TRES CICLISTAS, TRES SUBIDAS, UN SOLO PUERTO LA CINGLÉ DU MONT-VENTOUX PRESENTACIÓN Suena el despertador a las siete menos cuarto de la mañana. Hace un rato que ya ha amanecido en este pequeño pueblo provenzal, de apenas tres mil habitantes. En Bédoin se habla francés, y se habla de ciclismo. Mil seiscientos metros por encima, el Mont-Ventoux guarda, vigila y espera. Tengo la tripa mal, pero es lo de siempre; antes de cualquier evento importante, los nervios se encargan de estropear mis adentros. Para esta prueba, se ha desplazado al país galo, desde Valencia, el Team Rodillo, formado por tres amigos y dos hermanos, que no son cinco personas, sino tres; un lío. Pues bien, a las siete y media, el Team Rodillo al completo, Rodillo-Alvaradín (Javier Alvarado), Rodillo-Pequeño (Ignacio Oliver) y un servidor, Rodillo-Mayor (Javier Oliver), componentes de la expedición, está ya dando cuenta de un buen desayuno en el restaurante del hotel. Hay que coger fuerzas, pues nos espera una buena paliza, un reto que sólo han conseguido antes otros cinco españoles: la Cinglé du Mont-Ventoux. Se trata de una prueba ciclista que reta a subir esta mítica cima, en el mismo día, tres veces, por cada una de sus tres caras asfaltadas: Bédoin, desde el sur, Malaucène, desde el norte, y Sault, desde el este. Una barbaridad de más de ciento cuarenta kilómetros y más de cuatro mil quinientos metros de desnivel acumulado, en uno de los puertos más duros y desolados del panorama ciclista mundial. PROLEGÓMENOS Rodillo-Alvaradín ha montado para la ocasión un 34x26 compact (que desarrolla una distancia de 2,72 metros por pedalada), mientras que los Hermanos Rodillo nos hemos decantado por un 39x28 convencional (2,90 metros de avance por pedalada), desarrollos todos más que suficientes, como podremos comprobar a lo largo de la jornada. Pertrechados con geles y barritas, y la preceptiva placa identificadora en el manillar, nos dirigimos a una tienda de bicicletas, donde nos pondrán el primer sello en nuestro carnet de ruta. Una semana antes, el fundador del Club des Cinglés du Mont-Ventoux, Mr.Christian Pic, nos había mandado la documentación pertinente, con las instrucciones: les deberán sellar a ustedes el carnet de ruta en cada uno de los tres pueblos que hay en la base de la montaña, Bédoin, Malaucène y Sault, así como en la cima; sólo así podrán acreditar haber completado la prueba. Con amabilidad, el dueño de la tienda sale a la calle a sellarnos. A Rodillo-Pequeño, al sacar el carnet del bolsillo del maillot, se le desparraman por el suelo productos diversos. Se le ha caído a usted este producto dopante, comenta entre risas el dueño de la tienda. Jo, pero si sólo son pastillas de dextrosa, replica Rodillo-Pequeño. Yo me hago el despistado, al igual que Rodillo-Alvaradín, pues hemos dejado en la habitación del hotel diferentes envases, vacíos, de bebidas y potingues de esos que dan alas. Oye, ¿y si a la vuelta nos busca la Gendarmería? A POR LA PRIMERA (BÉDOIN-CARA SUR) Viernes, ocho de julio de dos mil once. Ocho y media de la mañana, veintitrés grados de temperatura y cielo parcialmente despejado; así están las cosas en el kilómetro cero. La Cinglé se pone en marcha, y las chicharras, famosas en el lugar, nos dan el banderazo de salida. Estas insectas están locas, chillan como condenadas; lo pudimos comprobar ayer, llegando, pues a cincuenta kilómetros por hora y con las ventanillas del coche subidas, parecía como si las llevásemos dentro, de pasajeras. Empezamos la locura desde Bédoin, que es la subida que habitualmente hacen el Tour y la Dauphiné, y tiene fama de ser la más dura: 21,5 kilómetros, a una pendiente media del 7,5%. Los seis primeros kilómetros, hasta la localidad de Saint-Estève, son muy agradables. Discurren entre viñedos perfectamente emparrados, con el Mont-Ventoux, omnipresente, a nuestra izquierda, y con un agradable porcentaje que nos permite disfrutar del paisaje, a la par que ir calentando poco a poco. Huele a campo. Ya en este tramo, empezamos a adelantar a otros ciclistas, algunos de ellos con bicicletas inverosímiles, vestimentas inadecuadas y edades inapropiadas, pero con una ilusión y voluntad de hierro. Una curva de herradura, a izquierdas, en la mencionada localidad de Saint-Estève, nos saca de nuestro bucólico paseo provenzal, y una rampa al 9% nos mete de pronto en un tupido bosque. Así, sin avisar. Empieza el baile. Los siguientes ocho kilómetros, hasta el famoso Chalet Reynard, son el coco de este puerto. Se trata de una larga recta curvilínea (¿?), donde el porcentaje se mantiene fijo en el 10% (da la impresión de que nuestros gepe-eses se hayan estropeado), con picos del 12% y descansos al 8,5%. Vamos adelantando a otros ciclistas más madrugadores, y saludamos en idiomas diversos. Algunos, devuelven el saludo; otros, simplemente nos miran y esbozan una sonrisa. Procuramos adoptar pose de pros, y adelantamos al personal mientras conversamos entre nosotros en animosa charla (es un truco para minar la moral del rival, pero los cicloturistas no debemos abusar de esta estrategia, pues es malo para la salud). El bosque es muy denso, casi un túnel. Conforme ganamos altura va cambiando la vegetación, y así, las encinas dan paso a las hayas, que dan paso a los cedros y los alerces, que dan paso a los enebros y las sabinas, que dan paso a las piedras. ¡Sí! De repente, se acaba la vegetación. Alguien ha trazado una raya y ha decidido que a partir de aquí no crezca nada, pero nada de nada. Sólo piedra, sólo caliza y sólo blanca; absténganse los no citados. Y allá arriba, todavía lejana, podemos ver la blanca cumbre, tocada con su famosa torre de telecomunicaciones. Hemos llegado al mítico Chalet Reynard, pintoresco y típico refugio-restaurante francés, en el que previamente hemos reservado el almuerzo del día. Pero eso será más tarde. Aprovechamos ahora para soltar piernas en este tramo, un descanso de un par de kilómetros al 6%, que, sin embargo, pronto se acaba, pues, súbitamente, nos encontramos tensando gemelos de nuevo y pedaleando en la luna. Ya lo había anticipado Armstrong, ese ansias con avaricia de Tour: "Mil novecientos metros de altitud allí arriba, son completamente diferentes a mil novecientos metros en cualquier otro sitio. No hay aire, no hay oxígeno. No hay vegetación, no hay vida, sólo piedras. En cualquier otra ascensión hay vegetación, hierba y árboles. No en el Mont-Ventoux. Más que una montaña, parece la luna". Pues eso y más, ya que al americano se le olvidó un pequeño detalle, y es que ese lugar lleno de rocas tiene una longitud de casi siete kilómetros, con una pendiente media que se mantiene en torno al 8%, y con un remate final de más de un kilómetro al 11%. Pero todo tiene su lado bueno: el temible Ventoux de este Mont no ha hecho su aparición. Además, la carretera se llena de fotógrafos profesionales que se dedican a inmortalizar nuestro paso, lo que da un punto adicional de entretenimiento y diversión. Es muy curioso, pues te echan la foto, y acto seguido salen zumbando detrás de ti para darte su dirección y que así puedas efectuar la pertinente compra por internet. Y claro, aquéllo se convirtió en un desfile de modelos: que si ahora pasa tú delante, que si ahora paso yo, que si ahora pasamos todos a la vez, que ahora sonríe, que ahora pon cara de sufrimiento Y así, sin percatarnos de nuestro avance, nos plantamos finalmente en la sommet, que es como los gabachos llaman al punto más alto de un puerto. Una hora y cuarenta y cinco minutos. Vale, sí, se puede hacer en menos tiempo, pero la prudencia aconseja, que la etapa es muy larga y transitamos por terreno desconocido (si hubiera sido el Oronet ). ¡Coñis, qué rasca hace! Las fotos en la cumbre, una odisea. Todo el mundo quería fotografiarse con nosotros, y eso que no abrimos la boca. Unos americanos se acercaron y nos dijeron que cómo se notaba que hoy no andábamos de competición, pues habíamos hecho toda la subida charlando tranquilamente entre nosotros. Rodillo-Alvaradín no sabía dónde esconderse, y a Rodillo-Pequeño hubo que frenarle, pues empezaba a considerar la posibilidad de firmar gorras y maillots. Nos sellan los carnets de ruta en el quiosco de la cumbre y para abajo. A POR LA SEGUNDA (MALAUCÈNE-CARA NORTE) La cara norte de esta montaña, como todas las caras norte del hemisferio norte del mundo mundial, es muy fría, y así nos recibe. Los primeros seis kilómetros de bajada, hasta el Chalet Liotard, otro pintoresco refugio-restaurante que hay a la altura de la estación de esquí de Mont Serein, los hacemos a buena velocidad, pero tiritando. Yo llevo chaleco paraviento y manguitos, pero los descerebrados de Rodillo-Pequeño y Rodillo-Alvaradín van con chaleco simple y sin manguitos. Un euro de multa a cada uno. La bajada hasta Malaucène, rapidísima. Yo, que voy primero, alcanzo una velocidad de 77 km/hora, y mis colegas dicen llegar hasta los 80, pero sin adelantarme (¿?). Soy de letras, así que todavía estoy haciendo números, pues no me salen las cuentas. Lo malo de bajar tan rápido por donde tienes que subir después, es que piensas en lo lenta que va a ser la ascensión. Del frío de antes, ni rastro; bajas tan rápido, que notas como se va calentando el ambiente por momentos. En Malaucène nos sellan nuestros carnets de ruta en una bonita tienda de bicis. No perdemos tiempo; gel, barrita, foto y parriba otra vez. A por la segunda. Malaucène está a unos trescientos sesenta metros de altitud, y tenemos que subir nuevamente hasta los mil novecientos doce de la cumbre, en 21 kilómetros. Ale, a calcular. Resumo: ¡una barbaridad! Y más, si tenemos en cuenta lo bailado hasta este momento. No está claro, sin embargo, si esta subida es o no más dura que la anterior; los propios locales no se ponen de acuerdo y hay piques entre ellos. La subida por esta cara norte va a escalones: rampa, descanso, rampa, descanso. Los primeros nueve kilómetros son llevaderos, al 5 ó 6% de media, con algún susto al 9,5%. Ha salido el sol y sudamos copiosamente; este lorenzo galo calienta con fuerza. A Rodillo-Alvaradín le chincha mogollón, pero sus dos compañeros de fatigas están encantados. A los nueve kilómetros se acaba el encanto de este puerto, pues otra recta curvilínea (¿?) de unos cuatro kilómetros, a una pendiente media del 10% y picos sostenidos del 11%, se encarga de recordarnos que estamos en Francia y que nosotros somos españoles, y que franceses y españoles, como buenos vecinos, nunca se han llevado del todo bien. Alvaradín sufre un colapso músculo-esquelético, con complicación a nivel neuronal, y se descuelga del grupo, que hasta ese momento rodaba compacto. Los otros dos Rodillos, los Hermanos, van haciendo marcha, quedándose sin agua a seis kilómetros de la cumbre. No hay fuentes en esta subida; sí hay una, la Grave, en la subida desde Bédoin, en el paisaje lunar, y soñamos con ella. Cuando faltan unos tres kilómetros para coronar, desaparece el bosque y reaparecen las piedras, única decoración del paisaje, con la guinda, en lo más alto, de la torre de telecomunicaciones. Es un tramo muy duro, de en torno al 10% de media, pero ya estás casi arriba y poco te importa la pendiente. Además, nuevos fotógrafos inmortalizan el paso por el lugar. A punto de coronar, divisamos, allá abajo, a un Rodillo-Alvaradín que parece recuperado y pedalea con ritmo alegre, aunque le caen diez minutos en la cumbre. Se le amenaza con un fuera de control y se le impone un euro de multa, más que nada porque el resto del Team se ha quedado helado. Hemos tardado una hora y cuarenta minutos en completar esta subida (vale, sí, ya sé). Nueva sesión de fotos; mientras una señora nos inmortaliza, muchas otras señoras y señores inmortalizan a la señora que nos está inmortalizando y acaban todos retratándose con nosotros. Como Rodillo-Pequeño empieza a buscar un boli, con intenciones autógrafas, rápidamente organizamos el descenso, para así evitar malos entendidos. Y es que la gente, en idiomas diversos, ya empieza a preguntarnos interioridades sobre Contador y otros corredores del Saxo Bank. ¿Deberíamos haber escogido otro disfraz? A POR LA TERCERA (SAULT-CARA ESTE) Bajamos nuevamente por la ya conocida cara sur, si bien un desvío a la izquierda, a la altura del Chalet Reynard, nos apartará de la ruta que hemos ascendido por la mañana. El descenso es helador, pese a que estamos en la cara sur (así que no debería ser helador, pero lo es, porque, además, de repente se ha nublado y amenaza tormenta). El destino y próxima parada es el citado Chalet Reynard, lugar del almuerzo, con el que venimos soñando desde hace un rato. Y es que eso de las barritas y los geles está muy bien inventado, no lo negaremos, pero donde se ponga un buen almuerzo valenciano Ya he perdido la noción del tiempo, pero creo que es alrededor de la una y media de la tarde. En el Chalet nos recojemos en sus adentros, muy coquetos, pues fuera hace frío. Nos reciben con la famosa tortilla del Mont-Ventoux, si bien aquí la llaman omelette, digo yo que para enredar, pues de lo que no hay duda es de que es una tortilla como una catedral (francesa, eso sí). Se trata de un plato con fundamento, absolutamente recomendable, que nos revitaliza cuerpo y mente. Lo de dar alas ya no está tan claro, pues el comienzo del pedaleo con la tripa llena, nos recordará al lobo de caperucita después de haberse comido a la abuelita con bata y zapatillas. El tiempo ha mejorado tras el almuerzo, y el sol asoma tímidamente. Por delante tenemos una larga bajada hasta Sault, con un asfalto impertinente, el peor de las tres subidas, que no permite dar gas a las bicicletas. El paisaje es espectacular, y pronto el bosque se abre y da paso a enormes campos de lavanda. Todo a nuestro alrededor se torna lavanda, color lavanda y olor a lavanda, aunque Rodillo-Alvaradín, pensamos que por aquéllo del mal de altura, llega a preguntar si ese olor tan penetrante es tomillo. Debe haber tenido una experiencia orgánica. Sault nos mal recibe con un repecho de kilómetro y medio a casi el 6%, y en torno a los treinta grados de temperatura. ¡Qué sofocón! Con amabilidad, sin embargo, nos sellan los carnets de ruta en una pequeña tienda de color lavanda y olor a lavanda, y después de las fotos de rigor, iniciamos el largo ascenso. 26 kilómetros de subida, a una pendiente media del 4,7%. Sobre el papel, no pinta mal, y es la subida más light de las tres. Esto motiva que la manera ortodoxa de hacer la Cinglé, sea en el orden en que la estamos haciendo nosotros. La primera mitad del recorrido se mantiene constante en torno al 5%, nada especial si no fuera por el palizón que llevamos ya encima, y por el calor. Vale, sí, se agarra , lo que no impide pegarnos algún que otro palo entre nosotros, motivados por el cercano final de nuestra aventura. ¡Hasta metemos el plato! El asfalto parece más amable que cuando hemos bajado. Los siete kilómetros antes de llegar de nuevo al Chalet Reynard son también más amables, e incluso los dos últimos no son sino un falso llano. Llegamos al Chalet, y con él empieza la ya conocida última parte del puerto. Pero esta vez, los seis kilómetros finales, ya duros de por sí, se nos hacen pestosos de verdad: la pendiente parece mayor que por la mañana, el asfalto aparenta más rugoso, diría que hay más piedras, no quedan ciclistas, han desaparecido los fotógrafos y ha aparecido el viento, aunque no el temible mistral; en su lugar, una suave brisa que sopla del sur y que aquí arriba, aunque debería soplar de lado, mira por dónde, sopla de frente, así, en plan chulete, endureciendo el panorama de forma considerable. Cerca del final, dejamos a nuestra derecha el monumento a Tom Simpson, y me acuerdo de su tragedia. Haremos fotos cuando bajemos. Comento con el Team la posibilidad de llevarme un bidón del Rabobank que alguien ha dejado allí como ofrenda, pero soy amonestado por ello y se me impone un euro de multa. La dirección del Team Rodillo es muy rigurosa, excesivamente, diría yo (¿pesetera, tal vez?). El último kilómetro nos pilla con el depósito en reserva, lo que no impide que los Hermanos Rodillo esprinten en meta, bajo el regocijo del público que todavía pulula por allí. Nos ha costado una hora y media. Alvaradín llega al poco, en apretado sprint con el hombre del mazo. En la cumbre, nuevo espectáculo, esta vez con aficionados subidos a nuestras bicis, posando para la foto. Sin comentarios. La bajada por la cara sur, por el famoso bosque, hasta Bédoin, esta vez sí, dando gas a nuestras bicicletas. EPÍLOGO Mientras cenamos en el pueblo, en la terraza de un bar, con el Mont-Ventoux encima, siempre vigilante, comentamos alegremente los sucedidos del día. Estamos muy cansados, griposos, como dice Rodillo-Pequeño, pero muy satisfechos. Y es que hemos completado, en una sola jornada, una barbaridad de más de ciento cuarenta kilómetros, de más de cuatro mil quinientos metros de desnivel acumulado, y de casi siete horas encima de la bici. Hemos entrado en el selecto club de los cinglés, una extraordinaria aventura, sin duda a repetir, de tres ciclistas, tres subidas y un solo puerto La Cinglé du Mont-Ventoux. Javier Oliver Villuendas Rodillo-Mayor P.C.Vara de Quart (Valencia)
Gracias, Manter. La ventaja de esta prueba es que no se celebra en un día concreto, sino que eres tú el que decides día, hora... El único límite es que hay que hacerla en el día. Tienes todo lo relativo a esta prueba en la web www.clubcinglesventoux.org. Básicamente, te pones en contacto por e-mail con el organizador, Christian Pic, que te enviará la documentación pertinente (carnet de ruta y demás), previo pago de 20 euros. El día que tú quieras (ojo, que el Mont Ventoux es muy traicionero con las condiciones climáticas), te presentas en la montaña y la atacas. Conseguido el reto, le mandas al organizador el carnet de ruta con todos los sellos por e-mail (nosotros le enviamos, además, el rastreo del Garmin y un montón de fotos), y te enviará tu diploma y una medalla, con el número que ocupas en el "club". Verás que hay otras dos pruebas, la Galerien y la Bicinglé (para las que hay que estar muuuuuy sonado). Un saludo.