Epica ciclista..Historias de un deporte

Tema en 'General' iniciado por labeaga, 19 Ene 2019.

  1. labeaga

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    Muertos de éxito
    Los incidentes de 1904 a causa de la popularidad del Tour están a punto de acabar con la carrera tras su segunda edición




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    Henri Cornet, ganador del Tour de 1904.
    A veces se muere de éxito. El primer Tour, el de 1903, despertó una atención inusitada y en 1904 los organizadores acabaron desbordados: "Hoy acaba la segunda edición", escribía L’Auto el 25 de julio. "Será, nos tememos, la última". El artículo se titulaba "El final". El patrón, Henri Desgrange, cree que la carrera ya no es sostenible, les desborda. En 1904, comenzaron 87 ciclistas, 20 más que en la primera edición. Tenían que ser 88, pero Serres tiene que abandonar antes de empezar porque camino de la salida le roban la bicicleta en la puerta de un café donde se ha parado a descansar.

    Desde el periódico Le Vélo, el rival de L’Auto, lanzan acusaciones veladas, maledicencias. Empiezan las reclamaciones, los rumores de fraude. El 9 de julio, por la noche, camino de Marsella, un corredor local, Faure, toma la delantera en el alto de la República. Le persiguen los hermanos Garin y el italiano Gerbi, que son asaltados por los espectadores aprovechando las sombras de la noche. Gerbi tiene que retirarse porque le rompen un dedo; Maurice Garin sufre de un brazo. Es el propio Desgrange el que disuelve el motín cuando llega con su coche y dispara al aire con su pistola.

    Entre Nimes y Toulouse, la turba vuelve a asaltar al pelotón en Gard, después de la exclusión de la carrera de su paisano Payan. Otra vez golpean a Garin y a Pothier. Ambos corren con los colores de la marca de bicicletas La Française, a las que algunos periódicos acusan de ser beneficiada por la organización. Faure, el centro de la controversia en la etapa de Marsella, se retira, "para evitar que me maten". La prensa marsellesa y Le Vélo, recrudecen las críticas.


    En la única etapa que se celebra totalmente de día, entre Toulouse y Burdeos, un grupo de saboteadores lanza clavos y chinchetas, hay decenas de afectados en el pelotón. Aucouturier pierde más de 30 minutos por los pinchazos. Entre Burdeos y Nantes no pasa nada, pero antes de la última etapa con final en París, la redacción de L’ Auto recibe un mensaje de amenaza: "Ustedes hicieron perder a Beugendre en Burdeos y lo pagarán en Orleans", así que se modifica el itinerario para evitar problemas. Al llegar al Parque de los Príncipes, la organización declara vencedor a Maurice Garin y Desgrange anuncia que, posiblemente, ese ha sido el último Tour de la historia.

    Pero las cosas no han acabado. Aleccionados por los enemigos del Tour, la Unión Velocipédica Francesa decide, el 30 de noviembre, sancionar a Maurice Garin por dos años, por infringir las normas sobre la prohibición de entrenadores, vehículos en carrera y ayudas entre corredores. A Pothier le suspenden de por vida, César Garin y Aucouturier son relegados en la clasificación y Cornet se convierte en el ganador del Tour. Garin se retira del ciclismo y, hasta su muerte en 1957, denunciará la injusticia de su sanción.

    Y el Tour sigue adelante. Géo Lefevre, la mano derecha de Desgrange, le convence para organizar la edición de 1905. La desaparición del periódico rival, Le Vélo, le ha dado un respiro.
     
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    Un Mundial en la Italia de Mussolini
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    Roma, 31 de agosto. Umbral del otoño. La ciudad eterna tomada por el fascismo. Italia, una potencia ya en esto de los mundiales, acogía por primera vez una edición de la prueba. Tres vueltas de 68,7 kilómetros por la Rocca di Papa, totalizando 206. Salieron 21 ciclistas, entre ellos una selección italiana que tenía en sus filas al campeón vigente, Learco Guerra, más a un doble campeón, Alfredo Binda, y al varesino Remi Bertoni.

    Mussolini se presentó en persona para desearle suerte y éxito al vigente campeón, Learco Guerra, pues su sugerente apellido gustaba mucho. “Tutti per Guerra”, proclamaba el presidente de la Federación Italiana de Ciclismo, Garelli. Tiempos violentos aquellos. Pero el especialista en mundiales era Binda, que con su compañero lombardo, Bertoni, secó todos los ataques, entre ellos el de Montero, para irse juntos y hacer oro y plata con casi cinco minutos sobre Nicolas Frantz.

    Dos acompañantes se sumaron a la delegación hispana: Juan Bautista Soler y Joaquim Rubio estuvieron allí, con los tres españoles. Ambos presenciaron la carrera en directo y pudieron incluso narrar la desventura de Mariano: “Estaba en el control de Frascati, situado a media cuesta. Montero y Cañardo pasaron con los primeros, formando un pelotón de ya siete hombres. Podemos confiar pues en que los dos llegarían a Roma en el grupo de cabeza, pero a Cañardo, al cual acababa de avituallar, le di un empujón para que reemprendiera la marcha, con tal mala fortuna que fue a chocar con Haemerlinck, cayendo. La caída no tuvo consecuencias, pero significó una estimable pérdida de tiempo en un momento en que se desencadenaba la batalla en plena cuesta arriba. A causa del empujón se le torció el manillar y se le descentró la rueda”. Pero Mariano se rehízo: “Con todo, Cañardo arrancó de nuevo y fue ganando posiciones, y cuando con Guerra marchaba a la caza de Frantz, no teniendo por delante más que a Binda, Bertoni y Montero, sufrió una avería, perdiendo todo lo ganado anteriormente”.

    Roma, como Lisboa, la ciudad de las siete colinas, algunas de nombre mítico y legendario, había sido para Mariano una montaña rusa, un sube y baja emocional, en unos años en que lo complicado era mantenerse íntegro sin caídas ni lesiones. Mariano estaba allí, llamando a la puerta, jugándose la suerte con ciclistas que crearon la palabra leyenda, pero le faltaba algo, la fortuna. Aquel día se clasificó duodécimo, pero había añadido una muesca a su palmarés en una carrera que se le daba bien.

    Porque Mariano estaba entre los que inventaban el ciclismo en mayúsculas, el que germinó en aquella época, y lo hizo con compañeros de expedición de grandísimo bagaje. Juan Bautista Soler fue una de las grandes personalidades de los albores del ciclismo en España: árbitro en sus primeros días, fue presidente y máximo responsable de la Volta a Catalunya, siendo vicepresidente de la Unión Ciclista Internacional en los cincuenta, lo que le valió ser su presidente interino durante dos años por la muerte del entonces primer mandatario del ente, Achille Joinard.

    Y luego estaba Rubio, Joaquim Rubio, una persona muy querida en el mundillo en aquellas décadas de aventuras increíbles. Primero ciclista y luego manager, fisioterapeuta, auxiliar y consejero espiritual de las vedettes, entre las que Mariano se contaba. Un empujón dado con todo el cariño y la pasión de Rubio le arruinó a Mariano aquella carrera romana.
     
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    La “edad dorada» empezó y acabó en Lombardia
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    Alfredo Binda está considerado por consenso el primer gran ciclista de la historia. Tres condicionantes jugaron en su contra para no figurar con la asiduidad de otros astros: su leyenda es lejanísima en el tiempo, nunca brilló especialmente en el Tour de Francia y los rivales que le tocaron en suerte parecieron poca cosa ante el brillo de este ciclista ganador y coleccionista de trofeos, que cuidaba su estilo sobre la bicicleta con el idéntico mimo que su peinado. Otros grandes como Constance Girardengo u Ottavio Bottecchia vivían su declive mientras que Learco Guerra, a pesar de lo sugerente de su apellido en la Italia fascista, no estaba a su nivel. Bartali llegó más tarde.

    Binda abrió la monarquía ciclista italiana y esta perduró al menos tres décadas. Una heredad de sangre azul que instaló el expreso de Cittiglio, pequeña localidad que vio el paso de Lombardia durante años, y que no se traspasaba por derecho sino por mérito. Binda fue el primero, en su ocaso tomó el relevo Gino Bartali y al final entró Fausto Coppi, el triunvirato, la santísima trinidad itálica. Entre ellos ganaron doce ediciones del Giro de Lombardía: cinco Coppi, cuatro Binda, tres Bartali.

    Binda, joven, integrado en una familia numerosa, era el décimo de catorce hermanos, debe partir para Niza, que cincuenta años antes era parte de los Saboya, porque en casa no dan abasto con los gastos. La música copaba sus gustos, pero la bicicleta ganó la partida el ciclismo al otro lado de la frontera. Le llamaron “le niçois de Cittiglio”. Allí, en Francia, gana una importante carrera amateur pero es descalificado. Su primer triunfo queda en nada, al menos de momento, el ciclista toma confianza, se hace un nombre, su áurea llega a oídos de Constance Girardengo.

    Y ahí está, el joven prodigio. Es Alfredo Binda. Acude al Giro de Lombardía de 1923 con la certeza de que está entre los favoritos porque lo lee en la Gazzetta, pero él corre por las 500 liras que ponen en juego en la cima de Ghisallo para quien pase primero. En el segundo kilómetro de subida, las piernas de Binda funcionan a la perfección, cae, uno, el otro, el siguiente. Cae Girardengo, la leyenda, el hombre. Poco después Binda supera al fugado y corona solo. Presa del esfuerzo es neutralizado y superado, Binda habría de ser cuarto.

    Sin embargo cuenta con legión. En el equipo de referencia, el Legnano, adquieren sus servicios a razón de 20.000 liras anuales más 5000 por clásica ganada. La máquina empezó a funcionar. En 1925 René Vietto, el héroe francés que se hizo célebre por arruinar sus opciones por darle una rueda a Antoni Magne, declara admirado: “Es increíble cómo va encima de la bicicleta. Puedes ponerle un vaso de leche acoplado a la espalda que seguramente no derrame una gota”. Con ese estilo Binda derrumba el mito de Girardendo, es el rey de Lombardia.
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    Cartel de Sencillo Bikes dedicado a la «Clásica de las hojas muertas»
    Prolongará su dominio dos años más. En 1926 gana con casi una hora sobre Antonio Negrini. “Es lo más grande que jamás he visto” exclama Girardeno, lesionado siguiendo la carrera en un coche y abrumado por lo visto. Al año siguiente vuelve a ganar, perfecto, rectilíneo, con un peinado que no hace justicia a las penurias de la ruta. Es un genio, un as, el primer grande, tanto que en el Giro de 1930 la organización le da 25.000 liras con tal de que no tome la salida y no monopolice la carrera. Su figura languidece a mediados de los treinta y se apaga en un accidente durante la Milán-San Remo de 1936. Para entonces el “monje volador” Gino Bartali ya rueda a satisfacción.

    El toscano gana tres veces en Lombardía que pasa del Sempione milanés al Vigorelli, el velódromo de los récords, entre otros el de Fausto Coppi en plena Segunda Guerra Mundial, cuando pocos podía estar ahí para atestiguarlo. Retirado Bartali, es el periodo de Coppi, “la piedra preciosa del ciclismo” como dijo Jacques Goddet, tantos años patrón del Tour. Coppi ganó su quinta clásica de las hojas muertas en 1954, su último gran monumento.
     
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    El primer “campionissimo” fue Constante Girardengo
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    En la historia las leyendas corren de boca en boca, libro a libro, y hay cosas que por arraigadas se piensan que son ciertas o una verdad absoluta. La etiqueta de “campionissimo” convive con Fausto Coppi desde el mismo día que el genio piamontés se puso un maillot y sin embargo, la memoria, traicionera ella, se olvida del primer gran campeón italiano de la historia, el que marcó el camino y pisó sendas por las que nadie había caminado antes.

    Fue Constance Girardengo, un ciclista que hace cien años era Dios, el primero según muchos entendidos que lo vieron u oyeron hablar de él en las historietas que corren de abuelos a nietos. El director de la Gazzetta dello Sport, Eugenio Colombo, uno de los padres del Giro de Italia, ya le tachó de “campionissimo” en aquellas ediciones de color rosa y crónicas que eran auténticas delicias para deleite literario.

    Colombo quería, amaba, el pequeño ciclista de Nova Liguria, la región al sur de la Lombardía que cada año es atravesada por la Milán-San Remo, una carrera que en sus años ya existía y que abría la primavera cada mes de marzo. Girardengo la ganó seis veces y fue tan grande su legado que quiso hacer algo único, ganarla de forma especial, irrepetible, y lo hizo tras 200 kilómetros de fuga y trece minutos sobre su principal rival. Aquella gran carrera entre la capital lombarda y la Riviera nunca volvería a ver algo igual.

    Las virtudes de Girardengo se mantuvieron intactas mucho tiempo, y tras una década larga ejerciendo la tiranía en el pelotón tuvo arrestos para ganar a Alfredo Binda, su gran sucesor, otro de estirpe noble y áurea incorruptible, al sprint en la San Remo de 1928. Su rivalidad con Binda fue legendaria. Un año antes, en 1927, Girardengo iba escapado pero Binda comandó la caza porque no quería que Constance ganara. Neutralizados el uno y el otro, el triunfo fue para Pietro Chiesi, apodado «el africano» porque acababa ennegrecido por la porquería que se tragaba al correr sin guardabarros.

    Pudieron ser más ediciones las que cayeron en su saco, recordemos que Eddy Merckx ostenta el récord con siete. En una, la de 1915 le pillaron tomando un atajo, algo tan habitual entonces, como que en el ciclismo las trampas nacieron desde la primera competición. La otra en 1922 cuando un espectador le hizo caer al agitar imprudentemente una bandera muy cerca de los corredores.

    Girardengo hizo también fortuna en el Giro de Italia, la carrera que ganó tres veces junto a treinta triunfos de etapa, ahí es nada. También ganó en otras tantas ocasiones Lombardía para conformar un legado de leyenda, digno de un apelativo tan exclusivo, digno del primer y original “campionissimo”.
     
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    Raymond Poulidor, nunca vistió el maillot amarillo
    El histórico corredor francés fue tres veces segundo y cinco veces tercero en el Tour, donde chocó con Anquetil y Merckx, pero derrotó a todos en popularidad

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    Poulidor, en el Tour de 1963.
    Raymond Poulidor siempre estaba en el Tour con su niqui amarillo de Crédit Lyonnais firmando fotos, dando charla a los que querían vivir de su memoria, y siempre que le preguntaban por Bahamontes, decía “¡Ah, El Picador!”, con una sonrisa maliciosa en los labios, pero el último Tour, el 48º en el que participaba si se tienen en cuenta sus 14 Tours como corredor, cuando un periodista le preguntó, no tuvo ganas de hacer la misma broma, como si le aburriera ya, a los 83 años, repetir el papel una y otra vez, y respondía casi con gestos de mal humor. En el último Tour, Poulidor se dejaba hacer, firmaba, posaba, y hablaba poco. Cumplida su tarea, su mirada se abstraía.

    Solo le animaba mínimamente saber de los progresos de su nieto, Mathieu van der Poel, que este año ha irrumpido entre los mejores del mundo, un ganador nato, y las locuras en la carretera de Julian Alaphilippe, otro ciclista al que reconocía como heredero, aun simbólico, de su sangre.

    Cuentan sus familiares, su viuda Gisèle, sus hijas Isabelle, Corinne, madre de Van der Poel, que el Poulidor que regresó de su último Tour ya no era Poulidor, que se cansaba, que se quedaba dormido, que se distraía. Un edema pulmonar grave, señal de que su corazón ya había perdido la fuerza, obligó a hospitalizarlo a finales de septiembre. Después de pasar unos días en el hospital de Limoges, la capital de su provincia en el centro de Francia, pidió que le trasladaran el 8 de octubre al hospital más modesto de Saint Léonard de Noblat, el pueblo cercano a Limoges en el que ha vivido toda su vida y donde murió el miércoles a las dos de la mañana, a 30 kilómetros de la granja agrícola en la que había nacido el 15 de abril de 1936, miércoles, a las dos de la mañana, quinto hijo varón, en el dormitorio de sus padres, aparceros.

    Bernard Hinault, el dominador de los años 80. Y tuvo siempre por delante a dos monstruos cuyas victorias han marcado el Tour, los dos primeros que ganaron cinco Tours. Fue segundo, en 1964, en el último podio de Jacques Anquetil, la quinta victoria de la otra Francia, la moderna que llegaba, la urbana y libre, y, 10 años más tarde, subió segundo también detrás de Eddy Merckx, que festejaba su último Tour. En 1976, 40 años ya cumplidos, Poulidor se despidió del Tour desde el tercer puesto de un podio compartido con Lucien van Impe y Joop Zoetemelk. En dos podios (1962, el año de su debut, y 1964) estuvo por debajo de Anquetil; en tres (1969, el primero del Caníbal, 1972 y 1974), por debajo de Merckx. Raphaël Geminiani, el director de siempre de Anquetil, cáustico, le decía, "ves, Raymond, media carrera la has pasado a rueda de Anquetil y la otra media a rueda de Merckx". Y Poulidor, que le conocía, le respondía, "sí, sí, pero no cualquiera habría podido". Después, recibió una visita de Anquetil, ya retirado. "Ya ves, Raymond", le dijo maître Jacques. "Te tengo que pedir un favor. Ya ves, mi hija quiere una gorra tuya firmada... Ha aprendido a decir Poupou antes que papá..."

    Fue el ídolo de los padres a los que los hijos jóvenes observaban en la cocina con su navaja cortándose unas rodajas de chorizo mientras escuchaban el Tour por la radio, y les decían a sus chavales, "hoy ataca Poulidor, ya verás, hoy cede Anquetil, hoy cede Merckx", y Poulidor atacaba, y siempre se caía, y cada caída era un desastre que le hacía maldecir y pensar que era víctima de una maldición. Esperando a Poulidor pasaron su vida de aficionados, y nunca le recriminaron la espera. “Perdí el Tour del 64 porque en una contrarreloj pinché y cuando me iba a cambiar la bici frenó tan fuerte el coche de Magne que el mecánico salió despedido por un terraplén con la bici al hombro, y tuve que bajar a rescatarla y tenía el manillar torcido, y luego no me entraban los pies en el calapié”, relataba años después Poulidor, más que enfadado, fatalista, cuando hablaba del Tour que multiplicó, como nada, su popularidad. Fue el Tour del codo a codo con Anquetil en el Puy de Dôme, 500.000 personas en las laderas del volcán, millones ante la pantalla de su televisor. Ganó la etapa Julio Jiménez, y Poulidor siempre lo lamentó porque con la bonificación que se llevó el Relojero de Ávila habría derrotado para siempre a Anquetil. “Sí, siempre me lo decía Poulidor, ‘Julito, me hiciste perder el Tour”, recuerda el abulense, íntimo de Anquetil, anquetilista perdido. “Y yo siempre le repito, Raymond, el problema es que eres muy tacaño y no me fiaba de ti. Me dijiste que si no ganaba me dabas buenos francos, y yo te los pedí por adelantado, y como no me los diste, no te esperé”.

    Anquetil era solo dos años mayor que Poulidor, pero ya en 1957 ganó su primer Tour. También murió antes, en 1987, víctima de un cáncer. Poulidor, con el que se hizo íntimo, fue a visitarle unos días antes de que muriera, y Anquetil, que sabía que la muerte llegaría pronto, le dijo: “Ya ves, Raymond, también en esta carrera vas a terminar segundo”.
     
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    Aquella maldita tormenta en el Menté
    Ocaña, líder destacado tras desplazar a Eddy Merckx, tuvo que abandonar en 1971 tras una caída en medio de la tormenta
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    Luis Ocaña, tras su caída en el col de Menté en 1971.

    En Albi, una crono, gana Merckx, pero apenas le recorta 11 segundos a Ocaña, que sigue de amarillo, con siete minutos de ventaja, cada vez más cerca de París. Es el Tour de 1971. Pero llega la tragedia. El 12 de julio se disputa la decimocuarta etapa, entre Revel y Luchon, 214 kilómetros por los Pirineos. Se asciende el Portet d´Aspet, todos juntos. Después llega Menté, el calor es abrasador, luce el sol. Merckx ataca varias veces a Ocaña, el español responde. Su único pensamiento es llegar primero a la cima del Portillon, el col que separa Francia de España. A un lado Bagneres de Luchon, al otro el valle de Arán, el lugar al que Luis Jesús llegó siendo un niño, escapando de la miseria. Quiere demostrar a los aficionados que todo aquello ha cambiado, que ya no es un pobre perdedor, sino un ganador. En realidad, quiere demostrárselo a sí mismo.

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    Sube Menté, siguiendo a Merckx con la cabeza en el siguiente puerto. En los últimos kilómetros se empiezan a cerrar las nubes, que amenazan con una de esas súbitas tormentas que se generan en las montañas. Comienza a llover con fuerza, el asfalto no absorbe toda el agua, rezuman de barro las cunetas. Empieza el descenso y los frenos no responden porque las zapatas están empapadas. Delante va Fuente. En una curva hacia la izquierda se cae Merckx. Aterriza en la hierba. Ocaña no puede salvarle y choca contra una piedra; Guimard, por detrás, elude a los caídos y sigue. Eddy se levanta rápido, coge la bicicleta. A Luis le cuesta un poco más, pero empieza a incorporarse cuando Joop Zoetemelk, que tampoco puede frenar, le arrolla. Agostinho cae encima de ambos y vuela hacia los arbustos.

    “No le sigas, Luis”, le había dicho su director, De Muer. “Llevas una ventaja importante, déjale ir”, incidió Johny Schleck, su fiel gregario, pero no les hace caso. Por la radio, Josiane escucha que se ha caído el líder. Llama a Cescutti, un amigo, que recoge con su coche a la mujer de Luis. Se presentan los dos en el hospital de Saint Gaudens. No es grave, pero sí lo suficiente como para tener que retirarse y perder un Tour que tenía ganado. En el Portillon, la gente que espera a Ocaña la toma con Merckx, le insultan, le hacen responsable de la caída, pero Eddy no tiene ninguna culpa. Cuando llega a la meta, después de la victoria de José Manuel Fuente, es el nuevo líder, pero se niega a ponerse el maillot amarillo. La azafata se lo pone delante, para la foto, pero solo eso. ¿Ha ganado el Tour?, le preguntan. Y contesta: “No, al contrario, hoy lo he perdido”. Al día siguiente, la organización le permite que no se vista de amarillo, en una excepción al reglamento.

    Dos días más tarde, Labourdette, el amigo de Ocaña, gana en el Aubisque bajo una tormenta similar a la de Menté. Le dedica el triunfo a Luis. También es un día negro: un espectador ha muerto alcanzado por un rayo. La siguiente etapa parte de Mont de Marsan, la ciudad de Ocaña. Eddy Merckx, en una acción un tanto publicitaria, acompañado de los periodistas, acude a la casa de Luis. Se sientan juntos en el sofá, sonríen, pero no se dicen nada.
     
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    El español realizó en 1971, en Orcières Merlette, una de las mayores gestas de la historia del ciclismo
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    El matador.El 8 de julio de 1971 Luis Ocaña se apodera del maillot amarillo en la cima de Orcières-Merlette. (

    “O yo entierro a Merckx o él me entierra a mí”

    Luis Ocaña

    El 8 de julio de 1971, en la cima de la estación alpina de Orcières Merlette, Luis Ocaña (Priego, 1945- Mont de Marsan, 1994) protagonizó una de las mayores gestas de la historia del ciclismo. En la salida de Grenoble, undécima etapa del Tour, el maillot amarillo pertenecía al neerlandés Joop Zoetemelk, con un segundo sobre Ocaña. El gran favorito, el belga Eddy Merckx, marchaba en la cuarta posición, a casi un minuto.

    La etapa era corta, mucho más para la época: apenas 134 kilómetros con dos ascensiones previas: la cota de Laffrey y el Col del Noyer. Ocaña no estaba dispuesto a acompañar como un paje al rey Merckx y atacaba, atacaba, atacaba... Lo había hecho en días anteriores y tenía previsto seguir haciéndolo. “O él o yo” era su filosofía del ciclismo. Y él era Eddy Merckx, el caníbal, el invencible, el mejor ciclista de todos los tiempos.

    En un primer ataque, en Laffrey, Ocaña ganó unos metros acompañado de Joaquim Agostinho, el bravo portugués que halló la muerte en 1984, en un estúpido accidente en la Vuelta al Algarve: se le cruzó un perro a 300 metros de la meta. También se incrustó en la fuga Lucien van Impe, el escalador belga que ganó el Tour de 1976 a pesar de que no quería, como ha revelado su director, Cyrille Guimard. Y finalmente Joop Zoetemelk, el líder, que no podía permitir que se le escapara Ocaña.

    Pero Merckx no está ahí. Y Ocaña que si algo sabía era oler la sangre del enemigo, insiste, insiste, insiste... y en Noyer se va solo. Demasiado lejos, ya cederá, piensan los otros. “Pedaleaba como poseído, jamás podré olvidarlo”, reveló Zoetemelk.

    Camina o revienta. Era el estilo de Ocaña, sin cambios súbitos sino con un ritmo insostenible... que no cedía. Y los minutos fueron cayendo sin remisión, mientras Eddy Merckx, sin la menor ayuda, sin equipo, totalmente solo, intentaba reducir el castigo. Fue una epopeya ciclista tan brutal que aún hoy se recuerda. Cuando ya tenía seis minutos, su director le aconsejó contemporizar. Y Ocaña replicó: “¿Por qué? Si son seis, pues serán siete”.


    Una escapada excepcional
    Ocaña conquistó el maillot amarillo tras una fuga de 117 kilómetros, de ellos 60 en solitario


    En Orcières (del occitano Orsièra, guarida del oso) arranca la ascensión final. Ahí cederá, piensan los otros. Pero no conocían la obstinación del conquense. La fuerza sobrenatural que le concedía saber que estaba derrotando a Merckx. Capturando al último oso de la zona.

    Fueron 117 kilómetros de escapada, de ellos 60 en solitario. Y en el momento del balance final, Luis Ocaña era el nuevo líder del Tour 1971. Con el segundo clasificado, Zoetemelk, a 8m43s. Merckx era quinto, a casi 10 minutos. El Tour era suyo. Como escribió el campeón ciclista Joan Plans en Mundo Deportivo , “a menos que se lo trague la tierra uno de estos días,
    Ocaña llegará vencedor a París”.

    Ocaña fue hijo de la emigración de la posguerra. Su infancia la pasó en Vielha y poco después su familia se instaló en Mont de Marsan, en las Landas. Estaba destinado a ser carpintero o albañil, pero el ciclismo se cruzó en su camino. Y se convirtió en una mezcla de ciclista de escuela francesa, de clase y elegancia, y de luchador pertinaz que sabe de dónde proviene y de dónde quiere huir. Lo echaron de la carpintería el día que el patrón le insultó y él le lanzó un hacha que pasó volando cerca de la cabeza del jefe y se incrustó en una puerta. Sin duda, sería ciclista.

    En 1970 ganó la Vuelta y una etapa del Tour, mientras vivía los efectos de la dominación asfixiante del intocable Merckx. En 1971 se rebeló y derrumbó el mito. Un terremoto sacudió el Tour: era posible batir a Merckx. “Ocaña soberano, Merckx heroico”, tituló L’Équipe en portada. “Ocaña el matador”, sentenció Mundo Deportivo , que calificó la etapa de “una exhibición de leyenda”.

    La prensa mundial se hizo eco de la actuación de Ocaña. “El más increíble alarde de poder que he visto”, explicó el enviado especial del Daily Telegraph . “Una hazaña prodigiosa que le valdrá figurar en la galería de los grandes hombres del Tour”, comentó Pierre Chany en L’Équipe . En el mismo diario, el director del Tour, Jacques Goddet era contundente y tituló su comentario de la etapa: “El emperador, fusilado”. Y añadió: “Jornada de ejecución. Jornada de consagración”. El diario belga Les Sports reprodujo con todo lujo tipográfico la frase de Merckx en la meta: “Ocaña nos ha matado como El Cordobés mata a sus toros”.

    Ni que decir tiene que en la prensa española los elogios ditirámbicos menudearon. Marca tituló en portada “Ocaña mató el Tour 71” y José Carrasco destacaba “la revolución en el Tour”. Toda la prensa española y la televisión se volcaron con Ocaña.

    La historia, como tantas otras en la biografía del español de Mont de Marsan , no tuvo un final feliz. Tres etapas más tarde, ya en los Pirineos, un descenso sin frenos en el Col de Menté bajo una tormenta sin piedad acabó con Ocaña fulminado contra una roca y la túnica amarilla manchada de sangre. Abandonó entre sollozos camino de un hospital el que tenía que haber sido su gran Tour. La tierra lo había engullido. “Merckx y yo habíamos decidido atacarnos en cada metro de la carrera. Sabíamos que uno de los dos no terminaría el Tour”.
     
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    Learco Guerra, el primer campeón del mundo

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    El primer Campeonato del Mundo no fue de fondo, fue contra un reloj, en Escandinavia y ganado por un italiano de sugerente apellido: Learco Guerra…

    Para muchos la hermosísima isla siciliana fue la primera sede del Campeonato del Mundo contrarreloj, y no, fue la segunda, pues esta carrera que viste de arco iris al mejor croner de la faz de la tierra no debutó en 1994, sino en 1931, aunque se integre en el palmarés de la prueba de fondo.

    Fue el 29 de agosto de 1931. La ciudad de Copenhague acogió la primera edición luchada en solitario, sólo cuatro años de que los Mundiales debutarán. Aturdidos por las exhibiciones de ciclistas italianos en las primeras ediciones (Binda, Girardendo, Piementosi,…), la UCI decidió en su reunión de París en febrero de 1931 abrir el abanico hacia una crono para dilucidar el campeón.

    La carrera tiene lugar sobre ¡172 kilómetros en solitario! Un recorrido concurrido por 17 contendientes donde Learco Guerra es el más veloz tras poco menos de cinco horas de esfuerzo. Ferdinando le Drogo i Alberto Buchl le acompañaron en el podio tras firmar más de cuatro minutos que el ganador.

    A más de 35 kilómetros por hora de media, Guerra cincela la estampa del sufrimiento con tubulares a la espalda pues ejerció tiranía sobre sus rivales aunque domando los elementos y la fatiga. Guerra cubrió los primeros 50 kilómetros por encima de los 40 a la hora luego bajó a los 39,5 pasado el centenar de kilómetros. Una exhibición de otro tiempo lograda por un corredor de otro tiempo. Learco Guerra fue posiblemente el primer gran maestro del crono de la historia.
     
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    Antes que Bahamontes hubo un Baamonde
    Hijo de un emigrante gallego en Francia, corrió el Tour en 1905 y 1908, y existe documentación que le señala como el primer español en participar en la ‘grande boucle’

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    La llegada del ciclista Louis Trousselier, en una de las etapas del Tour de 1905.
    Benito Baamonde, jornalero de Ábedes, junto a Verín (Ourense), emigró en barco hasta La Rochelle, entre Burdeos y Nantes, se casó con una sirvienta de la granja francesa en la que encontró trabajo y en Francia, no muy lejos de Poitiers, tuvo dos hijos.

    El menor de los dos, Gabriel, se hizo ciclista y corrió el Tour de 1905, la tercera grande boucle de la historia, en los tiempos de los pioneros y la gran aventura. Se casó con una costurera, puso una tienda de bicicletas junto a su hermano Georges y tuvo una hija, Paulette, que se casó a los 19 años con René, claro, un bombero de la vecina Descartes, el pueblo del filósofo, y de Descartes fue alcalde René. Su nieto François, de 77 años, que por orgullo da un tinte aristocrático a su apellido al unir con guion el Girard paterno con el Baamonde materno, y Girard-Baamonde luce, está ya jubilado después de trabajar en la FNAC.

    Antes que Bahamontes, 54 años antes, un Baamonde ya conquistó Francia en bicicleta, el invento más democratizador e integrador en Europa a finales del siglo XIX y principios del XX.

    Toda la vida larga de Gabriel Baamonde —murió en 1977 a los 92 años— transcurrió en cuatro pueblos de la Francia profunda, no más lejos de 30 kilómetros uno de otro. No era siquiera el mejor ciclista de su pueblo, Bossay sur Claise (1.680 habitantes en 1884, el año de su nacimiento, el 10 de agosto a las siete de la tarde), pues allí también había nacido, tres años antes, Émile Georget, el ciclista que pasó primero por primera vez por la cima del Galibier, en el Tour de 1911, pero puede pasar a la historia como el primer ciclista español que participó en el Tour, desbancando a José Javierre, el jacetano crecido en Pau desde niño, que corrió su primer Tour en 1909 y que hasta 2004 era Joseph Habierre, de nacionalidad francesa, en las clasificaciones oficiales.

    Gabriel Baamonde figura como Georges Bamonde, francés, dorsal 47 del Tour de 1905 y dorsal 56 en el de 1908, en los registros de la carrera. Sin embargo, la investigación del perspicaz historiador del ciclismo Francisco García Albares ha permitido concluir que, en realidad, se llamaba Gabriel Baamonde, un apellido que según todos los especialistas en genealogía proviene de la aldea lucense de Baamonde y que la emigración gallega desde mediados del siglo XIX a América y Europa extendió por medio mundo, a veces adoptando grafías diversas como Bahamonde (con la alharaca de la hache intercalada), Bamonde o Vaamonde. Si gracias a García Albares se abre la posibilidad de descubrir que un español ya había corrido el Tour de 1905, gracias al amor por su abuelo del nieto Girard-Baamonde, que hizo público su árbol genealógico y los documentos que lo sustentan, se puede establecer una cronología de las andanzas del hijo del emigrante gallego en tierras de Poitiers.

    Cuenta cómo comenzó a hacer ciclismo en serio en el velódromo de Tours a los 18 años y cómo a los 20 entró en el equipo de su vecino Émile Georget y su hermano Léon, y en el que también estaba un jovencísimo Petit-Bréton, que ese mismo año batió el récord de la hora (41,110 kilómetros). Era el Cycles JC, una marca de bicicletas fabricadas en París que pesaban 11 kilos. Y con ese hierro, y con neumáticos, Pector, corrió su primer Tour, el de 1905, famoso por la cantidad de problemas que crearon los antiTour, que llenaban de clavos de tapicero las carreteras para acabar con la carrera. A Baamonde le faltó un nada, solo la última etapa, la 11ª, para acabarlo. En esa misma etapa se acabó también su aventura en el Tour de 1908, el último que corrió, ya con el equipo Alcyon y que supuso la segunda de las dos victorias de Petit-Bréton. Entre medias, de agosto de 1905, cuando es reclutado en el vecino Le Blanc, a mayo de 1908, cumplió el servicio militar.

    Herido en la Gran Guerra
    En 1909 disputa la última carrera de la que han llegado registros, la París-Tours ganada por Faber, en la que queda 21º. Dejó el ciclismo y abrió junto a su hermano una tienda de bicicletas en el vecino Ligueil. Se casó en 1910, a los 25 años, con la costurera Marie Valentine Charcellay, de 25 años también. En 1911 nació su única hija, Paulette Baamonde.

    Movilizado en la Guerra del 14, resulta herido el 7 de julio de 1916 en el frente de Verdún. Pese a ello y pese al peligro, acude a socorrer a su cabo, mérito suficiente para ser condecorado con la cruz de guerra con estrella. Murió en Ligueil en 1977, a los 92 años. Su historia no es tan diferente de la de su coetáneo Javierre, aragonés de Jaca, que con sus cuatro hermanos aún niños y su madre, Orosia, viuda, cruzó los Pirineos por Somport antes de llegar al siglo XX. Se quedaron a vivir en Lescar, junto a Pau, donde su madre encontró trabajo de sirvienta. En 1909, antes de lograr la nacionalidad francesa, corrió el Tour como Habierre. Después abrió una tienda de bicicletas Alcyon en la vecina Oloron. Como no le daban la nacionalidad francesa se apuntó a la guerra en la Legión Extranjera. De la Gran Guerra regresó francés y cojo.

    De Gabriel Baamonde se conoce todo con exactitud, salvo un detalle: ¿era Gabriel Baamonde español cuando corrió su primer Tour de Francia? La respuesta está en la interpretación que se quiera dar a las leyes de naturalización francesa vigentes en 1884, cuando nació Gabriel.

    Según el consulado francés en Madrid, Baamonde era francés por haber nacido en Francia de madre francesa y estar en vigor el derecho de doble suelo. La necesidad de mano de obra y, sobre todo, de soldados para las guerras permanentes, llevó a facilitar cada vez más las nacionalizaciones con el objetivo de que todos los inmigrantes prestaran el servicio militar obligatorio de tres años. Y la ley de 1889 (Baamonde nació en 1884) estipula que los jóvenes extranjeros nacidos en Francia y que, en el momento de su mayoría, estén domiciliados en Francia, serán franceses, a menos que hayan declinado la nacionalidad francesa en el año anterior a su mayoría. Y cuando corrió el Tour de 1905, Baamonde aún tenía 20 años, no había alcanzado la mayoría de edad. Algunas webs históricas lo declaran aún español en 1905, pero ninguna aporta documentos de prueba.
     
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    Vuelta a España 1981: El sudor azul de Cedena

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    La Vuelta a España estaba en crisis, el dinero escaseaba y a los equipos de casa nos les habían aumentado el fijo de salida desde hacía cuatro años. En esta edición de 1981 los de Teka se plantan. Llegaron al lugar de partida -Dehesa de Campoamor- como señal de su disposición a dialogar con la organización, pero la cantidad ofrecida fue inamovible: 900.000 pesetas, ni una más. En tales circunstancias los corredores de las cocinas y fregaderos, apoyados por dirección y equipo directivo, decidieron no tomar la salida. Argumentaban, además, que a las escuadras que traían de fuera les dispensaban un mejor trato en todos los sentidos. Los aficionados debíamos borrar de nuestros pronósticos, por tanto, a Marino Lejarreta y Alberto Fernández, así como a Noël Dejonhckeere en las quinielas del día.

    Algo que nuestro protagonista, Francisco Javier Cedena Martínez (Madrid, 13 de marzo de 1954) , no vio con malos ojos porque el velocista belga era un enemigo temible, tanto por sus últimos metros demoledores como por el bloque que hasta allí le porteaba. Muy bien conocía Cedena al equipo Teka, en el que había corrido las tres temporadas anteriores. una oportunidad en el Giro de 1978, él debutante, cuando la prueba trasalpina y la Vuelta se solaparon en fechas y Teka decidió participar en las dos; necesitaron echar mano de prácticamente toda la plantilla disponible. Cedena se escapó en una etapa dolomítica y en la siguiente se retiró, cuando solo faltaban dos jornadas para Milán. Había sido su primer maillot profesional tras el traumático bautizo con el Eldina, equipo que iba a ser dirigido por Julio Jiménez y al que muy pocos consiguieron ver en directo. Estuvieron en México, donde nuestro protagonista corrió y ganó alguna carrera, y se fue al traste. En el mismo barco estaban, entre otros, Greciano, Tamames, Fussien o Zubero, que tuvieron que buscarse la vida a trancas y barrancas con otro maillot o bien fuera del pelotón.

    Este año ha cambiado de vestuario, Colchón CR le ofrece la oportunidad de correr la Vuelta. Habían armado un bloque para dar un salto cualitativo y él era el señalado para las llegadas masivas, para eso le habían fichado. De cajón que participara, con el añadido de la responsabilidad de llevarse una etapa. Era hora de demostrar todo lo aprendido.

    Temía a Lasa (Zor-Helios), a Suárez Cueva (Kelme), a los belgas del H.B., a Juan Fernández (Kelme), a Régis Clère (Miko-Mercier). Pero en el equipo colchonero habían juntado gente de clase y experiencia que le podían ayudar mucho, como Martínez Heredia, Nazabal, Pujol o incluso el joven Toni Coll. Director, Manuel Rodríguez Ayora.

    El prólogo sirvió para confirmar que Clère estaba muy fino. Fue el mejor en los seis kilómetros iniciales. Comenzó la ronda a rodar y se cumplieron los pronósticos de llegadas masivas, pero no tanto en los hombres que presuntamente se las iban a adjudicar. Las tres primeras jornadas conocieron un solo color, el del Inoxpram italiano, que oficialmente venía a ayudar a que el candidato Battaglin intentara victoria transalpina, inexistente desde que en 1968 Gimondi se proclamase vencedor absoluto. La primera la ganó Bontempi, un joven de veintiún años sin ninguna experiencia en tres semanas. Al día siguiente Cedena pensó que había ganado, y como tal hizo sus protocolarias declaraciones en línea de meta, pero su gozo en un pozo cuando la foto de los jueces dictó sentencia a favor de Chinetti. En la tercera otra vez Bontempi, con una superioridad insultante.

    En las tres jornadas iniciales Francisco Javier Cedena Martínez fue segundo. Maldición. Habían surgido unos rivales inesperados, compañeros de equipo además, y aquello se ponía cuesta arriba.

    Al menos tenía un consuelo, comenzaba a subir al podio encabezando la clasificación de los puntos. Eso exigía estar muy atento en los kilómetros finales porque, aun cuando la escapada del día terminase con éxito, los puntos se seguían repartiendo en el pelotón perseguidor. Cedena seguía portándose en el puestómetro, gracias a lo que mantenía el maillot de la regularidad. Su equipo le apoyaba en la colocación final, siempre necesaria para no gastar excesivas fuerzas antes de tiempo, muy especialmente Martínez Heredia.

    Pero en la meta de Jaén, pendiente de los Inoxpram, le superaron en la última línea Juan Fernández y Lasa, temibles los dos por su velocidad y su regularidad. Eso hizo que se le acercasen peligrosamente en la clasificación; ahora tenía 103 puntos por Fernández 90 y Lasa 65. El margen se estrechaba, no podía tener ni un solo descuido. Por otro lado, sopló a su favor una ráfaga de optimismo al enterarse de que Bontempi no tenía intención de terminar la Vuelta, una vez ganadas ya dos etapas pensaba más en el Giro de su debut.

    La crono-escalada a Sierra Nevada que vistió a Battaglin de amarillo no tuvo mayor influencia porque, por pura lógica, ninguno de los velocistas puntuó. Continuaron las escapadas victoriosas aprovechando el terreno cada vez más escarpado y Cedena no conseguía perder de vista a Juan Fernández y es que, además, gracias a una victoria de etapa, Suárez Cueva (Kelme también) se había encaramado al tercer puesto de la regularidad. Ahora Cedena 123, Fernández 104, Suárez Cueva 94. Los pupilos de Carrasco no se lo iban a poner nada fácil. Y en la etapa 12, cumpliendo su palabra y a la vista de los perfiles que se avecinaban, Bontempi no salió.

    En la meta de Balaguer, tras el vencedor López Cerrón se le adelantan nuevamente los dos Kelme en el sprint y la cosa queda muy apretada: Cedena 149, J. Fernández 147, Suárez Cueva 118. El trabajo conjunto de sus dos rivales puede dar con todo su esfuerzo en la papelera. Y, efectivamente, en la siguiente semi-etapa Pedro Muñoz (Novostil) ganador, el sexto puesto de Cedena le impide subir al podio, algo a lo que ya estaba acostumbrado. Juan Fernández le aventaja en un punto. No está todo perdido pero el título de los puntos se ha puesto muy complicado.

    Curiosamente, el día redondo para el equipo CR con victoria del gallego Álvaro Pino escapado con más de ocho minutos en Torrejón de Ardoz, fue una jornada redonda para nuestro protagonista porque en el sprint del pelotón se impuso con rabia y remontó a Juan Fernández en tres puntos; Cedena 174, Fernández 171. Pero, a pesar de la alegría, era ya la cuarta vez que hacía segundo. Prácticamente todos los que destacaban en la clasificación de los puntos habían ganado su etapa, menos él. Y solo quedaban tres jornadas para ganar o perder puntos en meta.

    El equipo está fuerte e intenta vencer ante el acueducto de Segovia, primero Heredia y luego Coll, pero el experimentado Lasa les supera a todos en la que será su última ronda hispana. El día le ha sabido a gloria a Cedena porque sus dos competidores de Kelme se han quedado en Morcuera, han perdido un cuarto de hora en meta y de esta manera su quinto puesto le suena a casi-triunfo, ya son quince los puntos que saca al alavés. En el grupo delantero han entrado cuatro del equipo y son terceros en la general de escuadras.

    La jornada que profetizaban decisiva para la general la superó sin ningún agobio el líder Battaglin. No era día para pensar en puntos, con toda la sierra madrileña entre pecho y espalda y, sin embargo, se convirtió en el ganador virtual de la regularidad. Juan Fernández se había retirado tras el descenso de Morcuera, que en su doble ración de este año había resultado su tumba. Con todos los apuros que Cedena venía pasando en la última semana, así de sencillo fue el final que se presumía emocionante hasta el último metro.

    La última jornada dominical consistía en un paseo por la Castellana madrileña. Nada quedaba por decidir salvo el último nombre en el casillero de ganadores de etapa. Cedena tenía la satisfacción del deber cumplido pero también la espinita de la etapa pendiente. Además, jugaba en territorio propio y quería hacer algo sonado.

    Y tramó el plan que nadie esperaba. Se fugó del paquete cuando faltaban cuatro vueltas, cada giro eran cinco kilómetros. Se fue solo, miró hacia atrás y comprobó que nadie le seguía. Decidió continuar. Una vuelta después saltó Schipper (HB Alarm Systemen) y le cazó, como era de esperar. Cedena ya tenía las piernas un tanto cargadas y le acogió más como colega que como adversario, le iban a venir de perlas los relevos del rodador holandés que pocos meses antes se había impuesto en la Vuelta a Andalucía. Y así consiguieron dar las dos últimas vueltas sin que el pelotón les cazara. Tiraba Kelme para Suárez Cueva, Zor para Lasa; Inoxpram, con la ronda en el bolsillo, tenía una presencia más protocolaria que intención clara de prepararle la llegada a Chinetti. Y les salió todo bien porque Battaglin se fue derecho al Giro y repitió triunfo absoluto.

    Vayamos al desenlace. Llegaron los dos ante la pancarta final sin ningún apuro, tenían todavía 50 segundos. Cedena miró a su compañero de fuga y, viendo que no hacía ademán alguno de meter el cambio y lanzarse, aceleró directo hasta la meta. Schipper no disputo el triunfo, o eso pareció al menos desde detrás de la valla. Hablando de vallas, algunos no las respetaron para ver a los ciclistas más cerca y el vencedor Cedena, nada más cruzar la línea rozó a uno de los espabilados y se fue al suelo, arrastrándose durante unos cuantos metros. La caricia del asfalto le produjo magulladuras en todo el costado izquierdo y luxación en la mano. Pero no hay nada ni nadie que le frene subir al podio en dos ocasiones. En la segunda le revistieron con el maillot azul que, punto a punto, tanto había sudado.

    El equipo, por su parte, había cumplido con creces. Dos etapas, cuatro en el top20 -Cedena 19º a 29:46 de Battaglin- y terceros por equipos. El colchón perfecto para el merecido descanso.
     
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    Dag Otto Lauritzen, un noruego aguafiestas

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    Hacia la mitad del Tour de Francia de 1987, en plenos Pirineos, los corredores se disponen a salir de Pau para terminar en la cima de Luz Ardiden, visita habitual de la caravana a la estación invernal en la época moderna de la historia ciclista. En esta etapa catorce el líder es Mottet, investido el día anterior al desbancar a Martial Gayant, compañeros de Systeme U.

    De salida ataca Rubén Gorospe, Marie-Blanque está cerca y puede hacer buena labor de enlace posterior, pero los rivales piensan lo mismo y abortan el intento del de Mañaria. Los kilómetros que deben recorrer (166) no son excesivos pero después del puerto de primera mencionado deberán ascender dos de categoría especial, Aubisque y Luz Ardiden, además de algún otro de menor altitud. Un grupo se adelanta y, tras dispersarse en la dura ascensión, es Gilbert Duclose-Lassalle (Z Peugeot) quien en este martes festivo, animado como nunca por sus paisanos -Lembeye está lejos de Roubaix- corona en cabeza. Es luego Claveyrolat (RMO) quien le toma el relevo al bearnés y pasa en solitario por el Aubisque. Es 14 de julio, se palpa en el pelotón, las escuadras galas están a todas. El descenso se pone peligroso por la lluvia y la densa niebla.

    Por la villa de Luz-Saint-Sauveur pasa primero Van Vliet (Panasonic), que se dispone a la última ascensión, los mejores vienen a tres minutos. Es entonces cuando del grupo que transita tras el fugado salta Otto Lauritzen, pero con un hándicap casi insalvable: por detrás ha saltado Lucho Herrera (Café de Colombia) y lo tiene a poco más de un minuto. Tras el colombiano, Anselmo Fuerte (BH), Wilches (Postobón) y Hampsten, jefe y compañero de Otto. Roche, Delgado y Millar vienen una curva más atrás.

    Posiblemente el director Mike Neel frene a Lauritzen para apoyar al capitán a asaltar el podio, aunque el mejor colocado del equipo en la general es Raúl Alcalá, casi cuatro minutos más cerca del amarillo que Andrew Hampsten.

    Pero cuando Neel ve a Lauritzen rebasar como una flecha a Van Vliet no le ordena que pare, sino que le anima en su ritmo constante. Sigue hacia arriba el noruego sin ceder lo más mínimo, atrás los colombianos atacan una y otra vez pero no son embestidas prolongadas, sino ataque-mirada-deceleración y vuelta a empezar. Así es difícil limar tiempo al fugado, que sigue con el ritmo idéntico del comienzo.

    Llega Lauritzen al banderín de último kilómetro y observa que todos los vehículos le adelantan, unos deben llegar a meta pero otros responden al silbato del comisario que con gestos ostensibles les empuja a que desaparezcan velozmente hacia adelante, Herrera está a poco segundos, tiene Lucho a la vista el coche rojo de la organización y las motos con chalecos Photo. Todos venían a tope para desbancar al rezagado Mottet.

    Con el gozoso claxon de su director como banda sonora pisa Otto la línea de meta con los brazos en cruz y su boca abierta hasta el lóbulo pulmonar más profundo. Es 14 de julio de 1987, la victoria de etapa más cotizada en las agendas francesas.

    Originario de un entorno que apenas habíamos divisado en los mentideros ciclistas, el noruego Dag Otto Lauritzen había recalado en el pelotón profesional por la vía francesa, ya bastante maduro para este deporte. Con veintiocho años pasó a la Peugeot donde permaneció dos temporadas largas hasta que le fichó la escuadra estadounidense 7 Eleven capitaneada por Andrew Hampsten que, tras su breve paréntesis de un año en La Vie Claire, había vuelto a sus orígenes.

    Un triunfo para la historia de Lauritzen, de 7 Eleven, de Noruega y de esa inmensa mayoría de corredores profesionales cuyo objetivo primordial es llegar a meta sin el control cerrado en etapas como la que hemos descrito. Muy meritorio triunfo, más aun teniendo en cuenta la lucha que plantearon los mejores en el último puerto Hors Catégorie. El número de dorsales 1 que acecharon a Otto es más que concluyente.
     
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    Juegos Olimpicos 1912.

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    Equipo sueco


    Los eventos ciclistas de los Juegos de 1912 se limitaron a una carrera en ruta alrededor del lago Mälaren , que ya había sido una ruta exitosa para una carrera ciclista anual. Aunque originalmente no estaba en el calendario, varios países solicitaron que se agregara el ciclismo en pista; sin embargo, el comité organizador mantuvo sus planes de no construir un nuevo estadio de ciclismo en pista, ya que el único en Estocolmo había sido destruido para poder construir el Estadio Olímpico. Además, Alemania había solicitado específicamente que se añadieran al programa Cycle-Polo y Figure-Cycling, y el comité rechazó ambas solicitudes.

    Se decidió realizar la carrera en ruta como una contrarreloj y prohibir a cualquier ciclista no competitivo que actúe como marcapasos . Diecinueve países inscribieron a 151 atletas en la competencia, que fue un número mayor al esperado por el comité. El grupo más grande era de Gran Bretaña, que había inscrito a doce competidores de Inglaterra, otros doce de Escocia y otros nueve de Irlanda. La carrera comenzó el 7 de julio, con los atletas saliendo en grupos.

    El primer grupo se fue a las 2 am, y los grupos restantes se fueron a intervalos de dos minutos. La distancia recorrida fue de 318 kilómetros (198 millas), con el sudafricano Rudolph Lewis ganando la medalla de oro en la carrera individual. Frederick Grubb de Gran Bretaña ganó la medalla de plata y Carl Schutte de los Estados Unidos ganó el bronce.

    Sin embargo, las posiciones medias del equipo sueco eran mejores que las de sus competidores, por lo que el equipo sueco ganó la medalla de oro en la competición por equipos. Las medallas de plata y bronce siguieron a las victorias individuales, yendo a Gran Bretaña y Estados Unidos respectivamente, dando a Grubb y Schutte una segunda medalla cada una de las mismas variedades.
     
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    El virus ciclista: Caboalles de Abajo - López Rodríguez, un ejemplo
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    Cuando un ciclista destaca se desarrolla a su alrededor un hábitat humano que anima y ensalza a la joven figura, constituyéndose en caja de resonancia con notoria presencia social cuando la figura en ciernes es de una localidad más bien pequeña, caso de la gran mayoría de los ciclistas, más aún en la época que pasamos a describir.

    Comienzo de los 60 en Caboalles de Abajo, núcleo perteneciente al municipio leonés de Villablino, comarca de Laciana, entre Babia y El Bierzo, limítrofe con Asturias. Casi dos mil habitantes entonces, hoy la mitad, a unos 1.100 metros de altitud. Muy cerca del nacimiento del rio Sil. Modernamente hablando, enclavado en la Reserva de la Biosfera Valle de Laviana y a tiro de piedra de la estación de esquí de Leitariegos.

    Un chaval del pueblo gana carreras ciclistas, es el hijo del que tiene el taller de bicis. Su fama ha superado las competiciones regionales y le han llevado con la selección a la Vuelta a Guatemala y, tras trece días de competición, se hizo con cinco etapas y subió al podio. Sus compañeros han sido Rogelio Hernández (27 años) y Ventura Díaz (24). Él no tiene más que 21 y continuará siendo seleccionado para otras muchas pruebas internacionales. Tiene buen punto de velocidad y las cuestas las pasa con facilidad. En su pueblo han constituido la Peña José López. Sus victorias habían tenido un gran eco en una provincia escasa en ciclistas de alto nivel, y despertaba admiración el joven ciclista cuando entrenaba por las carreteras de la comarca con su flamante maillot Ferrys, que alternaba con el trabajo de mecánico de coches. Todos y todas le conocían, todos y todas querían su gorra, todos y todas estaban puestísimos en cuanto a sus carreras, sus rivales y sus victorias.

    Sus momentos estelares, además de los dos campeonatos de España de aficionados consecutivos que conquistó en Valencia y Vigo, fueron sin duda sus actuaciones en la Olimpiada de Tokio 1964 y en los mundiales de San Sebastián al año siguiente. En Tokio fue quinto en la prueba de ruta y octavo en la CRE con Santamarina, Goyeneche y M. Díaz. Por allí andaba ya un imberbe de 19 años llamado Eddy Merckx, Godefroot, Sercu, los hermanos Pettersson o Karstens.

    En los campeonatos del mundo consiguió medalla de plata en la modalidad de crono por equipos juntos a sus compañeros Mariano Díaz, José Manuel Lasa y Txomin Perurena, con quienes dio el salto a profesionales al año siguiente vistiendo los colores del recién creado conjunto Fagor, aunque corrió la Volta como independiente con Ferrys al final de esta su última temporada de aficionado. Para entonces, ese mismo verano había sido segundo en el Tour del Porvenir finalizado en Barcelona, tras su compañero Mariano Díaz. Pero no se trata de escribir su merecida biografía en esta ocasión -faltaría el espacio necesario- sino de subrayar cómo un ciclista emergente genera un núcleo ciclista que rebasa con mucho en el tiempo la trayectoria de quien les ha metido el gusanillo. De hecho, perdura hasta nuestros días, cuando el protagonista ha llegado felizmente a los ochenta años.

    Ese mismo año 1965 su peña comenzó a organizar una carrera ciclista en el pueblo, para aficionados. El mismísimo Tarangu Fuente quien se llevó trofeo, ramo y un par de besos en alguna edición.

    Se atrevieron a dar el salto, querían una carrera de profesionales donde pudiese correr su ídolo. Y lo consiguieron en 1969. El pueblo entero volcado en las mil y una tareas que una prueba de tal nivel exige. Y cumplieron, ¡vaya si cumplieron! La primera edición pro, sexta del Gran Premio -la vuelta ciclista, que decía la inmensa mayoría- se la adjudicó José Manuel López Rodríguez. Fue el delirio, un día para enmarcar y explicárselo en la escuela a las siguientes generaciones. La unión hizo la fuerza y un pueblo con menos de dos mil habitantes supo sacar adelante el reto que se habían propuesto. Es paisano, por su parte, preparó la carrera al detalle, hizo todo lo posible por conseguir la victoria y puso el broche de oro a una jornada inolvidable. Todos y todas estaban allí, en la calle, vitoreando a su campeón.

    No fue flor de un día la prueba de profesionales y la siguieron organizando sin interrupción hasta el año 1987. El palmarés, notario insobornable, lo proclama a los cuatro vientos.

    1969 José Manuel LÓPEZ RODRÍGUEZ Fagor
    1970 Vicente LÓPEZ CARRIL Kas
    1971 Santiago LAZCANO Kas
    1972 Domingo PERURENA Kas
    1973 Domingo PERURENA Kas
    1974 Andrés OLIVA La Casera
    1975 José Antonio GONZÁLEZ LINARES Kas
    1976 José María GARCÍA ROXIN Novostil
    1977 Javier ELORRIAGA Teka
    1978 Antonio ABAD Novostil
    1979 Miguel María LASA Moliner
    1980 Eugenio HERRANZ Vereco
    1981 Enrique CIMA Teka
    1982 Federico ETXABE Teka
    1983 Ginés GARCÍA PALLARES Hueso
    1984 Francisco CAMBIL Teka
    1985 Ángel OCAÑA Teka
    1986 Alfonso GUTIÉRREZ Teka
    1987 Pello RUIZ CABESTANY Orbea
    En 1978, además de organizar la consabida prueba, se atrevieron con el Campeonato de España de fondo en carretera, que ganó Enrique Martínez Heredia y convirtió a Caboalles de Abajo en la capital del ciclismo aquel fin de semana que culminó con la carrera profesional el 25 de junio.

    Todo lo que la Peña López aportó al ciclismo, a Laciana y a León, lo sigue haciendo en la actualidad el Club Ciclista Treitoiro; promocionando el ciclismo, que es lo suyo, en las circunstancias que el siglo XXI ofrece y exige. Saben de memoria de dónde vienen y hacia dónde se dirigen, tan bien como dónde nace el Sil, cómo se transforma y hasta dónde llega.
     
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  14. labeaga

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    Las 7 Paris-Niza de Sean Kelly

    [​IMG]Ganar 7 veces consecutivas una carrera tiene un mérito enorme. Requiere estar 7 años a un excelente nivel, a poco que la carrera en cuestión tenga una cierta competitividad. Lo primero que se nos viene a la cabeza cuando hablamos de 7 consecutivas, son las 7 victorias de Lance Armstrong en el Tour. Huelga decir el extraordinario suceso que supone esa marca establecida por el estadounidense. Pero si estamos en estas fechas del año, seguramente también reparemos en que Sean Kelly, en los años ochenta, logró encadenar una racha tan espectacular como complicada de establecer en su carrera fetiche, la Paris-Niza. Sin duda, una carrera menor que el Tour. Pero dos handicaps hacen las victorias de Kelly aún más meritorias. El primero es que el irlandés no centraba sus temporadas ni mucho menos en la Paris-Niza. Para él era uno de los objetivos del calendario, pero a la par que citas tan diversas como la Paris-Roubaix, la Vuelta, el Tour, el Giro de Lombardía, etc. Vamos, que Kelly salía a ganarlo todo, durante todo el año. El segundo handicap es que en una carrera de más o menos una semana, como es ésta, hay muy poco margen de reacción. Si te equivocas un día, has perdido la carrera. Si dejas coger demasiada ventaja a un adversario, lo mismo. Si consientes una escapada de alguien desconocido, puede que hayas renunciado a tus opciones. En resumen: lograr lo que consiguió Kelly es una auténtica proeza, que merece que la repasemos en los siguientes párrafos. Vamos a ir viendo cómo el irlandés supo solucionar año tras año los problemas con los que se fue encontrando, y cómo consiguió que la Paris-Niza fuera 7 temporadas seguidas su coto cerrado. Lo dicho, una verdadera hazaña.

    [​IMG]Tras la victoria en 1981 de un jovencito irlandés, Stephen Roche, que se destapó para el ciclismo continental en esa Paris-Niza, en el 82 sería el turno de que un sprinter del mismo país, Sean Kelly, asombrara llevándose la carrera hacia el sol. Tras el prólogo que ganó el especialista Oosterbosch, en la primera etapa saltó la sorpresa: el joven y desconocido Chaurin, compañero de equipo de Kelly en el Sem, ganaba merced a una fuga y se ponía líder con más de 5 minutos de ventaja. ¿Resistiría?

    En la siguiente etapa, ganada por un combativo Nilsson, Kelly empezaba a dar muestras de su forma al quedar segundo. Al día siguiente, en Saint Ettiene, dio el golpe de mano. Los Peugeot, que tenían un equipazo en carrera (Roche, Duclos-Lasalle, Anderson, Simon y Laurent) montaron una gran batalla que hundió al líder Chaurin. Pero Kelly resistió y se impuso en el sprint del selecto grupo que llegó a meta. Dos días después vuelve a ganar por delante de Gilbert Duclos-Lasalle, que parece el favorito para vencer la carrera, tras eliminar de la lucha a Zoetemelk, que tenía la cronoescalada a Eze del último día para imponer su ley. El penúltimo día, en Mandelieu, Gilbert le roba 5 segundos a Kelly tras arriesgar en el descenso de Tanneron y se pone líder. Todo parece indicar que el corredor de Peugeot tiene la carrera encarrilada, pues entre el irlandés y él se jugarán la victoria el último día.[​IMG]

    Pero ese último día salió toda la clase de Kelly. Se impuso tanto en el sector matinal al sprint como en la cronoescalada al col d´Eze de la tarde, robando la victoria de etapa a un Alberto Fernandez en gran forma (había ganado pocas fechas antes la cronoescalada del Tour del Mediterráneo). Duclos-Lasalle era 5º a 44 segundos, con lo que bajaba al segundo cajón del podio, por delante de Vandenbroucke. Kelly se había llevado su primera Paris-Niza a los grande.

    [​IMG]En el 83 el prólogo es para Vanderaerden, que ese año entró en la escena ciclista de forma fulgurante. Kelly es segundo, pero en la primera etapa se ve involucrado en una caída a un kilómetro de meta y pierde 48 segundos. Las cosas se complican mucho para reeditar el triunfo del año anterior. Para resarcirse, en la tercera etapa se adjudica el primer sector al sprint. El segundo sector, una crono por equipos, es ganado por el Aernoudt del líder Vanderaerden, mientras que el Sem de Kelly es tercero a 23 segundos. Al día siguiente Kelly vuelve a ganar, en el sprint de un reducido grupo donde no aguanta Vanderaerden. El veterano Zoetemelk coge el liderato, pero el Sem está al acecho: el suizo Grezet es tercero a 9 segundos, el holandés Rooks cuarto a 20 y el irlandés Kelly quinto a 41. Entre los 3 pueden ponerle las cosas difíciles al líder, aunque éste cuenta con la ayuda de su compañero Laurent, que es segundo. Pero el penúltimo día, Kelly le da la vuelta a la tostada. Con una gran fuga consigue arrancar suficiente ventaja a Zoetemelk para ponerse líder, aunque solo con 8 segundos sobre el holandés. Joop parecía el favorito de cara a la cronoescalada final en el Col d´Eze, pero Kelly demostró que la etapa le iba como un guante, ganando y dejando sentenciada su segunda Paris-Niza. Sus lugartenientes de lujo, Grezet y Rooks, le acompañaron en el recital, puesto que quedaron segundo y tercero en la etapa y en la general, sacando a Zoetemelk del podio y logrando un triplete espectacular para el Sem.

    [​IMG]En 1984 la novedad la representaba uno de los participantes: Hinault, ausente los últimos años debido al rechazo de Renault a correr la Paris-Niza, había cambiado de equipo y por consiguiente participaba en la tercera ronda por etapas de Francia en importancia. Los primeros días el desarrollo fue el habitual, con el prólogo ganado de nuevo por un especialista (en este caso Oosterbosch, que repetía dos años después), Kelly ganando el primer sprint y el Panasonic arrasando en la crono por equipos y dejando a sus corredores en los primeros puestos de la general. El Skil de Kelly era cuarto a 1:13. Pero con el Ventoux en el recorrido, parecía difícil que los rodadores holandeses mantuvieran el liderato. Y así fue. Caritoux se impuso en el "monte pelado" y Millar, segundo en la etapa, se hacía con el maillot blanco de líder. El grupito de favoritos, con Kelly, Roche, Dietzen y Laurent llegaba a medio minuto de los primeros, mientras [​IMG]Hinault cedía 15 segundos más que ellos. Al día siguiente el bretón quiso reventar la carrera y atacó con saña, pero de repente se encontró con un grupo de manifestantes que querían cortar el paso de los corredores. Hinault, genio y figura, se lió a tortas con ellos. La etapa, que podía haber sido terrible, acabó simplemente con la claudicación de Millar, que cedió el primer puesto a Kelly. El irlandés solo se tenía que preocupar de Hinault, tercero en la general, y de su compatriota Roche, segundo. El penúltimo día estos dos corredores se lo pusieron difícil, pero Sean resistió bravamente, cediendo tan solo ante Roche, ganador de la etapa. El último día, con la tradicional cronoescalada al Col D´Eze, tan solo 11 segundos les separaban. Pero Kelly volvió a llevarse la etapa y la general, por tercer año consecutivo. Solo Merckx antes que él lo había logrado. Por delante de él solo quedaba el record de 5 victorias (no consecutivas) de Anquetil. El irlandés estuvo intratable esa primavera, sumando a la carrera francesa las victorias en Paris-Roubaix, Lieja, Criterium Internacional y Vuelta al País Vasco.

    [​IMG]En 1985 la novedad en la línea de salida era el Renault del nuevo dominador del panorama mundial, Laurent Fignon. Pero quien permanecía inalterable era Sean Kelly. El irlandés falló en el prólogo, donde solo pudo ser 15º. El australiano Alan Peiper se hacía con el primer liderato, dejando sin una nueva victoria a Oosterbosch, que tuvo que conformarse con la segunda posición. En la primera etapa, Panasonic arrasa en el sprint, colocando a los hermanos Planckaert (Eddy y Walter) por delante de Kelly. El irlandés estaba en todos los fregados. Al día siguiente, cambio de líder: Oosterbosch arrebataba el maillot blanco a Peiper, merced a una escapada junto a Madiot y Pirard. La etapa, sin embargo, se escapó a los dos holandeses, puesto que fue para Madiot.

    Eddy, el menor de los Planckaert, volvió a dejar con la miel en los labios a Kelly en la etapa de Saint Ettiene. En una bonita etapa por el trazado de media montaña de la misma, el líder se jugó la carrera valientemente. Atacó para abrir hueco con sus perseguidores en la general, y solo fue cazado a 4 kilómetros de meta. Pero se había desfondado, por lo que no consiguió entrar con los de cabeza y Peiper recuperó el liderato. Pero al día siguiente la crono por equipos volvió a ser uno de los jueces de la carrera. El Skil de Kelly quedó 2º a solo 8 segundos del Panasonic de Phil Anderson. El resto quedaron a un mundo, siendo La Redoute de Roche el tercero a 52 segundos. Teniendo en cuenta que no se computaban los tiempos de la etapa, sino que se daban bonificaciones dependiendo del puesto, Kelly solo arrebataba 20 segundos a Roche, mientras perdía otros 20 con Anderson. Con lo cual, el australiano sacaba 23 segundos al jefe de filas del Skil y 38 al de La Redoute. Pero ninguno de ellos se quedaba el [​IMG]liderato, merced a la semietapa que se había disputado esa misma mañana, con llegaba a Bedoin previo paso por el Ventoux. Los franceses Pelier y Vichot, gregarios de Kelly, se fugaban con Mottet. La victoria y el liderato era para el primero, quedando Vichot el segundo a 10 segundos. Skil volvía a tener un año más la carrera maniatada.

    Pero etapa a etapa iba perdiendo peones. Al día siguiente, Pelier perdía 6 minutos y su privilegiada posición en la general. El maillot pasaba a las espaldas de su compañero Vichot, tras esta etapa ganada por Oosterbosch y en la que Fignon debió retirarse por molestias en el tendón de Aquiles. La maldición que perseguiría al parisino durante los siguientes años empezaba a manifestarse.

    [​IMG]En la penúltima etapa se impuso el español Pedro Muñoz aprovechando el ascenso a Tanneron previo a la llegada a Mandelieu. Kelly y Anderson seguían limando tiempo al líder, hasta ponerse a 45 y 32 segundos respectivamente. En la etapa final, por la mañana, Mottet consiguió lo que el día de Bedoin se le había negado. Incluso fue líder virtual, pero los Skil realizaron un gran trabajo para conservar el liderato. Kelly quedó tercero, solo superado por Van Poppel en el sprint. Por la tarde, Anderson no soportó el duelo, quedando 6º a 1:11 del ganador, que no fue Kelly sino otro irlandés, Stephen Roche. Por solo 1 segundo impidió a Sean repetir lo hecho los 3 años anteriores: etapa final y liderato. Pese a no ganar ninguna etapa en esta edición, Kelly se hacía con su cuarta Paris-Niza. En el podio final iba a estar acompañado por Roche, gracias a su gran ascensión al Col d´Eze, y por su compañero Vichot, al que Phil Anderson no consiguió superar.

    [​IMG]En la edición de 1986, muy montañosa (tenía llegadas al Ventoux a la altura de Chalet Reynard, el Mont Faron y la cronoescalada al Col d´Eze, además de la etapa del Tanneron) fue un auténtico recital de Kelly. El nuevo jefe de filas del Kas igualó la marca de 5 victorias de Anquetil, pero lo hizo a lo grande. Fue líder desde el primer al último día, ganó 3 etapas, quedó segundo en otras 4, se llevó el maillot de la montaña, el de la regularidad y logró una diferencia enorme sobre sus acompañantes en el podio. Simplemente impresionante. La carrera comenzó con un prólogo que esta vez sí se llevó el irlandés por delante del sempiterno Oosterbosch. Tras dos sprints ganados por el francés Wotjinek, Kelly se impuso al sprint en la tercera etapa por delante del cántabro Alfonso Gutierrez. Al día siguiente, por la mañana, Van Lancker se imponía en el Chalet Reynard gracias a una escapada. Por detrás Zimmermann se mostraba como el más fuerte, sacando medio minuto a Kelly, Caritoux, Simon y Mottet. Lemond y Bernard pinchaban al perder en meta más de 40 segundos. Por la tarde, victoria para Peugeot por delante de La Vie Claire y Kas. Pero, debido al sistema de cronometraje, en la general solo se veían reflejadas las bonificaciones que el equipo de Simon le había sacado al de Kelly. Al día siguiente, nuevo recital del irlandés en el Mont Faron. En la corta subida final marcó el ritmo a todos sus rivales, descolgando incluso a Simon en el último kilómetro. [​IMG]Solo un ataque de Pedro Muñoz, que de vez en cuando sacaba a pasear su clase, le impidió llevarse la etapa. Con Simon descolgado, los rivales pasaban a ser Zimmermann y Lemond, pero estaban a 1 minuto de diferencia de un Kelly que se mostraba intratable. El penúltimo día volvió a demostrar que estaba claramente por encima de los demás. Se impuso en el sprint del pelotón, y solo una escapada del danés Pedersen le impidió anotarse la etapa. El último día por la mañana se produjo la gran sorpresa de que el cántabro Alfonso Gutierrez adelantó a Kelly en el sprint. Pero por la tarde Sean volvió a maravillar, ganando la cronoescalada con 14 segundos sobre Bernard, medio minuto sobre Zimmermann y un minuto sobre Lemond. Estos dos últimos le acompañarían en el podio, pero Kelly había demostrado que en esa edición fue el amo y señor absoluto. Días después se impondría en la Milán Sanremo y continuaría su primavera triunfal ganando la Roubaix y la Vuelta al País Vasco.

    [​IMG]Si en el 86 la Paris-Niza fue un monólogo de Kelly, es justo decir que en 1987 el líder del Kas no fue el mejor corredor de la carrera. Sin embargo, acabó ganándola. Tras un prólogo ganado por Vandenbroucke, en la crono por equipos Carrera tuvo una actuación sensacional y dejó a sus dos líderes, Zimmermann y Roche, en inmejorables condiciones. Sobre todo este último, que venía de una lesión el año anterior y en este inicio de temporada parecía que se empezaba a recuperar, tras ganar en la Vuelta a Valencia. Roche se ponía líder, dejando a Kelly a 41 segundos. Se complicaban las opciones del pentacampeón de la carrera. Kelly comenzó pronto a arañar bonificaciones siendo 2º en la siguiente etapa. Y en el Mont Ventoux demostró que estaba fuerte. Se impuso en la línea de meta a Stephen Roche. El tercer hombre fuerte del día, Pensec, tenía la mala suerte de salírsele la cadena justo cuando se iniciaba el sprint. El duelo de irlandeses estaba servido, puesto que se quedaban liderando la clasificación, con la única amenaza de Fignon: estaba a 48 segundos del líder Roche y a 17 de Kelly, pero había perdido comba en la dura ascensión. Mala señal.

    [​IMG]Las emociones no paraban en esta edición. Al día siguiente, en la llegada al Mont Faron, cambio de líder. Bernard protagonizaba una de sus grandes actuaciones, escapándose en el penúltimo puerto y llegando en solitario a meta y haciendose con el liderato. Mientras Roche y Kelly se vigilaban por detrás, llegando juntos a meta, el líder de La Vie Claire tomaba 45 segundos al corredor del Carrera y 1:14 al ganador de los últimos 5 años. La Paris-Niza 87 parecía vista para sentencia. Pero al día siguiente, de nuevo se produjo un vuelco en la general. Los 3 rivales de Bernard se unieron y dieron un golpe de mano, distanciando en el terreno ondulado de la etapa al líder, que entraría en meta a 2 minutos de Fignon, que se imponía en el sprint del pequeño grupo de elegidos. Prácticamente un anticipo de lo que pasaría meses después en el Tour. Así pues, Roche recuperaba el liderato con 24 segundos sobre Kelly y 37 sobre Fignon. Todo parecía que se jugaría en la cronoescalada del sector[​IMG] vespertino, pero viendo el estado de Roche parecía complicada una sexta victoria de Kelly. Sin embargo, la clave de la carrera estuvo en el sector matutino. En el descenso del Col de Vence, el líder pincha. La tardanza en reparar el pinchazo provoca que por delante se pongan de acuerdo y no consiga contactar. En meta, Roche ha perdido 2 minutos y la carrera. De nada le sirve que por la tarde demuestre ser el más fuerte, imponiéndose en la cronoescalada. A Kelly le basta con controlar a Fignon, que falla estrepitosamente, perdiendo incluso el segundo puesto del podio a manos de Bernard. Roche es cuarto, pese a haber sido el más fuerte de una carrera llena de alternativas y donde la emoción fue continua.

    La edición de 1988 se inició convulsa, en parte por la decisión de la organización de programar una Challenge inicial por equipos (pero divididos en dos grupos, de 4 y 5 corredores respectivamente) que no contaba para la general y que ganó Toshiba, y por otro lado por los dimes y diretes de Stephen Roche, que tomó la salida en esa Challenge de 6 km pero que no disputó el resto de la carrera, afectado por los problemas en la rodilla que le dejarían en el dique seco la mayoría de ese 1988 infausto para él. Mientras todo eso se producía, en carrera Sean Yates conseguía la victoria y el liderato en la primera etapa, merced a una escapada en solitario que le reportaba más de 2 minutos de ventaja. En la tercera etapa, con final en el Mont Faron, Kelly daba un nuevo golpe de mano. Quedó segundo, por detrás de un Andy Hampsten superviviente de una escapada. A rueda del irlandés solo aguantaron Simon, Pensec y Gorospe. Todos en buena forma, pero no parecía que tuvieran la suficiente entidad para inquietar al irlandés, que se quedó a solo 5 segundos del liderato de Yates. Al día siguiente lo conseguiría, puesto que en el ondulado camino a Saint Tropez Yates se descolgaba. La parte difícil del trabajo ya estaba hecha, y Kelly se limitó a c[​IMG]ontrolar los ataques enrabietados de los Systeme U de Simon y Fignon y a rematar en el Col d´Eze, donde volvía a ganar con 2 segundos de ventaja sobre Pensec. Gorospe, tercero en la cronoescalada, acababa también tercero en la general, siendo el segundo español tras Ocaña que lo conseguía. 2 meses después Kelly ganaría la Vuelta a España, su única gran ronda por etapas.

    Los años siguientes Kelly cambiaría la Paris-Niza por la Tirreno-Adriático, carrera coincidente en fechas y en la que su nuevo equipo, el PDM, tenía más intereses. Induráin emergió con dos victorias consecutivas en la carrera francesa, anticipo del dominio que llegaría en la primera mitad de los años noventa. Pero el record del irlandés ya estaba marcado. La impresionante racha de 7 victorias había sido establecida por Sean Kelly. Kelly fue muchísimo más que simplemente el heptacampeón de la Paris-Niza. Ganó numerosas pruebas, muchas de ellas de enorme prestigio. Hizo temporadas memorables, ganando desde marzo hasta octubre prácticamente todo, algo solo repetido posteriormente por Laurent Jalabert. Se atrevió con retos que parecían imposibles inicialmente y los consiguió todos menos dos: el podio del Tour y el Campeonato del Mundo. Pero estas victorias en la Paris-Niza no son sino otro dato más por el que pasar a la historia como uno de los más grandes de este deporte.
     
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    Francisco Galdós, una vida dedicada al Kas


    Luis Ocaña y José Manuel Fuente estaban dando las últimas pedaladas a su carrera y Francisco Galdos empezaba la suya. Fueron unos años tristes para el ciclismo español que se encontró huérfano de primeras figuras y sólo Paco y Miguel María Lasa dieron alguna satisfacción a los aficionados españoles. Estos dos muchachos cubrieron los años que faltaban para que apareciesen Pedro Delgado y Miguel Indurain.

    Francisco Galdos Gauna,nació en Lasarte, provincia de Álava el 6 de mayo de 1947. En su juventud pasó cuatro años en el Seminario. Pero su afición al fútbol le hizo abandonar la institución. Según decía el ciclismo era lo que peor se le daba pero de repente dejó el balón por la bicicleta y a ella se entregó de lleno. En 1964 debutó como juvenil y pronto empezó a destacar pero tuvieron que pasar cinco años para debutar como profesional.

    Era un corredor de sangre fría, calculador y tranquilo y eso le achacaron durante mucho tiempo. Pero dos años después de su paso al profesionalismo empezó a enseñar los dientes en el Giro, haciendo un sorprendente cuarto puesto y eso que era la primera vez que acudía. Y ese mismo año consiguió ser decimoprimero en el Tour. Galdós parecía imparable en su progresión pero su frialdad a la hora de arriesgar le privaron de un mejor palmarés. "A veces, decía, contra la propia voluntad de uno se hacen cosas que no se quieren hacer. Y es después, al llegar a la meta, cuando te das cuenta de no tener el temperamento suficiente, tanto para hundirte como para ganar".

    [​IMG]

    A Paco Galdós le gustaba el Giro y cuando en 1972 el equipo Kas logró meter a cinco de sus corredores entre los diez primeros Galdós fue tercero acompañando a Fuente, segundo, y a Eddy Merckx que fue el triunfados. Los días de Fuente estaban contados por su problema de riñón. Fue a mediado de los setenta cuando Galdós estuvo aun paso de hacer algo grande. Comenzó la temporada ganando la Subida a Arrate y luego la Vuelta a Romandía.

    Diez días más tarde viajó a Italia para participar en lo que se llegó a llamar "el Giro de Galdós".El corredor alavés cogió el maillot rosa en la cuarta etapa y sólo la soltó diez días más tarde cuando llegó una contrarreloj, en la que Paco no era un gran especialista. Al finalizar la carrera solo le separaron 41 segundos del triunfador Battaglin, a quien todos los equipos italianos ayudaron además de algunas irregularidades en la organización.

    El año siguiente unos problemas hepáticos fueron la causa de que no rodase muy fino. A pesar de todo logró un sexto puesto en el Tour y ganar la Vuelta a Cantabria. Y ya en 1979, con 32 años a la espalda, Galdós alcanzó el segundo puesto en la Vuelta a España, tras el holandés Joop Zoetemelk. Un año más tarde hizo octavo. El momento de la retirada estaba cerca y ya asomaban en el panorama ciclista nombres como Álvaro Pino o Marino Lejarreta.

    Atrás quedaba toda una vida dedicada al equipo Kas, su fisura en la cabeza del fémur en una caída en el Tour, sus once participaciones en la ronda francesa. Su impresionante victoria en el Stelvio, aunque no pudo despegarse de Battaglín. En los finales de los setenta y primeros de los ochenta los españoles, de vez en cuando, realizaban alguna que otra gesta en las grandes rondas y Pacó Galdos fue el alumno más aventajado.
     
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    Javier Murguialday, el único alavés con etapa en el Tour de Francia

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    Javier Murguialday, el único alavés que cuenta en su palmarés con una victoria de etapa individual en el Tour de Francia. El precursor Eusebio Vélez lo consiguió, pero no individualmente sino en la crono por equipos que Kas ganó en 1964 ante la sorpresa general, algo histórico cuando los prejuicios de los entendidos más allá y también más acá del Bidasoa solo filtraban corredores pequeñitos que subieran mucho, bajasen poco y perdieran todas sus opciones en la primera semana de pavés.

    Paco Galdos estuvo muy cerca del podio, más que ningún otro en el top10, pero no tuvo oportunidad de levantar los brazos en la mejor prueba del mundo. Era un corredor muy vigilado y eso le privó de la foto victoriosa.

    Vinieron años dorados para el ciclismo alavés, abandonó su prototipo monoplaza para abrazar las credenciales de generación, que dio brillo a un trabajo callado de muchas décadas, pero les ocurrió lo mismo que a Vélez, triunfaron pero en la contrarreloj por equipos de Once en 2002 Joseba Beloki, Álvaro González Galdeano y su hermano Igor, que gracias a la victoria colectiva se convirtió en líder de la carrera durante una semana, lo que supuso primera plana y profusas páginas interiores en toda la prensa alavesa y vasca en general.

    Mucho más reciente, Mikel Landa ha ganado etapas en el Giro, Vuelta, País Vasco, también ha sobresalido en el Tour muy cerca del podio final, pero la etapa se le ha resistido. Su gran problema, como el de los citados hasta el momento, ha sido ser peligroso para la general.

    Pero pensemos que entre los no peligrosos se encuentra, por decir una cifra, un 90% de los participantes, que son muchos corredores y muchos equipos. Y resulta que en el olímpico 1992, el mismo que todos los guipuzcoanos recuerdan como el año en que le Tour pasó por la puerta de su casa, un alavés de la Llanada -no de la capital- escribió una de las mejores páginas del ciclismo de su territorio. Dejemos las comparaciones a un lado.

    Eran más de 250 kilómetros desde San Sebastián hasta Pau. El favorito Indurain estaba tranquilo tras pasar su amarillo inicial a Zulle. La jornada se preveía larga y dura, había que estar atento. Salir de San Sebastián significaba que se tragaban los Pirineos nada más comenzar. En su acercamiento debían ascender Aritxulegi, Agina, Izpegi, Oskitz y Marie Blanque.

    En Aritxulegi se va Virenque, tras el descenso le siguen Rezze y Murguialday. Antes de Izpegi se han juntado los tres -Rezze es compañero de Virenque- y el pelotón viene parado a más de veinte y dos minutos, llevamos 100 km. de etapa. Cincuenta kilómetros más adelante el trío aventaja al gran paquete en diecinueve en el alto de Oskitz. En el pelotón a Gatorade no conviene tanta ventaja y acortan a quince. En el duro Marie-Blanque, a menos de 50 km. de meta, mantienen ocho y se queda Rezze, Chiappucci ataca en el paquete y se lleva a los capos Bugno, Indurain y Mottet; Virenque por su parte le ha metido unos segundos a Murgui en la cima. Pero el galo espera y siguen trabajando los dos en colaboración muy estrecha. Las luchas parciales que el puerto provoca parecen totalmente ajenas a lo que los dos fugados tienen en mente.

    Al final llegan con una renta de más de cinco minutos que, no hace falta ser muy ducho en esto del ciclismo, conducen a pensar que en meta el amarillo es para Virenque y la etapa para Murguialday. Se ha encontrado el alavés con un triunfo que ha buscado, que ha sudado y que con todos los méritos del mundo ha conseguido. En aquel momento, su compañero de escapada -que llegaría al récord de los premios de montaña conseguidos en el Tour- no era más que un debutante en la suma prueba por etapas.

    Javier Murguialday levantó los brazos en Pau con todo el derecho ciclista del mundo. Había sabido trabajar para sus intereses y para los del compañero de fuga. Piernas y cabeza. El alavés de Salvatierra-Agurain había conseguido una gesta que costará igualar. El mismo que se ha caído y que se ha lesionado mil veces trabajando para sus jefes, hoy ha tenido su merecido día de gloria.
     
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    No era un crimen doparse, sino ser cazado
    Michel Pollentier, despojado del amarillo en 1978 por fraude en un control de orina, se defendió hablando de dopaje generalizado
    upload_2020-12-9_12-28-10.png

    Vestido con un chándal Puma rojo, Michel Pollentier, medio tumbado en un sillón, en la habitación 32 del hotel Le Castillan de Alpe d’Huez, seguía sin comprender su descalificación del Tour de 1978, la dureza de los responsables antidopaje. “Llevaba el aparato, sí, pero no lo utilicé”. Ganó en la cima, en solitario, vestido con el jersey de lunares de la montaña, retorciéndose con su estilo característico, y levantó el brazo con timidez. Calor, agotamiento después de las 21 curvas desde Bourg d’Oisans, una ascensión brutal, y un belga otra vez después de Eddy Merckx en lo más alto de la carrera. Se puso líder, recibió los honores del podio, vomitó y se fue al hotel a ducharse antes de pasar por el control de orina. Cuando llegó a la camioneta se encerró y allí pasó dos horas y media junto a los responsables del control, a los que su director daba palique. Se llevó una sorpresa:

    – Bájese el culotte hasta las rodillas y suba el maillot hasta el pecho–, le pidió el doctor Le Calvez.

    – ¿Esto es nuevo, no? – respondió.

    – No, no es nuevo. Es el reglamento.

    Y se descubrió el pastel. Renato Sacconi, el inspector de la UCI, no podía creerse lo que veía. Pollentier se había colocado en el hotel una pera de goma escondida en la axila, llena de orina no contaminada, con un tubo que llegaba, por debajo de la ropa, hasta sus genitales. La idea era apretar el sobaco y llenar el tubo, lejos de la vista de los inspectores, pero el reglamento aplicado con rigor le delató.

    “No lo utilicé”, decía. “Oriné delante de ellos en el bote”. Pero ya estaba sentenciado por fraude continuado. Los argumentos, más de 40 años después, suenan disparatados. “¿Por qué no hicieron lo mismo cuando ganó Hinault?”, alegaba Fred De Bruyne, el director de Pollentier en el equipo Flandria, que amenazó con retirarse. “Hace tiempo que nos la tienen jurada a los belgas”, se lamentaba Freddy Maertens, compañero de equipo.

    Ante las evidencias, la defensa del ciclista belga, expulsado del Tour porque su infracción llevaba aparejada una suspensión inmediata por dos meses, se basó en que todos lo hacían. ¿Utiliza usted productos prohibidos?, le preguntaron los periodistas: “Como los demás, para estar en igualdad de condiciones que ellos”. La misma lógica que utilizaba en la carta a los directores del Tour, Levitan y Goddet, en la que pedía clemencia: “Mi carrera ciclista no está, ciertamente, menos contaminada de infracciones contra el reglamento médico que la de la mayor parte de mis colegas belgas y extranjeros”. Todos lo hacen, en definitiva. Ni un ápice de arrepentimiento. No era un crimen doparse, sino ser cazado. Había tomado Atupín, un producto prohibido en varios países. Pollentier no estaba seguro de que en Francia pudiera detectarse o no, así que optó por tratar de evitar el análisis. “Me quejo porque nunca hasta ahora obligaron a los corredores a desnudarse para pasar el control. ¿Por qué fui yo el primero?”. Ese Tour lo ganó Hinault, al que no hicieron desnudarse, según Pollentier.
     
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  18. ray

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    Le daría vergüenza el Striptease no anunciado...y pillado fué.
     
  19. labeaga

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    Miguel María Lasa, un rodador clásico


    En los tiempos de las vacas flacas del ciclismo español hubo dos ciclistas que destacaron por encima de los demás. Paco Galdós y Miguel María Lasa. Luego irían apareciendo Nazábal, Belda, Alberto Fernández, Angel Arroyo, Suarez Cueva, etc. Así que cuando se ganaba una etapa, o se subía un puerto en cabeza, ya era una alegría para los resignados aficionados españoles. Ganar una etapa era casi una fiesta nacional y Miguel María Lasa Urquía dio varias de esas alegrías.

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    Nació el chico el once de noviembre de 1947 en Oyarzun (Guipuzcoa) y tenía una refinada clase sobre la bicicleta. Era principalmente un rodador-sprinter aunque si las cuestas no eran demasiado empinadas las atacaba con alegría y así logró tres Campeonatos de España de Montaña. El primero en 1969, en el circuito de santo Domingo de Bilbao, al vencer al sprint a Gabriel Mascaró y José Antonio Momeñe.

    Su segundo triunfo fue el 13 de abril de 1971 en Estella sobre un recorrido de 192 kilómetros con un sol abrasador y numerosos repechos. Miguel María también venció al sprint a Domingo Perurena, Pedro Torres, Andrés Oliva y Joaquín Galera. Y como no hay dos sin tres, al año siguiente con agua, viento y granizo, revalido su título en Munguía. Aunque se subían el Urquiola y Orduña también en esta ocasión venció al sprint a Castelló y Uribezubía.

    Era un corredor de gestas, porque eso se consideraba cuando un español ganaba una etapa en alguna de las grandes Vueltas. En el Giro, Miguel María conseguía la primera en el 77 cuando en la duodécima etapa entre Santa Margarita y San Giacomo venció, con un segundo de ventaja, a Francioni, Pollentier y Viejo. Tres años más tarde, en la etapa Borno-Dimaro, que contaba con dos puertos muy duros, Lasa volvió a escribir una pagina gloriosa para nuestro ciclismo ganando en la meta de Val di Sole al vencer al sprint a Contini.

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    En el Tour su mayor gesta fue la realizada el 8 de julio de 1978. Una etapa de 233 kilómetros entre Burdeos y Biarritz. Hubo muchos intentos de escapadas pero todas las fugas eran anuladas. A cinco kilómetros de meta los gregarios de Freddy Maertens ya preparaban el sprint para su jefe de filas, pero a 800 metros de la meta el belga se vino al suelo y eso facilitó un duelo entre Teirlinck y Lasa. El golpe de pedal del español fue superior y se logró la victoria. La gran alegría dentro de la decepción final ya que fue la peor actuación española en veinte años.

    Y en la Vuelta a España Lasa empezó logrando un segundo puesto el año que arrasó Fuente, allá por 1972. Y cuando volvió ganar Fuente en el 74, Lasa logro un meritorio tercer puesto tras Agostinho. Al año siguiente volvió a subir al podio al quedar tras Tamames y Perurena. Bien es cierto que las diferencias fueron mínimas. Fue en 1977 cuando más cerca estuvo de vencer ya que hizo segundo y solo le separaron del ganador , el belga Maertens, tres minutos.

    La Vuelta a Asturias, la de Mallorca en dos ocasiones, vuelta a Menorca, al Pais Vasco, Trofeo Masferrer, campeón de España por Regiones y etapas en todas las carreras que en aquella época completaban el calendario ciclista español, tuvieron cabida en sus vitrinas. Miguel María Lasa, un hombre que con sus victorias logró endulzar el paladar de los aficionados durante la larga travesía del desierto ciclista vivido en España.
     
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  20. labeaga

    labeaga Miembro Reconocido

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    Nemesio Jiménez se lució en el GP Oro

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    El ciclismo y Murgia (Alava), capitalidad de Zuia, siempre han estado unidos. Organizadores de carreras y equipos, el CC Zuyano no ha descansado desde que hace ya muchas décadas comenzaron a sacar provecho bicicletero a sus onduladas carreteras y promocionar sus espléndidos paisajes. Fue en 1967 cuando se propusieron organizar una carrera seria con final en la patrona del valle, Ntra. Sra. de Oro, y para estrenarse comenzaron con la categoría de aficionados. En la primera edición, la prueba era línea y crono-escalada individual, fue el alavés Andrés Quintana quien se llevó el gato al agua, tras él Paco Galdos -ambos de la SC Vitoriana- y el navarro Fermín Goñi cerró el terceto galardonado. Al año siguiente vino el potente Ferrys aficionado y barrió con Gonzalo Aja primero y Julián Cuevas, tercero Paco Galdos. Quintana no pudo repetir, estaba en África haciendo la mili, el plan ideal para un joven deportista.

    Y siguiendo la tradición de hacer la carrera el domingo de Pentecostés, quisieron en la tercera edición dar un salto sustancial. La prueba sería de profesionales, irían hasta Vitoria, volverían a Murgia para bajar por Altube hasta Llodio, una vuelta larga por Okondo y todo Aiara y, tras subir la Barrerilla, enfilar otra vez hacia Murgia y coronar la guinda de Oro. En total, 175 km.

    La afición alavesa tenía este año de 1969 el corazón dividido, tras largas temporadas con la única licencia profesional de Eusebio Vélez, un joven vitoriano había irrumpido con fuerza en el ejército pro, Paco Galdos. Pero resulta que en esta edición de gala que estaban preparando no pudo hacer acto de presencia porque Kas le había trasladado con la mayoría de la plantilla hasta Avignon para participar en el Circuit des Quatre Provinces, fusionado en esta ocasión con la Dauphiné. El equipo amarillo solo pudo aportar cuatro corredores a la prueba porque a última hora no pudieron acudir ni Glez. Linares, ni Gómez Lucas, ni Tamames. Una pena porque Fagor venía con todos sus notables, Vélez incluido, que pocos días antes se había impuesto -a Galdos precisamente- en la cima de Urkiola con motivo del GP de la Amistad. Tampoco aparecieron Momeñe y Piñera, a quien hacían un homenaje ese mismo día en su tierra.

    La presencia del presidente Puig y el seleccionador Saura vistieron la mañana fría y lluviosa con que despertó aquel 25 de mayo toda la amplia zona que hoy en día abarca el parque natural de Gorbeia.

    Salieron veintiocho, cubiertos con sus chubasqueros la mayoría. Unos pocos kilómetros y se va Otaola bajando de Etxaguen a Ollerías, Gabica a su rueda. En Legutio salta Nemesio Jiménez y Vélez hace lo propio, les cazan. Los dos de adelante siguen en su empeño, colaboran. Junto a Betoño firme muy deteriorado y primeros incidentes, pincha Mesa en el pelotón y a Otaola se le rompe el manillar. Gabica queda solo en cabeza. Falta mucha carrera y se deja coger en las calles de Vitoria. El ritmo era muy vivo desde el comienzo. A la altura de Araka salta J.M. Errandonea y coge ventaja, en tramos llanos pocos pueden seguir su estela. Nemesio Jiménez está con piernas y se va tras el guipuzcoano, Silloniz atento salta a su rueda, es el dichoso marcaje ojo por ojo, de Fagor sobre Kas en esta ocasión. Eran dos azules contra un amarillo, pero ninguno de los Fagor ofrecían suficientes garantías para derrotar a Nemesio en las últimas pendientes, debían madurarlo antes del final para que les dejara libre el camino de la victoria. Así lo vio también Matxain (director de Fagor) desde su coche y los tres colaboraron. Era la escapada buena, atrás quedaba neutralizado más de medio pelotón, todos sus compañeros. Los únicos perseguidores propiamente dichos solo podían ser los Karpy y algún Pepsi y Casera que había acudido a la cita.

    Los dos Fagor escapados son rodadores natos, Jiménez no les anda a la zaga, y la ventaja va creciendo pero no en exceso porque los Kas, siguiendo órdenes de su director Barrutia, mantienen en la recámara del pelotón al debutante Lazcano lo más fresco y próximo a la fuga, por lo que pudiera ocurrir. Pero al ver que la renta del trío había subido a los cuatro minutos el director de Kas no dudó, la baza era Nemesio. Vélez no las tiene todas consigo -ya se le ve en su futuro papel de director con el culote puesto aún- y con Joaquín Galera avivan para Fagor la velocidad del paquete en los repechos de la tierra de Aiara. Y llega la ascensión a la Barrerilla o puerto de Untzaga. Es el punto clave del día, desde su cima a Murgia poco más de doce kilómetros y de la capital de Zuia a meta las temidas rampas de Oro. En lugar de haber desgastado el dueto Fagor al Kas entrometido en la escapada, fue el propio Nemesio Jiménez quien en las primeras rampas se decidió a probar las fuerzas de sus acompañantes rivales, vio que no respondían con contundencia y siguió dándole gas hasta que los despegó por completo; primero se rindió Silloniz, poco más arriba Errandonea. Los doce corredores de Matxain en liza no le habían sacado rentabilidad a la superioridad aplastante que tenían sobre los cuatro de Barrutia.

    Jiménez danza sobre la bici a un ritmo de 42x17, en ocasiones salta a la melodía 42x19. Sigue con potencia en los kilómetros de llano que cruzan Urkabustaiz por Izarra y su ventaja sobre Errandonea -Silloniz terminaría abandonando- continúa en aumento; en la larga recta de acceso a Murgia mira hacia atrás y no ve a ningún ciclista, solo coches y motos de jueces que adelantan para llegar a meta. Le quedan solamente los porcentajes que llevan al Santuario de Oro, en los que sigue con la cadencia que ha marcado en la Barrerilla.

    Por detrás, a minutos, Errandonea no quiere que le cacen después de estar tantos kilómetros en cabeza. Vélez, el favorito para gran parte de los presentes, pincha en Bitoriano justamente cuando la cuesta final comienza, a tres kilómetros de la última pancarta, y opta por el abandono. El pelotón por su parte se rompe en pequeñas unidades que negocian como pueden los tramos más duros mientras arriba Nemesio Jiménez recibe los aplausos de la gran afición alavesa.
     
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