Epica ciclista..Historias de un deporte

Tema en 'General' iniciado por labeaga, 19 Ene 2019.

  1. labeaga

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    La sangre de Lucho que conmovió a Colombia

    Hace 35 años, Herrera se cayó, sangró, se levantó y ganó la etapa 14 de la ronda gala. Triunfo imborrable.

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    La imagen histórica de Lucho Herrera, el 13 de julio de 1985.El Espectador
    Tal vez fue la grandilocuencia de los narradores: de Óscar Restrepo y David Cañón en televisión y de Rubén Darío Arcila en radio. Tal vez los colombianos nos emocionamos con facilidad. O tal vez desde los ochenta ya tratábamos de identificarnos con nuestros deportistas: con la irreverencia de Pambelé, el corazón del Happy, las ocurrencias de Cochise, la fantasía de Willington. Tal vez todo lo anterior explica por qué Lucho Herrera conmovió tanto a los colombianos en el Tour de Francia de hace 35 años.


    El sábado 13 de julio de 1985 muchos fueron Lucho Herrera. Muchísimos de los 27’867.326 habitantes de entonces en Colombia sintieron que caían con él a 10 kilómetros de la meta en Saint-Etienne y sintieron cómo la sangre bajaba de la ceja izquierda hasta los ojos y manchaba su uniforme blanco con pepas rojas. Para nosotros, a pesar de ser un triunfo de etapa, fue una de las hazañas deportivas más conmovedoras de la historia.

    Sólo para nosotros fue tan heroica, pues El País de España publicaba al día siguiente en su edición dominical un reporte sin sensibilidad: “Herrera se defendió bien en el descenso, aun cuando su ventaja disminuyó hasta el minuto de diferencia. La situación se complicó con una caída, pero llegó a la meta con algo de ventaja”. ¿La escritura minimizó la exactitud de la realidad o describió su verdadera naturaleza? ¿Habremos sobreestimado su triunfo? ¿Habrá sido para tanta algarabía en Colombia?

    Para los periodistas españoles, que estaban pendientes del catarro de Pedro PericoDelgado y de la caída que sufrió Bernard Hinault a 100 metros de la meta, Lucho fue noticia sólo cuando se subió al podio. Para nosotros fue un héroe mucho antes: fue magia, perseverancia, humildad en el triunfo, ambición a pesar de la humildad. Fue Colombia resumida en dos verbos de la cotidianidad: caer y levantarse. “¡Fue una alegría inmensa!”, dice Carlos Osorio, el médico del equipo Café de Colombia, que vio cómo Herrera se desplomó.

    Para esa jornada de 179 kilómetros, Lucho tenía la doble estrategia de coronar un puerto de primera categoría y llegar con más de dos minutos de adelanto. Con esa ventaja podría aguantar los 30 km finales, superar un último puerto de cuarta categoría y comenzar el descenso a 18 km de la meta. Si todo ocurría, llegaría a 319 puntos en la clasificación de la montaña que ya lideraba.


    Eso le había escuchado el médico Carlos Osorio la noche anterior, cuando lo auxiliaba para mitigarle una tendinitis en el tobillo derecho, a causa del cansancio que significaba llevar 2.428,6 kilómetros de competencia. “Yo me guardo para el último ascenso, si llego a la bajada con más de un minuto de ventaja, la etapa es mía”, dijo Lucho con su voz apacible, mientras estudiaba un croquis del tamaño de un cheque. Pero al día siguiente entendería una vez más que en el ciclismo no todo coincide con los planes.

    Mientras Lucho pedaleaba, el médico Osorio iba en el Peugeot rojo que conducía el director técnico Raúl Meza. En esa jornada, como en las anteriores, repartieron a los ciclistas colombianos los mismos alimentos: sánduches de jamón, queso y mermelada, bocadillos veleños y Coca-Cola. Algunos europeos del pelotón se burlaban y otros pedían clandestinamente un sorbo de gaseosa sin que sus técnicos los vieran. Repartieron gustosos hasta que tuvieron que acelerar: Lucho había empezado a escalar y se disponía a cazar a los cuatro fugados. Miró a Meza, le levantó la ceja y escuchó la orden: “¡Arranque!”.

    “En 20 años que llevo en el ciclismo nunca había visto un corredor con la facilidad de Herrera para subir”, reprodujeron en una cadena local las palabras del campeón Jopp Zoetemelk. Cuando en Colombia eran casi las 8:42 a.m., Lucho coronaba el puerto como había planeado, pero promediando el descenso por el camino estrecho se encontró en una curva cerrada con brea derretida que no pudo eludir. La fe y los colombianos se separaron como Lucho y su bicicleta. La sangre era escandalosa incluso en la imagen poco nítida de los televisores.


    Los integrantes colombianos del Peugeot intentaron bajarse, pero tuvieron que regresar. “Se demoró más en caerse que en volver a subirse”, recuerda Osorio. El mismo Herrera se enderezó, buscó su bicicleta y siguió pedaleando, mientras confundía la sangre con sudor y el dolor con coraje. En Colombia la angustia aumentó: Lucho perdió 15 segundos, Perico Delgado le recortó diferencia desde el primer lote, al igual que Bernard Hinault desde el pelotón. Que lo van a alcanzar, que pobrecito, que ay, Dios mío.

    Muchos fueron Lucho Herrera. Muchos se reconocieron en él, en el tipo que cultivaba su jardín en Fusagasugá, que tomaba tinto al frente de la iglesia Nuestra Señora de Belén o diagonal a la Notaría 1ª, que se emocionaba en silencio con los goles de Funes en Millonarios, que enternecía con su timidez y cara de monaguillo, que no se creía más de lo que era y que tampoco se victimizaba por la precariedad. Ni el mismo Fabio Parra, en la misma situación, habría conmovido tanto.

    Por eso su imagen se inmortalizó: la sangre incontenible, los brazos raspados, la bicicleta plateada con manubrio amarillo y el dorsal número 81. Ese pequeño de 54 kilogramos y cuerpo de niño cruzaba la meta después de 4 horas, 56 minutos y 32 segundos de drama. Lo recibió una multitud y tuvo que interrumpir la costumbre de quedarse en los puntos de meta tomándose un expreso de Café de Colombia y leyendo la edición de L’Équipe. Ese día no pudo hacerlo.

    Debió asistir a las pruebas antidoping y luego a una clínica de Saint-Etienne para someterlo a una sutura. “Siete puntos…”, recuerda Osorio, que ese mismo día advirtió que en 48 horas empezarían los otros dolores musculares tras la caída: en la espalda, en las regiones glúteas y en los hombros. Mientras el médico lo acompañaba a las rutinas tras ser campeón de la etapa 14 del Tour de Francia, Lucho Herrera habló poco y se quejó nada. Mantuvo su cara de jugador de póquer y sólo le soltó un par de preguntas concisas a Osorio.


    —¿Cómo estarán en Colombia?

    —Una berraquera.

    —¿Qué estará diciendo la gente?

    —Dicen que eres el gran rey de las montañas.
     
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  2. ray

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  3. labeaga

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    Ahora que tenemos tiempo he recuperado las lecturas sobre ciclismo y si con eso puedo ayudar a alguno a paliar el encierro pues algo que aportamos.
    Un saludo
     
  4. labeaga

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    La tarde en la que a Fabio Parra le ‘robaron’ el Tour de France de 1988


    Si el ciclismo de los años 80 hubiese tenido el mismo control antidoping que se implementa actualmente, seguramente el ex ciclista boyacense Fabio Parra hubiera sido el primer colombiano en coronarse campeón del Tour de France en 1988.



    Pero no. La historia jugó en contra de los escarabajos. Hace 31 años, en esa edición del 88, Fabio Parra, quien corría para el equipo español Kelme, se convirtió en una víctima más de esas tardes injustas del World Tour. Parra se montó al podio final de los Campos Elíseos de París para celebrar su tercer lugar en la carrera más importante del mundo por etapas, pero pudo haber sido el primero si el español Pedro ‘Perico’ Delgado (campeón en ese año) y el holandés Steven Rooks (segundo) no se hubieran dopado.



    El capo escuadra del Kelme incomodó a los europeos en la montaña


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    Fabio Parra fue el primer ciclista latinoamericano en abrir el camino de la victoria en Europa. El escarabajo acostumbraba a guardar trozos de bocadillo y panela en su camiseta para reponer energía en las duras cimas de los Alpes. Imagen: Pinterest


    Y así fue. El corredor nacido en el municipio de Sogamoso (Boyacá) compitió de tú a tú con los europeos. Los atizó en la montaña, les ganó varios duelos y trató de adueñarse del jersey dorado que por más de 80 años había sido monopolizado por los belgas, los franceses, los italianos y los españoles.

    Fabio Parra, que en ese certamen tenía 28 años, estuvo a punto de convertirse en el primer ciclista latinoamericano en conquistar Europa. Y pese a que no lo logró, si fue el primero de esta región del planeta en compartir el podio de un Tour con los espigados ciclistas de occidente.

    Pero el buen momento de Colombia en la competencia más antigua e importante del World Tour había comenzado tres años atrás cuando Parra y Lucho Herrera, quienes corrían juntos en el Varta, hicieron el 1-2 en la grande boucle de 1985.



    Las dos figuras del equipo Café de Colombia


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    Lucho Herrera, apodado como el ‘Jardinerito’ de Fusagasugá, llegó a la meta con Parra en aquel Tour del 85. Imagen: Revista Mundociclistico.



    Esa tarde del 10 julio, en plena etapa 12, los dos ‘hombres de la panela’, llamados así por su famosa costumbre de guardar aguadepanela en sus caramañolas en vez de agua, apuraron en la subida, mantuvieron el ritmo sostenido cuesta arriba y pasaron juntos la meta de esa fracción de 269 km entre Morzine y Lansen-Vercors.

    Fue una victoria épica que rápidamente se convirtió en primicia y que puso a los colombianos en boca de todo el mundo. En la mañana siguiente, los rotativos de los principales diarios deportivos del planeta habían publicado la foto de Parra y Lucho en primera plana sin ahorrar los calificativos: “El gran dúo; Parra 1°, Herrera 2°”, tituló El Espectador en su momento, uno de los periódicos más importantes del país.

    La dupla del equipo Café de Colombia Pilas Varta, un lote conformado por puros escarabajos, había dado el primer golpe serio en una gran vuelta. Al final de esa edición (la 72), los dos compatriotas, quienes habían cruzado codo a codo la meta en Lansen-Vercors, se aseguraron un lugar en la historia al ser los primeros pedalistas colombianos en conseguir dos de las cuatro camisetas más importantes que entrega la competencia: Lucho se llevó la dorsal de Pepas Rojas que identifica al Rey de la Montaña del Tour y Parra, quien apenas debutaba en el certamen, se adjudicó el jersey blanco del Mejor Joven.


    Tres años después Colombia volvería a protagonizar la hazaña. Esta vez por cuenta de Parra quien había sido fichado por el equipo español Kelme para intentar ganar en París. El boyacense tuvo una actuación brillante. Atacó, escaló, incomodó a los europeos, brilló en los Alpes y los Pirineos y se coló en el podio final de la clasificación general en los Campos Elíseos.

    Incluso, por poco le alcanza para ganar en el mítico Alpe D’Huez, sino fuera porque las motos de la organización le bloquearon el camino en la subida. El boyacense iba bien ubicado en la jauría, subiendo con buen ritmo y dispuesto a coronar el ‘infernal’ monte de los Alpes. Sin embargo, cuando el camino se iba haciendo más angosto, las motocicletas que encabezaban la caravana de los ciclistas frenaron la velocidad obligando al colombiano a perder ritmo y a mermar la potencia con la que quería devorarse la etapa.

    Como si fuera un efecto dominó, el dominio de Parra se vino al piso y los rivales, quienes aprovecharon la ayuda extra de las motos, aumentaron la cadencia para pasarlo en la escalada. Esa tarde el holandés Rooks, quien unos años más tarde confirmaría la trampa, ganó la etapa reina en el Alpe D’Huez.



    Histórico podio para Colombia en el Tour


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    El podio final de la ronda francesa terminó con Delgado (centro) como campeón, Rooks (izquierda) segundo y Fabio (derecha) tercero. Imagen: RTVE



    Sin embargo, Parra se había destacado en varias etapas y su desempeño le bastó para convertirse en el primer ciclista latinoamericano en ocupar el podio de un Tour de France. El colombiano, sin saber que la droga ya había hecho efecto en el cuerpo de los europeos, destapó la champagne y celebró con el español Pedro ‘Perico’ Delgado y el holandés Steven Rooks, quienes se adueñaron de los dos primeros cajones de la general gracias a los efectos estimulantes del probenecid y la EPO.

    El tercer lugar en una competencia tan exigente representó para el país un envión anímico que por unos días desbancó de las portadas de los principales diarios las noticias de muertes, bombas y guerras que estaba causando el narcotráfico a finales de los 80.

    Sin duda alguna, era el logro deportivo más importante en la historia de Colombia. Ese día las notas musicales del himno nacional sonaron en Francia y desde ese momento tuvieron que pasar 25 Tours más para que otro colombiano volviera a celebrar en París (Nairo Quintana en 2013).



    Los dos positivos por doping ganaron en esa edición


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    Rooks (izquierda) y Delgado con la camiseta amarilla (derecha) dominaron el Tour con sus cuerpos dopados. Imagen: AFP



    Sin embargo, el tiempo pasó y la verdad de lo que ocurrió en ese Tour del 88 empezó a conocerse. La olla podrida del doping, en esos años en que el ciclismo no era tan exigente, la destapó el diario holandés Volskskrant en 2013 cuando reveló que ocho ciclistas del equipo PDM, entre ellos Steven Rooks, se habían sometido a un proceso de dopaje sistemático para obtener beneficios competitivos en la edición del 88.

    El coctel de drogas del holandés incluía EPO, cortisona, testosterona sintética y transfusiones de sangre para mejorar su rendimiento. Así lo confirmó Bertus Fok, médico de la escuadra holandesa quien se encargaba de suministrar a los deportistas cada una de las concentraciones de doping que requerían para la competencia.

    Pero fue el mismo Rooks quien despejó las dudas y confirmó con mayor precisión lo que había sucedido hace tres décadas: “Sí, tomé EPO. Era necesario para terminar arriba en la clasificación”, aseguró el holandés quien además de ser segundo también ganó en ese año el dorsal de pepas rojas de mejor escalador.



    “La camiseta amarilla del ‘Perico’ está sucia”, titularon los diarios en su momento


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    Un triunfo con una camiseta amarilla manchada.



    Pero el ‘Perico’, ganador absoluto de ese Tour del 88, también se dopó. El español lo hizo ingiriendo probenecid, un diurético que en aquella época estaba en la lista negra del Comité Olímpico Internacional (COI) pero no en la de la Unión Ciclista Internacional (UCI).

    Una vez conocido el escándalo, los organizadores del Tour presionaron a la UCI para que el ‘Perico’ fuera sancionado, pero Luis Puig, presidente del máximo organismo, impidió la sentencia.

    Parra, en una entrevista para la revista BOCAS de El Tiempo, recordó el nerviosismo que se vivía en los hoteles de concentración de las escuadras por la situación que involucraba a Delgado.

    “Allá trataron de minimizarlo, pues era un ruido muy duro para el Tour. Trataron de manejar la cosa muy calmadamente, pero me acuerdo de que en el hotel donde estábamos había una revolución con eso. Todo el mundo lo mentaba y nos decían: “¡Ay! Delgado salió positivo”. Pero nadie tuvo esa visión de decir: “Oiga si este ‘man’ está con esa vaina, ¡pues peliémoslo!”.



    Parra le abrió el camino a Nairo, Egan, Gaviria


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    El legendario Parra se ganó el respeto en las alturas y a diferencia de Rooks y ‘Perico’ acostumbraba a llevar en su caramañola aguadepanela hirviendo para recargar combustible y aguantar las bajas temperaturas en la carretera.



    El colombiano también se refirió a la posición de su lote y aseguró que no hubo intenciones de iniciar un pleito legal por la imprudencia del ‘Perico’: “Yo estaba con un equipo español (Kelme) y vi que tampoco querían hacerle daño a España. La cosa la dejaron pasar así y eso así se quedó”.

    Y efectivamente así se quedó. Pedro Delgado se salvó de la descalificación por dopaje, Rooks confesó unos años más adelante el fraude y Fabio, el único del tridente de ganadores con el cuerpo limpio, fue engañado por todos.

    Rooks, ‘Perico’, el ciclismo, el Tour y la UCI fueron injustos con el corredor de Sogamoso (Boyacá). Ya han pasado 31 años de aquella tarde ‘maldita’ en el Tour de France y hasta ahora ningún colombiano ha logrado ponerse la camiseta amarilla de máximo líder de la ronda gala.

    Pese a ello, el protagonista de esta historia, Fabio Parra, dice esperanzado “que tarde o temprano Colombia lo va a lograr”.
     
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  5. nmacfly

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    Hombre, Fabio Parra corriendo en Kelme, y visto lo visto, no se yo como iría de limpio.
     
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  6. labeaga

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    Giro de Lombardia de 1966–Felice Gimondi mirando al suelo, levanta su brazo derecho tras superar a Eddy Merckx. Orden de llegada: Gimondi, Merckx, Poulidor, Anquetil, Dancelli y Adorni. Sprint de leyendas en el cemento del velódromo Sinigaglia en Como


    Felice Gimondi, el cartero noble que lo ganó todo

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    Gimondi (dcha) celebra una victoria junto a Poulidor
    Maestro y alumno, ídolo y emulador, Jacques Anquetil y Felice Gimondi, fallecido anteayer, coincidieron por primera vez en una gran ronda en el Giro de 1966. El francés ya había ganado cinco Tours, dos Giros y una Vuelta. El italiano, un Tour, el del año anterior. Ya era una estrella al que, empero, le costaba abandonar su oficio de cartero. Y llamaba de usted a... ¿Dios? Le profesaba una admiración y un respeto imponentes. Tuvo que ser el propio Anquetil quien le pidiera que lo tuteara.

    En ese Giro, Anquetil, a tres años de su retirada, aunque después de un par de temporadas de declive, acabaría en tercer lugar. Gimondi, en quinto. Sólo coincidirían una vez más, en el Giro del año siguiente, el de 1967. Anquetil, otra vez tercero, arrancó al ciclismo su último gran podio. Gimondi fue primero. Ganaría otros dos Giros. La "corsa rosa" fue, como italiano, su carrera favorita. Desde 1965 hasta 1978 disputó 14 ediciones consecutivas. Fue también segundo dos veces, y tercero otras cuatro. Corrió cinco Tours y siempre se clasificó entre los siete primeros, con otro podio, el segundo puesto, en 1972.




    Anquetil y él compartían una afinidad deportiva sólo accesible a los más grandes campeones. Ambos se llevaron el Tour el año de su debut. Como, antes, Coppi y, más tarde, Merckx, Hinault y Fignon. Gimondi se había impuesto en ese Tour de 1965 en su primera temporada de profesional, luego de haber triunfado en el Tour del Porvenir de 1964. También se hizo con la Vuelta el único año en el que participó (1968).

    Felice (118 victorias) era un corredor versátil. Todavía hoy, entre los italianos, el más polivalente después de Fausto Coppi. Alguien capaz de apuntarse grandes clásicas: una Milán-San Remo, una París-Roubaix, dos París-Bruselas y dos Giros de Lombardía. Alguien que, en 1973, en Barcelona, se alzó con el Campeonato del Mundo y que, en la modalidad contrarreloj, ganó el Gran Premio de las Naciones, la prueba más prestigiosa de la modalidad, en 1967 y 1968.

    Gimondi, nacido en 1942, fue puente generacional entre un terminal Anquetil (1934) y un naciente Eddy Merckx (1945). La presencia del belga en el pelotón impidió que creciera el historial de figuras como Luis Ocaña, Roger de Vlaeminck o José Manuel Fuente. Pero, sobre todo, del propio Gimondi, segundo, en duelos directos con Merckx, en los Giros de 1970 y 1973, y en el Tour de 1972. Incluso así, se clasificó por delante de él en los Giros de 1967, 1969 (el de la expulsión del belga) y 1976.

    Gimondi, junto con Anquetil, Merckx, Hinault,Contador, Froome y Nibali, pertenece al minoritario club de corredores que han ganado las tres principales rondas. Él y Merckx, a quien contribuyó a hacer mejor, se retiraron en 1978. "El Caníbal" dijo entonces: "Felice es un corredor completo, inteligente, valiente. Admiro su fuerza de carácter, su nobleza, su amabilidad. Hace honor a nuestra profesión".

    No cabe mayor homenaje
     
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    El ciclista que voló sobre el Puente del Diablo
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    Fiek nadó con la cadera rota y se subió a un murete bajo el Puente del Diablo, donde esperó tumbado a la espera del rescate.
    El alemán Fiek cayó diez metros sobre el Lago de Lugano, creyó que iba a morir, nadó hasta la orilla con la cadera dañada y esperó al bote del rescate tumbado en un saliente
    En el Gran Premio de Lugano ganó un italiano, Colbrelli, con nombre de serie americana, Sonny, pero la foto del día no fue para él, sino para el alemán Arnold Fiek.

    De vez en cuando vuela un milagro sobre el ciclismo. Sucedió en el Tour de 1951, cuando el holandés Win van Est perdió el control de su bicicleta y voló 60 metros por un barranco del Aubisque. No le pasó nada. Salió de allí con su reloj Pontiac intacto. A aquel patinazo se le conoce como El milagro del Aubisque. Más cerca, en el Giro de 2009, Pedro Horrillo voló más abajo: 80 metros de caída libre en un precipicio del Culmine di San Pietro. Se aplastó el pecho, se destrozó decenas de huesos. Pero sobrevivió. «¡Milagro! ¡Milagro!», gritaron los miembros del servicio de rescate que le encontraron allí tirado.






    El alemán Arnold Fiek patinó durante el empapado G. P. de Lugano, justo al paso por la localidad de Puente del Diablo -el nombre avisa-. Voló diez metros sobre el lago de Lugano. Se cayó al agua. Chapuzón helado. «Al saltar por la barandilla pensé que era el final», confesó. No. Era otro milagro. Tiene dañada la cadera. Pese al dolor, nadó hasta la orilla y se encaramó como pudo a un saliente. Allí esperó, acurrucado, agradecido «a Dios» bajo el Puente del Diablo. El ciclismo es un deporte milagroso.


    Fiek tiene 22 años. Es su segunda temporada como profesional. Para él, una carrera como la de Lugano es como el Tour, la oportunidad de medirse a los mejores. No le duró. Lugano, ciudad suiza con acento italiano, es un paraíso salvo en domingos así: fríos, húmedos, con las nubes más bajas que las montañas. Allí ganó en 1953 Fausto Coppi su Mundial. Aquella inolvidable vuelta al circuito en solitario. Y cerca de Lugano, en Puente del Diablo, le esperaba a Fiek su casi salto mortal. «Era una curva resbaladiza», contó a La Gazzetta dello Sport. Trató de agarrarse a la barandilla. No pudo. «Caí al agua. Noté dolor en la pierna. No perdí la consciencia», declaró.


    El vuelo duró lo que un fogonazo. Tiempo de sobra para verse morir y para, aliviado, sentirse vivo de nuevo. «La orilla estaba a unos cinco metros. Nadé». Arriba, un policía suizo le miraba, le animaba. Dio la alarma. «Me subí a un murete y esperé allí unos diez minutos», relató Fiek. Tumbado, dolorido. El equipo de socorro recurrió a un pequeño bote. «Mientras estaba allí, pensaba que en el fondo no me había ido tan mal». El primer diagnóstico habla de seis semanas de baja. No es un precio tan alto para un milagro.
     
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    Tour de Francia: el día que a José Luis Viejo le dio tiempo a tomarse un café en la meta antes de que llegara el pelotón


    • El seis de julio de 1976, José Luis Viejo logró el hito más importante de su carrera profesional: una victoria en el Tour de Francia.
    • Lo hizo en solitario, merced a una escapada de 160 kilómetros y que acabaría pasando a la posteridad
    • [​IMG]Ampliarfoto
      José Luis Viejo llega vencedor a Manosque



    En 1976 José Luis Viejo llegó al Tour de Francia como un gregario de Luis Ocaña en el equipo español Super Ser. A priori, su papel debía ser el de darle todo el apoyo que pudiera a su compañero y, si se diera el caso, arriesgar en algunas etapas para lograr algún triunfo parcial. Puede que el objetivo de situar a su líder cerca de los mejores acabar mal -Ocaña acabó decimocuarto del ganador- pero a cambio Viejo cumplió de sobra en lo de ganar una etapa.

    Era seis de julio y la carrera se dirigía hacia el sur, en busca de los Pirineos, una vez que los Alpes habían ya dejado secuelas entre los favoritos. Era la undécima etapa, la última antes de la primera jornada de descanso. Pese a ello, el pelotón decidió ahorrar fuerzas y rodar lento. Ningún favorito al triunfo final quería desgastar en exceso a su equipo.

    Era, por tanto, el día ideal para que una escapada llegara a meta. Pese a ello, la fuga se formó con un solo corredor: el guadalajareño José Luis Viejo, corredor que por aquel entonces tenía 26 años y que llevaba seis temporadas como profesional. En cuanto saltó del pelotón se puso a rodar lo más fuerte que pudo, sin mirar para atrás y sin esperar a posibles compañeros que le dieran relevos y con los que jugarse la victoria en la parte final.

    Su retardo de más de cincuenta minutos frente al maillot amarillo hacía de él un ciclista nada preocupante para los 'gallos' del pelotón. La diferencia a favor de Viejo empezó a aumentar poco a poco. En poco kilómetros se situó en diez minutos, luego en quince y luego en veinte. Nadie atrás parecía moverse. La victoria estaba, sin duda, delante.

    Los últimos ochenta kilómetros para Viejo fueron un paseo. Sabía que lograría la victoria y, aunque no podía bajar mucho el ritmo, era consciente de que sólo una catástrofe de categoría mayúscula le impediría alzar los brazos en la meta de Manosque, 224 kilómetros después de comenzar la etapa en Montgenèvre. Casi seis horas tardó José Luis Viejo en completar la distancia. En total estuvo 160 kilómetros fugado en solitario.

    El pelotón llegó a 22 minutos y 50 segundos del escapado, que establecía así el récord de mayor diferencia a favor de un fugado en la historia del Tour de Francia. Al menos, cuando el ataque se produce en solitario.
     
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    Última edición: 4 Abr 2020
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    El pelotón llegó fuera de control
    La desidia de la mayoría de los equipos permite la escapada con más margen de la historia

    Jean-Marie Leblanc tenía peor cara que los últimos días, que ya es decir. El director general del Tour esperaba la llegada del pelotón tras la línea de meta, junto a un podio por el que ya habían pasado los ganadores de la etapa hacía varios minutos. 'Sí, el cierre de control andará por los 30 minutos', voceó. 'No, claro que no vamos a eliminar al pelotón', añadió con una voz que delataba que no lo haría, pero no por falta de ganas. 'Si el número de corredores que llega fuera de control es superior al 20% de los participantes, el jurado técnico puede decidir que es un caso excepcional y no eliminarlos', explicó. 'No, no recuerdo una etapa parecida en la historia del Tour', ladró para despedirse.

    El pelotón tardó aún en llegar.Exactamente 35.54 minutos después de que el holandés Erik Dekker derrotara en la línea al español Aitor González para apuntarse la etapa, cruzaba la meta el surafricano Robert Hunter dando tiempo a todo el pelotón. Un grupo de 14 fugados había batido, ante la desidia de una decena de equipos, el viejo récord del español José Luis Viejo, que ganó una etapa en el Tour de 1976 con 22.50 minutos de ventaja sobre el pelotón tras una fuga de 160 kilómetros.


    Situaciones de Tour de los años de la guerra, como contaban los abuelos, con Coppi recuperando 35 minutos en la general o Gaul veintitantos. 'Pero esto es el ciclismo moderno', decía Manolo Saiz, director del ONCE-Eroski. 'Pero no pasa nada. Ninguno de los fugados es peligroso para la general. Por eso han podido irse tranquilos'. En el pelotón, decían los directores, no pasó nada anormal. Como si fuera normal dejar más de media hora a 14 antes de llegar a la montaña. 'Los equipos de los grandes están cansados. Llevamos 1.200 kilómetros a 42 por hora. Mal tiempo. Lluvia. Contrarreloj por equipos. Esto es muy duro y queda mucho', intentaba analizar Eusebio Unzue, del iBanesto.com. Todos hablaban de juego táctico. El US Postal, al parecer, no está tan bien como debería y cuando se le ha pedido que tomara la responsabilidad del pelotón como equipo del líder saliente y gran favorito, Lance Armstrong, ha dicho que nones. Nadie ha tirado. Ni siquiera nadie ha atacado para ver si era verdad lo que corría de boca en boca, que el US Postal quería un día tranquilo porque necesita recuperar a Heras, muy tocado de su rodilla derecha, antes de llegar a la montaña. Había un puerto de tercera y nadie puso a prueba al equipo de Armstrong. El estadounidense está ahora a más de 35m en la general del líder, el australiano O'Grady, que recuperó el maillot amarillo al ser el mejor colocado de los fugados. En los tiempos de Armstrong, todos los favoritos: Beloki, Botero, Ullrich...

    A O'Grady, sprinter alérgico a la montaña, nadie le concede la más mínima oportunidad, tampoco al segundo, el francés François Simon, que el año pasado terminó a más de dos horas de Armstrong; ni siquiera al tercero, el holandés De Groot. Se fijan en el cuarto, el kazajo del Cofidis Andréi Kivilev, escalador y especialista en vueltas de una semana (este año ha ganado la Ruta del Sur en los Pirineos). Uno de los damnificados de los abanicos de Verdun, Kivilev, de 27 años, llega a la montaña con 13 minutos sobre los favoritos. Los viejos seguidores del Tour tiraban de memoria. Los jóvenes, de base de datos. Salen dos nombres y dos años: 1956, Roger Walkowiak, rodador, mediocre escalador, que logra una gran ventaja con una escapada permitida entre Lorient y Angers y después resiste a los escaladores en la montaña y gana el Tour. 1990. Claudio Chiappucci. Escapada en Futuroscope, el primer día. Más de 10 minutos de ventaja para el italiano, entonces desconocido, que sólo puede ser doblegado por LeMond en la última contrarreloj y acaba segundo.

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    El holandés Erik Dekker levanta los brazos en señal de triunfo en la meta.
     
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  10. labeaga

    labeaga Miembro Reconocido

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    Julio Jiménez casi deja fuera de control a Bahamontes

    El Relojero de Ávila ganó en solitario en Bagnéres. El toledano comenzó a sufrir en el Aubisque, en su terreno, en las rampas elegidas por Julio para lanzar un ataque feroz.
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    Julio Jiménez fue un ciclista tardío, que no debutó en el Tour de Francia hasta los 29 años. Su irrupción, eso sí, resultó apoteósica. En 1964 conquistó dos etapas (Andorra y Puy de Dôme) y acabó séptimo en la general. En esa misma edición, Federico Martín Bahamontes, seis años mayor que él, se subió al tercer peldaño del podio, tras Jacques Anquetil y Raymond Poulidor, y redondeó su sexta victoria en el Gran Premio de la Montaña.

    Al año siguiente, todo iba a cambiar. Fue en la novena etapa, entre Dax y Bagnères de Bigorre, en un recorrido que incluía el Aubisque y el Tourmalet, en esos míticos Pirineos que tantas veces vieron triunfar a Bahamontes. El toledano comenzó a sufrir en el Aubisque, en su terreno, en las rampas elegidas por Julio para lanzar un ataque feroz.

    Julio consiguió la victoria en solitario, con 3:18 minutos sobre André Foucher. Bahamontes penó por detrás para terminar y cruzó a 38:34 del Relojero de Ávila, en la penúltima posición, a un minuto y medio del fuera de control. Al público que inundaba la meta ya le habían llegado noticias del calvario del toledano, al que esperaron para dedicarle una calurosa ovación.

    Al día siguiente, Bahamontes se retiró del Tour para siempre, pero lo hizo a su manera, con un ataque inesperado en el Aspet. ¿Había resucitado el Águila de Toledo? Eso es lo que debieron preguntarse seguramente sus rivales, que avanzaron varios kilómetros sin divisar al escapado, con un mosqueo terrible. Fede se había escondido en unos matorrales, donde esperó el paso del coche escoba. Siempre ha sido amigo de travesuras así.

    Julio Jiménez conquistó una etapa más en aquel Tour de Francia, en la alpina Aix les Bains, y se llevó la Montaña, que encadenó durante tres ediciones. Suyo fue el reino de Bahamontes, que en aquel mismo 1965 se retiró del ciclismo en la Escalada a Montjuïc.
     
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  11. labeaga

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    El día que Hennie Kuiper doblegó el adoquín

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    En la edición de 2015 de la París-Roubaix, al volante del Team Sky estará una leyenda viva de la carrera más singular del ciclismo. Dice Servais Knaven que para ganar en Roubaix, él lo hizo hace 14 años, son necesarias experiencia, fuerza y buena suerte. Lo sabe bien, salió 16 veces desde Compiegne y llegó otras tantas al santuario peraltado.

    Hace cuarenta años, en Roubaix sonaban las coces de De Vlaeminck, Moser, Merckx, Raas y Hennie Kuiper, nuestro hombre de hoy. Como Knaven, Kuipper es holandés y como Knaven, Kuiper podría escribir un libro sobre las cabronadas del infierno del norte, que son muchas, variadas y sorprendentes. Hasta 1983 Kuiper fue nueve veces top ten en las diez que había tomado la salida y ese año estaba dispuesto a torcer la historia.

    A su undécima Roubaix Kuiper llegaba mejor que nunca. Había sido un invierno de perros, con lluvia y frío, tremendo viento, jornadas de entrenamiento que te costaban años de vida, normal y deportiva. Sin embargo Kuiper se declaraba presto, a tope: “Entrené mejor que nunca, muy duro”. La carrera no le fue a la zaga. Se salió a mil por hora y hasta Arenberg la sucesión de acontecimientos fue tal que el desgaste psicológico empezaba a pesar en las piernas y encima cabía entrar en la recta.

    De aquí salieron dieciséis unidades. Entre otros, se sostenían en vanguardia Francesco Moser, Gilbert Duclos-Lasalle, Yvon Madiot, Alain Bondue, Stephen Roche y el mentado Kuiper por cuya cabeza rondaba la necesidad de romper aquello cuanto antes a la vista de su pobre sprint en caso de llegar juntos.

    Dicho y hecho, en el Carrefour de l´ Arbre Kuiper pone toda la carne en el asador. Es un todo o nada, la forma de rematar esas ediciones que otras veces le dejaron con las ganas de ganar. Kuiper se marcha solo y mete metros a sus perseguidores. La cosa parece hecha. El rocoso holandés vuela hacia meta. Parece que el triunfo que precisaba su palmarés de culto estaba por llegar. Sin embargo en Roubaix los elementos son insospechados.

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    A seis kilómetros de meta un imprudente fotógrafo en la cuenta no da el paso a atrás toda vez ya había encuadrado su ídolo. Kuiper trata de esquivarlo y revienta el tubular en un recoveco entre adoquines. Otra vez, fantasmas de antaño aparecen, pero en esta ocasión los coches, esos que en Roubaix tardan una eternidad en devolverte a la ruta, aparecen rápido y le reponen la bicicleta con el tiempo suficiente de llegar solo, empañado en polvo, gaznate seco, y ambiente fresco, al velódromo más querido.

    Hennie Kuiper fue un ciclista de los que podríamos llamar de culto. Estos días que tanto opinamos del singular bagaje de Brad Wiggins cabría reivindicar figuras como Kuiper, porque hoy serían inimaginables. Sumó 83 triunfos en 16 temporadas, entre otros fue campeón olímpico en Múnich, aquella que derramó tanta sangre por la sinrazón terrorista, y del Mundial de 1975. Además pisó dos veces el podio del Tour, donde ganó en Alpe d´ Huez y se quedó a un paso de ganar los cinco monumentos, sólo le faltó Lieja, curiosamente ese que dicen ser el más afín para los vueltómanos.
     
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  12. jotabr

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    Ayer mismo ví esta historia en youtube, contada por La Gran Cosa Verde, tiene videos sobre ciclistas muy interesantes y amenos.
    Saludos
     
  13. labeaga

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    No la conozco (La Gran Cosa Verde), gracias por compartirlo
     
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  14. davidforomtb

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    Pues sois almas gemelas...

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  15. labeaga

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    Flandes, 1977. Historia de una sombra, un vagabundo y un bohemio


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    De Vlaeminck en el Tour de Flanders en 1978




    “Una carrera tan bonita… y tú tenías que arruinarla”. Roger apenas puede creer lo que sucede. Acaba de pasar la meta, aún está en éxtasis, el objetivo de tantos años al fin cumplido. Y entonces allí se planta aquel hombre, aquel tipo gigantesco que huele un poco a pescado y le habla a gritos, rojo su rostro, las venas a punto de partírsele en el cuello. “Sí”, dice, “lo sabes perfectamente, has arruinado esta carrera”. Roger, Roger de Vlaeminck, niega. Qué va a hacer. Se lo llevan al pódium. No olvidará el momento.

    El domingo 3 de abril de 1977 hace frío y llueve en la Minderbroedersstraat de Brujas. Los ciclistas tienen que recorrer 256 kilómetros retorciendo los exigentes caminos flamencos antes de llegar a Oudenaarde, donde acaba ese año De Ronde van Vlaanderen. Entre medias muros, adoquines, nieve. Caídas, enganchones y pasión, mucha pasión, la de un pueblo que es más que un pueblo, que es todo un pueblo. La carrera más importante para los flamencos. Cerveza y gritos. De Ronde.

    En 1977 Eddy Merckx es la sombra de una leyenda. Lleva diez años sometiendo a su cuerpo a tales cargas de exigencia, castigando a su organismo con una severidad tal que, al final, sus músculos han dicho basta. Son tres años sin ganar una Gran Vuelta, y sus apariciones en cabeza durante las Clásicas son cada vez menos frecuentes. Corre, de hecho, con un maillot extraño, ese azul y blanco de la Fiat que dirige Geminiani y que viste a un hombre cansado, a un rostro contraído por el esfuerzo, casi marcado por una vejez que no es tal. Pero los héroes que retan al tiempo ven cómo el tiempo acaba por tomarse su venganza antes en ellos que en el resto de los mortales. Merckx es, ese 3 de abril de 1977, una leyenda, sí. Pero una del pasado.

    Con todo, es Eddy Merckx. Nada menos que Eddy Merckx. Sobre todo Eddy Merckx. El mejor ciclista de todos los tiempos. Aquel que ha dominado aquella carrera un par de años antes con una demostración titánica. Ya no gana casi nunca, vale, pero sigue siendo él. O Él. Por eso, cuando a falta de algo más de cien kilómetros a la meta, Eddy Merckx se marcha en solitario, todos los ases se miran. No se desprecia a quien venció batallas en solitario ante ejércitos enardecidos. No se toma en broma a quien dibujó versos en el barro. El pelotón se estremece. Eddy rueda solo. Todos sienten que algo está a punto de pasar. Los grandes capos pasan a las primeras posiciones del grupo. Entre ellos, claro, Maertens.

    Freddy Maertens resulta tan icónico que, en ocasiones, parece un producto inventado. El chico rubio, alto, fuerte. El emblema de un pueblo, el flamenco de pura casta, el que corre para ese Flandria que es más que un equipo, que es más que un grupo, que es nada menos que el latir de una nación que se siente existir pero no contempla su existencia. Maertens es, además, un poquito bohemio, pero también ciclista. Uno de los mejores, si no el mejor del planeta por aquel entonces. Un devorador de victorias que viste el maillot de campeón del mundo. Y alguien que, además, odia a Eddy Merckx. Porque Merckx, flamenco de nacimiento como confiesa su apellido, cruzó con su familia la frontera lingüística siendo un niño. Y lo hizo con todas las consecuencias. Habla ambos idiomas, pero se expresa mejor en galo. Y, suprema osadía, pronunció sus votos matrimoniales en francés. A partir de entonces los flamencos, los ciclistas flamencos, han prometido odio eterno a Merckx. Desde el viejo y retirado Van Looy hasta Verbeeck o Monsere. Y, el que más de todos, Maertens. Maertens con su forma alocada de correr, con su velocidad final, con su manera de mandar en las carreras, siempre en cabeza, siempre al ataque. Estilo Merckx, le dicen los periodistas. Y él replica, airado. “Estilo Maertens, siempre estilo Maertens”. Ambas estrellas tienen un enfrentamiento personal desde el Mundial de 1973, el que debió ser para Eddy, el que casi gana Freddy, el que se llevó Gimondi en un caluroso Montjuic. Si depende de Maertens, Merckx no ganará. Por eso a nadie sorprende que el joven salte del grupo. Y que a su rueda se suelde Roger de Vlaeminck.

    Ambos recuperan rápidamente terreno sobre un Merckx que, con todo, sigue ampliando diferencias sobre los demás. La batalla es intensa, cruenta, y se reproduce en ocasiones bajo la nieve, siempre con un frío glaciar por paisaje. Los rostros de los protagonistas están contraídos, manchados por el barro, enmuecados de dolor. La pareja se va acercando a Eddy que, a su vez, avanza de forma decidida hacia el gran muro. El Koppenberg.

    La organización ha sido clara, no permitirá cambio alguno de máquina antes o durante el Koppenberg. La razón es que este berg es tan empinado, son tan irregulares sus adoquines (kinderkopje los llaman en flamenco, cabezas de niño, por su disposición totalmente anárquica) que llevar el desarrollo necesario para superarlo puede cambiar por completo la mecánica de la bicicleta. En otras palabras, si pones un piñón lo suficientemente grande para pasar con soltura el Koppenberg quizá estés sacrificando uno lo suficientemente pequeño como para rodar con velocidad en el llano. De ahí la prohibición. De ahí la transgresión de Maertens. Porque Freddy ha cambiado de montura. Ha sido una avería mecánica, dice. Pero los jueces van al coche de Driessens, el director del Flandria, y ven que no hay tal, que la bici está perfecta. Así que, en mitad de la carrera, mientras dos persiguen a uno, se acercan a Maertens. Estás descalificado, puedes continuar corriendo pero no contarás para la victoria. Freddy Maertens no puede creer su desgracia. Y su compañero de escapada, Roger de Vlaeminck, no puede creer su suerte.

    Porque Roger de Vlaeminck, el hombre con mentalidad de vagabundo, el que siempre sabe sacar partido de cualquier situación, está buscando completar los Cinco Monumentos, algo que solamente dos corredores antes que él han conseguido. Uno es el gran ídolo histórico de flamencos como de Vlaeminck: Rik van Looy. El otro, el enemigo impío: Eddy Merckx, quien va ahora por delante de ellos dos. El francófono al que persiguen dos flamencos. Y Roger habla con Maertens. “Tú ya no cuentas, he escuchado al juez, pero, si desfalleces ahora, la carrera va para ese perro de Eddy Merckx. Ayúdame, tira de mí todo el tiempo, y conseguiremos que él no gane. Además, te recompensaré generosamente”, dice sonriendo. Y Maertens acepta, no por el dinero, sino por perseguir a Merckx, por seguir realizando lo que será una constante en su vida.

    Y ambos, claro, alcanzan al viejo campeón. Y lo superan en plena subida al Koppenberg, a ese lugar sagrado que ha decidido la victoria con su influencia muchos kilómetros antes de afrontarse. Y siguen así hasta la meta, siempre el joven Maertens por delante, siempre el zorro de Vlaeminck a su rueda. En la línea de meta no hay sprint. De Vlaeminck entra vencedor, el quinto Monumento diferente, el quinto círculo de Dante, el de la Ira y la Pereza, el del Leteo. Maertens entra sin pedalear, sonándose la nariz, con una gestualidad física que deja bien a las claras que no ha podido o querido disputar esa llegada. Todos han ganado. Roger tiene su quinto monumento, Freddy un buen premio económico y la no victoria de Merckx, y Eddy ha mantenido alto su orgullo de campeón irreductible. Pero el público no está contento. Hay acusaciones de fraude, hay intentos de agresión a de Vlaeminck. Los jueces se acercan a Maertens y le dicen que está readmitido, que podía haber disputado la victoria. El flamenco monta en cólera, grita, amenaza a todos y a todo. Más tarde reculan, vuelven a descalificarle. Hoy en día el segundo clasificado de aquella carrera aparece nominado con una “X”. En el Museo de la prueba, en Oudenaarde, allí donde se exponen adoquines con todos los nombres de cada una de las ediciones de De Ronde van Vlaanderen, la edición de 1977 tiene la particularidad de protagonizar dos kinderkopje. En la primera de ellas aparece el nombre del ganador, Roger de Vlaeminck. En la segunda se puede leer: Freddy Maertens, ganador moral.

    Fue la más recordada de todas De Ronde van Vlaanderen. La más polémica, simbólica y competida. La más tenaz. La de mayor orgullo. Orgullo flamenco. De Ronde.

    Por cierto, ¿recuerdan al airado espectador del primer párrafo? Dos años después aquel hombre enorme que olía a mar (era pescadero) llamó a la casa de Roger de Vlaeminck para disculparse. Era un fan acérrimo de Maertens y no podía entender cómo había acabado aquella carrera. ¿Podría, quizá, reunirse con Roger para acabar de arreglar las cosas? De Vlaeminck se niega, recuerda a aquel tipejo gigantesco. Hable usted mejor con mi hermano Eric. Al final Eric de Vlaeminck y el comerciante se reúnen. “Quizás esto pueda hacer olvidar mi mal comportamiento”. Y 20.000 francos cambian de manos. “Así se resuelven estas cosas”, recordaban años después los de Vlaeminck, “con dinero de por medio”. Y se miraban, pícaros, hablando de más por hablar de menos. Geniales.
     
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    Última edición: 8 Abr 2020
  16. labeaga

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    Coppi inauguró la cima y Bartali le dio su rueda

    El Alpe d’Huez recibió su bautismo en el Tour en 1952, aunque luego hubo que esperar 24 años a la siguiente visita. Su cima la inauguró un mito, Fausto Coppi, que venció igualmente en las otras dos llegadas en alto: Sestriere y el también debutante Puy de Dôme. La contrarreloj de Nancy y la etapa pirenaica de Pau completaron el repóquer del Campionissimo.

    • [​IMG]
      Coppi

      Aquella 10ª etapa, el 4 de julio, sobre 266 km desde Lausana, rodó tranquila hasta Bourg d’Oisans. Jean Robic atacó primero. Coppi le atrapó y, tras rodar un tramo juntos, se fue en solitario a falta de 6 km. En el alto aventajó en 1:20 al francés y se enfundó el maillot amarillo con 5” sobre su compatriota Andrea Carrea. Ya no lo soltó. Un español, Antonio Gelabert, se clasificó cuarto, a 3:22.

      Fausto Coppi dominó el Tour con 28:17 sobre el belga Jan Ockers. Bernardo Ruiz fue tercero a 34:38. Era el primer español de la historia en el podio.

      Sin embargo, el Campionissimo estuvo a punto de no correr. Tras ganar el cuarto de sus cinco Giros, Coppi y su eterno rival, Gino Bartali, tuvieron una reunión en Milán con las autoridadades de su ciclismo y otro ilustre, Fiorenzo Magni. Fausto puso condiciones para ir al Tour: “No acepto correr con Bartali. O él o yo”. Il Ginettaccio respondió: “Tengo 38 años, no voy a ganar el Tour”. Y Coppi replicó: “Te contentarás con acabar delante de mí en París”. Adriano Rodoni, presidente de la Unión Velocipédica de Italia, decidió retirar el equipo. Pero los organizadores reaccionaron rápido y lograron un acuerdo, con el periodista Albert Van Laethem como mediador. Fausto desconfiaba, pero aquel Tour ofreció una imagen para el recuerdo: Bartali le dio su rueda cuando sufrió una avería camino de Mónaco.
     
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  17. labeaga

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    Un plátano para perder el Giro
    La batalla de 1949 la desencadenó Coppi mientras Bartali comía

    [​IMG]
    Coppi, a la llegada del Giro de Italia de 1949 a Monza.
    Bajo la tormenta, el Giro comienza a desencadenarse en los Dolomitas, hace 70 años. Es la primera gran etapa de la edición de 1949. Frente a frente, el campeón veterano, Gino Bartali, y el aspirante, Fausto Coppi. Bartali y Coppi son las dos Italias después de la II Guerra Mundial. El viejo, ganador de dos ediciones del Tour con 10 años y una sangrienta contienda de por medio, aspira a seguir reinando; el joven, pujante, moderno, quiere doblar la esquina del ciclismo.

    Los dos han padecido los rigores de la guerra. Bartali, se sabrá muchos años después, sirviendo de correo a la Resistencia, salvando las vidas de cientos de judíos, cuyos documentos transportaba escondidos en el cuadro de su bicicleta. La salida del Giro en Israel de 2018 tiene mucho que ver con su legado.

    [​IMG]Gino Bartali
    Coppi, ganador del Giro de 1940, movilizado en la Divisione Ravenna, aún tiene tiempo de batir del récord de la hora en el Velódromo Vigorelli de Milán antes de ser enviado a Túnez en marzo de 1943. Fausto fue hecho prisionero por los británicos cerca de Capo Bon. El 17 de mayo de 1943 fue internado en Megez el Bab y luego trasladado al campo de concentración de Blida, cerca de Argel. El 1 de febrero de 1945, Fausto Coppi es reclutado como motorista agregado a la Royal Air Force, y regresa al sur de Italia bajo el control de los Aliados. En Caserta, Coppi es asignado como conductor del teniente Towell, de la RAF. El oficial no sabe nada de ciclismo y no sabe quién es Coppi, pero se da cuenta de que en el campo británico el campeón disfruta de una popularidad inmensa, así que pregunta por él, le anuncian que es un gran campeón y le da permiso para entrenarse.

    Pero Coppi no tiene bicicleta. Se tiene que poner en contacto con Gino Palumbo, redactor de La Gazzetta dello Sport y su futuro director, que lanza una campaña para conseguirle una. Las cosas son tan precarias que sólo tres lectores ofrecen la suya. Se queda con la de un carpintero de Grumo Nevano, que ni siquiera es de su talla. Cuando por fin queda liberado de su servicio en la fuerza aérea británica, llega el momento de regresar a casa. Lo hace en bicicleta, desde Somma Vesoviana, hasta su hogar en Novi Ligure. Son 817 kilómetros que los hace en menos de dos días. Después regresa a la competición, y en 1949 se enfrenta en su gran duelo con Bartali, que se resuelve por un plátano.

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    Coppi y Bartali, en el Tour de 1949.

    Lo relata la magnífica crónica de Dino Buzzati, en el Corriere della Sera, del día siguiente: “Dentro de poco volverá a empezar el castigo. Mientras, con carretera casi llana, el grupo se reorganiza, se diría casi que se han declarado un armisticio. Comen, beben, se quitan el barro de la cara, alguno bromea. Los nervios se distienden un poco, ¿Será el Pordoi escenario de la batalla final? Bartali pela un plátano a dentelladas. Bastan esos dos segundos en que su atención se centra en la fruta: al levantar la vista ve que tres hombres han tomado la delantera. ¡Escapan!, oye gritar a alguien. Se deshace del plátano. Se encorva y alarga el trasero de esa manera suya tan curiosa para aplastarse contra la bicicleta. Pisa a fondo”.

    Ha sido Alfredo Martini, que todavía sangraba del codo tras una caída en el anterior descenso, quien tuvo la idea de pertubar el almuerzo de sus compañeros. Le siguieron Coppi, Leoni y Passoti, atentos al golpe mientras los demás comían. Bartali encuentra ayuda. Tiene a Jomaux, uno de sus gregarios. Le pide más ritmo, pero Jumaux no puede. Coppi se va. Bartali intenta hacer el esfuerzo, pero cuando cree que lo va a conseguir ve cómo se le deshincha el neumático trasero. Un pinchazo. Tiene el coche del equipo cerca, pero el cambio de rueda, por la discusión con su director sobre qué hacer, retrasa la maniobra. Cuando Bartali levanta la vista ya no se ve a los escapados.

    Al pie del Pordoi, la diferencia de los escapados es de 1m 55s. Dice Buzzati: “¿De verdad ha sido todo por una pequeña distracción o hay algo más? Fíjense en Fausto Coppi. ¿Escala? No, no escala. Corre, sencillamente, como si la carretera fuese llana como una mesa de billar. Desde lejos se diría que ha salido a dar un alegre paseo”. Y tanto, en la cima, Coppi, que se ha deshecho de sus acompañantes, ya le saca más de cinco minutos a Bartali. En lo alto del Gardena, la ventaja ha aumentado medio minuto más, pero Coppi no se fía de Bartali, y sigue como un autómata, aumentando la diferencia.

    CLASIFICACIÓN FINAL
    • Fausto Coppi: 125h 25m 50s
    • Gino Bartali: a 23m 47s.
    • Giordano Cottur: a 38m 27s.
    • Adolfo Leoni: a 39m 01s.
    • Giancarlo Astrua: a 39m 50s.
    Cuando llega al velódromo de Bolzano, lo hace siete minutos y dos segundos antes que su rival, que entra tercero en la meta, pero por las bonificaciones de toda la etapa, la ventaja real es de casi nueve minutos. Segundo entra Leoni, que porta la magliarosa, que ha defendido como un titán, y que salva por 28 segundos. Lo conservará cinco etapas más, hasta la jornada entre Cuneo y Pinerolo, cuando Coppi desató la tormenta final y distanció a Bartali, segundo aquel día, 12 minutos más después de la ascensión a la Madeleine, Izoard, Montgenevre y Sestriere. Los otros, destrozados, empezaron a llegar siete minutos después del viejo y cansado Bartali.
     
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  18. labeaga

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    Giro de Italia 1974

    Los Prolegómenos

    El Giro de 1974 se presenta como una edición llena de interrogantes que despejar. A priori se acude a la cita con un líder mundial claro, Merckx. Sin embargo resulta necesario señalar, que el caníbal a cada año que pasa muestra ciertos visos de dificultades para derrotar a sus rivales en las grandes rondas, que últimamente se le lanzan al cuello como ordas de lobos hambrientos. Desde luego, siendo un ciclista respetado y venerado, en aquella época no podemos hablar de esa especie de pánico escénico y terror de la que muchos “líderes”, (entrecomillados al demostrar su categoría, o bien una vez terminan contrato, o bien caracterizándose por desplegar un anticiclismo cimentado en adoptar las decisiones menos arriesgadas posibles, basando su postura en el hecho irrefutable de que hoy en día un top 10 de una grande ya está bien remunerado, y da para entrar en una escuadra pro Tour), hacen gala de continuo cuando se trata de poner en aprietos a una supuesta figura de líder inaccesible. A Merckx se le atacaba de cualquier modo y en cualquier terreno, y aún a pesar de que en el 90% de los casos el contraataque de Merckx solía ser brutal y definitivo, esto no amedrentaba a sus rivales.

    Dicho esto, y volviendo a la carrera, es un hecho que tras años de dominio en las vueltas de 3 semanas, no menos es cierto que Merckx (y aún a pesar de sus tremendos resultados en clásicas en el 75 e incluso adelante) comienza a dejar entrever la llegada de un otoño en su trayectoria deportiva. Nadie se imaginaba lo que llevaría a cabo durante el final de Primavera y verano de esa temporada (Giro, Tour y mundial…casi nada). Sin embargo, volviendo a lo que se mascullaba en aquella primavera del 74 lo cierto es que Merckx parecía un hombre accesible. La temporada de clásicas y carreras Pre Giro, había sido una acumulación sostenida de puestos de honor, pero pocas victorias. 2º en Gante Webelgen, en Setmana Catalana, 3º en París Niza, 4º en Flandes y en Roubaix…(eso si...al final de temporada llegó casi a las 40...pero es que Eddy llevaba pasando de las 50 desde el 70, y en el 68 y 69 corriendo menos había ganado más). Para muchos otros, estaríamos hablando de resultados extraterrestres, pero hablamos de Merckx. El mejor ciclista de todos los tiempos. Sin embargo en la época que competía Merckx, lo que eleva todavía más si cabe la catadura de sus proezas, existía un elenco de rivales absolutamente inigualable, en lo que se ha denominado durante mucho tiempo como la época dorada del ciclismo.

    En aquel Giro aparecía como figura emergente y amenaza nº 1 para el Caníbal, Jose Manuel Fuente “el Tarangu”. Quizás hablamos de uno de los 3 escaladores más dotados de la historia junto con Bahamontes y Pantani (a Gaul lo considero de una forma distinta. Yo creo que Charly Gaul representa la vena más mística dentro del ciclismo. En condiciones normales en cuanto a potencial lo veo por detrás de los 3 anteriormente mencionados, sin embargo del luxemburgués diría que ha sufrido episodios de auténtica ciencia ficción, en las que bajo una mirada hueca, en un estado de éxtasis místico, como poseído por dios, resultaría imbatible para cualquier ser humano. Es difícil de explicar, pero los días en los que Gaul surgía en esa su forma cuasidivina…hubiera sido imbatible en un tu a tu para cualquier ciclista de cualquier época en el mejor momento de su trayectoria) . Pero sobre todo, el Tarangu destacaba por el absoluto convencimiento en sus fuerzas, el desprecio hacia cualquiera de las formas y variantes prácticas o tácticas del ciclismo, un espíritu vehemente, y sobre todo el hecho, de que a pesar de que solía hacer declaraciones bastante humanas y centradas, en ciertos momentos parecía un auténtico pirado de manicomio con necesidad de ser sedado. El Tarangu es el escalador más anárquico de todos los tiempos. El más zurrado, uno de los más engreídos, y por todo ello uno de los más míticos. Realmente si cogiéramos la cabeza de Luc Leblanc y la capacidad y valentía de Pantani, obtendríamos algo aproximado a lo que era Fuente. José Manuel Fuente era un auténtico arma de destrucción masiva. Tan peligroso para sus rivales como para si mismo. Es curioso que 2 de los 3 hombres más dotados para el ciclismo en España como fueron Ocaña y Fuente, tuvieran una vida tan plagada de infortunios (exagerado en el caso de Ocaña, junto con Miguel Induráin, el más grande ciclista español de todos los tiempos, y sin duda el más completo...ya que Induráin siendo un gran escalador no lo era tanto como Ocaña, m,ención aparte el navarro no se prodigó en exceso en Criteriums y clásicas. Por otro lado "el Tarangu" no dejaba de ser un grimpeur puro y duro).

    Fuente venía de vencer su 2º Vuelta España. Vuelta donde había dado grandes exhibiciones como la del Naranco, o en los ángeles de San Rafael, pero que aún así estuvo a punto de perder el último día en una CRI en la que Agostinho se salió y Fuente perdió más de la cuenta, salvando el amarillo por 11 pírricos segundos. El caso es que Fuente había programado su gran pico de forma para el Giro, carrera que amaba, y prueba en la que era un verdadero ídolo de masas, sabido es el amor incondicional que se profesa en Italia a los “locos de la colina”.

    Sin embargo, como en todo Giro de Italia, esto no se supone un duelo entre extranjeros, y menos en el país donde mayor y más ferviente devoción se profesa por una ronda de 3 semanas. Tenemos en linea de partida a Baronchelli, una de las más firmes promesas del ciclismo italiano, ganador del baby Giro en el 73, recién pasado a pross, pero que ya era mirado de soslayo por la mayor parte de favoritos. De los jóvenes también destacaban Battaglin y Francesco Moser (a diferencia de Baronchelli ellos si llegaron a ganar la Corsa Rosa), prácticamente de la misma quinta que el anterior. Moser ya había vencido una etapa el año anterior; sin embargo, Cecco aún estaba lejos de los grandes resultados que alcanzaría en años posteriores (aún así en el 74 ganó París Tours). Felice Gimondi, una de las máximas leyendas del ciclismo italiano, ganador ese mismo año de la MSR. Y si eso decimos de Gimondi, que decir de Bittossi, otro de los grandes entre los grandes del país de la bota.

    En relación a la participación extranjera, esto no comenzaba y acababa en Merckx (que casi tenía la obligación en acudir al haber vencido en el 72 y el 73). El imprevisible Gosta Petterson, el mítico Roger de Vlaemick “el gitano”, o el super Pistard Patrick Sercu entre otros, conformaban en total una alineación de salida para la carrera de primerísima línea. Y se podría hablar de mucho más corredores como Panizza, Conti, etc…

    En cuanto equipos, sin duda el Molteni de Merckx representa una especie de US Postal de los años de Armstrong. Una máquina perfectamente engrasada siempre dispuesta a trabajar para su líder. El KAS del Tarangu es en cuanto a calidad, una especie de kelme de finales de los 90 plagado de grandes y combativos escaladores, pero tácticamente se asemeja mucho más una escuadra tipo GB MG o Ariostea, ya que las jerarquías están totalmente difuminadas, y cada cual hace lo que sale de ahí cuando le apetece. El caos es el pan nuestro de cada día en un plantilla con tíos muy buenos como Galdós, López Carril, Lazcano (también estaba González Linares…). Destacar el Brooklyn de De Vlaemick, Sercu y Panizza, o el SCIC de Baronchelli y Bittossi. A modo de anécdota decir que en el MAGNIFLEX de Gosta Petterson, corría también Sandro Quintarelli, uno de los directores más emblemáticos junto con Boifava y Martinelli, del mítico CARRERA.

    El recorrido

    El Giro de 1974 era un Giro más o menos al uso. Había sprints, había media montaña tipo encerrona, había llegadas explosivas y había 2 jornadas de montaña sideral. Era un Giro duro, pero no era una salvajada. Eso si…los cronners tenían todo el derecho a estar disgustados, ya que solo había programada una CRI en la 12º etapa de 40 kms, que se antojaban un tanto escasos (y decían que el Giro 2007 estaba descompensado...). 4000 kms pelados de recorrido, lo cual ya era bastante (en la Vuelta ese año se habían hecho menos de 2900…pero bueno…era la Vuelta…), con montaña desde el 3º día con la ascensión al Agerola y al Faito, dos puertos no excesivamente duros en principio. En la 9º etapa se ascendía un puerto como el Carpegna que ya son palabras mayores. En esta ascensión, en el Giro del 73, el año anterior, Fuente se dejó hasta el apellido, en una de sus típicas idas de olla (a saber, no habría comido o cualquier historia del estilo…). Hablamos de una ascensión de porcentajes muy duros, pero bastante corta. 6 o 7 kms con una media en torno al 9, 10%. Una ascensión 100% explosiva.

    En la 11º etapa se subía un puertecillo no muy duro como es el Radici, finalizando en el Giocco. Para hacerse una idea, este último es una tachuela del tipo Colleto del Moro. 4 kms más o menos con rampas siempre por encima del 9%. Al igual que el final del Carpegna, aunque en este caso más acentuado, una subida para gente muy explosiva.

    El día que se llegaba a San Remo se programaban subidas de no mucha trascendencia como eran Langan o Ghimbegna, en ningún caso se ascendía más allá de los 1100 m. En la 16º jornada se termina el día en el Monte Generoso, cumbre de entidad del 7-8% de media y de unos 12 kms.

    A partir de aquí, tras algunas llegadas en alto, que siendo abundantes, por ahora eran más espectaculares que superconsistentes en cuanto a jornadas de montaña, la cosa se pone seria. Para la decimoséptima etapa se programan las subidas al Gallo y al San Fermo, al día siguiente el Sommo y el Valsugana, para dar paso a la traca final con las 2 típicas jornadas superespectaculares del Giro. Los tappones. Primero la que incluía subidas al Monte Rest, el Mauria y las Tre Cime di Lavaredo (como veremos el Tarangu montó una escabechina bestial. Pues bien…la etapa de este año del Giro es bastante más dura que la del 74...lo que pasa es que no hay los colgados como los que corrían en los 70), y el colofón final, sobre casi 200 kms una etapa que se ha convertido en uno de los expedientes X del ciclismo, con una ascensión final rarísma, con declaraciones contradictorias, con una versión absolutamente demencial, pero imposible de ser desmentida con rotundidad, en un día de perros, y una niebla increíble. Se subieron Falzarego, Valles, Rolle, y el Monte Grappa, una mole bestial del Veneto, de lo menos 20 kms y media muy seria (entre el 7 y 8%). Una especie de Stelvio, antes de terminar al día siguiente con el paseo hacia Milan…vamos…sinónimo de espectáculo.

    El Monte Grappa

    Resulta necesario señalar que además de por todos los motivos señalados, el expediente X sucedido en el Monte Grappa eleva a la categoría de mítica y legendaria, la corsa rosa del año 74.

    En breves pinceladas que serán convenientemente desarrolladas más adelante, el resumen de los acontecmientos es el siguiente. Fuente comienza el Giro de forma arrolladora lo que hace vaticinar un paseo triunfal del asturiano, ya que en la montaña de la 1º semana, que siendo exigente no es nada en compración a lo que viene en la 2º fracción de la carrera, se pone líder demarrando siempre que tiene ocasión cuando la carretera se empina, y marchando hacia adelante con una facilidad pasmosa. Camino de San Remo en una pájara antológica se deja hasta el apellido, tras ya haber (en este caso nada fuera de lo normal...bien es sabido que fuente y las cronos...como que no), dilapidado gran parte de su renta en la crono de 40 kms. Más que el palo físico de una minutada escandalosa (9-10 minutos o así), el palo moral es soberano y morrocotudo. Y sin embargo, sin pensárselo dos veces el Tarangu se lanza en los siguientes días en la obra faraónica de reducir a la mínima expresión esa desventaja, haciendo parecer la remontada de Pedro Delgado en el tour del 89 una partida del juego de la Oca. En una tarea de chinos, sobre todo a tenor de los cocos a los que se estaba enfrentando, y a base de recitales y exhibiciones "hors categorie", (ganó 5 etapas si...pero es que le dio tiempo hasta regalar una etapa a Lazcano), el Tarangu se plante el último día con una diferencia algo superior a los 3 minutos. Bastante, pero no lo es tanto teniendo en cuenta lo que había llevado a cabo en tan solo 4-5 días. Bien es sabido que más de un rival se estaba comenzando a cagar por la pata abajo...porque ante una jornada de 4 puertos muy serios a destacar, el Rolle, el Valles y Monte Grappa, la gente ya se ve venir lo que va a hacer Fuente.

    Desde el km 0 al KAS se le da la orden de lanzar la carrera, tirando a bloque para desmembrar al Molteni. Llegado al inicio del Grappa, Fuente ataca a saco. Y cuando decimos a saco, es que atacó con todo. Al abordaje, bandera negra, y sin hacer prisioneros...tras más de 12 kms de ascensión y a 5 de meta...el Tarangu saca al grupo de Merckx MÁS DE 2 MINUTOS...y a partir de aquí poneros la música de expediente x. En la cima a Fuente lo cogieron...y tras la bajada al sprint, Merckx ganó.

    Lo que sucedió allí fue algo extrañísimo...pero la versión del Tarangu es tan rocambolesca, y supondría un escándalo tan bestial y encima poco probable, que me cuesta creer. Y digo me cuesta, y no directamente que no me la creo, porque a día de hoy no se ha llegado a poder descartar dicha versión. La que reza con la teoría de que a Fuente se le desvió por otro camino recorriendo km y medio más, y siendo cazado por el grupo perseguidor. Había mucha niebla, las imágenes son escasas...y las versiones contradictorias. Personalmente encontraría más lógico que fuera la referencia a 5 de meta la que estuviera mal. Que en realidad Fuente no sacara más de 2 minutos al grupo de Merckx. No creo que en Italia, sabido es el amor que se profesaba al Tarangu, y menos tras el recital que estaba dando, volviendo al público en pie histérico, que se agolpaba en las cunetas para ver al asturiano en exasis místico con las montañas, se buscara un complot para que no ganara el Tarangu. Menos aún cuando Merckx tenía tiranizada la carrera desde hace unos años. Pero también podría ser que se montara todo aquel follón, y que fuera cierto lo que contaba Fuente, al tratar la carrera italiana de saldar cuentas con el dios belga, al que expulsaron en un episodio absolutamente siniestro, de la carrera en a finales de los 60, devolvi´ndole una victoria que debía haber sido suya.
     
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  19. labeaga

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    La mayor tragedia del Tour: 9 muertos en Port de Couze
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    Una niña se acercó a los ciclistas, apostados sobre el puente. Tenía las medias rotas, manchadas de sangre, la pierna derecha herida. “Jacques, haz algo, haz algo... Mi madre está muerta”, le decía entre lágrimas al corredor que vestía el maillot amarillo. Anquetil, que presenciaba la tragedia codo a codo con Raymond Poulidor, no pudo nunca olvidar aquella imagen: “He tenido episodios duros en mi vida, pero ese 11 de julio es el peor de mis recuerdos”.


    El pelotón descansa hoy en el departamento de la Dordoña, donde aconteció la mayor desgracia en la historia del Tour de Francia. Era la 19ª etapa de 1964, entre Burdeos y Brive la Gaillarde. En el kilómetro 106, el puente de Port de Couze, cerca de Lalinde, congregaba a numeroso público. El recorrido de mañana volverá a pasar por allí. Era un buen sitio para ver a los ciclistas, porque había una curva, ahí tendrían que ralentizar la marcha.

    Pero el que no frenó fue un camión-cisterna de la Gendarmería, cargado de queroseno para abastecer a helicópteros. Entró a toda velocidad y en su caída al agua se llevó a 40 personas por delante. Murieron nueve, tres de ellas niños. Eran las 13:15. Un cuarto hora más tarde pasó el pelotón, que echó el pie a tierra durante un par de minutos. Suficientes para darse cuenta de la gravedad del accidente y para retomar la ruta con el corazón encogido.

    Seis kilómetros después, un aficionado ajeno al drama les gritó: “Más rápido, banda de perezosos”. Pierre Everaert no pudo contenerse y se lio a puñetazos con el espectador. Tuvieron que intervenir su director adjunto en el Saint Raphaël, Raymond Louviot, y la policía para apaciguar los ánimos.

    El belga Edward Sels ganó la etapa, su cuarta victoria en su debut. Y Jacques Anquetil se mantuvo de amarillo hasta París. Luego buscó a la niña. Nunca la encontró.
     
  20. labeaga

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    José Américo, el preso que logró fugarse del Valle de los Caídos y acabó en Cuba


    Preso comunista y exciclista profesional, José Américo Tuero protagonizó en 1944 una de las evasiones menos conocidas
    Su célula quería apoderarse de Cuelgamuros y organizar una guerrilla, pero la dirección del PCE lo descartó
    En un libro autobiográfico relató su rocambolesca huida hasta llegar a Cuba, donde murió en 1987


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    El preso que se logró fugar del Valle, José Américo Tuero



    Durante los años cuarenta, los más duros de la construcción del monumento emblemático de la dictadura, numerosos presos trataron de escapar de los destacamentos penales de Cuelgamuros, aunque pocos lo lograron. No solo se trataba de abandonar un recinto sin vallado perimetral y custodiado por un exiguo grupo de funcionarios y guardias civiles. El problema era qué hacer después. La vigilancia en carreteras y caminos, estaciones de autobús y de ferrocarril era grande, y aunque los fugados pudieran franquear la barrera natural de la sierra, sus posibilidades de éxito eran pequeñas si no disponían de ayuda exterior.

    Ser capturado y regresar a las cárceles de Madrid, donde reinaba el hacinamiento, el hambre y las enfermedades, era una posibilidad que muchos descartaron, porque en cierta medida les compensaba esperar la caída del régimen, que se aventuraba cercana por la evolución de la Segunda Guerra Mundial. La resonancia que alcanzó la fuga de Nicolás Sánchez Álbornoz y Manuel Lamana -reconstruida para el cine por Fernando Colomo en Los años bárbaros- opacó otros muchos intentos. La evasión más numerosa tuvo lugar el 11 de septiembre de 1944, cuando se fugaron de manera simultánea once presos. Otros muchos lo intentaron individualmente o en pequeños grupos, pero la mayoría fracasó. Quien sí lo logró fue José Américo Tuero, cuya fuga es una de las menos conocidas, a pesar de tener tintes novelescos.

    Su familia, de humilde extracción obrera, había emigrado a Argentina y regresado a Asturias cuando aún era un niño. Su participación en movilizaciones sociales y huelgas a finales de los años treinta forjó su espíritu autodidacta, combativo y revolucionario. Era aficionado al ciclismo, ganó carreras e incluso corrió la vuelta a España (quedó decimonoveno en la edición de 1935). En la guerra se afilió al PCE y combatió en diferentes unidades del Ejército Popular Republicano. El caótico final de la guerra le impulsa a huir a Valencia pero cambió de opinión y se quedó en la clandestinidad, en Madrid y León. Desde esta ciudad regresa una noche en bicicleta para inscribirse en el registro consular argentino y obtener documentación acreditativa de su ciudadanía de origen. Participa en la reconstrucción del partido, hasta que, en el invierno de 1941, es detenido por la Brigada Político-Social. Después de dos meses en los calabozos de la Puerta del Sol, donde sufre golpes y humillaciones, es trasladado a la prisión de Torrijos y luego a Porlier.

    Consejos de guerra
    Son meses difíciles para los presos políticos, la mayoría a la espera de consejos de guerra que mayoritariamente dictan sentencias de fusilamiento. El 22 de marzo de 1942 comparece en juicio sumarísimo. A partir de acusaciones, sin pruebas incriminatorias y sin defensa, cuatro de los veinte juzgados son condenados a muerte, Tuero entre ellos. Logra hacer llegar una carta al embajador argentino y después de ochenta y cinco días en la "galería provisional" (el 'corredor de la muerte' de Porlier), su pena capital es conmutada por la de treinta años de trabajos forzados. Se le traslada al campo puesto en marcha para construir la estación ferroviaria de Chamartín, y de ahí al destacamento penal de la empresa Banús, adjudicataria de la construcción del viaducto y la carretera de acceso al Valle de los Caídos.

    Se integra en el grupo de presos comunistas, que aprovecha las misas dominicales para organizar una estructura jerarquizada. Crean comunas para compartir alimentos, cigarrillos y el poco dinero que envían los familiares, hacen circular en secreto noticias que facilita la organización y ejercen gran influencia sobre la población penal. Entre sus estrategias está acceder al destino de oficinas, donde el trabajo burocrático se realiza a mano y donde están los libros de registro de correspondencia, con lo cual tienen conocimiento de cambios, órdenes, instrucciones, traslados, libertades y sanciones antes de que se apliquen. Los oficiales se limitan a revisar por encima y firmar. Incluso el director de su destacamento suele dejar documentos firmados en blanco, entre ellos órdenes de libertad que los presos que se han ganado la confianza de los funcionarios van acumulando para usarlos cuando sea necesario.

    En la primavera de 1944, los presos llegan a la conclusión de que pueden poner fin a su cautiverio adueñándose de Cuelgamuros. La célula comunista elabora un plan para apoderarse del armamento de los custodios y de la dinamita del polvorín de la futura cripta. Quieren organizar un frente guerrillero en Guadarrama. Para conocer mejor las montañas adyacentes, proponen exhibiciones y concursos de escalada, que son incluidos en las fiestas religiosas, sin levantar sospechas. Un domingo, su esposa Pilar le hace llegar, ocultas en una cesta de comida, las dos pistolas y la munición que Tuero había escondido en su casa. Solo queda el visto bueno de la dirección del PCE en el interior. Después de un mes de espera, el enlace les informa de que el Partido no aprueba constituir la guerrilla, pero autoriza su fuga. No era la idea de Tuero en aquel momento, porque tenía la convicción de que el régimen de Franco no podía durar más allá de la derrota del nazismo.

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    Documento judicial que confirma el paradero desconocido del preso fugado

    Una tarde, el jefe del destacamento le anuncia que al día siguiente va a ser trasladado a Madrid. Tuero cree que es a petición de la embajada argentina, pero sus contactos en la oficina le dicen que su nombre no figura en la planilla del día siguiente. Sospecha que quieren aplicarle la ley de fugas, es decir, simular su evasión para asesinarlo. Esa noche traspasa la dirección del grupo a un compañero y pide en la barbería un corte de pelo y un afeitado. En la casa del capataz del viaducto, que era de confianza, le espera una maleta con ropa nueva, zapatos, jabón, máquina de afeitar, cuchillas, colonia y una pluma estilográfica, que le había preparado su esposa. Además, tiene tres mil pesetas que su hermana le había hecho llegar por la venta de una casa y un terreno. Ahora sí está decidido a marcharse.

    En la mañana del 17 de agosto, cuando el director le entrega -sin instrucción ni papel alguno- al cabo de la guardia civil encargado del supuesto traslado, tiene la certeza de que va a ser eliminado. Decide echar a correr y se interna en un jaral. Los guardias no tienen tiempo de armar sus fusiles y optan por tratar de capturarle en alguna población cercana, para lo que han de dar aviso a la policía. Como no hay teléfono, han de recorrer varios kilómetros a pie hasta la carretera y luego llegar a algún pueblo en el primer automóvil que pase. Tuero recoge la maleta y sigue montaña abajo. A la estación de ferrocarril más próxima hay doce kilómetros de senderos y una enorme dehesa. Su plan es coger un tren que pasa a las once por Villalba. En la dehesa se lava y se cambia de ropa. En uno de los documentos robados -vacío pero con sello y firma oficiales- escribe que ha sido puesto en libertad tras haber cumplido condena. En la estación compra un periódico fascista, se acomoda en un compartimento del tren y enciende un cigarrillo Camel, cerca siempre de dos guardias civiles, que no sospechan de una persona elegante y, por supuesto, adepto al régimen.

    El tren que no cogió
    En la embajada argentina se sorprenden con su aparición. Recibe un pasaporte pero no se fía del entonces cónsul general, que le aconseja salir de Madrid en un tren nocturno. Tuero cree que es una trampa. Acude a ver a su esposa, le anuncia que se marcha -aunque le dice, por cautela, que a Francia- y le da indicaciones para gestionar su salida y la de su hija de España a través de la legación argentina. Descarta el tren que le han aconsejado y opta por otro a Galicia, que ya ha salido de la estación del Norte.

    En aquella época los trenes tenían que cruzar Guadarrama, lo que suponía una compleja maniobra ferroviaria, y tardaban diez horas hasta Valladolid, mientras que por carretera solo se tardaban tres. Tuero toma un taxi a Segovia y luego un autobús hasta la estación de Valladolid, donde enlaza con el tren. En el viaje disimula como puede sus tremendos nervios. Se aloja en un hotel de Vigo, donde planea variantes de actuación en función de los documentos que lleva, firmados pero en blanco. Decide hacerse pasar por un guardia de Cuelgamuros llamado Tomás Calvo, e inventa que el documento que lleva es provisional, porque ha perdido la cartera.

    Gracias a la intervención del cónsul argentino y de un grupo clandestino de guerrilleros cruza en bote la frontera natural del Miño. En Portugal está en situación peligrosamente ilegal. Si la policía del régimen fascista de Oliveira Salazar le detecta, será devuelto a España, con consecuencias fatales. En Lisboa, ni la embajada argentina ni la agencia de los aliados que atiende a los perseguidos por el fascismo le facilita las cosas. Descarta viajar a la Unión Soviética -cruzando Europa en plena guerra o vía África-, a Estados Unidos -le ofrecen nacionalidad a cambio de combatir en el Pacífico contra los japoneses- o a Canadá o Australia -como colono-. Finalmente es detenido por la Interpol y expulsado mediante el procedimiento de embarcarle, provisto de un visado de tránsito en Cuba, en un buque español que zarpaba hacia América.

    Después de treinta y cuatro días de navegación, con fuertes medidas de autoprotección por el miedo a ser capturado o incluso arrojado al mar, llega a La Habana, que a la postre sería su destino final. En 1947, dado que las gestiones para su busca y captura habían sido infructuosas, el juzgado número 3 del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo decreta el archivo provisional de su expediente. Tuero había logrado dejar atrás la negra noche del franquismo e iniciaba una etapa nueva, de dedicación plena al PCE y el PCC, en la que vivió acontecimientos históricos como el triunfo de la revolución y la defensa de Cuba durante la invasión de 1961. En 1987, después de dejar escritas sus memorias, que su hija Chely Tuero convirtió en libro autobiográfico (Mi desquite, publicado en Cuba), falleció a los setenta y tres años de edad.
     
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