Muchos años después de tomar este sendero, he parado a descansar. Aunque lo cierto es que he parado por varios motivos, no falto a la verdad si te digo que me encontraba un tanto cansado. Llevo un rato sentado, bien resguardado, con la vista puesta sobre el serpenteante hilillo de tierra del cual provengo, y que se hace a malas penas visible entre el cúmulo de rocas de todos los tamaños y colores posibles por el que discurre. El sol ha aparecido, después de un tiempo en el que la niebla espesa ocultaba lo que me deparaba cada recodo del camino, sin acertar a saber si lo que venía a continuación era una dilapidante cuesta arriba, un falso llano o una apoteósica cuesta abajo. El sendero lo inicié imberbe, con unas gafas y un culotte con fluorescencias varias, y una posición muy tumbada sobre una bici, que ya bastante hizo por mi antes de pedirme clemencia, y una digna jubilación más que merecida. Además, pronto coincidí con colegas con los que compartir frías mañanas invernales y sofocantes penurias estivales. El senderillo se afianzaba a veces, pero en otras se puso bien peludo. En ocasiones tuve que bajarme de la bici por no saber hacerle frente a lo que tenía delante mío, pero hubo quien me enseñó a afrontar lo que me daba miedo, quizá por haber sabido vencer anteriormente los suyos propios ante escalones parecidos. Paré cuando tuve que parar, comí cuando tocaba comer, y bebí cuando necesité beber. Reí hasta llorar y lloré hasta reír. Y creo que jamás me cansé de empaparme de cuanto captaban mis sentidos conforme avanzaba, aunque no siempre me gustó lo que vi, ni lo que sentí. Procuré saludar con quienes me crucé en mi camino, tanto a los que iban en el sentido de mi marcha, como a los que iban al contrario, pues era consciente que para ellos, quien iba al revés no era otro sino yo. A veces hubiese mandado a mi bici al infierno, y en otras estoy convencido que ella me habría mandado a mi. Al final, con tan largo y duro recorrido cambié de montura varias veces, y empecé casi sin pretenderlo, a tomar el enlace más angosto en cada desvío. Lejos de desquiciarme, cuando me quise dar cuenta me sentí cada vez más capaz, y en muchas ocasiones encontré el flow. O a su hermano, o a su primo cercano... qué sé yo. Conversé con él en diversos tramazos imborrables, allá donde el planeta recibe miles de nombres distintos, uno por cada lengua distinta a la mía. Me helé en mitad de la nevada, me refugié como pude del feroz pedrisco, me calé en medio de la tormenta y quemé mi piel abrasado por incontables ponientes. Pero siempre, por suerte, fui superando los tramos de este sendero que cada vez alcanza mayor altura. Ahora que las canas se asoman bajo el casco y el sol empieza a calentarme demasiado la coronilla, es cuando he parado. En un sitio con unas vistas inigualables, junto a mis colegas que se han parado conmigo a echar el rato aquí, y con la compañía de quienes al otro lado del teléfono sé que me quieren, y pacientemente esperan mi vuelta a casa. Pronto me subiré de nuevo a los pedales, surcando nuevas trazadas que pondrán a prueba lo adquirido, y que también me descubrirán nuevas torpezas. El hilillo de tierra seguirá llevándome hasta donde quiera que deba llegar, consciente que a veces, hay que parar. Aunque sea para saber siquiera qué biker eres, al ver desde dónde vienes y cómo lo has hecho.
Muy bueno Rot, has sabido plasmar por escrito, con la dificultad que ello implica, un sentimiento compartido por la mayoría de los que compartimos esta maravillosa afición, muchos de ellos peinando ya canas... Tu relato: flow para los sentidos!!!
Sin desmerecer al resto de tu relato, Rot, no puedo dejar de realzar este fragmento...¡grande, Rot! P.S.: Vuestro maillot nos vé desde arriba, ¡seguro!
Solo de ver que era tuyo el post y con ese titulo, ya sabia que iba a ser grande Espero que la parada no sea por nada grave, un abrazo!