Proyecto isengarder 2.0: De la resurrección a la ABR 2016

Tema en 'Canyon España' iniciado por isengarder, 31 Ago 2015.

  1. Kosecki

    Kosecki Miembro activo

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    Es increíble la capacidad que tienen algunas personas para mantenerte enganchado a un texto y que cuando acabe, te quedes con ganas de más, y es que las ilustraciones consiguen que no de la sensación de ladrillo.

    Chapeau Isengarder.
     
  2. mmsial

    mmsial Miembro

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    Vamos Isen, continua la cronica que falta el final.
    Nos tienes ávidos!
     
  3. antoniomalaga

    antoniomalaga Miembro

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    Buenísima la crónica! Deseando leer lo que queda estamos!
     
  4. isengarder

    isengarder Miembro Reconocido

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    25 de febrero de 2016. 5ª Etapa de la Andalucía Bike Race.

    Algo puedo aseguraros, y es que si el quinto día de una carrera como la ABR no os levantáis a desayunar con estas caras, es que no habéis hecho las cuatro etapas anteriores… Anda que ¡menudos caretos!
    Desayuno.jpg
    Aunque, por supuesto, nunca puedes demostrar debilidad al enemigo, y la foto oficial que compartiríamos en nuestro grupo de amigos “piraos” de (y por) la bici del Whatsapp, tendría que ser otra (ver más abajo), mucho más apropiada a los efectos de “tocar los eggs” a los amigos y seguir dando envidia por nuestras aventuras. Por otra parte, si muestras debilidad en el grupo de Whatsapp de “colgaos de la bici”, estás frito, así que… “Mirad chavales: Frescos como lechugas y desayunando relajadamente para estar a punto y comenzar la quinta etapa”
    Desayuno 2.jpg
    La realidad, sin embargo, queda mejor reflejada en la primera foto: Caras hinchadas, cansancio acumulado que ya se dejaba notar en las piernas, hartazgo de desayunar metiendo abundantes calorías asimilables para el posterior esfuerzo, en vez de dejarte llevar por la desidia alimentaria. El quinto día de competición te levantas con la sensación de que aún queda mucho por hacer antes de poder decir que ya queda poco para terminar. De primeras, la quinta etapa se presentaba con 84,6 kms de recorrido, y 2.176 metros de desnivel. Vamos, durilla, pero lo mejor a esas alturas es que ya has aprendido a no pensar demasiado ni en la primera subida tras la salida, ni la última y larguísima, con más de 65 kilómetros ya en las patas (ese quinto día, claro. Sumadles todos los ya hechos); kilómetros que, a buen seguro, no iban a ser fáciles, ni llanos.

    perfil 5.png
    DATOS.png
    Lo que más llama la atención de los datos, o al menos a mí, es que las pulsaciones máximas no subieron de 140 ppm en la quinta etapa, cuando mi máximo se encuentra en 172, y cuando—en condiciones normales—puedo pedalear en el entorno de las 160 durante un buen rato, sin ver luces de colores acompañándome en la ruta (eso me pasa cuando llego a las 170 ppm)

    El ritmo cardiaco medio es aún más ridículo: 114 ppm en 6 horas y 41 minutos de etapa (6 horas y casi 7 minutos en movimiento)… Vamos, que hay quien tiene esa media de pulsaciones sin moverse del sillón de casa. Estaba claro que el cuerpo entra en una especie de “modo supervivencia” cuando ve que no vas a dejar de torturarlo, y te dosifica la energía de manera que tengas un aporte constante… pero olvidáos del turbo, aunque curiosamente (o no tanto, como contaré), la sexta etapa la acabé con algo más de pulsaciones, y algo más de potencia… Es lo que tiene cabrearse con el mundo, y sufrir incidente tras incidente (que no accidente, afortunadamente) durante casi toda la etapa. Pero eso ocurrió en la última etapa, y ahora estábamos a punto de comenzar la quinta, y penúltima etapa, de la ABR.
     
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  5. mmsial

    mmsial Miembro

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    Bueno Isen, nos tienes ya en ascuas, vamos con la ultima etapa así como resumen y tu reflexion final, para que otros mortales nos animemos a semejante aventura.
     
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  6. isengarder

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    La quinta etapa, como decía, se afronta con cierta sensación de “resignación” física, pero sobre todo psíquica. Lo cierto es que el cuerpo aprende a soportar el sufrimiento, pero cuando uno ni puede, ni está para competir por las primera posiciones en carrera, entra en una especie de círculo de supervivencia que lastra, en cierta medida, la potencia disponible. Es como si tu mente dispusiera una especie de “limitador de aceleración”, que no te deja subir de revoluciones; y no es que no puedas (que puedes) es que entras en un bucle conservador de energía que te impide , mentalmente seguir apretando cada vez que notas que estás entrando en zona de máximo consumo. Te conviertes, en cierta forma, en un vehículo diésel sin turbo. Capaz de llanear hasta el infinito, pero que pierde par motor en las cuestas más exigentes.

    Lo que uno sabe en la quinta etapa de la ABR, es que va a terminar, salvo caída o avería.

    La salida volvería a estar ubicada en el centro de Granada, y minutos antes de que se diera el pistoletazo de salida, mensaje de Facebook de los chicos de Ergon, que habían tenido la amabilidad de regalarme un sillín SMC3-S Pro; elección personal buscando el máximo confort y evitar dolores durante los seis días. Cumplió su cometido a la perfección, siendo todo un referente en comodidad. Quizá no sea el más dinámico ni el más ligero de sus sillines (de hecho no lo es), pero desde luego, si lo que buscas es comodidad y olvidarte de dolores, cumple más que sobradamente. Algo delicado a la abrasión y al desgaste en su superficie, eso sí, pero en cuanto a ergonomía y comodidad, nada que discutir. Soy absoluto fan de los productos Ergon, y tuve la suerte y enorme fortuna de contar con el apoyo de Ergon para la ABR (sin que Canyon tuviera nada que ver en ello)

    Foto ERGON.jpg
    Tras desearme suerte para la quinta etapa, y guardarme el móvil en el bolsillo del maillot, el inicio de la etapa volvería a llevarnos por las mismas calles que el día anterior, salvo el cruce del puente. De nuevo acelerones; de nuevo sensación de pesadez en las piernas, y resignación ante una nueva jornada de paliza. Saludos y aplausos en las calles. A eso no se acostumbra uno…

    El quinto día habría una sorpresa en la primera subida. Al parecer, por problemas con los permisos para iniciar la ascensión por un sendero en subida bastante infernal, la organización se vio obligada a desviarnos por asfalto, en una subida de casi 5 kilómetros al 7% de desnivel medio… un regalo para nuestras piernas. La parte trasera del pelotón se animó con grupetas y charlas con los conocidos mientras disfrutábamos con notable soltura de la primera ascensión del día por esa maravilla que es el asfalto, donde no hay rampas que superen los 25%, ni raíces ni piedras ni zanjas que obstaculicen el avance. Os aseguro que si me hubieran ofrecido hacer toda la etapa por asfalto, habría firmado donde fuera en ese momento.

    Y en general, el buen humor se había establecido en todo el pelotón. Fue curioso mezclarnos con algunos ciclistas locales, que subían el puertecillo en sus “flacas”, algo asombrados por verse superados por todo un pelotón de ciclistas de montaña que llevaban 5 días pedaleando como locos, y que les adelantaban por todos los lados hablando entre ellos con felicidad, sin que la respiración se alterase gran cosa. Así oí decir a uno de ellos mientras les adelantábamos: “Mírales; nos acaban de dar una pasada subiendo en bicis de montaña y ni están sudando los tíos. Pero mírales, es que además van hablando entre ellos como si nada y sonriendo mientras nosotros vamos que nos morimos… ¡Y llevan cinco días en carrera!”.

    Mientras quienes nos seguían (yo me había encontrado con Javi y Carlos, y charlábamos animadamente) respondían con buen humor al grupo de “carreteros”, no pude evitar que me invadiese una agradable sensación de orgullo ante esas palabras de admiración emitidas por esos ciclistas, que padecían subiendo las mismas rampas de asfalto que a nosotros nos parecían las alfombras rojas de un festival de cine…

    Pero en la ABR eso de subir relajado es una excepción (y en esta ocasión, obligada por las circunstancias) por lo que, tras coronar el puerto (yo no hacía más que mirar satisfecho en el GPS los metros de desnivel que ya nos habíamos quitado de encima con tanta facilidad), de nuevo volvimos al espacio natural de las ruedas gordas: Los senderos.

    Sin embargo, no habría tiempo de comenzar a sufrir tras el calentón de la subida por asfalto. Un atasco considerable nos detenía el avance. Nada que pudiera alterar nuestro buen humor. De hecho, casi lo celebramos, hasta que los rumores nos alcanzaron: Una caída había dado al traste con la aventura de un compañero. Se comentaba que se había roto una clavícula, y que la bajada que nos esperaba estaba muy peligrosa por algunas lluvias que habían caído esa noche, según anticipaban algunos bikers locales. Raíces enormes y escalones y desniveles importantes con barro mojado muy deslizante. Habría que ir con cuidado. Aproveché para hacer una foto, pero la funda del móvil estaba completamente empañada por la sudada de la subida, y por la humedad de la zona.
    PARON.jpg

    Poco después de que tomase esa foto, pudimos ver cómo varios miembros de la organización acompañaban al biker que se veía obligado a retirarse. Su compañero le seguía, visiblemente afectado. El silencio se adueñó del pelotón mientras el compañero caído, sujetándose el brazo y con la cara bañada por lágrimas iba recorriendo a pie, en sentido inverso al nuestro, el camino que a nosotros aún nos quedaba por superar, y que para él había concluido. Palabras de ánimo y gargantas que se hacían un nudo al verle. Todos éramos él, y él era todos nosotros. Reconozco que se me llenaron los ojos de lágrimas al verle pasar a mi lado. Le dediqué una palabra de ánimo que casi se me cortó en la garganta de pura emoción: “Ánimo chaval”. Él hizo un breve gesto de agradecimiento con un leve movimiento de la cabeza mientras continuaba su penoso avance, tratando de contener los sollozos, sostenido por dos miembros de la organización, tan serios y tristes como todos nosotros. Tanto esfuerzo y tantos días compitiendo para terminar retirándose por una caída… La lección era dura. Nunca puedes creerte más grande que la montaña, y ésta te puede traicionar en cualquier momento.

    Pasado el mal trago, y con mensajes cruzados entre todos nosotros al respecto de bajar con cuidado lo que nos llegase ahora, el pelotón retomó la marcha. No mucho más allá vimos el lugar donde el biker se había caído. Un paso muy malo, complicado por el barro. Lo pasamos andando, en mi caso sintiendo un estremecimiento.

    Superado el puñetero escalón surcado de raíces traicioneras, el sendero seguía bajando, anunciando un fuerte desnivel. Delante de nosotros llevábamos a un biker que conocía la zona, que nos advirtió: “Ojo, compañeros, que éste paso no es el único malo. Os voy a ir avisando, así que nada de correr”.

    Con la mayor calma del mundo, y sin ninguna intención de perder la guía de nuestro lazarillo, fuimos siguiendo sus advertencias. “Cuidado tras esa curva”. “Ojo ahora que cae mucho”. “Dejaros espacio para frenar”… Cuando la zona terminó y cada uno cogió su ritmo, le dimos las gracias. Se podría decir que la quinta etapa volvía a empezar para mí. No podía quitarme el recuerdo de la cara del chico que se tuvo que retirar.

    Pero la ABR no entiende de nada que no sea seguir avanzando, y así lo fuimos haciendo, de nuevo por caminos y senderos similares a los disfrutados el día anterior: rápidos y pedaleadores, pero rompepiernas y revirados. La guardia alta, y algo de precaución de más en algunos pasos no tan complicados, pero que se hacían peores por el miedo a una caída con las consecuencias que habíamos visto poco tiempo antes…
    Ojoooo.jpg
    Poco a poco el miedo a una caída se iría sustituyendo por el placer del flow que acompaña la montaña cordobesa. Los kilómetros iban cayendo uno tras otros entre trazadas en curva que permitían aprovechar todas las ventajas dinámicas de una bici como la Exceed. De nuevo espacio al disfrute puramente ciclista. Dejar correr a la bici; superar obstáculos, bajar… y subir. Siempre subir.

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    Subieeendo2.jpg
    Los kilómetros, y las horas sobre la bici, se seguirían acumulando sin mayores incidencias por un terreno muy favorable, de puro MTB, en el que nunca puedes dejar de lado el control sobre los frenos. Todo un Master bajando. El cansancio, la resignación ante el agotamiento, y la confianza de las horas sobre una bici que se convierte en parte de ti hace que afrontes con mayor velocidad tramos que, en una sola salida, posiblemente atacarías con algo más de prudencia, pero seguía sin sustos… A estas alturas, alcanzados los 70 kilómetros de la ruta, sólo tienes una cosa en mente: La última subida del día. Hoy bajaríamos de nuevo el famoso Reventón, que no me había parecido tan peligroso y técnico como tantas veces había escuchado decir (nada después de Jaén lo era) Aunque, evidentemente, la limpieza de la trazada buena, por tantos cientos de bicis, ayudaba a que el Reventón nos mostrase su cara más amable… que es la de bajada, porque al día siguiente habría que subirlo…
    Rolling1.jpg
    Rolling2.jpg
    Pasado el kilómetro 70 quedaba por afrontar la última dificultad del día, la subida a Morales, que es un puerto de unos 5 kms con una pendiente media del 7%, donde, por supuesto, abundaban los tramos que superaban el famos 24% que es el que hace que los ojos se salgan de sus órbitas.

    En mitad de la subida, que afrontaba con bastante resignación y un ritmo cómodo-machacón, comencé a sentir cierto descolgamiento e inconsistencia en el apoyo con el pedal en una de las zapatillas. Pensando que era acumulación de barro, comencé a dar las conocidas patadas al pedal para librarlo del plastoso elemento… pero la inconsistencia no mejoraba. Aprovechando un pequeño repecho tras una zona bastante pestosa, y algo mosqueado por la sensación de que iba a perder el pedal, eché pie a tierra para revisar qué estaba pasando en ese pie izquierdo. El pedal no tenía mucho barro… arriesgándome a sufrir algún calambre, retorcí la pierna para ver la cala… la madre que… la tenía casi suelta. Si no llego a parar, habría perdido los tornillos de sujección. Tocaba bricolaje.

    Lo más difícil en esos momentos es pensar con claridad, y asumir que es mejor perder dos minutos en limpiar bien de barro la zona de asentamiento de las calas, que no apretar a lo burro los tornillos de sujección, pensando que la fuerza bruta eliminaría el barro. Ver pasar a los ciclistas que llevabas detrás, con parsimonia, es una sensación desesperante en carrera.

    En un primer momento parece que la fuerza gana… pero ni un kilómetro después del primer apriete, la sensación de falta de sujección vuelve a aparecer. La hemos liado… ¿A ver si ahora sí que he perdido algún tornillo?

    De nuevo la bici al suelo; de nuevo más bikers que te adelantan preguntándote si “everything is OK”. Yes yes, just the fucking cleats…

    En esta segunda ocasión, me tomo la tarea de limpiar la suela un poco más en serio, pero el puñetero barro se ha secado, y aquello es como una especie de cemento que ni a base de agua del bidón se consigue reblandecer. Los minutos seguían pasando, y los bikers también. Cagoenlaleche, al final llego el último, ya verás…

    De nuevo me entran las prisas y, sin terminar de limpiar bien la zona, someto de nuevo a los tornillos a un esfuerzo de sobreapriete que comienza a minar el deseable perfilado de su apoyo con la llave allen. “Al final me cargo los tornillos...”

    Vuelta a subir a la bici, y vuelta a subir la montaña. Comienzo a volver a adelantar a algunos de los bikers que poco tiempo antes me habían adelantado. Una chica que va delante de mí, habla en voz alta consigo misma, entre jadeos: “Nunca más me meto en algo así, ¿Pero es que estás idiota? Menuda estupidez meterse a esto”. Detrás de ella, sonrío. Ver que los demás van sufriendo casi más que tú es una suerte de consuelo…

    La animo mientras adelanto. “Venga, ánimo, que ya queda poca subida, y la quinta etapa se termina ya y esto está acabado”. “Sí, ya, una leche. Aún nos queda mañana y yo ya estoy hasta las narices de la bici”. “¿Estás sola?”—pregunto, por no abandonarla en plena subida en ese estado de desquiciamiento mental. “No, el imbécil de mi novio va un poco más arriba. No me vuelve a meter en otra igual en la vida”.

    Vuelvo a sonreír y a reiterarle mis ánimos: “Venga, que no se diga que esta chica valiente no acaba la ABR, que ya estamos arriba”.

    Poco a poco me va perdiendo rueda, y comienzo a volver a oír que reinicia su conversación autodetructiva consigo misma, aunque parece que ha encontrado una nueva motivación para seguir pedaleando insultando a su novio… qué curiosa es la cabeza…

    Tras lo que parecen infinitas pedaladas más, llega por fin la bajada del reventón, con gran alivio por mi parte, pues empiezo a estar harto de bici por hoy. Tiempo de disfrute, marco PR’s en toda la bajada, y vuelvo a encarar los últimos metros de pedaleo hasta meta en completa soledad. Una vez allí, me como una cosecha entera de naranjas, antes de encaminar mis pasos hacia el paddock de Canyon. Mahham ha ido ya a buscar el coche, me indican, así que sólo me queda aprovechar el “hospitality” de la marca y comer algo mientras se hacen cargo de mi Exceed, y comienzan a dejarla a punto para mañana. Lavar y marcar. La bici no precisa de ninguna atención especial salvo quitarle el barro. Es dura la tía…

    La Quinta Etapa ha concluido. Por fin.

    Por fin.jpg
     
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  7. mmsial

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    Que buena la anécdota de los carreteros.
    Venga, anímate y pon la sexta, que ya la esperamos.
     
  8. mmsial

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    Seguimos esperando la sexta y algo más.
     
  9. Araucano

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    Así es, que venga la sexta...
     
  10. isengarder

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    Vendrá, vendrá... Me he pasado un tiempo alejado de teclados y ordenadores, pero tengo en preparación la sexta y las conclusiones sobre el comportamiento de la bici... ;)
     
  11. isengarder

    isengarder Miembro Reconocido

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    Toda prueba por etapas tiene un componente fundamental, que es el de recuperación tras cada paliza diaria. No sólo a nivel físico (en el que considero fundamental poder contar con la ayuda de un fisio para soltar los músculos y evitar que las sobrecargas y pequeñas molestias acaben por impedirnos continuar pedaleando con soltura) sino, sobre todo, a nivel mental.

    Cuando llegas a meta, una de las mayores recompensas que te esperan es saber que vas a poder contar con un tiempo de disfrute entre salida y salida que compense los malos ratos pasados sobre la bici, y que ayude a comunicar y potenciar los momentos buenos, con la acostumbrada conversación con tu compañero y otros bikers con los que acabas conviviendo.

    Saber (y poder) disfrutar del “post carrera” es casi tan importante como contar con una forma física suficiente para completar las seis etapas de una prueba como la ABR; y a estos efectos, contar con el apoyo de los mecánicos de Canyon, o con un “compañero-chófer” tan diligente como mahham, es muy de agradecer. Para los amateur como nosotros, una vez que la etapa concluye, termina el día (a excepción del masaje)… pero no así para los campeones del mundo.

    Mientras nosotros nos disponíamos a cenar la noche del quinto día de competición, tras el masaje y las habituales llamadas a la familia, Alban Lakata llevaba una hora sobre el rodillo, relajando a su manera las piernas. Desde luego, si algo he aprendido en la ABR, es que la vida de un profesional del Mountain Bike no es tan idílica como todos tendemos a pensar. Cuando tú cenas, ellos están pedaleando; cuando tú acabas de desayunar, ellos ya llevan una hora pedaleando. Os aseguro que su concepto de descanso es bastante distinto al nuestro.

    Night Shot.jpg

    Ello no obstante, siempre tienen un huequecillo para charlar con la gente de a pie que se anima a saludarles y desearles buena suerte para la etapa siguiente (En la foto de abajo, con Sally Bigham, nickname: “Iron Sally”; a la postre vencedora de la ABR; actual campeona de Europa de XC Maratón 2016, entre otros logros, con su Canyon Exceed. Resulta agradable ver cómo también ellos te respetan por participar en la ABR, y te desean suerte para completar tus propios objetivos. Esta sencillez de las grandes figuras y la sensación de estar, en cierta medida, en su mismo plano de existencia, es otra de las cosas que hacen que el ciclismo sea diferente a otros deportes. Por mucho que a nivel competitivo no les llegues ni a las suelas de los zapatos, te felicitan por tomar la salida cada uno de los seis días, y por haber acabado todas las etapas sin incidencias.

    Sally.jpg

    Terminada la cena, acompañados por (entre otros) Muriel Bouhet y su compañero de equipo mixto “Fugitive” Sevilla (acabaron quintos), disfrutar contando anécdotas, reír con los despropósitos del día; revivir los pasos más divertidos y comentar mis incidencias con las calas, toca preparar la ropa para el día siguiente, y resetear la cabeza, para afrontar la última etapa. El sexto día de competición en la ABR, en la que se afrontaba la subida del Reventón… Bajarlo ya se me hacía fácil, pero subirlo, intuía, me iba a costar mucho más. Afrontar escalones tras escalones de subida, en un terreno pedregoso donde hay que tener mucho punto de gas y golpe de pedal, es precisamente el medio en el que peor me desenvuelvo. Para mejorar las cosas esa noche, mahham me dio una serenata nocturna de ronquidos de 3 a 4 y pico de la mañana, que no ayudaron a conseguir que descansase y recuperase como debería. Tuve que tirar de los auriculares y acudir a una esmerada selección de relajantes sonidos de la naturaleza como alternativa a meterle un calcetín en la boca a mi compañero para intentar dormir… Efectivamente, el sexto día me levanté con sensación plomiza en la cabeza; realmente hecho polvo tras una noche con muchas horas menos de sueño de las que debería haber tenido, y con la amenaza del primer día de invierno en la ABR. Frío y lluvia, eran las previsiones que teníamos. Camiseta de manga larga térmica, maillot, chaleco y chubasquero sería la indumentaria del día. En las piernas, de corto con el culotte de Canyon, que ofrece una comodidad magnífica. Calcetines de lana merina; otro monótono desayuno hipercalórico, y al lío. Sexta y última etapa. Objetivo: Terminar.

    Incidencias: He olvidado en el hotel el perfil adhesivo de la Sexta Etapa. Iré a ciegas. Por la noche ha llovido. Efectivamente hace fresquete, pero parece que el cielo está despejado, aunque mejor no fiarse. Incluso desde megafonía advierten a los corredores que se espera frío y lluvia para hoy, y que no nos dejemos la ropa de abrigo... haremos caso, aunque el chubasquero me lo guardaré en el bolsillo trasero del chaleco. Reduzcamos al máximo la deshidratación, que sudar, ya sudaré bastante por mí mismo...
    Fresco.jpg
     
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  12. isengarder

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    Perfil 6.png
    El 26 de febrero de 2016 comenzábamos la sexta y última etapa de la ABR’16. Una experiencia absolutamente fascinante que si algo me enseñó, es que, para afrontar este tipo de retos, no basta con entrenar el fondo y la resistencia, sino que también debe trabajarse la potencia a base de las temidas “series” (precisamente lo que no hice como debía durante mis entrenos, basados fundamentalmente en el fondo y la recuperación)

    A las 10 de la mañana de aquel viernes, y a pesar de los agradables 13º C a la hora de salida en Córdoba, que no hacían presagiar demasiado frío, me notaba pesado. Las piernas se “acorchan” un poco cuando las sometes a tantos y tan repetidos esfuerzos durante 5 días. El sexto día sabes que puedes pedalear horas y horas sin miedo a quedarte sin fuerzas, pero eres muy consciente de que no tienes “turbo” para apretar. Las pulsaciones no suben, ni siquiera cuando tratas de apelar a ellas, como en la salida, un día más desde el centro de Córdoba (a decir verdad, tres días iniciando desde el mismo lugar, puede hacerse algo monótono, aunque el entorno sea magnífico) Pero es el último día de la ABR. Sabes que has llegado hasta ese punto, y casi no te lo puedes creer (sobre todo después del infierno de Jaén), pero no has terminado nada aún. Sobre el papel (que me dejé en el Hotel, como ya he dicho) 71 kms suenan a poco, pero los 1900 metros de desnivel te hacen desconfiar y volver a prepararte para afrontar “veintesporcientos” de subida. La ABR no te regala nada, ni siquiera el último día.

    Como siempre, la salida se hace a ritmo terminal. Por el amor de Dios ¿ni siquiera hoy vamos a salir tranquilos? Puf. Las piernas ya no van, y las pulsaciones no acompañan. Y toca subir el Reventón por el lado técnico (el mismo que hemos bajado dos días). La cabeza me va diciendo que hoy toca pateo… y no me veo con fuerzas para sobreponerme a ella. En el “falso llano” previo a la primera subida, alcanzaré las máximas pulsaciones del día intentando coger todas las ruedas que puedo: 144 PPM… con eso se dice todo. Patético.

    Pero Strava ayuda a seguir analizándote. En los primeros tramos de subida del Reventón, voy marcando una media de 253 Watios, para un desnivel medio del 12%. Se ve que intento subir con dignidad… pero a los 11 minutos de subida, ya he bajado a 230 Watios. A los 43 minutos de estar subiendo, la media ha bajado a 182 Watios, con 125 ppm, y los tramos técnicos afrontados a pie, por incapacidad manifiesta de mover los pedales. Creedme: Echar pie a tierra, rodeado de gente que ha subido a ver cómo subes montado el Reventón, y que te animan y aplauden, es desmoralizador. Al propio padecimiento que certifica tu incapacidad para seguir montado, se une la vergüenza del que te vean portando un dorsal, y echando pie a tierra mientras otros muchos siguen montados. Te sientes indigno. Aquello se me hizo muy, muy duro de soportar… pero afortunadamente toda subida acaba por terminar, y tras el reventón, se daba paso a un terreno más favorable por la zona del “moral” (justo de lo que iba bajo yo)

    Sumido en mis pensamientos, y tratando de animarme tras el desolador comienzo de etapa, me centro en disfrutar de los senderos. En un punto dado, una rama se engancha en la parte trasera del chaleco. Pienso que puedo haber perdido el chubasquero, pero leche (pienso) Aquí vamos todos en fila. Digo yo que si lo he perdido, me avisarían, así que me niego a frenar ni a comprobar nada, no sea que de verdad lo haya perdido y me toque volver atrás. En el primer avituallamiento comprobaría que aún lo tenía… lo perdería más tarde. En el peor momento.

    Unos kilómetros más adelante, sorpresa del día: Nuestros fisios están apostados a ambos lados del camino, animándonos. ¡Hasta consigo reconocerles! Sienta bien ese aplauso; y que te lo den en un terreno favorable donde no quedar mal…
    Smile1.JPG

    SMILE 2.jpg

    A partir de ese momento, y hasta el kilómetro 31, el terreno no es particularmente duro, y pedaleo con agilidad y sensación de buen control sobre la bici. A pesar de ello, son las mismas zonas que ya hemos rodado los dos días anteriores, y cierta sensación de monotonía recurrente en las zonas transitadas consigue que los kilómetros se hagan algo más lentos. LLegamos a la subida al Cerro Muriano. LA temperatura se ha mantenido entre 8 y 10 grados, con lo que no hay sensación de frío. El cielo se mantiene con cierta grisez, pero de momento la lluvia parece que nos respeta. El terreno está perfecto. Húmedo en zonas umbrías; seco en zonas más expuestas. Seguimos descontando kilómetros hacia meta con el cansancio pintado en la cara.

    Keepit.jpg

    Cerro Muriano… Subir, subir, subir… y de repente, la cala que comienza a dar señales de que vuelve a estar suelta. Paro, lo compruebo y, efectivamente, lo está. Reaprieto con saña, y continúo, con un presentimiento agorero al respecto de la solidez del apriete debido a la cantidad de barro y tierra seca que circunda el alojamiento de los tornillos, y que no consigo quitar. Toca seguir pedaleando, pero parte de los recursos mentales comienzan a ponerse en modo alarma para detectar inconsistencias en el apoyo del pie con el pedal. Pocas cosas tan molestas como tener que ir pendiente de esas cosas…

    Para añadir mayor pesadumbre a mis sensaciones, la temperatura, lejos de subir conforme pasan las horas, como ha ocurrido en los 5 días anteriores, se mantiene fresca, con cierta tendencia a la baja, y una humedad ambiental que resulta cada vez más acechante… pero seguimos sumando kilómetros en una zona de sube-bajas muy propicia para las condiciones rodadoras de una bici agresiva como la Exceed (y sus maravillosas ruedas DT de carbono)

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    Tras superar la subida de Cerro Muriano, la ruta se encamina hacia la zona de Santa María de Trassierra, en un largo bucle que te encaminaba hacia la meta… aunque, como su propio nombre indica, la meta está al otro lado de la sierra, con lo que, a pesar de que no tenía el perfil sobre el manillar de la bici (mil veces me maldije por ello), sabía que llegarían más subidas, aunque resulta descorazonador no saber ni cuándo llegarán, ni cuánto de largas son. Afortunadamente, siempre puedes preguntarle a alguien de quienes siempre llevas cerca (delante o detrás), con lo que algo te ayudan a ir dosificando el humor (que las fuerzas son las que son)

    Precisamente en mitad de una de esas subidas, vuelvo a sentir que la cala va floja. Con un gesto de desesperación, vuelvo a frenar y abro la bolsa del sillín para coger la multiherramienta, dispuesto a volver a reapretar las calas. Mientras estoy en ello, con la bici a un lado del camino, y tomándome mi tiempo para limpiar y reapretar ambas zapatillas, aparece otro miembro de la “Expedición Canyon”. En este caso es uno de los periodistas británicos; un tipo al que ya conozco de haberle visto meterse un piñazo impactante en una bajada en la que me superó por una trazada “pelín” complicada de solventar con éxito. Muy endurero el chaval, y como tal, un pirao, pero muy simpático. Flipaba, como todos los extranjeros, con el terreno que tenemos en España. Terreno técnico, pedregoso, senderos estrechos, barro, pista, raíces… Ellos no tienen tal cantidad de distintos tipos de terrenos en un solo día… ni en seis. Por eso los alemanes estaban tan encantados con el test a las Exceed: Las estamos llevando al límite en todo tipo de condiciones, y (salvo por las cubiertas Continental, que pinchan como siempre en España—nosotros, mucho más previsores, llevábamos Maxxis Ardent Race delante y Race TT detrás, en Tubeless ambas, que no nos dieron ni un solo problema, y que se comportaron como jabatas) están respondiendo a la perfección, recibiendo un continuo feedback de alabanzas hacia el comportamiento de la bici por cada uno de nosotros.

    Pero decía que había aparecido este británico; el cual, amablemente, se detuvo a preguntarme si todo estaba bien. “Sí, las calas otra vez”, le respondí (en inglés, que era el idioma oficial entre todos durante esos días) Haciéndome un “Thumbs Up” se dispuso a salir de nuevo, apretando fuerte los pedales, debido al terreno ascendente donde estábamos… Y de repente un “Crack-Crock”, y veo de reojo cómo se come el manillar… Acaba de romper la cadena.

    Con cierta sensación de remordimiento porque la ha roto al pararse para ofrecerme su ayuda, me acerco a él para constatar la avería. ¿Tienes link para arreglarla? ¿Herramientas? “No”, me responde, con gesto de preocupación. “No te preocupes, que yo sí tengo”.

    En ese momento de crisis, lo que son las cosas, aparece Jan Erhardt, el ingeniero que ha diseñado la Exceed, montando la suya propia (uno de los cuadros “proto” de la Exceed, en color Stealth y con Reverb montada, que miro con añoranza de no haberme traído la mía)

    Jan, que es un tío que es todo sonrisas y buen rollo (además de buen mountain biker y devorador impenitente de hamburguesas) se detiene junto a nosotros, preocupado al ver dos de sus Exceed “fuera de juego”. “La mía está bien, no te preocupes”, le digo señalando mi Exceed, a un lado del camino, “pero él ha roto la cadena”. Jan se baja, y sin dilación se pone manos a la obra, dispuesto a volver a llevar “back on the Track” a una de sus creaciones. No va a dejar que ninguno de sus chicos sufra incidentes mecánicos.

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    Mientras busco mi link de enganche rápido para la cadena de 11v, la buena suerte parece volver a sonreírnos. Justo en ese momento aparece Carlos, una de las mejores cosas que me pasaron en la ABR. A día de hoy, compañero de rutas en Madrid (aunque ha sufrido una caída este domingo pasado, bajando el puerto de los Leones a 70 km/h con la bici de carretera, y se ha roto el tendón del índice… y suerte que no le ha pasado nada más, aparte de los restregones en todas partes del cuerpo. Menudo susto nos dimos…)

    La mochila de Carlos era famosa en la ABR, y se decía de ella que portaba desde utensilios de pesca, hasta una tienda de campaña de emergencia… No sé si llega a tanto la capacidad previsora de mi buen amigo Carlos, pero de lo que sí doy fe es de que, celebrando vernos, no dudó un segundo en bajarse de la bici, y sacar de su bien nutrida mochila una caja con todo tipo de recambios. Desde cadenas completas, de 9, 10 y 11v (me dijo que le daba pereza sacarlas de allí, y que nunca sabes cuándo puedes ayudar a alguien con ellas), a eslabones de todo tipo y, por supuesto, un surtido de herramientas. Con su habitual buen humor, y soportando mis bromas sobre el mito que se hacía realidad con su mochila, proporcionó cuanto Jan necesitaba para reparar la cadena. Arreglada la cuestión, Jan le recomendó a nuestro amigo británico que, a partir de ahora, tocase el cambio como si fuera el cuerpo de una mujer; y así partió, con alivio por mi parte, al ver que la parada propiciada por mi cala no había desencadenado una avería a nadie.

    Le dije a Jan que siguiera; que lo mío era cosa de apretar las calas, y que ya tenía a Carlos allí para asistirme en caso de necesidad, quien en efecto, me ofreció calas de repuesto y tornillos sueltos. De nuevo riéndome, le dije que, de momento, no había perdido nada, y que lo guardase él, por si acaso. Se quedó esperando a que terminase mi operación de reapriete, mientras saludaba a casi la totalidad de ciclistas que nos iban adelantando. A todos les conocía, y todos le conocían a él. Un figura.

    Salimos juntos, de nuevo subiendo, en dirección hacia los últimos 30 kms de la prueba. Parecía que todo se encarrilaba bien, y que sólo restaba llegar a meta… No sabía entonces que lo peor del día estaba aún por llegarme.

    En los primeros compases, fui aclimatando mi ritmo al suyo, pero pronto vi que yo subía más entero (Carlos arrastraba todo tipo de virus y catarros en esos días, que habrían dejado en cama a cualquiera menos valiente que él), así que me dio permiso para ir a mi ritmo. “Tú tira, que ya me quedo yo detrás por si volvéis a necesitar de mi ayuda los de Canyon”… Y sí. Lo hizo, como comentaré más adelante.

    Tras el parón y la posterior reanudación, mi sensación (y agobio) era que debía estar muy cerca de las últimas posiciones de la ABR; y aunque fuerzas no me quedaban muchas, el orgullo sí me seguía acompañando, así que poco a poco comencé a subir el ritmo, comenzando una caza de participantes continuada. No parecía tener sentido llegar desde atrás rodando fuerte (para la media que llevaban los que iba adelantando), pero el caso es que me fui calentando poco a poco, queriendo volver a mi posición natural en el pelotón.

    A partir de ahí, las cosas comenzarían a torcerse…

    Justo al coronar una breve pero intensa ascensión por un tramo asfaltado (que se agradecía a pesar de sus rampas), el frío se había hecho notar con cierta intensidad. Viendo que afrontábamos un tramo en bajada por el mismo asfalto, decidí echar mano de mi chubasquero, a modo de cortavientos (el chaleco estaba empapado de sudor, y no quería quedarme frío) Una mirada al Garmin confirmaba mis temores: 5º C y, lo peor, una sensación de frío húmedo muy desagradable. El cielo encapotado amenazaba lluvia y, de hecho, las primeras gotas comenzaron a hacer aparición. Parado en el arcén, eché mano al bolsillo trasero… para encontrar un desazonador hueco vacío… La madre de… había perdido el chubasquero.

    Con gesto resignado, y previendo la hipotermia, volví a montar. No me quedaba otra que seguir avanzando, y confiar en que el tejido Wind Shell de mi chaleco Gore Bike Wear fuera bastante para protegerme del frío en la bajada… pero la lluvia comenzó a arreciar, y para eso no es suficiente una membrana anti viento. Comenzaba el sufrimiento de la larga llegada a meta…

    Tras una bajada en la que perdí todo el calor del cuerpo, abandonamos el asfalto para internarnos en un sotobosque arcilloso que ya comenzaba a acusar notablemente los efectos del agua que llevaba cayendo un rato, y que lo hacía cada vez con mayor insistencia e intensidad. Para mi sopresa (y alivio), apareció un punto de avituallamiento que (creo) no estaba inicialmente programado; a eso del kilómetro cincuenta y tantos. El alivio no fue tanto por el avituallamiento así, sino porque lo habín montado con caldo caliente, que ofrecían a voz en grito a todos los que, helados, y mejor o peor abrigados, íbamos llegando, con las manos heladas; las piernas insensibles, moquillos colgantes…

    Cuatro vasos de caldo hirviente me devolvieron el calor al cuerpo, y las energías a las piernas. Lejos de contentarse con haber revivido a un zombie (a unos cuantos que allí iban parando con goteante intensidad) aquellos celebradísimos miembros de la organización, me ofrecieron lo que a la postre me salvaría de la hipotermia: Un poncho de plástico; una especie de bolsa de basura gigante que me serviría para guardar el calor, y protegerme de la lluvia que nos esperaba desde allí hasta la meta. Obviando cualquier respeto a la estética, me enfundé aquel plástico, y deshaciéndome en agradecimiento, volví a la ruta.

    El terreno comenzaba a acusar la lluvia, y pronto el barro no sólo pobló el suelo, sino que empezó a proyectarse desde las ruedas hacia el cuerpo de los bikers. El ir esquivando los cada vez más frecuentes charcos dejó de tener sentido, y la linea recta se convirtió en mi mantra. Eso, y seguir adelantando a cada ciclista que se me pusiera a tiro. En un terreno levemente ascendente, volví a marcar pulsaciones cercanas a 140 bpm; Casi como al principio de etapa; y, lo mejor, el plástico, a pesar de que se me iba enganchando en cada rama que me pasaba cerca, me conservaba el calor. Apretando los dientes, empecé a sentirme fuerte sobre la bici. Iba pidiendo paso constantemente, y adelantando a parejas que iban cayendo como hojas maduras, fruto del frío, el agotamiento y la falta de ganas de seguir mi ritmo frenético, que sólo satisfacía a una necesidad: Satisfacer mi orgullo herido.

    En pleno éxtasis de recuperación de posiciones, y en mitad de un sendero estrecho por el que iba desgarrando inmisericordemente mi plástico salvador, lleno ya de barro, y agradeciendo en el alma el tratamiento repelente de agua (y barro) de las gafas Jaw Breaker de Oakley, de nuevo volví a sentir la sensación de pérdida de enganche en el pie… La puñetera cala había vuelto a aflojarse; o peor aún, pensé con un escalofrío: Parecía haberla perdido definitiamente, porque no podía volver a engancharme.

    Echándome a un lado justo después de una curva, en la que todos se sobresaltaban al verme, me senté sobre el barro, sintiendo cómo la lluvia goteaba dentro del casco, bajando por el cuello, robándome el calor que tan caro me estaba siendo mantener. Pero las calas eran indispensables. Allí estaba el tornillo… Buf… por muy poco no lo había perdido. Dos vueltas más en vacío, y me habría quedado sin uno de esos preciados tornillos. Saqué con rabia (y alivio) la llave, y volví a apretar el puñetero tornillo. A quienes me preguntaban, les respondía que no había problema; Que siguieran. Y así lo hice yo mismo: Seguir pedaleando, volviendo a dar caza a los que me habían vuelto a pasar en el sendero. Pidiendo permiso en aquella zona estrecha, fui recuperando terreno; como digo, tan solo por una cuestión de orgullo, pero quería acabar soltando todo el gas que me quedara en la caldera, y me sentía fuerte.

    En mitad de la lluvia cerrada, me encontré con que más adelante había un giro cerrado a izquierdas que comenzaba bajando una inclinada cárcava en el que se habían parado unos 6 ciclistas. Me hicieron señales de que frenase: “Ojo, ojo, está muy inclinado y lleno de barro”. Quienes allí estaban parados, miraban desmontados hacia abajo… yo no tenía intención de frenar ahora, así que, mientras encaraba el desnivel, sin saber muy bien qué me esperaba más abajo, y echando el peso bien atrás, recuerdo a un ciclista con el que me había cruzado frecuentes veces a lo largo de los seis días; uno con una cara realmente particular; extraña, y con abudante mata de pelo que le rebosaba más allá de su casco POC. Siempre le ví como si estuviera fuera de lugar; a pesar de que íbamos muy similares de forma física. Le había oído hablar en más de una ocasión, y nunca le había entendido ni una sola palabra. Era como si hablase polaco, o vete a saber qué otra extraña lengua para mí del todo incomprensible. A mis efectos, era como si me estuviese hablando un marciano. Recuerdo perfectamente, a cámara lenta, tenerle a mi izquierda, desmontado, con su bici echada sobre un lado, justo en el inicio de la cárcava, y me hablaba en su extraña lengua con una extraña parsimoniosidad; como si me estuviese contando algo realmente interesante, y sin inguna urgencia, haciéndolo del mismo modo que hablaría un abuelo a sus nietos contándoles una historia alrededor de una chimenea. Tuvo un efecto casi hipnótico. Me pregunté qué carajo me estaría diciendo ee tipo allí, desmontado al inicio de una cárcava que se me estaba empezando a mostrar como algo realmente siniestro; rodeado de otras personas que sí parecían entenderle, a pesar de que parecían igual de españoles que yo. Detuve mi bici casi del todo en el vértice del inicio del descenso, mirándole; tratando de descifrar sus sonidos, haciendo un verdadero esfuerzo por entenderle: “Missrt truvaloc hertz fomprotubalst” me dijo; o algo así. Solté los frenos, pensando que aquella imagen; aquel momento, era del todo absurdo. Esbocé una media sonrisa, sin saber cómo reaccionar frente a aquellos sonidos que no tenían ningún sentido en mi cabeza, y que sin embargo él se esforzaba en mantener a mi paso, como queriendo comunicarme algo “Trubassfozsi tromfalusizz bringaturingok prostnicka…” ¿Pero qué coyons me decía ese buen hombre?”…

    El tiempo pareció volver a su cadencia normal, y afronté la cárcava… ¡Su padre! Aquello era un barrizal surcado de raíces mojadas. Eché el culo atrás hasta rozar la rueda, derrapando de atrás como un bendito; afortunadamente, aún tenía algo de grip delante, con lo que iba consiguiendo mantener una velocidad más o menos adecuada para no entrar en pánico. Detrás de mí podía escuchar a otra bici rebotando entre raíces. Algún inconsciente debía haberme seguido creyendo que yo era un buen bajador, y ahora los dos debíamos ir a punto de partirnos las muelas de lo que estaba apretando la mandíbula, como si mis dientes pudieran ayudar a frenar algo la bici. Tras superar esa fracción de segundo en la que piensas que lo mejor que puedes hacer para conservar la vida es tirarte al suelo, decidí seguir manteniéndome sobre la bici… para darme cuenta de que había perdido el enganche con el pedal derecho. ¡De nuevo la cala!

    De algún modo, el cabreo de sentir que el pie de nuevo andaba sin enganche al pedal, me hizo terminar el descenso sin caerme, ni hacer que quien me seguía acabase aplastándome. Cuando la pendiente de descenso se suavizó un poco, me sentí un poco como Danny Hart protagonizando un vídeo de ciclismo extremo.

    Pero tenía que volver a frenar para ponerme la cala, porque ahora sí que parecía que, definitivamente, había perdido el tornillo.

    Buscando un hueco un poco más adelante, y sentándome sin complejos en el barro, comprobé de nuevo que la suerte seguía siendo mi aliada, y que el puñetero tornillo se había vuelto a aflojar, pero seguía conmigo.

    Sin mucha fe en que sirviera de mucho volver a amenazar con pasar de rosca el soporte de la puñetera cala, apreté con saña una vez más aquel puñetero tornillo; y ya puestos, me quité la otra zapatilla, y también apreté los tornillos.

    El agua fría subía más allá de la badana, con un efecto en absoluto agradable, cuando me volví a sentar en el sillín. En esos momentos, la lluvia me importaba un carajo; el barro aún menos. Sólo quería acabar ese puñetero día… y no sabía el perfil de lo que aún me esperaba. Estábamos a unos 10 kms de meta, con lo que, pensé, ya todo debería ser bajada… Unas narices.

    El track del día volvió a socavar mi paciencia, llevándonos por unas subidas entre lo que me pareció que eran zonas urbanizadas. LLuvia cayendo cada vez más fuerte; pistas llenas de barro entre chalets. Incluso algún que otro todoterreno en dirección contraria. ¿Por qué nos llevaban por allí a esas alturas? ¿Qué necesidad había de acumular todavía más desnivel al final de la sexta etapa?

    Comencé a insultar en voz alta a cuanto se me ocurría como culpable de verme aún pedaleando en un terreno insulso, pero que subía, y subía, y no parecía querer terminar de subir. Además, ni siquiera llevaba nadie cerca a quien adelantar, con lo que no era capaz de discernir si mi ritmo era rápido, lento, o lamentable. Solo quería terminar aquello.

    La cabeza me vino al rescate: “Estás terminando, leche, disfrútalo. En unos días lo echarás de menos aunque ahora te sientas como un auténtico imbécil. Estás hasta el mismísimo de barro; está lloviendo; estás helado y pareces un andrajoso con un plástico verde echado por encima… pero estás acabando la ABR. Ten dignidad, y acaba esto como te mereces, y no cabreado como un mono”.

    Con estas notas en mi cabeza, alcancé el final de la subida por fin parecía el final de los padeceres. Casi el kilómetro 67 de 71… ya todo debería ser bajar.

    Lo que no me habían contado es lo que me dijo uno de los agentes de la ABR al indicarme el desvío hacia un sendero, por donde continuaba la prueba: “Ojo ahora, que os han metido por un circuito de enduro hasta meta, y con la que está cayendo y el barro, está muy peligroso”.

    Enduro… lo que me faltaba a mí ahora.

    Pues nada; a tirar por el puñetero sendero que discurría al borde de un precipicio de esos que dan vértigo, y por los que no dejarás de caer si se te ocurre salirte del escueto plano horizontal de tierra que separa la sustentación y la vida, de la ingravidez y la muerte (o al menos de llevarte un buen lechón)

    Impulsado por el cabreo, y ayudado en buena medida por la Exceed, no sé muy bien cómo, fui bajando tramos marcados por voluntarios que te pedían precaución en los pasos más técnicos. Recuerdo adelantar a una chica que había parado porque no podía sujetar más el manillar por el dolor de sus manos. Estaba rebozada de barro, por lo que presumí que había besado suelo (nada raro, habida cuenta que yo estaba bajando con un pie fuera y más miedo que vergüenza) Mientras seguía bajando pretendiendo aparentar una seguridad que distaba mucho de sentir, le di ánimos diciendo que ya estábamos en meta… o al menos así lo esperaba.

    Esta vez sí.

    Tras superar los últimos tramos del descenso, que hice al final casi disfrutándolo, pude ver la meta. Ya sólo quedaba superar un trámite final, destinado en mi caso a recopilar todo lo acontecido durante esos 6 días de competición. Traté de emocionarme recordando algo emotivo que diera sentido a ese momento, pero lo cierto es que sólo pensaba en llegar a meta. La lluvia, el frío, el barro, la paliza en los brazos de tanto bajar por el puñetero circuito de enduro… no era momento de pensar en escenas familiares, y sí de volar sobre los últimos desniveles, aprovechando cada sensación que me pudiera ofrecer la Exceed. La miré, agradecido, mientras bajaba hacia meta. Llena de barro, pero funcionando como un reloj suizo; como una auténtica máquina de precisión germana. Había aprovechado más que sobradamente todas las bondades de su horquilla RS1, y mi cuerpo no acusaba dolor alguno desde que cambié la potencia a los 80 mm que debería haber llevado desde el principio. El barro ya no me importaba; el agua era lo de menos. Estaba llegando a meta. Solo. Mahham habría llegado hace bastante tiempo. Con tanta parada por las calas, mi ritmo se asemejaría al de un ciclista de parques y jardines… y sin embargo no era el último (para mi propia sorpresa)

    Para variar, el último tramo se hacía subiendo hacia la finca. La entrada esta vez (tercer día con la misma meta) se hacía por otro lugar, aunque la entrada era por la misma puerta de servicio, donde se acumulaba el estiércol y las balas de paja usada de las cuadras. Nada glorioso. La lluvia incesante añadía cierto carácter de melancolía al tramo final. Un operario me miraba al pasar sin demostrar mucho entusiasmo. Ni un solo aplauso, ni un solo gesto de ánimo por haber llegado al final.

    Al entrar a la explanada de meta, esperaba que alguien estuviera allí para aplaudir… pero quién se iba a haber quedado para dar calor a los últimos, con la lluvia que no dejaba de caer. Me sentí vacío. A lo lejos pude ver el cronómetro. Podría acabar la etapa en menos de seis horas si seguía pedaleando. Bah. ¿Y de qué me servía eso? Paré la bici. Nadie me miraba. Eché la vista atrás por si alguien me seguía. Estaba solo. Decidí sacar el móvil para grabar la entrada bajo el arco de meta. Algo emocionante se me ocurriría decir entonces; no sé, dedicárselo a mi mujer e hijas, o algo así. No contaba con que el barro en mis manos, y el agua que mojaba el móvil, convertía en tarea imposible tratar de utilizar aquel aparato. Comencé a pensar que al final me cargaba el iPhone, así que decidí no grabar (o más bien lo decidió el iPhone por mí), y meterlo al bolsillo. Tarea imposible. No tenía tacto; estaba empezando a temblar, helado, y ya ni sabía dónde tenía el bolsillo, porque el plástico me impedía acceder a él. Medio cogiendo el teléfono con la boca, volví a moverme sobre la bici. Si alguien hubiera estado mirándome, pensarían que, a 300 metros de meta, me debía haber vuelto idiota por estar allí parado en vez de pedalear para acabar de una vez, en menos de 6 horas. Pero no había nadie, y lo único que me preocupaba era que se me cayera el móvil al barro, o que me cargase la pantalla con los dientes. Puñetera agua que no paraba de caer… Sujeté el teléfono con la mano izquierda, arrepentido de haberlo sacado para nada. No iba a tener a nadie aplaudiendo mi entrada; ni siquiera a mi compañero, que debía estar duchado en el hotel. Me sentí muy solo allí. Mojado, helado, cansado, entrando en un escenario que ya estaban incluso empezando a desmontar, castigado por la lluvia. Miré el cronómetro de meta. Encima había pasado las 6 horas de ruta. Ese detalle, que tan poco me había importado hacía unos minutos, ahora me sentó como un mazazo. ¿Qué hacía yo allí? ¿Esto era todo?

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    Nunca pensé que mi final de la ABR iba a ser tan desconsolador. Había leído mil veces cómo la gente se desborda de emoción en intensas entradas en meta. Cómo el esfuerzo de tantas horas cobra sentido en ese mismo momento; cómo los hijos de uno corren a abrazar a sus padres, que no sabían que habían ido a verles; sus mujeres los miran con admiración, rebosantes de orgullo por la gesta que su marido ha completado… Yo no sentí nada. Sólo agradecimiento por ver que también en meta había caldo. Sólo quería dejar de tener frío; dejar de ser transparente a todo el mundo. Sentir que aquello que había cruzado era de verdad una meta; porque yo no sentía que nada hubiera cambiado al pasar por debajo de ese arco. Sólo una sensación de finalización; promesa de descanso, pero nada más. ¿Y ahora, qué? Pues ahora, nada.

    Eso fue todo lo que sentí. Lamento contarlo así y tal vez haber decepcionado la necesidad de haber relatado un final épico y pleno de emociones, pero así es como fue. Así crucé la meta final de la ABR. Así me dieron la placa de finisher, que recogí con la sensación de que no me daban nada que no me hubiera ganado con creces, aunque esbocé una sonrisa, lo más alentadora que pude mientras miraba aquella placa como quien mira a un extraño.
    finisher.jpg

    Así acabó la Canyon Exceed. Fiel compañera sometida al más duro maltrato al que se le puede someter a una rígida de carbono. Ella estaba dispuesta a seguirme a donde yo quisiera llevarla; y os juro que es difícil encontrar mejor compañera que ella para hacerlo.
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    Barro 2.jpg

    Afortunadamente, sí había quien me estaba esperando en meta. Tras hincharme a caldos y trozos de naranja, ingeridos cual si no hubiera un mañana; rumiando mi extraña sensación de vacío, allí se acercaba César, a quien le confié la Exceed bajo la lluvia rogándole que le diese una lavada, porque yo estaba helado. Mahham había ido en bici a por el coche al Hotel, y le había dicho que luego vendría a buscarme. El tiempo empeoraba y la lluvia arreciaba cada vez más. Cuando César me devolvió la Exceed, le pedí que me hiciera una foto, para intentar reflejar algo de entusiasmo por el final de la gesta, y allí posé con ella, tratando de demostrar algo de entusiasmo (no lo logré), en vez de reflejar el desconcierto en el que me tenía sumido mi extraño final de la ABR.

    Afortunadamente, cuando mahham volvió a buscarme (antes, se cayó el cielo en forma de una violentísima tormenta que cogió aún a algunos bikers pedaleando) el calor volvió a mi cuerpo, y la sangre a mi cerebro, hubo momento de celebración, aunque no comencé a alegrarme hasta que el calor del baño consiguió atravesar la capa de barro que mantenía firmemente adherida la hipotermia a mi cuerpo.

    Luego llegaría la fiesta del final de la ABR, y el análisis que haré de qué bici es la Exceed (o debería decirlo entre exclamaciones: ¡Qué bici es la Exceed!)

    Pero eso será mañana…
     
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  13. Araucano

    Araucano Novato

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    Se agradece un relato verídico, con las emociones reales que nos aquejan, los detalles técnicos muy importantes, la descripción de los lugares y de las situaciones que viviste como deportista.... me parece sencillamente espectacular. Gracias de nuevo
     

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