Lemond se implicaba en muchas carreras haciendo resultados top, pero sin victorias importantes, mientras Hinault se preparaba a fuego lento para el giro , a donde ambos acudirían. Aunque la gran noticia sin duda era la lesión de rodilla de Fignon que lo dejaría “out” toda la temporada.

    En Italia, Hinault se hacía con la corsa rosa por tercera vez en tres participaciones, quizás la más fácil de todas, y Lemond en modo gregario hacía tercero. Un gran bagaje y ahora rumbo al Tour donde sin la oposición de Fignon, y en un Tour poco montañoso, parecía que todo iba a ser un camino de rosas para los de Bernard Tapie.

    Y una vez en Francia, todo hacía indicar que el quinto de Hinault iba a llegar, cuando éste se apuntaba la primera contrarreloj larga camino de Estrasburgo y se enfundaba el amarillo. Aún más cuando en los Alpes, camino de Avoriaz, se marchaba desde Morgins con Lucho Herrera, para sentenciar la carrera. Sólo faltaba ver el resto del cajón, con los irlandeses Roche y Kelly, el australiano Anderson, Herrera y Delgado como candidatos.

    Sin embargo, un hecho iba a marcar este Tour y quién sabe si el siguiente. En la llegada a Saint Etienne, Hinault sufría una aparatosa caída tras chocar con Anderson, amigo de Lemond, en el sprint de su grupo y se fracturaba la nariz. Ya no volveríamos a ver al mismo Hinault ese Tour. Con la llegada de los Pirineos, se le ponían las cosas más feas aún al bretón, cogía una bronquitis, y en esto llegaba la etapa reina a una cima inédita, Luz Ardiden, en una etapa que llevaría los puertos de Aspin y Tourmalet antes de la subida final.

    En el Tourmalet y ante un ataque de Roche, Lemond salía a su rueda, y por detrás Hinault cedía. Por delante Lemond era frenado, engañado y por momentos manipulado. El americano no colaboraba, o mejor dicho, no le dejaban colaborar, y en la subida final, las imágenes de un Lemond quejoso, que veía como varios corredores se unían a él y a Roche al final, no Hinault. La etapa era ganada por Delgado e Hinault cedía poco más de un minuto con el grupo de Lemond, que lloraba de rabia en meta viéndose engañado. Podría haber ganado el Tour ese día. Quería abandonar.

    El Tour estaba acabado, a pesar de la victoria de Roche en el Aubisque, y la noticia era que Hinault prometía a Lemond ayudarle a ganar el Tour en 1986, aunque por lo pronto era él el que se iba a unir a los grandes mitos Anquetil y Merckx con cinco Tours.

    Posteriormente Lemond e Hinault marchaban a Estados Unidos para disputar la Coors Classic, que se llevaba Lemond, que además era posteriormente segundo en el Mundial tras el veterano Zoetemelk. Pero la pregunta sobre el Tour del 86 estaba en el ambiente, ¿de verdad dejaría ganar el campeón francés a Lemond el Tour?

    Hinault se iba a retirar a final de esa temporada, y sólo quería correr el Tour. Cogería la forma poco a poco, sin grandes actuaciones, mientras su compañero acumulaba puestos de honor sin victorias nuevamente y se “ estrellaba” en el Giro, siendo sólo 4º.

    La prensa francesa empezaba a meter presión y el mismísimo Anquetil no daba a Lemond entre los favoritos. Se vendía el Tour como un duelo Hinault – Fignon. El parisino, tras la lesión del año anterior, llevaba un año algo irregular, pero no convenía ser descartado.

    Además el inicio del Tour era fantástico para los de Guimard, que ganaban el prólogo y la contrarreloj por equipos, dando un serio palo al equipo de Hinault y Lemond. Y la polémica empezaba a atisbarse cuando Lemond se quejaba de que Hinault había ralentizado el ritmo al no poder rodar más fuerte en dicha contrarreloj.

    Todo una cortina de humo, en la primera contrarreloj se veía que Fignon no estaba, y que el duelo era entre los compañeros de equipo de la Vie Claire, con el suizo Zimmermann, Millar y Roche como posibles outsiders.

    Y con la llegada de los Pirineos asistíamos a la parte más importante del Tour. Roche y Fignon, entre otros, se hundían totalmente e Hinault, junto a su compañero Bernard, atacaba a “traición” en un momento en el que Lemond estaba a cola de grupo, camino de Pau. La etapa la ganaba Delgado e Hinault sacaba más de 4 minutos al americano, en la general casi 5. El Tour era suyo. Al llegar a meta Lemond, casi llegaban a las manos y el americano se descolgaba con unas fuertes declaraciones diciendo que se arrepentía de haber fichado por la Vie Claire.

    Pero eso no era todo, y al día siguiente Hinault atacaba en el descenso del Tourmalet pillando por sorpresa a todos, incluido Lemond nuevamente, quedaban más de 80 km a meta y Aspin, Peyresourde y la subida final a Superbagneres por delante. Hinault estaba atacando a lo Merckx, o Coppi, y sin necesidad alguna.

    Por detrás un Lemond nervioso veía como la promesa de Hinault se diluía, y la implicación de Millar , Zimmermann o Herrera le salvaba la papeleta. Bueno, eso y que, al final Hinault pillaba una pájara y era cazado al inicio de Superbagneres. Curiosamente Lemond ganaba la etapa con más de 4 minutos sobre Hinault y se colocaba a unos segundos de éste. El Tour estaba abierto.

    En las etapas de transición a los Alpes, Hinault volvía a atacar por sorpresa a un americano que no daba crédito a lo que veía. El tejón se aliaba con los Carrera, mientras Lemond pedía ayuda a Millar y a su equipo Panasonic. El Tour estaba tomando tintes circenses.

    Y llegaban los Alpes, con una etapa mítica en el Granon, que veía como un Hinault lesionado cedía el amarillo a Lemond e incluso la segunda posición al suizo del Carrera Urs Zimmermann, el día en que Eduardo Chozas ganaba la etapa tras larga fuga. Los rumores de abandono de Hinault eran grandes, pero no sería así.

    La siguiente etapa del Tour iba a ser un fiel reflejo de éste inolvidable y mítico Tour. Se llegaba al Alpe d’Huez tras pasar el Galibier y la Croix de Fer. Lemond llevaba el amarillo. ¿Iba Hinault a cumplir su promesa de trabajar para Lemond? Quién sabe, Hinault siempre dijo que lo hizo, pero el caso es que volvió a atacar. En el descenso del Galibier, y aprovechando sus habilidades para el descenso se marchaba, para ser cazado en primera instancia, pero volvía a irse, y Lemond por detrás tenía que comprar al español Cabestany e instar a su compañero Bauer a cazar al francés. Antes de la subida a la Croix de Fer cogían a Hinault. Zimmermann, ya había cedido.

    Y a partir de ahí exhibición de los dos hombres de la Vie Claire con ambos entrando cogidos de la mano en el Alpe, y victoria para Hinault en lo que parecía ser el fin de la lucha. Mentira, Hinault se descolgaba con unas declaraciones en que decía que todavía quedaba Tour, y vaya si quedaba. Todavía quedaban la contrarreloj de Saint Etienne y la llegada al volcán, al Puy de Dome.

    Lemond estaba totalmente fuera de sí, paranoico ante los fuertes rumores (y quien sabe si reales) de un posible sabotaje a su persona para que Hinault ganar el sexto Tour. El americano se guardaba la bicicleta en su habitación, pedía comida aparte y extremaba las precauciones. En pleno estado de nervios caía en la contrarreloj final, aunque sin consecuencias y se aseguraba la victoria. El Puy de Dome sería un trámite, Hinault ya había claudicado. El francés era segundo en Paris en su último Tour y Zimmermann tercero.

    Hinault era preguntado y decía que había cumplido su promesa, y había ayudado a Lemond a ganar el Tour, nadie lo creyó, pero desde luego el inconformismo de Hinault había provocado uno de los Tours más excitantes de la historia.

    Un mes después en plena guerra civil entre Lemond e Hinault, Hinault se hacía con la Coors Classic y ese Noviembre decía adiós. Se iba un ganador, una personalidad fuera de lo común, sin duda ese Noviembre de 1986 se marchaba un campeón, el campeón total.

    Todavía es su Tour del 85, el último Tour ganado por un ciclista francés.
     
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  5. labeaga

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    Fausto Coppi murió envenenado



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    Fausto Coppi durante su participación en el Tour de Francia en 1959.

    El ciclista italiano Fausto Coppi, ganador de cinco ediciones del Giro, dos del Tour y un campeonato del mundo, murió envenenado y no por malaria, según el testimonio de un dirigente deportivo italiano, que lo supo de un monje destinado en Burkina Faso.

    El diario "Corriere dello sport" publico una entrevista con Mino Caudullo, integrante del Comité Olímpico Nacional Italiano, que en 1985 viajó a Burkina Faso por cuenta del COI para promocionar la actividad deportiva.

    En ese viaje, Caudullo contactó con un monje, conocido como "padre René", que entonces contaba unos ochenta años, y que le contó que Coppi no murió por malaria sino como consecuencia de una mezcla de hierbas que le prepararon los nativos.

    En diciembre de 1959, Coppi fue invitado a la entonces Alto Volta (ahora Burkina Faso) para participar en un safari y correr un criterium, en un viaje en el que también estuvieron otros corredores, como los franceses Jacques Anquetil y Raphael Geminiani. Tras unas jornadas de estancia en ese país, Coppi regresó a Italia y unos días después empezó a sentirse mal, con síntomas de fiebre, por lo que los médicos le diagnosticaron una gripe que después se supo que era malaria, de la que falleció el 2 de enero de 1960 en el hospital de Tortona (noroeste).

    La muerte de Coppi causó una fuerte conmoción en Italia y dio paso a una fuerte polémica nacional por el erróneo tratamiento médico. Según el testimonio del padre René a Mino Caudello, Coppi fue envenenado por nativos como venganza por el hecho de que un corredor africano había muerto años antes tras una caída durante una carrera ciclista.

    Coppi no tenía nada que ver con aquel incidente, pero era el corredor más famoso en Alto Volta y simbolizaba el deporte poderoso y rico, según Caudello, que se ha decidido a hablar ahora, casi diecisiete años después de haber recibido el testimonio. El detonante para decidirse a hablar es que recientemente leyó un artículo sobre Coppi en el que hablaban de su misteriosa muerte y de la existencia de unas extrañas hierbas que Coppi y Geminiani chuparon para para atenuar la sed durante una batida de caza en Alto Volta.

    El diario reconoce que la historia suscita muchas dudas y que su propia investigación para confirmar todos los datos no ha dado resultado, debido a los más de cuarenta años transcurridos desde la muerte del "campeonísimo", como era conocido Coppi, una leyenda para los italianos.
     
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  6. ray

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    Bufff.....Un caso para Iker.
     
  7. labeaga

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    Los últimos forzados de la ruta
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    La París-Brest-París se puede considerar una de las carreras más legendarias de la historia del ciclismo. Bajo su influjo se mantiene toda una estructura de las “paradójicamente” llamadas brevets, esas marchas de kilometrada indecente que atraen una pequeña pero fiel legión de pedalistas. Grandes distancias en ritmos asequibles en la mayoría de casos que permiten alargar y alargar la convivencia con la bicicleta superando cualquier cifra razonable y cabal en el cuentakilómetros.

    “No hacemos otra cosa que cicloturismo a ritmo alto” decían aquellos forzados de la ruta, hace más de cien años que cada diez tomaban parte en la carrera organizada por Le Petit Journal. Cada año uno, el primero de cada década se corría la gran maratón del ciclismo moderno, la carrera que ganó el primer gran ídolo de masas, Charles Terront, en 1901.

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    #DiaD 6 de septiembre de 1931

    Incluso en los años de la prehistoria del ciclismo, en tiempos en los que estas carreras estaban más o menos instaladas en el mundillo, ya empezaban a ser contestadas por los corredores, que no acudían precisamente en masa a las inscripciones. Aquel año por ejemplo, sólo 28 estamparon su firma en el libro de registro y entre ellos una de las grandes estrellas del momento, Nicolas Frantz quien se presentaba en la salida con una flamante bicicleta equipada por un cambio de dos coronas en la rueda de atrás.

    Frantz era uno de los favoritos, no el único. A pesar de un inicio lento, la carrera rompe a sudar con la llegada de la noche. Con el sol empiezan a marcharse ciclistas que suponen el martirio que implica rodar las por carreteras inmundas en ruta hacia la Bretaña, en el fragor de la oscuridad y ponen pies en polvorosa. No es el caso de grandes nombres como Antonin Magne que tienta el grupo antes de llegar a Brest, a una eternidad de la capital.

    Por Brest, en el giro, Frantz comanda la carrera, pero mucho habría de pasar. El belga Emile Joly desafía al sueño y se va solo por delante mientras otros descansan efímeramente. Desobedeciendo a su director, empieza a medio delirar sobre la máquina y se apea con unas ojeras que cuelgan hasta el suelo. Debió dormir tres horas , un lujo que le sacó de la terna de favoritos.

    Con el paso de los kilómetros y la acumulación de penalidades, emerge un cuarteto tras los ataques de Bidot, ataques secados por un pinchazo en el momento más inoportuno. Pancea, Delacroux, Louyet y el australiano Hubert Opperman, una nota de color que habría de inscribir su nombre en el mítico velódromo de Buffalo en París, allí donde se ensayaron los primeros récords de la hora y se cinceló la leyenda de Henri Desgrange. Opperman fue posiblemente el primer gran ciclista venido de las antípodas, su historia es tremenda, montó en bicicleta hasta los noventa años y en su periplo político llegó a ser ministro y Sir…
     
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  8. Harek

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    Por aquí, por allí...
    ¡Qué más le hubiera gustado a Coppi que participar en el Tour 1959!

    Hasta luego.
     
  9. labeaga

    labeaga Miembro Reconocido

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    La coronación de los campeones
    Los ganadores de los Campeonatos Mundiales a veces son una sorpresa y a veces son quienes se esperaba, pero siempre merece la pena seguir las competiciones. Aquí presentamos algunos datos destacados.




    1921
    Los comienzos, para amateurs
    El primer Campeonato Mundial de Ciclismo en Ruta se celebró en Dinamarca y únicamente en categoría amateur masculina. Dio la casualidad de que fue el año de la creación de Shimano.

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    1927
    El Mundial se profesionaliza
    El primer Campeonato Mundial profesional tuvo lugar en julio de 1927, en Nürburgring (Alemania). El italiano Alfredo Binda ganó la carrera de los profesionales y el belga Jean Aerts ganó en la categoría amateur.

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    1958
    Por fin… mujeres
    Las mujeres no pudieron participar en los Campeonatos hasta 1958. La primera ganadora fue Elsy Jacobs, de la pequeña Luxemburgo.

    1962 - Contrarreloj por equipos
    En 1962, se introdujo una contrarreloj masculina por equipos (selecciones nacionales) para aportar más variedad a los Mundiales.

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    1990
    Los Mundiales en Japón
    Los primeros Campeonatos Mundiales celebrados en Asia tuvieron lugar en Japón, el hogar de Shimano … pero aún sin un ganador de Shimano.

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    1991
    El primero oro para Shimano
    El primer ganador de Shimano en el Campeonato Mundial de Ciclismo en Ruta fue Gianni Bugno, y lo hizo con una bicicleta que aún llevaba los cambios en el tubo inferior en lugar de los STI.

    1994 - Las carreras de la verdad
    La contrarreloj masculina por equipos se sustituyó por contrarrelojes individuales en todas las categorías.

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    1995
    Alegría para España en Colombia
    Esta competición pasó de celebrarse en verano a ser un acto de fin de temporada. Abraham Olano ganó la carrera masculina en Colombia con una bicicleta completamente equipada con Shimano y demostró su fortaleza al ganar pese a llevar una rueda pinchada durante el último kilómetro.

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    1996
    Los jóvenes se hacen mayores
    La categoría amateur fue sustituida por una categoría para hombres menores de 23 años y la categoría profesional se transformó en una categoría abierta (más tarde se haría de élite). La carrera en ruta principal era un evento legendario que ganó el belga Johan Museeuw.

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    1999
    La asistencia neutra
    Shimano prestó por primera vez los servicios de asistencia neutra en carrera y, desde entonces, siempre ha vuelto a hacerlo.

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    2004
    Triple victoria
    En Verona, el velocista español Óscar Freire obtuvo su tercer título mundial, igualando el récord que hasta entonces compartían Alfredo Binda, Rik Van Steenbergen y Eddy Merckx.

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    2006 - 2007
    Bettini consigue el doblete
    Paolo Bettini, el mejor ciclista de los clásicos de su generación, ganó dos años seguidos equipado con Shimano. Se le apodó Il Grillo (el grillo) por su costumbre de atacar repentinamente y por su estilo al esprintar.

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    2012
    Se recupera la prueba contrarreloj por equipos en los Países Bajos
    Se reinstauró la contrarreloj masculina por equipos y se añadió al programa una contrarreloj femenina por equipos. En ambas pruebas compiten equipos patrocinados por empresas. Gilbert ganó el Campeonato Mundial masculino cerca de la sede central de Shimano en Europa.

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    2013
    Lluvia torrencial en Florencia
    Marianne Vos dominó la carrera femenina y se llevó su 12.º maillot arco iris. La carrera masculina fue épica, bajo una lluvia torrencial durante la mayor parte del día.


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    2015
    El triunfo de Sagan
    El año pasado, el carismático Peter Sagan, el favorito de los espectadores, se llevó el titulo con un ataque impresionante en el último ascenso de la vuelta final en Richmond (Estados Unidos).
     
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  10. labeaga

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    Los ancestros del Sky de Froome: Opperman, Ravat y el ciclismo miserable

    El Tour se llama Tour, la Vuelta se llama Vuelta y el Giro se llama Giro porque las carreras, originalmente, rodeaban a sus países. Ya no. La Vuelta a España de 2017 nace en Francia, recorre la costa mediterránea, se recrea en Andalucía y de ahí salta hasta el Angliru. Olvida Castilla y León, casi al completo Castilla-La Mancha, Galicia e incluso Madrid, excepción hecha del paseo de la última etapa. El Tour que arranca este sábado lo hace en Düsseldorf, Alemania, y ni roza regiones históricas de la carrera como Bretaña o Normandía. Queda lejos 1928.

    Aquel Tour, como otros tantos, empezó y terminó en París. También empezó y terminó con victoria del luxemburgués Nicolas Frantz, que repitió triunfo en la clasificación general tras haberse impuesto ya en la edición de 1927. Fue un Tour novedoso: incluyó la figura de los sustitutos, que entraban en acción cuando algún ciclista se retiraba, incorporó casi 3.000 kilómetros de contrarreloj por equipos y, más allá, acogió también al primer conjunto enteramente anglosajón en participar en la ronda francesa (los australianos Don Kirkham e Iddo Munro ya lo habían hecho en 1914).

    El poderoso Sky de Chris Froome que amenaza a todos en 2017 tuvo su primitivo antecesor hace 89 años en el modestísimo Ravat-Wonder-Dunlop, que consiguió reunir a tres australianos y a un neozelandés y mandarlos a competir a Francia tras cruzar el mundo haciendo rodillo sobre la cubierta del RMS Otranto. Fueron el primer contrapunto al oligopolio ciclista de Francia y el Benelux. La historia de Hubert Opperman, Harry Watson, Percy Osborne y Ernest Bainbridge la cuenta ahora, novelada, el neozelandés David Coventry en La milla invisible, publicado en España a mediados de este mes de junio por la editorial Seix Barral.

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    El equipo anglosajón Ravat-Wonder-Dunlop, antes de una de las etapas del Tour de 1928.

    Aquel equipo nació por iniciativa de Opperman, que previamente había ganado algunas carreras en Oceanía y después evolucionó hasta convertirse en ciclista de gran fondo. Llegó a ganar en 1931 la Paris-Brest-Paris, un desafío mastodóntico de 1.166 kilómetros que consiguió completar en 49 horas y 21 minutos. Ídolo en Australia, tras colgar la bici escaló hasta ser ministro de Marina y Transportes, primero, y de Inmigración, después. Fue enterrado con honores, y nunca dejó de pedalear. Murió en 1996, a los 91 años, encima de una bicicleta estática.

    Pese a ser 18º en el Tour, la estrella australiana del Ravat fue votado deportista del año por los lectores de L’Équipe

    El reconocimiento no le llegó en la tumba, como a tantos. Ya en 1928, el medio millón de lectores de la revista francesa L’Auto (después L’Équipe) le votó como deportista del año, pese a ser 18º en la ronda gala y pese a que aquel año el tenista francés Henri Cochet se impuso en Roland Garros, en el US Open y en los dobles de Wimbledon. La presencia en el Tour de los extravagantes ciclistas del RWD, queda claro, fue un fenómeno dentro de la locura colectiva que entonces desataba el Tour en toda Francia.

    El shock, no obstante, fue de ida y vuelta. Tanto se sorprendió Francia con los ciclistas de las antípodas que entraban en meta agarrados de la mano como se sorprendieron ellos mismos de la pasión que transmitía en todo el país la monstruosa ronda ideada por Henri Desgrange. El libro, bien documentado pese a las licencias narrativas, lo refleja a la perfección cuando detalla los momentos previos a la salida de la primera etapa en los que el director del Ravat, Mr. France, da instrucciones incomprensibles a sus anglófonos pupilos: «Lo que necesitamos saber nos lo dice su mirada, y lo que nos está diciendo es que somos los siguientes, los siguientes en avanzar hacia ese aullido que emite la ciudad cuando a los hombres se los pone en libertad».

    Por libertad entiéndase un martirio de 5.376 kilómetros (siete etapas de más de 320), por caminos sin asfaltar, por roderas abiertas en la montaña, en etapas que arrancaban a medianoche y que tenían a los ciclistas más de 12 horas sobre la bicicleta, con las cámaras de repuesto enrolladas sobre el torso «como extrañas anguilas» para hacer frente a los cuatro o cinco pinchazos que de media sufría al día cada participante.

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    El ciclista belga Maurice Geldhof subiendo a pie el Col de l’Aubisque. Tour 1928, etapa 9: Hendaya-Luchon, 387 kilómetros. Archivo Nacional

    El ciclismo ultraprofesionalizado, ultramedicalizado de hoy ya no es ese, pero la base es la misma, pese a que parte de la población sostenga que las tardes veraniegas del Tour invitan más a la siesta que a la épica. Lo sepan o no, los somnolientos comparten diagnóstico con los protagonistas. Es certero el libro para describir esta sensación, familiar para cualquiera que haya pisado la carretera sobre dos ruedas: «Concentración, adrenalina, frío, confianza, lluvia, esperanza, viento, resistencia, dolor, piel, calor, orín, sangre, llagas, hedores, fe, suciedad, comida, agua, vino, ampollas, medicinas. La perdición de los ciclistas es esta rutina: con los padecimientos de cada día podemos lidiar; es el aburrimiento lo que va acabando con cada uno de nosotros».

    El ciclismo, 90 años más tarde, sigue viviendo de la miseria y el sufrimiento como elementos del espectáculo

    El Tour que arranca este sábado tendrá muchos de los elementos de esa enumeración, si no todos, y otros imprevistos. Es la excepcionalidad en la miseria, la acumulación de la desgracia sobre el sufrimiento, lo que sigue atrayendo al público general hacia la televisión y hacia las cunetas. Que Tom Dumoulin tenga que parar en una por un apretón o que Chris Froome se quede sin bici y tenga que subir corriendo el Mont Ventoux, vestido de amarillo, mientras le adelantan ciclistas, motoristas, fotógrafos, coches y hasta dirigibles, si siguieran existiendo.

    Y que después, por supuesto, suban al podio de Milán, de París, con la victoria como premio y la adversidad como trofeo. Como le sucedió en 1928 a Nicolas Frantz, que en la 19ª etapa, a la que llegó con más de una hora de ventaja sobre el segundo clasificado, rompió su bici y tuvo que pedir prestada una de señora, sin barra, de rueda ancha y sin desarrollo de ningún tipo. Pese a todo, completó así más de 100 kilómetros y se las arregló para perder poco más de 30 minutos, asegurando la victoria final en los Campos Elíseos.

    Cambia todo para que nada cambie. El pasado verano, antes de la etapa de la Vuelta a España que unió a Villalpando con el Alto de La Camperona, el periodista Javier Ares daba una charla en el pueblo zamorano en la que explicaba a la audiencia lo que iban a ver el día siguiente en el control de firmas, pasando por debajo de los balcones de sus casas: a ciclistas que llegarían a Madrid enfermos, anémicos, quemados y generalmente derrotados, aunque hoy las etapas de 380 kilómetros sean impensables y la televisión imponga las de 100.

    «Los jueces intentan reunir a los ciclistas para preguntarles por sus compañeros, pero ellos los miran entornando los ojos como sorprendidos por los pinchazos del hambre. A un tipo lo ayudan a llegar hasta una camilla, es incapaz de caminar», escribe Coventry en La milla invisible, y el concepto es el mismo por el que Mussolini odiaba el ciclismo, y por lo que lo amamos los que aún aguantamos en la pantalla y en la carretera hasta ver llegar al coche escoba: «El nutrido público de la tarde se ha dispersado ya (…) Observan y saben que son incapaces de imaginar los tormentos de la jornada. Se arremolinan, se acercan. Yo me quedo parado. Me vuelvo para sacudirme la sensación de estar siendo observado, porque sin duda lo estoy. Llamo la atención. Una vez que nos bajamos de la bici no somos más que despojos repulsivos y apestosos».

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    Ciclistas, desfondados, al término de una de las etapas del Tour de Francia de 1928
     
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  11. labeaga

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    LA SECCIÓN CICLISTA DEL ATHLETIC CLUB

    En sus estatutos fundacionales el Athletic Club tenía por objeto «el fomento y propagación de toda clase de deportes atléticos, y en especial el del conocido con el nombre de Foot-ball. Debido a esto, el Athletic contó con otras secciones deportivas, con grupos de atletismo, alpinismo, ciclismo, natación, remo, pelota y jockey. Ninguna de ellas destacó por su longevidad, todas vieron la luz comenzada la década de 1920, y ninguna sobrevivió a la guerra civil. Pero por su rico palmarés y por el entusiasmo con que fueron acogidas por deportistas y aficionados merecen un lugar en la historia zurigorri.

    El 12 de marzo de 1924 a partir de la iniciativa de algunos de sus socios, el Athletic Club inserta en prensa un anuncio por el que “invita para mañana a los ciclistas del club a una reunión que tendrá lugar en los salones de la Sociedad”. Corredores como Domingo Gutiérrez, Eduardo Rubio, Fernando Ibáñez, Ángel Errasti, Adolfo Urrutia, José Arechavaleta, Aurelio Miranda o Marcelino Loroño acuden a la cita. El 13 de marzo de 1924 nace la sección ciclista del Athletic Club.

    Y nace con fuerza, pues como verdadero éxito para los ciclistas del maillot rojiblanco del Athletic, se puede considerar este primer año de 1924. Participaron en las pruebas más importantes del territorio entre las que destacan el campeonato de Bizkaia, el de España y la 1ª edición de la Vuelta al País Vasco. En cuanto a resultados se refiere, se consiguieron victorias en Zumarraga, Tolosa, Gernika, Las Arenas, circuito de Plentzia, 1º Circuito de Getxo… todas citas prestigiosas, algunas de las cuales aún hoy se siguen disputando.

    Consolidación de la sección
    También a nivel organizativo colaboró el Athletic en esta nueva aventura del ciclismo. A cargo de nuestro club corrió la organización del Campeonato de Bizkaia de 1924. Con la disputa de dicha carrera, el 28 de septiembre, finalizó este primer año ciclista para la entidad.

    La temporada de 1925 sirvió para consolidar la sección ciclista del Athletic y el trabajo en los despachos por parte de la Comisión Ciclista del Athletic Club dio sus frutos con la organización de una de las carreras más importantes del calendario vasco: el Gran Premio Vizcaya, En sus dos ediciones, que reunieron a lo más granado del pelotón estatal, se impusieron Demetrio del Val y Ricardo Montero.

    En lo meramente competitivo, se participó en numerosas carreras, y el esfuerzo en la carretera por parte de los ciclistas incrementó las vitrinas del Athletic con 9 primeros premios y 7 campeonatos sociales, (Campeonato de Bizkaia, Lekeitio, Amorebieta, Mungia, Eibar, Getxo, Muskiz…).

    Un rico palmarés ciclista sin continuidad
    Durante el año 1926 continuaron las actuaciones destacadas por parte de nuestros corredores. En cuanto a campeonatos se refiere, en el de España de fondo Domingo Gutiérrez alcanzó el segundo puesto con el mismo tiempo que el vencedor, el guipuzcoano Ricardo Montero. El Campeonato de Bizkaia, en sus modalidades de fondo y velocidad, fue para Cesáreo Sarduy, siendo el bronce en velocidad para otro de los nuestros: Fernando Ibáñez. Las victorias en la III Vuelta a Guipúzcoa (Gutiérrez), en el trofeo social de la Prueba Eibarresa, en el Gran Premio Ayuntamiento de Pamplona, en la Vuelta a las Encartaciones… dan muestra del poderío del equipo del Athletic.

    La temporada de 1927 continuó siendo exitosa para los ciclistas rojiblancos, destacando los triunfos de Sarduy, de nuevo campeón de velocidad de Bizkaia y vasco navarro y vencedor en el velódromo de Ibaiondo en carrera de fondo internacional, y de Cepeda, campeón de Bizkaia de fondo.
     
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  12. labeaga

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    Tour de Francia 2017
    El Tour, cruel con un australiano 89 años después
    • Las imágenes de la caída de Richie Porte (BMC) marcaron la novena etapa
    • El violento golpe contra el asfalto le fracturó pelvis y clavícula al australiano
    • El libro 'La milla invisible' rememora la epopeya del primer equipo anglosajón, compuesto por oceánicos, que disputó el Tour de 1928

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    "Ha sido gracias a Porte. Le doy las gracias a Richie que mandara parar cuando Aru atacó tras mi pinchazo”, agradecía Chris Froome (Sky) en el podio de Chambéry. Con sus “pensamientos" y con ese reconocimiento se despedía del ciclista australiano —que viajaba en esos momentos en ambulancia al hospital— el que fuera su compañero de equipo y ahora máximo rival.

    Restaban más de 23 kilómetros para el final de la novena etapa del Tour de Francia 2017 y el grupo de los favoritos volaba en un vertiginoso descenso del Mont du Chat. Si las cámaras no lograron captar hasta entonces ninguna de las graves caídas del día, desde la de Gesink y Mori hasta la de Majka y Thomas, está sí que se filmó. Y quedará grabada para siempre en la retina de los aficionados, por la violencia del golpe contra el asfalto. Por la crueldad de este deporte y, en definitiva, de esta carrera.

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    Caída sobrecogedora de Richie Porte en el descenso del Mont du Chat

    Un camino australiano en el Tour abierto en 1928
    Esa crueldad se cebó también con otro ciclista australiano hace 89 años durante la ronda gala, se trataba de Ernest Bainbridge. Este veterano de la primera guerra mundial nacido en Northcote fue uno de los cuatro oceánicos que compusieron el primer equipo íntegramente anglosajón que disputaba el Tour de Francia. Era el año 1928 y, como Porte ahora, Bainbridge también se vio obligado a abandonar la Grande Boucle por culpa de una caída.

    Su condición de excombatiente fue la mecha que prendió en el escritor neozelandés David Coventry (Wellington, Nueva Zelanda, 1969) para que acabara escribiendo su primer libro, 'La milla invisible', recientemente traducido al castellano y publicado en España por la editorial Seix Barral.

    Gracias a su trabajo como documentalista, Coventry conoció la historia de su compatriota ciclista Harry Watson. De ahí llegó a sus compañeros en 1928 Hubert Opperman, Percy Osborne y el citado Bainbridge; el enlace perfecto para que el ciclismo, o mejor dicho para que el Tour, fuera el escenario anhelado en el que poder encajar una historia sobre la resistencia y la supervivencia, "sobre la dualidad del deporte y la religión", con la gran guerra y las secuelas que ésta ocasiona como telón de fondo.

    El libro describe de manera refinada y romántica la epopeya que llevaron a cabo los cuatro oceánicos en una 22ª edición más cercana a un infierno que a un reto deportivo: varias etapas de más de 300 kilómetros con el Aubisque, el Tourmalet, el Portet d'Aspet, el Galibier, el Télégraphe o el Lautaret entre medias. Para mayor dificultad, Henri Desgrange había planteado la carrera por segundo año como una lucha continua contra el reloj para evitar los pactos y las triquiñuelas de los corredores más maliciosos.

    A través de un ficticio quinto componente del equipo RWD (Ravat Wonder Dunlop) que hace las veces de narrador, se traslada al lector a esas semanas de entrenamiento en Francia en las que el objetivo era conseguir "imitar" a los ciclistas galos para "sobrevivir" y a los inclementes días en carrera.

    Gracias a una cuidada labor de investigación —obligada para un Coventry ajeno hasta entonces al mundo del ciclismo— se relatan esas jornadas agónicas de más de 13 horas pedaleando en las que "abandonar era morir" y tras las que los corredores oceánicos se ganaron la simpatía del público europeo.

    Eran corredores exóticos para aquella Francia —aunque no eran los primeros australianos que veían, Don Kirkham e Iddo Munro participaron en 1914— que recorrían los campos de batalla de la gran guerra bajo las órdenes de un director francés que ni siquiera sabía hablar en inglés y que a pesar de todo entraban los cuatro en meta agarrados de la mano.

    Toda una "aventura fabulosa" que consiguieron completar de manera heroica en París Opperman (18º), Watson (28º) y Osborne (38º) tras acumular en todos y cada uno de sus músculos 5476 kilómetros.

    Aquel Tour de Francia lo ganó el ciclista de Luxemburgo Nicolas Frantz, que revalidaba triunfo con autoridad al enfundarse el amarillo el primer y no soltarlo ya nunca más. Para comparar lo diferentes que eran aquellas ediciones con las actuales decir que Frantz acumuló un tiempo total de casi 193 horas. Chris Froome se impuso en 2016 con un tiempo de poco más de 89 horas tras 3534 kilómetros.

    Lo que no cambia la ronda gala es su condición de inmisericorde a la hora de exigir el máximo. En 1928 tomaron la salida 162 participantes y llegaron a París tan solo 41. Este año en lo que llevamos de 104ª edición, entre caídas y fuera de control, hay 17 ciclistas menos de los 198 que arrancaron en Dussenldorf.

    "Es un deporte sangriento pero solo cuando se te hacen añicos los huesos abandonas del todo", mencionaba el narrador de 'La milla invisible' para contar la caída de un corredor en el Tourmalet. "Nadie debería abandonar la carrera así, es terrorífico", manifestaba Chris Froome al cruzar la línea de meta en Chambéry —y eso que el británico desconocía aún que Richie Porte se había fracturado la cadera y la clavícula—. La crueldad del Tour.
     
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  13. labeaga

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    Las Vueltas de Raymond Poulidor

    El “eterno segundo” no fue tal en la Vuelta a España, donde alcanzó la victoria en la primera de sus cuatro participaciones. Esta es la historia de Raymond en nuestra gran ronda, donde no faltaron un segundo puesto y momentos polémicos que agrandaron la figura de este carismático corredor.

    Sin atisbo de duda se puede afirmar que Poulidor es uno de los corredores más populares de todos los tiempos, aunque paradójicamente su fama no está cimentada sobre triunfos, sino sobre sus derrotas.

    Escalador de ritmo y gran rodador, fue profesional de 1960 a 1977, durante los cuales siempre corrió con la estructura del Mercier, consiguiendo más de 180 triunfos. Su vida está marcada por sus catorce participaciones en el Tour de Francia, donde sin ganar ninguna edición, acabó tres veces en segundo lugar y cinco en tercero.

    Su gran desgracia fue coincidir con dos grandes campeones, en los 60 se vivieron los duelos de “Pou-Pou” contra Anquetil y en los 70 los de Pou-Pou contra Merckx, aunque también es cierto que en los años intermedios no logró tomar el testigo para el que parecía destinado en la ronda francesa. De hecho nunca llegó a portar el amarillo del Tour, labrándose por ello la fama de segundón que todavía perdura.

    Aunque si se analiza su palmarés detenidamente no se le podría considerar prototipo del segundo clasificado, ya que ganó siete etapas en el Tour, fue Campeón de Francia, ganó la Milán-San Remo, la París-Niza y el Dauphiné Liberé en dos ocasiones, la Flecha Valona, etc., destacando entre todas sus victorias la de la Vuelta a España 1964, que junto con sus otras participaciones en la ronda ibérica, donde se impuso en un total de cuatro etapas, os resumimos a continuación.

    La victoria de Pou – Pou

    La que sería mejor su temporada, 1964, comenzó con una sonora victoria en la Vuelta, que confirmaba su poderío en las grandes vueltas tras su magnífica actuación en el Tour del 62, donde con sólo 26 años había terminado tercero con una mano fracturada.

    Pérez Francés, Poulidor y Van Looy – beneficiado con por las bonificaciones de 1 minuto al vencedor y 30” al segundo en cada etapa – partían como favoritos en una edición en la que también sonaban los nombres de Gabica, Otaño o Julio Jiménez.

    Van Looy estuvo intratable en las primeras etapas, hasta que tuvo que retirarse vestido de amarillo tras su caída en el descenso de Tossas. A partir de ahí la carrera se convirtió en un monólogo de los equipos Ferrys – que contaba con Otaño, Pérez Francés y Manzaneque – y Kas – Vélez, Jiménez y Gabica- , que no pararon de darse palos día tras día, lo que provocaba que los damnificados en cada uno de estos equipos se alternaran etapa tras etapa.

    Mientras Poulidor se limitaba a marcar a Pérez Francés, al que consideraba su único rival de entidad en carrera, mientras que el liderato pasaba de manos de este a Otaño y a Julio Jiménez, que merced a una exhibición antológica camino de León con Pajares por medio se colocaba primero antes de la decisiva contrarreloj La Becilla – Valladolid.

    Y entonces llegó Poulidor, que tras hacerse “el zorro” durante quince días a sabiendas de la debilidad de su equipo en la montaña, voló a más de 45 Km/h en los 73 Km llanos, no dejando títere con cabeza. Sólo Otaño logró mantener el tipo, ante los hundimientos de Pérez Francés y especialmente Julio Jiménez, que perdía en Pucela más de seis minutos. Dicen que la expresión de Poulidor en meta más que de júbilo era de alivio, totalmente agotado y relajado tras una carrera en la que no había desplegado todo su potencial siguiendo las estrictas órdenes de Antonin Magne, un director especialmente destacado por su habilidad táctica.

    Tras sobrepasar Navacerrada sin grandes apuros, Raymond disfrutaría de su paseo triunfal en Madrid, para dos meses después protagonizar uno de los mejores Tours de la historia, el del mítico duelo con Anquetil en las faldas del Puy de Dome. Pou – Pou pondría la guinda a la temporada con un tercer puesto en el Mundial. El futuro parecía suyo.

    “Traicionado” por Wolfshohl

    Iba a ser su año, Raymond lo presentía. Su preparación era perfecta, había llegado a la madurez y ya sabía lo que era ganar la Vuelta y estar a punto de ganar el Tour. Era hora de comenzar a recoger los frutos de tanta penuria, del duro trabajo en la granja de sus padres, de los entrenamientos en solitario, era hora de corresponder a un público que le adoraba.

    La Vuelta no podía comenzar mejor, tras de nuevo dominar Van Looy las primeras etapas, Pou – Pou se imponía con autoridad en la primera cronoescalada de la historia de la Vuelta, una durísima Mieres – Pajares en la que dobló a Bahamontes y distanció en más de tres minutos al segundo clasificado, Gabica. Los abanicos provocados por Van Looy camino de Palencia descartaban a todos los españoles salvo a Echvarría, que era una incógnita. La carrera parecía en el bolsillo del francés.

    Nadie hubiese apostado un duro por su compañero Wofslfhol, alejado en más de ocho minutos en Pajares, pero que camino de Sagunto se coló en una escapada bidón con la que obtuvo catorce minutos, relegando a un enfadadísimo Poulidor a la segunda posición. No contento con ello, el alemán, que había sido ya campeón del mundo de ciclocrós y trataba de hacerse un hueco entre los grandes de la carretera, declaró que defendería con uñas y dientes el maillot, mientras que el francés aireaba a los cuatro vientos que le atacaría sin cesar.

    Al borde de un ataque de nervios, su director – Antonin Magne – trataba de poner paz infructuosamente. Sin embargo, de nuevo saltó la sorpresa camino de Barcelona, donde Rolf consiguió seguir a Julito Jiménez en Montjuit y meter tres minutos más a un Poulidor que se subía literalmente por las paredes. Ante ello Magne hizo prometer a ambos corredores que se respetarían, trabajando Raymond para Rolf en la Vuelta, labor que éste le devolvería en el Tour. Mercier impuso la lógica ante unos rivales impotentes y la Vuelta tuvo un paso sin pena ni gloria por las etapas pirenaicas y vascas. La contrarreloj final, ganada por Poulidor, vino a confirmar, como sucedería en tantas ocasiones en su carrera profesional, el que ser el más fuerte no le garantizaba la victoria.

    Y su derrota frente a Gimondi ese mes de julio le endosaría, ya para siempre, el “sambenito” segundón en lo que parecía que iba ser el año del comienzo de su reinado.

    Todo por el Tour

    Dos años después de su humillación en tierras hispanas Raymond volvió a la Vuelta, aunque con una actitud totalmente distinta. Estamos en 1967 y su obsesión por ganar el Tour, ya coleccionaba cuatro pódiums, iba en aumento, más si cabe que la carrera Anquetil estaba en pleno ocaso.

    Así Poulidor se apunta a la Vuelta como preparación para la carrera francesa, convencido de que el acercamiento a la misma en 1966, donde fue tercero tras Aimar y Janssen sin hacer ninguna grande antes, no fue la adecuada. Aún así la prensa le sitúa entre los principales favoritos junto a Pérez Francés, Julio Jiménez, Gabica y el holandés Janssen. Precisamente éste último se haría con la clasificación superando en la última crono al líder hasta ese momento, el francés Ducasse.

    En cuanto a Pou –Pou, la durísima contrarreloj de Vitoria, 44 Km con el alto de Herrera por medio donde arrasó a todos los primeros clasificados – a Ducasse le metió diez minutos – demostró que quizás era el corredor más fuerte en carrera, pero su actitud indolente – no se inmiscuyó en ninguna batalla e incluso no disputó a tope la última lluviosa CRI – le llevaron a ocupar el noveno puesto en la clasificación final. Este correr al relantí exacerbó a parte de la prensa deportiva, que le acusaban de “pasar unas vacaciones bien remuneradas en España” e incluso la organización declaró públicamente su descontento por su bochornosa actuación.

    Quizás por ello el ciclista francés no regresó hasta cuatro años más tarde, después de pasar la temporada 70 sin victorias de renombre y con “tan solo” un séptimo puesto en el Tour.

    Su participación en la Vuelta del 71 fue muy gris, a pesar de repetir un 9º puesto, a poco más de 6 minutos de un sorprendente Ferdinand Bracke, vencedor tras los errores tácticos de Luis Ocaña, que defendía título.

    Con treinta y cinco años y tras no poder correr el Tour por lesión, Pou – Pou parecía acabado. Sin embargo, aún tuvo tiempo para ganar dos París Niza y subir 4 veces más al pódium de París, la última con 40 años. Sin embargo nunca más volvió a disputar la Vuelta.

    Poulidor en la Vuelta

    1964: Ganador final, se impuso en una etapa contrarreloj y vistió el maillot de líder los tres últimos días.

    1965: Segundo a 6´36” de Rolf Wofslfhol, ganador de las dos cronos disputadas, vistió el maillot de líder cuatro jornadas.

    1967: Noveno a 5´54” de Jan Janssen, se impuso en una etapa contrarreloj.

    1971: Noveno a 6´01” de Ferdinand Bracke.
     
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  14. labeaga

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    TOUR de FRANCIA DEL AÑO 1972.
    Descenso del Soulour.

    Sólo un año después de romperse los huesos y el alma bajando el Menté, Luis Ocaña trata de distanciar de nuevo a Merckx, pero derrapa en una de las curvas mortales del Aubisque y en la meta cede más de un minuto al 'ogro'. En su caída arrastra a Bernard Thévenet, Lucien van Impe y Alain Santy. Sólo preocupa el estado del último, sus cervicales. El resto pronto reanuda su marcha.

    Al alcanzar el valle, la calma, Thévenet sigue sin comprender. "No sabía dónde estaba. Era como cuando te despiertas en la cama, pero encima de la bicicleta”. Llueve y hace frío, así que -concluye Thévenet- debe de tratarse de una de las primeras carreras de la temporada. La gente grita su nombre, le empuja hacia la meta. "Al menos estamos en Francia", razona sobre su Peugeot. Al fin ve acercarse a Gaston Plaud, su director.

    - ¿Dónde estamos? -pregunta Thévenet-.

    - En el Tour de Francia.

    - No me acuerdo de nada.

    - Tranquilo. Te has caído, pero no te has hecho nada.

    - ¿Pero dónde estoy? ¿En la carrera?

    - Hay dos grupos de escapados. Tú vas por detrás.
     
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  15. Harek

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    Última edición: 10 Dic 2019
  16. labeaga

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    1921. Una crónica sobre el paso del Tour por el Tourmalet.

    Un año antes de que una avalancha de nieve obligara a variar la ruta clásica de los Pirineos, 'papá' Desgrange relata así uno de las jornadas más sofocantes del Tour. "He visto a León Scieur [finalmente ganador de aquel Tour] abrasado por el sol, borracho de rampas interminables, retorcido bajo el sol. Le he visto agacharse ante el arroyo que cantaba su fresca canción descendiente de la montaña; le he visto beber como a un animal roído por la sed: le he visto, en este punto, sacar del morral los emparedados, remojarlos en el arroyo y engullirlos como una bestia guiada por su instinto; le he visto montar, bajarse después, agotado, arrastrando su máquina como el ganado arrastra la madera que le impide correr. En este terreno silencioso le he escuchado pronunciar, entre sollozos, de lo más profundo de su garganta: ‘¡Qué oficio! ¡Qué oficio!’".
     
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  17. labeaga

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    El Tour, los Pirineos y un ciclista viejo. Poulidor en Pla de Adet

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    Una de las pocas veces que le tocó ganar. Raymond Poulidor, acostumbrado a perder, levantó los brazos por última vez en el Tour de Francia en 1974– Fue en la subida a Pla d’Adet. El francés contaba ya 38 y seguía siendo el ídolo en las cunetas. Su triunfo y segundo puesto en la general supuso una de las hazañas del ciclismo francés, que, tan dado a celebraciones, le homenajeará en 2014 el próximo 23 de julio en las mismas carreteras del Pirineo.


    Pero pongámonos en situación. Poulidor había sucumbido en la carretera ante Jacques Anquetil, su gran rival histórico, pero entre los aficionados seguía siendo el número uno. Su rival llevaba ya años retirado pero Pou Pou, el apodo con el que se le conoce, seguía dando pedales y metido en batallas ciclistas. Contaba con 38 años, una edad casi imposible para seguir ‘vivo’ en el pelotón en 1974 y había pasado de la tiranía de Anquetil a la de Eddy Merckx.

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    En la salida inglesa de Brest ninguno de sus rivales contaba con PouPou para la general. Solo las hordas de aficionados franceses le animaban en la cuneta. El cariño se llamaba reto y la edad, 38 años, la clave para gritar sin parar. Las primeras etapas, por del noroeste al este, transcurrió sin sorpresas. El Molteni de Merckx mandaba en el pelotón sin problemas y el belga hasta se permitía el lujo de regalar el maillot amarillo a su compañero Sercu.

    https://www.ina.fr/video/I00012677

    La montaña llegó en los Alpes con dos etapas suaves y sendos triunfos de Merckx. Poulidor aguardaba a su rueda pero en la etapa reina, con Coucheron, Telegraphe, Galibier y meta en Serre Chevalier, se dejó más de seis minutos y perdió su segundo puesto. No sólo le había derrotado Merckx, una vez más, sino que también se sumaban otros rivales, los españoles Aja y López Carril y el portugués Agostinho.


    Nada cambió en el Ventoux ni en la llegada a La Seo de Urgell. Quedaba el paso por Pirineos. Ese día se partía desde España. Por el camino el Cantó, La Bonaigua, el Portillón, Peyresourde y Pla d’Adet. 209 kilómetros para decidirlo todo.

    Poulidor ya no estaba para grandes escapadas y decidió aguardar. Su velocidad no era la de antes. Tampoco su cambio de ritmo. Así que tenía que confiar en un ritmo constante y que su fondo hiciera el resto. Los puertos españoles fueron haciendo mella. Quedaba Pla d’Adet para derrotar a los jóvenes españoles. En Saint Lary, el pueblo donde comienza todo, los favoritos marchaban unidos. Por delante quedaba un puerto desconocido hasta entonces. Una decena de kilómetros con un inicio constante, 6 kilómetros al 10% y de puros Pirineos.

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    Nada más empezar el francés se movió, miró para detrás y el maillot amarillo, en insuperable Eddy Merckx, no estaba a su rueda. Así que siguió acelerando. Sólo Vicente López Carril, hasta entonces tercero, mantenía el ritmo. Dos kilómetros más de esfuerzo y Poulidor ya no veía a Gonzalo Aja, embestido misteriosamente por un belga, y Agostinho, que marchaban delante suya en el general. Decidió trabajar con López Carril hasta que el asturiano le dejó marchar, cansado de su ritmo machacón.

    El novísimo Pla d’Adet esperaba al veterano Poulidor. Recta de meta plana. Sin rivales cerca. Pou Pou con el maillot azul celeste del Mercier Gan. Manos en la cruceta. Un toque a la maneta del cambio, todavía en el cuadro, y tiempo suficiente para levantar los brazos unos metros antes de la línea de meta. Nunca pensó que sería la última en el Tour. Por detrás el destrozo dejaba a López Carril a 49 segundos, Eddy Merckx a 1:49. Aja, doliente, a más de 4 minutos y Agostinho despatarrado a más de 14.


    Poulidor volvía a llamar al podio y completó su pelea al día siguiente en el Tourmalet, donde Danguillaume le quitó las mieles del éxito. La pelea con López Carril se mantuvo hasta el penúltimo día. La contrarreloj dio al francés su última segunda plaza en el podio de París por sólo un segundo. El triunfo del eterno segundón.

    Desde aquel 74 Pla d’Adet se convirtió en meta habitual del Tour. Una nueva cima sin retorno que nunca volvió a escribir leyendas como la de Poulidor. Llegó seis veces más con victorias de Zoetemelk, Mariano Martínez, Beat Breu y los señalados Jaskula, Armstrong e Hincapié.
     
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  18. labeaga

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    1927. Etapa 11. Bayona-Luchon

    Michele Gordini, ciclista de 'segunda categoría', independiente, héroe solitario en los años bárbaros del Tour, busca un aliado en la oscuridad. Ni el líder, ni Desgrange ni nadie se percatan de su movimiento. Llueve con fuerza en los el 'círculo de la muerte'. Gordini pedalea como si le fuese la vida en ello. Por detrás, calma total. Hasta que un espectador toca diana: "Hay uno por delante. ¡Y está lejos!". Desgrange envía a uno de sus comisarios tras la pista del valiente. El aficionado no miente. Gordini es 'maillot' amarillo virtual. La maquinaria belga se pone en marcha y al llegar a Eaux-Bonnes, a 10 kilómetros de la cima del Aubisque, Gordini mantiene 58 segundos de ventaja. En la cumbre son sólo 10 tras reparar una avería en la cadena. Desciende a tumba abierta el Solour y asciende solo la mitad del Tourmalet hasta que un gigante le pasa como un avión. Nicolas Frantz llega primero a Luchon y días más tarde ganará el primero de sus dos Tours. Gordini finaliza la etapa en quinta posición. Por culpa de un bocazas.
     
  19. labeaga

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    Explosión
    1974. Saint-Lary.

    Los anarquistas de GARI (Grupos de Acción Revolucionaria Internacionalista) creen que el Tour de Francia ha dejado de ser un deporte para convertirse en un soporte publicitario al servicio del capitalismo y aprovechan la noche del 15 de julio para provocar varias explosiones que destruyen algunos vehículos de la caravana ciclista. Con esta acción los Grupos de Acción Revolucionaria Internacionalista (GARI), quisieron utilizar la competición ciclista como altavoz para denunciar el régimen franquista y el asesinato de Salvador Puig Antich

    Raymond Poulidor, que el día anterior ha obtenido un minuto y 49 segundos de renta sobre Eddy Merckx en la ascensión a Pla d’Adet, opina así sobre el atentado terrorista: “El único explosivo aquí soy yo”.
     
  20. labeaga

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    Jacques Anquetil: dolor, trampa y soledad

    "Solo un idiota –le espetó luego a un ministro francés en un debate por TV– se puede imaginar que se puede hacer una Burdeos-París a base de agua". Rechazó controles antidoping. "Somos hombres, no caballos y tenemos el deber de oponernos a esa ley discriminatoria que va contra nuestra dignidad, que fomenta la sospecha". Daba anfetaminas a sus cosechadores en el campo para que terminaran rápido la faena y fueran todos juntos a comer. Si hasta Janine, su esposa inseparable, se dopaba con Corydrane para resistir horas y horas al volante entre carrera y carrera, y dejar que Anquetil durmiera.
    "No tomamos anfetas, nada". Tampoco otras pastillas ni inyecciones. Jacques Anquetil, primer pentacampeón del Tour de Francia, le propone a Ercole Baldini correr la contrarreloj del Gran Premio de Forli sin doparse. Son amigos y saben que, sin otros grandes rivales, saldrán primero o segundo. Gana Anquetil. Pero son más lentos, la carrera es un calvario y llegan arrastrados a la meta. "No lo volveremos a hacer jamás". Y eso que Anquetil suele jactarse de tener siempre "reservas de dolor". "Memoria de dolor" cuando ya "los pulmones no respiran". Anquetil se dopa entonces como lo hizo siempre todo el pelotón.

    "El ciclismo no es mi deporte, fue él el que me eligió a mí", le hace decir Fournel a Anquetil, que ganó el Tour en 1957 y de 1961 al ’64, además de dos Giros de Italia (1960 y ‘64), una Vuelta de España (1963), una medalla olímpica en Helsinki 52 y nueve títulos mundiales contrarreloj. Podía vérselo pálido y endeble, pero tenía en el torso "un barril que escondía la pólvora del motor más potente". Fournel lo fotografió en una ascensión absurda al Puy de Dome en el Tour del ’64, codo a codo con Raymond Poulidor, rival clásico, más amado, pero su eterno segundo. Reveladas las fotos, Poulidor, mejor escalador, luce al límite de sus fuerzas. Anquetil, en cambio, aparece en la foto con una "palidez cadavérica, perdidos los ojos en un mundo secreto que no era del ciclismo, sacando fuerzas de un lugar ilegible, de un pozo de misterio".

    En un deporte de leñadores, Anquetil era ilusión, facilidad, elegancia, vuelo y danza. Contrarrelojista formidable, pedaleaba con los pies en punta. Tobillos flexibles, espalda curvada, brazos en ángulo recto, rostro hacia delante. "Jamás –dice Fournel– hubo hombre mejor tallado que él para ir en una bicicleta, jamás este ensamblaje hombre-máquina fue más bello". Desmedido pero a la vez genial, "el Mozart del ciclismo", como lo describió una vez el periodista español Carlos Arribas, falleció en 1987 con apenas 53 años, por un cáncer de estómago.

    Anquetil en un debate televisivo le dijo a un ministro francés, "Solo un idiota se puede imaginar que se puede hacer una Burdeos-París a base de agua". Rechazó controles antidoping. "Somos hombres, no caballos y tenemos el deber de oponernos a esa ley discriminatoria que va contra nuestra dignidad, que fomenta la sospecha". Daba anfetaminas a sus cosechadores en el campo para que terminaran rápido la faena y fueran todos juntos a comer. Si hasta Janine, su esposa inseparable, se dopaba con Corydrane para resistir horas y horas al volante entre carrera y carrera, y dejar que Anquetil durmiera.

    Anquetil no corría por medallas. Las medallas no le daban de comer. Corría por dinero. Cuadruplicó una prima en un Gran Premio de Lugano. Le pagaron primero para que no se presentara y así ganaba otro. El segundo pago fue para convencerlo de que finalmente sí querían contar con él, pero con un tercer pago para que fuera a menos. Y el cuarto pago se lo pidió en la partida el propio Anquetil al protegido local, diciéndole que a cambio lo dejaría ganar. Terminó ganando él. Su admirado Fausto Coppi (a quien le quitó el récord de la hora) le contó alguna vez que, agobiado por un joven e impetuoso rival, le ofreció en plena puja, de bicicleta a bicicleta, 1000, 2000, 3000, hasta que llegó a 5000 francos y el aspirante por fin frenó su ímpetu. Anquetil, dice Fournel, llegó a comprar equipos rivales enteros que ya no corrían por nada y pasaban a protegerlo, a él, porque el francés sabía que su rival hacía exactamente lo mismo. En el Giro de 1964 Anquetil mandó a su equipo a que aplastara a un italiano que lo aventajaba sólo porque se llamaba "Polidori", parecido a Poulidor. Y en el Tour del ’59 frustró un eventual triunfo de otro francés al que no quería. Lo silbaron en la meta. Se compró un barco y lo bautizó "Silbidos 59".

    Anquetil era siempre generoso con sus compañeros de equipo. Les daba parte de sus premios y hasta les permitía ganar etapas a cambio de la lealtad. Los necesitaba porque, estrella, Anquetil odiaba correr en medio del pelotón. Disfrutaba en soledad. "El ciclismo –decía– es como la caza, a veces hay que aprender el sentido de la espera". Rubio y cara de ángel, Anquetil bebía cerveza en plena carrera y amaba la astronomía y el buen vivir. Y sabía como pocos cuál era su rol. Les decía a sus compañeros que él era como Johnny Hallyday, quien le pagaba a su orquesta para que tocaran para él. "Ustedes –le decía al equipo– son mis músicos". El era Johnny Hallyday. O Mozart.
     
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