Hace poco estuve en Sevilla y tuve la ocasión de ver un taller pintoresco, autentico, de los de toda la vida, de los de antes de la guerra. Fue como trasladarme a mi niñez, el taller pequeño, plagado de bicicletas que colgaban de las paredes. Donde el orden parecía brillar por su ausencia y que tan sólo su maestro artesano mecánico parecía comprender. De aquellos que si se te rompía una pieza y no existía recambio te lo fabricaban. De aquellos en los que se huele a grasa, a goma, a sudor. De aquellos que si llegas con una rueda pinchada, dejan el trabajo que están realizando y en un plis plas, sales corriendo de nuevo, por tres reales. Intenté buscar bicicletas de marca, para mi asombro no divisé nada del otro mundo y si que descubrí un sinfín que desconocía su existencia. Mientras esperaba, vi llegar a algunos clientes con sus hierros (nunca mejor dicho), gente humilde viendo su equipación, monturas y forma de expresarse. El trato que dispensaba el mecánico era en todo momento amable y se percibía complicidad y algo más con los clientes, taller de proximidad, confianza y sin esnobismos. A mi regreso, me dirigí a una tienda-taller de mi ciudad, Barcelona, donde te recibe un señor tras un mostrador, amable y distante a la vez, correcto pero seco y tajante. Ha desaparecido el característico olor a taller del que hablaba, todo está limpio e impoluto, aquí no hay hierros, todo son máquinas pata negra, de aquellas que te suben a lo más alto con tan sólo pestañear y sin esfuerzo alguno, todas de marcas bien publicitadas. No es posible acudir sin cita previa y sobre el precio de la hora, están a la altura de concesionario oficial de coches. Entre todos hemos creado una industria, una industria que influye e impone modas, que cuida y controla todos los detalles y nos seduce magistralmente para estar siempre a la última. Yo, cierro los ojos y añoro ese taller de Sevilla, sin menospreciar a los grandes profesionales del sector con los que cuento en mi ciudad. Tal vez, porque me transporta a otros tiempos, a mi más tierna infancia, a una época felliz, a mi primera bicicleta...
Hola, estoy totalmente de acuerdo. Yo soy novato y donde vivo hay tiendas grandes impolutas parecen una oficina. Yo sé la llevó mi bici a la tienda mmas pequeña que hay y con más de 30 años y el trato la verdad muy personal y estoy seguro que en precios de lo más barato. Un saludo
aqui solo queda una tienda tal cual y como la describes, sin bicis de grandes marcas(vende stevens) y el taller está igual, lleno de bicis para arreglar, de negritos que se la llevan con la rueda pinchada, de algun cuadro que otro de marca española y el tio es el mejor mecanico de elche, le llevas la bici para arreglar y te llaman antes del hospital para hacerte la resonancia que ya ni te duele.
Yo conoci y frecuente hace bastante mas de 30 años uno de esos... estaba al lado del trabajo de mi padre y como por las tardes para que no anduviese solo me iba a allí con el, para que no me aburriese mucho mi padre me daba unos duros y me acercaba a ese tallercillo, alquilaba una bicicleta (las alquilaba por horas...) y me pegaba dos horillas por allí, por un parque cercano y las calles adyacentes pegándome carreras yo solo. Eran bicicletas de carretera de aquellas viejas de puro hierro con 4 ó 5 coronas, pero aquellos fueron mis primeros contactos con el ciclismo CICLISMO. Era un criajo de unos 8 ó 10 años y ya andaba por ahí, por Madrid, con una flaca que me iba un poco grande con sus palancas de cambio al cuadro sin siquiera indexar y todo aquello "de mayores". Aquello fue el germen. En aquel tallercillo sucio de aquel señor mayor nacio mi afición por el ciclismo y quizá mi predilección por las bicicletas esquemáticas y esenciales. Hasta luego.