Hola, este año voy de clasicas, habia oido que si vas a una lo malo es que luego, si puedes, te dan ganas de ir a todas, este año puedo acudir a Flandes y alli estare, y tambien a esta, la Milan San Remo, me gustaria recoger experiencias de gente que haya acudido algun año o haya probado esta clasica. http://www.milano-sanremo.org/ Muchas gracias y un saludo.
Yo ya corrí La Ronde en 2011 y es incomparable, el pasado hice Lieja y este año estoy esperando el sorteo de Amstel pero si falla intentaré hacer la Milan San Remo. Tú como tienes organizado el desplazamiento desde aquí? y la vuelta a Milan? por la prueba? Saludos!
¡MAMMA MIA! (ma tutto bene) LA MILÁN-SANREMO CICLOTURISTA 2012 PROLEGÓMENOS A las siete y veinte de la tarde del viernes ocho de junio, los “Cuartos de Flandes” (Alvaradín, Charly, Ghost y Rodillo Mayor) partíamos desde el Palacio de Congresos de Valencia, destino Milán, la capital de la Lombardía italiana, con la insana intención de devorar los casi trescientos kilómetros de esa gran clásica que llaman la Milán-Sanremo, uno de los cinco monumentos del ciclismo. Viaje sin incidencias y en animada conversación, con parada técnica a dormir en un hotel de La Junquera. Llegada a Milán a las dos y media de la tarde del sábado. Recogida de dorsales, descarga de bártulos en el hotel, comida rápida (pasta y cappuccino, por supuesto) y metro al centro de Milán, donde pasaríamos toda la tarde deambulando por el casco histórico, visitando numerosos monumentos, entre los que destaco tres: el Duomo, las Milanesas y los Gelatos. Como lo he escrito en “extranjero”, traduzco: Duomo=catedral; Milanesas=italianas; Gelatos=helados. ¿Queda ahora más claro? Visitamos también una farmacia, con objeto de comprar supositorios de glicerina, habida cuenta de que Rodillo Mayor se estriñe en los viajes. La cena, en un coqueto restaurante, a base de carpaccio, ensalada y pasta. De vuelta en el hotel, preparamos la impedimenta para la batalla, armaduras, monturas y demás, y nos acostamos. Los supositorios italianos, una porquería; no hacen efecto. No hay instrucciones de uso, pero su forma es la habitual ¿Serán masticables? LA MARCHA PRIMERA PARTE (de carreritas… Son las cuatro y media de la mañana y suena el despertador. Llueve… ¿Llueve? ¡No fastidies! El día pinta épico. Desayunamos de pic-nic en el hall del hotel, junto a otros muchos insensatos, y el café y el olor a crema calentadora nos van espabilando poco a poco. “Buongiorno a tutti”. No hace frío. A las seis y cuarto, pedaleamos los escasos mil metros que separan nuestro hotel, del arco de salida. Dejamos en el autobús una pequeña mochila con ropa de recambio, que recogeremos en destino. Pasamos el control de chips, nos hacen la foto “di partenza” y esperamos pacientemente a que den la salida oficial. Media hora de espera bajo la lluvia, pis de última hora y un “macarroni” que pincha. Qué faena…pero no, es un tío hábil y en menos de cinco minutos está listo de nuevo. Siete y cinco de la mañana. Nos movemos lentamente; primero, a la pata coja; después, haciendo equilibrios; finalmente, la bici se desliza con fluidez ¡Sanremo espera! Pierdo a tres cuartos de los cuartos de Flandes nada más salir. La velocidad es de vértigo, a base de palos en cada rotonda. Estamos en Milán, pero ya lo dijo Astérix: están locos estos rom…italianos. Llueve, la calzada está llena de charcos, nos mojamos más por los bajos que por los altos ¿Por qué no habrán inventado las gafas con limpiaparabrisas? Pasamos por un puente con unas juntas de dilatación enormes, botan las bicis y un bidón rueda por el suelo en mitad del pelotón ¡Qué faena!, pienso. Luego sabré que era el único botellín del Ghost. Hay caídas. Es inevitable. Rodamos mucha gente, más de ochocientos ciclistas, y estamos todos muy alterados ¿Exceso de cafeína, tal vez? Queremos “tutti” estar en cabeza. Ojo en esa rotonda, frenazo, aglomeración, caída, arrancada, látigo…Así, hasta cien veces. Kilómetro ciento diez, media de más de cuarenta kilómetros por hora, la cabeza del pelotón se arruga, afilador al canto y salta una bici por los aires; una Giant del Rabobank como la mía, para más señas. Y a ver, si la posición normal es “ciclista arriba y bici abajo”…¿Dónde está el ciclista si la bici está arriba? Me pego el gran costalazo, pero me levanto y me incorporo rápidamente a la carrera. El resto del Team me ha visto y preguntan que si paran; les doy orden de seguir. Charly se descuelga y me ayuda a subir al pelotón de cabeza. Ya estamos todos juntos. ¡Qué estrés! En el kilómetro ciento veintinueve llegamos al avituallamiento, instalado en la localidad de Rossiglione. Aunque el Passo del Turchino, primer puerto de la jornada, no está señalado todavía, no hemos dejado de subir desde el pueblo de Ovada, en el kilómetro ciento dieciocho, si bien con suave pendiente. Hemos dejado Lombardía y estamos en el Piamonte. Paramos y se nos va la cabeza del pelotón. Da igual. Ahora toca comer y beber, que queda mucha tela que cortar. Aquí finaliza una clara primera parte de esta marcha. Y mientras esto escribo, Alvaradín todavía está haciendo la digestión del atracón de plátanos que se pegó en este avituallamiento; Ghost todavía está preguntándose cómo es posible que un pedazo de "ragazza" italiana le quitase un bidón que se había agenciado; Charly, discretamente, está intentando colocar en el mercado negro un mogollón de pastelitos que se llevó; y Rodillo Mayor está lavando sus bidones, pues no se le ocurrió otra cosa que llenarlos con agua...¡con gas! SEGUNDA PARTE (de “amigos”… Tras atiborrarnos, iniciamos tranquilos el ascenso al Passo del Turchino (pronúnciese “turquino”. Ghost mendiga un bidón de un coche parado en el arcén y lo consigue ¡Hasta le hace juego con la bicicleta! Vamos muy sobrados e incluso Charly se para a hacer fotografías. El paisaje es verde monocolor y de una vegetación exuberante. Vamos cogiendo a ciclistas más tranquilos, mientras otros, más optimistas, nos adelantan; sin duda, no saben quiénes somos… La subida finaliza con unos tres kilómetros en torno al seis por ciento de pendiente, que se acaban repentinamente en un túnel, y al otro lado, allá abajo, Génova y el mar. Dejamos el Piamonte y entramos en Liguria. Llego con un poco de ventaja sobre el resto del Team, la suficiente para organizar el lugar en el que debemos fotografiarnos. Estamos en el kilómetro ciento cuarenta y tres de carrera y a quinientos treinta y dos metros de altura. No hace frío, pero nos ponemos los paravientos para la bajada (salvo Ghost, que ha venido “a cuerpo gentil”. Los doce kilómetros de descenso hasta el mar de Liguria son una locura; buen asfalto, curvas cerradas, curvas abiertas, curvas a medio abrir y curvas a medio cerrar, vamos, un supermercado de curvas. Charly y Rodillo Mayor se lanzan a tumba abierta y hacen corte… Por detrás, Alvaradín y Ghost no se dejan impresionar y se ponen a dar pedales. Adelantamos a mucha gente y hacemos panda con un grupo de alicantinos. Al llegar a Génova (Voltri), el paisaje cambia radicalmente; los ciento cuarenta kilómetros restantes los haremos bordeando una costa abrupta, alternando grandes acantilados con playas de arenas blancas, y todo ello rematado por un mar azul de diferentes tonalidades. Por algo llaman poéticamente a toda esta zona, desde Génova hasta Marsella, la “costa azul”. Con el viento soplando de lado, pero ligeramente a favor, mantenemos una velocidad constante de unos treinta y ocho kilómetros por hora. Charly tiene las piernas machacadas y se le ordena pasar al furgón de cola, mientras el resto del Team se afana en ordenados relevos. La gente que vamos cogiendo, simplemente, se pone a rueda. Y allá por el kilómetro ciento ochenta, se oye un grito desgarrador: ¡Si me queréis, IRSE! Charly, agotado, se descuelga y es engullido por la carretera. En fin, en toda guerra hay bajas propias y daños colaterales, así que el Team decide seguir marcha; ya escribiremos a su familia cuando lleguemos a meta (“…un valiente, mantuvo el manillar recto hasta el último momento…”. Nos acercamos a Spotorno, donde está situado el segundo avituallamiento. Aunque en la hoja de ruta marca el kilómetro ciento noventa y tres, mi GPS ha pasado del doscientos. En el Team se empieza a notar el cansancio; Rodillo Mayor se va en solitario en las cuestas, mientras Ghost trata de regular (recordemos que sólo lleva un bidón) y Alvaradín empieza a tener problemas con una rodilla ¡El avituallamiento! Nos viene como agua de mayo y nos volvemos a atiborrar de nuevo, especialmente de plátanos, higos y dátiles. Trato de echar un pis y el dolor es intenso hasta que sale la primera gota. Debo tener inflamadas hasta las amígdalas. Evidentemente, estas barbaridades no pueden ser buenas. Cuando estamos ya dispuestos a continuar, llega un Charly extenuado. En la frente lleva escrito: “si me decís que abandone, abandono; por favor, decídmelo”. Pero no. El Team le anima a comer e hidratarse y a ponerse de nuevo en marcha, y, como es muy facilón (si fuera chica…, nos sigue sin rechistar. Y allá que nos lanzamos a por los noventa y cinco últimos kilómetros, sin duda los más castigadores, no sólo por la distancia ya acumulada, sino porque ahora empiezan los famosos “capos” de la Milán-Sanrremo. Charly se hunde definitivamente y se descuelga, quedando a merced de los elementos. Iniciará una solitaria y dura batalla física y sicológica, en la que irá descontando poco a poco los kilómetros que faltan para la llegada. Los relevos del Team ya no son tan ordenados. Alvaradín pasa a cola, a recuperar esa rodilla maltrecha, y Ghost, haciendo gala de sus dotes de rodador, ayuda en lo que puede a Rodillo Mayor. En un momento dado, pasa a la cabeza el “grueso del pelotón”, un italiano entrado en carnes y con ganas de colaborar. Y ya lo creo que colabora; los diez o doce kilómetros siguientes los hará tirando él solo, a más de treinta y ocho kilómetros por hora. Pero todo lo que empieza, acaba. Se le agradece el esfuerzo y el Team recupera el liderato. Pasamos por Laigueglia, en el kilómetro doscientos treinta y nueve, y empieza la subida al Capo Mele. Son apenas tres kilómetros y medio de subida, pero se hacen muy, pero que muy pestosos. Además, el viento, antes favorable, se ha vuelto en contra. Me voy sin querer, y arriba espero al resto del pelotón. Le sigue, casi sin descanso, el Capo Cervo, una larga recta de unos tres kilómetros, protegida por túneles de la caída de piedras. Aquí, había marcado en la hoja de ruta un avituallamiento líquido, pero no está. Seguimos en un sube y baja continuo. Hacemos migas con uno de Miranda de Ebro. Nos acercamos al Capo Berta y el mirandés se descuelga. Este es el “capo” más duro y largo de todos. Sus aproximadamente cuatro kilómetros, con máximas del nueve por ciento, son un suplicio, y no sé por qué, pero de repente hay mucho tráfico. Por cierto, los italianos conducen espantosamente mal, se pasan por el forro las normas de circulación y se la “sudan” (perdón) los ciclistas. Aquí es el Ghost el que se queda, mientras Alvaradín parece recuperado y no se suelta de la rueda de Rodillo Mayor. ¡Qué largo es esto! Alvaradín empieza a refunfuñar: que esta marcha no tiene gracia, que no tiene nada de especial, que yo aquí no vuelvo. “Delirium tremens”. La verdad es que es una paliza y hay que venir muy, pero que muy preparado. Kilómetro doscientos sesenta y siete. Atravesamos San Lorenzo a Mare y empieza… ¡la Cipressa! ¡Esto sí! Aquí se respira ciclismo, huele a palos, ataques… Son apenas seis kilómetros, un Oronet, pero se tensa la carrera ¡La de veces que he visto esta subida en video! ¡Me la sé de memoria! Rodillo Mayor, es decir, yo, se va para arriba, mientras Alvaradín y Ghost deciden subir a su ritmo. Voy pasando a mucha gente, algunos van regular y otros van muy mal. Les saludo y animo, pero no contestan. A mitad de puerto, en una pronunciada curva de herradura a derechas, aparece de la nada un recuperado Alvaradín, que pedalea con fuerza cuesta arriba. El muy salvaje me ha dado caza (y yo no subía despacio, precisamente). Juntos, coronamos este bonito puerto. A Ghost le caen unos diez minutos. Se ha nublado y hace fresco. Empieza a llover débilmente. Nada, “una nube”, nos aclara Ghost. Aviso a mis colegas de la dificultad que tiene la bajada, con fuerte pendiente y peligrosas curvas, más aún si la calzada está mojada ¡Qué mal bajas, Ghost! ¡Déjanos pasar! …¡Uf, qué alivio! El increpado protesta y pide que le corrijamos, pues, si no, dice que no aprenderá. Se le dan unos “primeros auxilios” y parece que le van bien las indicaciones. Y ya los tres juntos, nos plantamos en el famoso Poggio. Aquí sí que las fuerzas ya no es que estén justas; simplemente, no hay. Estamos en el kilómetro doscientos ochenta y cuatro de carrera y queda muy poco para el final. Rodillo Mayor, un servidor, se va para arriba. Me conozco este puerto de memoria y eso que no lo he subido nunca. La carretera está perfectamente asfaltada, la pendiente no pasa del cuatro por ciento, hay fotógrafos y también gente para adelantar. Vamos, perfecto “para lucirse”. Mientras subo, recuerdo los ataques de Cancellara, Pozzato y compañía. Son tres kilómetros y medio. Pero, tan rápido como ha empezado, acaba. Arriba espero a Ghost y a Alvaradín, que llegan por este orden, y juntos nos lanzamos en un peligroso descenso, rumbo a la meta. San Remo, o, como dicen los italianos, “Sanremo”. Larga recta de llegada. Mucha gente en los laterales. Aplausos. Entramos los tres cogidos de la mano. La emoción es muy intensa. Falta Charly. Me acuerdo de Rodillo Pequeño, que debería estar aquí, pues fue el “culpable” de esta locura. Diez horas desde que salimos de un lejano Milán. Charly llegará un poco más tarde ¡Qué machada! Una reconfortante ducha de agua fría, una pantagruélica comida y un “gelato di stracciatella”, pondrán fin a esta extraordinaria aventura. ¿Volveréis?, nos preguntan los de la organización: “pues mira, hoy te digo que no; si me preguntas mañana, te diré que no lo sé; y si nos preguntas pasado mañana, con seguridad te diré que yo… sí volveré”. Desde Rocafort, Rodillo Mayor, para la ARP (Agencia Rodillo Press).
Buena cronica hermanos rodillo para poner los dientes largos jejejeje.., gracias!! Pues no tengo muy claro al 100% fijo si ire pero puede que sea posible, nosotros de ir vamos a ir en una furgoneta dos parejas, alojarnos en Milan, y luego la prueba como solo la hariamos dos pues las otras dos personas irian en coche a modo de apoyo viendonos en diferentes puntos del recorrido y luego esperandonos en San Remo, aqui coger alojamiento y al dia siguiente vuelta, esque de no ser asi lo del autobus que pone la organizacion y tal lo veo un poco lioso para mi gusto, y si podemos arreglarnos asi mejor que mejor. Un saludo!!
Hola, yo soy de Jaca (huesca) y pienso ir solo, asi que si alguien se apunta que contacte conmigo. Tengo pensado salir el Viernes temprano para llegar a última hora a Milán, sábado de relax y preparativos, domingo a disfrutar del monumento y luego vuelta a Milán en bus, y el lunes regreso a casa. Si te interesa hablamos para reservar el hotel con la propia organización antes del 15 de mayo. Antonio 627643366