Epica ciclista..Historias de un deporte

Tema en 'General' iniciado por labeaga, 19 Ene 2019.

  1. labeaga

    labeaga Miembro Reconocido

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    Las tres exhibiciones de Fabian Cancellara en el 'Infierno del Norte'
    Cancellara solo hay y habrá uno al igual que sus victorias, únicas, irrepetibles. En el año de su retiro, de su última participación, repasamos los tres espectaculares triunfos de Cancellara en París-Roubaix

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    Cancellara levanta su tercer trofeo de París-Roubaix. FRANCOIS LO PRESTI AFP


    Fabian Cancellara afronta su última oportunidad de entrar en el club de los selectos, en ese grupo, que ahora forman Tom Boonen y Roger de Vlaeminck, con cuatro victorias en el Infierno del Norte. El suizo afronta también la última oportunidad de poder ganar un Monumento -contando con que no lo hará ni en Lieja ni en Lombardía, carreras en las que nunca ha brillado-. El velódromo de Roubaix espera la última exhibición de Espartaco, su última aparición... su despedida y por qué no triunfal, ya que no pudo hacerlo en Flandes.

    2006: exhibición de 'presentación'
    La primera de Fabian. Fue su primera presencia en el podio de una gran clásica. Llegaba conocido más por sus triunfos en las cronos que por sus actuaciones sobre pavé aunque llevaba dos años muy buenos en Roubaix (siendo cuarto y octavo) y tras una buena temporada primaveral. Pero su primer triunfo llegó en el Infierno del Norte 2006. Ese que le hizo enamorarse del pavé del norte.

    Primera exhibición de Cancellara, imponiéndose en solitario en el velódromo


    Victoria de Cancellara en París-Roubaix 2006


    El grupo de favoritos, con Boonen como campeón del mundo, Van Petegem, Flecha, Ballan... y Cancellara. Llegaron a Camphin-en-Pévele, el tramo favorito de Espartaco pues enlaza con el Carrefour de l'Abre sin apenas descanso. Y ahí que se fue Fabian, primer arreón de potencia, de esos que pican en las piernas de los rivales. Un gran Gusev consiguió soldarse a su rueda mientras los demás simplemente miraban como una estela, ataviado con el maillot del CSC, se marchaba cada vez más en el duro pavé.

    Mantuvo su fuerte ritmo Cancellara y Gusev no pudo más. En Carrerfour de l'Abre no pudo seguir al suizo que se marchó envuelto entre la multitud. 20 segundos, 30 segundos... Espartaco mantuvo la diferencia, ayudado también por un paso a nivel que acabó descalificando a Van Petegen, Hoste y Gusev, el primer grupo perseguidor. El segundo, con Boonen, Ballan y Flecha, ya a 50 segundos, tuvieron que parar y djar pasar al tren. Por delante, jaleado por el Velódromo, sonaba la campana, Cancelalra se sabía ganador. Levantaba el puño, levantaba los brazos, manos a la cabeza, gesto de incredulidad. Cancellara se presentaba. El inicio de la leyenda.

    2010: la gran exhibición de Espartaco
    Pletórico llegaba Fabian Cancellara a la París-Roubaix 2010. Exhibiéndose en Harelbeke y Flandes, solo le quedaba Roubaix para completar una primavera de ensueño. Lo tenía claro. Y ya a 50 kilómetros de meta se marchó en solitario. Despegó como un avión, dejando atrás la pista, con el grueso del pelotón. Un Boonen a la expectativa asistió a la exhibición de su máximo rival. Mirando a sus compañeros de grupo, esperando algún rostro que le diera esperanza y sin tomar al iniciativa. El suizo cogió a los de cabeza, pero apenas pudieron seguirle. Derrocados cayeron Leukemans y Hoste en Camphin-en-Pévele en la rueda de Fabian. La locomotora helvética estaba en marcha.



    Segunda victoria de Cancellara tras su brutal ataque a 49 km de metaCancellara logra su segundo triunfo en París-Roubaix 2010


    Solidez, potencia, velocidad, constancia... Cancellara se lució en una de las grandes exhibiciones en el Infierno del Norte. Se convirtió en el demonio del infierno, un infierno para Boonen, Hushovd y compañía. El suizo no dudo, siguió adelante hasta llegar a Roubaix y comenzar a celebra su triunfo, su exhibición. Aquel día era probablemente la persona más feliz sobre la faz de La Tierra. Sonrisa a la cámara, puño en alto, celebración con el coche de equipo, recuerdo a la familia... Volvió, cuatro años después, a entrar en solitario al Velódromo que vio nacer la leyenda. Esta vez con una renta de más de dos minutos, volvió a saborear el triunfo. Manos a la cabeza, incrédulo de nuevo pese a todo. Brazos arriba, golpes de rabia, de celebración, de alegría. La leyenda se agrandaba.

    2013: al sprint y tirando de oficio
    Cancellara fue dueño y señor de la carrera. Sin Tom Boonen, su máximo rival, la carrera quedaba en manos del suizo. Se corrió cómo y cuando él quiso. Espartaco dio un exhibición aunque no pudo despegar de su rueda a un correoso Sep Vanmarcke. El ciclista de Trek agitó y seleccionó la carrera en Auchyles Orchies e hizo su ataque definitivo en Camphin-en-Pévele.

    Pegados a su rueda aguantaron Stybar, Vandenbergh y Vanmarcke pero los dos primeros se quedaban descolgados por mala fortuna: la multitud que se agolpaba en la cuneta de Carrefour de l'Abre provocó que los ciclistas de Omega se quedaran descolgados tras sendos 'accidentes'. La dupla Cancellara-Vanmarcke no dudó, tiraron con todo hasta el velódromo en donde el belga pecó de ingenuo o quizá únicamente se impuso la lógica y Cancellara logró, al sprint, su tercera victoria en el Infierno del Norte.

    Al sprint, Cancellara remató a Vanmarcke en su tercer triunfo


    Triplete de Cancellara en Roubaix 2013
     
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  2. mralien

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    granada
    Chicos.... no sabéis qué alegría me ha dado al descubrir finalmente este hilo. He estado un poco desconectado del foro y de casualidad me he encontrado con ésto. Gracias. ¡Muchísimas gracias por regalarnos vuestro tiempo recopilando tan grandes historias!

    Enviado desde mi SM-A530F mediante Tapatalk
     
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  3. labeaga

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    PIQUE ENTRE BELGAS, EDDY MERCKX vs ROGER DE VLAEMINCK

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    Ocurrió una tarde de invierno


    Para empezar una historia no esta nada mal.

    La cuenta Guillaume Michiels, el masajista y asistente personal (el soigneur) de Merckx. Un día, finales de diciembre, año 1973 (o 1974, o quizá el 72, el narrador no lo recuerda bien). Eddy Merckx está en su casa, leyendo la prensa. Su hijo Axel, apenas un bebé, duerme tranquilamente a pocos pasos. Ha terminado el año ciclista, con Merckx dominando inmisericordemente las grandes carreras. Como ocurre desde hace un lustro, por otra parte. Es el mejor, y nadie lo discute. Entonces Eddy lee una noticia, apenas un pie de página en aquel diario. Roger de Vlaeminck ha ganado un critérium de algún lluvioso pueblo en Flandes. Una anécdota. Pero, gracias a ella, señala el periodista, empata con Eddy Merckx como el ciclista con más victorias del año.

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    Eddy siente que su sangre hierve. Se levanta, cruza el salón a grandes zancadas, descuelga el teléfono. Su mánager coge la llamada, «Hola Eddy, qué tal, feliz Navidad». Y el ogro habla. «Nada de feliz Navidad, búscame una prueba que se celebre esta misma tarde». El otro balbucea, alucinado. «Pero, Eddy, ¿has visto qué día es hoy? No hay competiciones importantes, campeón». «No me importa, la que sea, quiero una carrera, tienes media hora». El tono de una línea vacía. El representante se pone manos a la obra, uno no contraría a los dioses. Pasados unos minutos, llama. «Mira, Eddy, hay un pueblo donde tienen una especie de “carrera del pavo”, creo que es el único lugar de toda Bélgica en el que hay competición esta tarde». «Apúntame». «Pero… ¿te has vuelto loco? ¿Qué vas a hacer?». Merckx ya no está al teléfono. Coge su ropa de ciclista, su precioso maillot Molteni tabaco y negro. Echa la bici al auto, saluda a su mujer, «volveré en unas horas». Cruza media Bélgica en coche, llega a la localidad en cuestión. Se viste, mira la competencia, aficionados barrigudos, algunos ya cargados de cerveza y mejillones. Él es el mejor ciclista del mundo. Gana sin problemas aquella fiesta que no llega ni a critérium. Otra vez es el corredor con más victorias esa temporada. El fuego que lo devoraba por dentro desde que leyó la noticia en el periódico ha sido aplacado.

    Una anécdota que nos muestra la mentalidad casi sociópata de Eddy Merckx
     
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    Última edición: 11 Abr 2019
  4. Javimeganero

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    Por algo le apodaban "El Caníbal".
     
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  5. ray

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    Javi,te has adelantado ;)
     
  6. labeaga

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    París-Roubaix: Arenberg, un viaje al corazón del Infierno del Norte


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    París-Roubaix. El Infierno del Norte. Sus adoquines. Sus sufrimientos. En medio de este viaje infernal, un recorrido de dos kilómetros y medio sobre adoquines y árboles que imponen, donde el peligro y la superación alcanzan niveles inigualables. Esto es la Trouée (Bosque) d'Arenberg o la Tranchée, como desee. Un tramo descomunal de pavé, intrigante y fascinante.
    "Esta carrera es una estupidez. Te esfuerzas como un animal, sin ni siquiera tiempo para orinar y tienes que orinarte encima. Terminas cubierto de fango, es una ******". En aquel 14 de abril de 1985, Theo De Rooij, como tantos otros, se vio obligado a abandonar la París-Roubaix.

    Agotado, cubierto de polvo y con el cuerpo dolorido, al holandés se le fundieron los plomos y profirió esta virulenta diatriba contra esta prueba que incluso un niño como Steffen Wesemann, que sin embargo inscribió su nombre en el palmarés, la calificó un día como "anormal". Pero cuando un poco más tarde se le preguntó si rectificaría sus palabras, De Rooij dio esta maravillosa respuesta: "Sí, es la carrera más bella del mundo".

    El corredor bátavo lo dijo todo sobre la Reina de las clásicas. Esta curiosa atracción y rechazo forjan el ADN de la "Pascale". La razón de ser del ciclismo es, en primer lugar, la facultad para superar los propios límites y el umbral de tolerancia al dolor. Ningún otro evento en el mundo permite afrontar mejor este reto que la París-Roubaix, que podemos situar entre el valor y la locura.

    Y a lo largo de este trazado fuera de lo normal, este reto nunca ha sido tan difícil como los 2400 metros de la Trouée d'Arenberg (el Bosque de Arenberg, en su traducción al español). En menos de medio siglo, este lugar fascinante en muchos aspectos se ha convertido en el tramo adoquinado más temido y, además, es la encarnación misma del espíritu de la París-Roubaix. Esta es su historia, en todas sus facetas, que le invitamos a conocer. Atención, el infierno está ante ustedes, por eso esta carrera también fue bautizada como: ‘El Infierno del Norte’.

    1 - El origen de un mito
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    John Loudon McAdam no conoció la París-Roubaix. Pero casi la mata. Nacido en 1756 y muerto 80 años más tarde en los albores de la revolución industrial, el ingeniero escocés cambió la naturaleza del transporte por carretera en el siglo XIX. Su invento permitió una mejora considerable de la calidad de la red de carreteras. Mister McAdam se convirtió en un nombre común y el macadán (carreteras construidas en grava prensada) tiene su origen en él. Pero es a causa de su brillante invento que una de las carreras de ciclismo más famosas del mundo se vio amenazada desde su misma existencia, 130 años después de su muerte.

    El macadán es el enemigo jurado del adoquinado. En la década de 1960, con el crecimiento exponencial del coche, las autoridades, tanto gubernamentales como municipales, querían renovarla a toda costa. Las carreteras adoquinadas, arcaicas, desaparecieron poco a poco. El macadán es el rey. Para la línea costera, una ganga. Para la París-Roubaix, un veneno mortal. El nivel máximo de peligro llega en 1965. De los 265,5 kilómetros de la carrera, sólo 22 siguen adoquinados. Es la naturaleza misma de la prueba la que estaba siendo atacada.

    Dos años después, Jan Janssen se impuso en Roubaix al esprint a un grupo de más de quince corredores. La selección entre los mejores no pudo producirse por falta de suficientes dificultades en el trazado. Para Jacques Goddet, director de la prueba, la gota colmó el vaso. "Goddet explotó, explica Pascal Sergent. Este norteño, histórico del ciclismo, conocía como la palma de la mano la París-Roubaix, a la que dedicó muchos artículos y literatura. "Fue un esprint impresionante, pero no podía imaginar que una carrera como esta pudiera resolverse al esprint, añade. Por ello, pidió a Albert Bouvet encontrar nuevos tramos adoquinados, incluso aunque supusiera un cambio completo de la ruta".

    Es aquí cuando entra en escena Jean Stablinski. Gran figura del ciclismo francés, ganador de La Vuelta en 1958 y campeón del mundo en 1962, el antiguo capitán de ruta de Jacques Anquetil es natural de la región. Nació, creció y vivió siempre en el Norte. A petición de Bouvet debía encontrar nuevos tramos adoquinados sobre todo en la parte al norte de Valenciennes; Stablinski pensó inmediatamente en Wallers-Arenberg.

    Pascal Sergent cuenta: "Jean dijo a Albert, oye, conozco un tramo adoquinado, pero no sé si podemos pasar. Se encuentra en el bosque, al lado de unas minas." Si Stablinski conocía bien el lugar es porque trabajó en la mina de Bellaing, situada a unos cientos de metros de distancia, antes de iniciar su carrera ciclística. Aquí es donde Claude Berri había filmado en los años 90 "Germinal". Un puente minero que atraviesa la Trouée d'Arenberg. Hasta 1989, fecha del cierre de la mina, será tomado prestado para llevar escombros a las escombreras. Este puente, es el que podemos ver poco después de la entrada en el tramo. "Debo ser el único corredor que ha pasado por encima y por debajo", bromeaba a menudo "Stab".

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    Pero el emblemático director del Tour de Francia y de L'Equipe no estaba muy convencido. Arenberg, sin haber nacido, ya estaba condenado. "Si hubiera habido un accidente en 1968 como el de Museeuw o Gaumont, la Trouée habría desaparecido del recorrido al año siguiente", asegura Sergent.

    ¿Qué es lo que le dio un lugar en la leyenda? Una intuición, la de Jean Stablinski, la perseverancia, la de Albert Bouvet y un poco de suerte. Todo transcurrió bastante bien durante esa edición de 1968, lo que hizo que Goddet dejara sus reservas a un lado. "Habría que rendir verdaderamente homenaje a Jean y Albert, resalta Gilbert Duclos-Lassalle, una de las leyendas de Roubaix. Jean fue un defensor de la París-Roubaix, sabía que hacía falta tramos duros. Porque esta carrera no se imaginaba de otra manera, si no fuera por una dificultad extrema. Se denomina el Infierno del Norte, tal cual".

    ¿CUÁL ES SU (VERDADERO) NOMBRE, ARENBERG?
    ¿Arenberg? ¿Wallers? ¿Trouée? ¿Tranchée? ¿Cómo se llama esta clásica del ciclismo? Su nombre oficial, tal como se indica en los mapas es la Drève des Boules de Hérin. Una "drève" es una línea recta transitable bordeada por árboles. "¿Cómo se llamaba en 1968? No la llamábamos de ninguna manera, sonríe Pascal Sergent. Fueron los periodistas que hicieron evolucionar el término a lo largo de los años". El nombre no ha conseguido hacerlo famoso. Es todo lo contrario. El término Trouée, que se indica hoy en la carrera, apareció en los años 70. Para otros, es la Tranchée, sobrenombre tan evocador. "Lo llamo de cualquier modo, para mí, es Wallers. Es Arenberg", interrumpe Gilbert Duclos-Lassalle.
    La contribución de Jean Stablinski fue considerable. En 2008, un año después de su muerte, se inauguró un monumento en su memoria. Se erigió a la entrada de la Trouée d'Arenberg, a la izquierda de la carretera. ¿La Trouée salvó la París-Roubaix? En cualquier caso, ha aportado al trazado una indispensable dimensión épica. "En 1968, se produjo realmente, con Arenberg, la transformación completa de la carretera, algo similar al que conocemos hoy en día, con la excepción de la salida (NOTA: trasladada de Chantilly a Compiègne en 1976)", indica Pascal Sergent. El nacimiento de la París-Roubaix moderna. 1968 fue el año de las revoluciones. En los adoquinados de Arenberg, la gloria volvió a la París-Roubaix...

    2 - Carisma único y adoquinados en descomposición: Arenberg o la catedral de Roubaix
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    La Trouée d'Arenberg sigue siendo bastante paradójica. El domingo, será la 40ª vez que se pase por allí en la 115ª edición de la París-Roubaix. Por el número de veces, no podemos decir que tenga un gran peso histórico. No obstante, se convirtió en poco tiempo en el emblema de esta legendaria carrera.

    En realidad, la Trouée en cierto modo es a la Roubaix como el Alpe d'Huez es al Tour de Francia. L'Alpe se subió por primera vez en 1952, antes de pasar al olvido durante otro cuarto de siglo. No fue hasta mediados de los años 70 que se instauró definitivamente. Hoy en día, sus 21 curvas están fuertemente arraigadas en la imagen del Tour. Con el Ventoux y los puertos históricos como el Tourmalet o el Galibier, l'Alpe d'Huez es ciertamente la cima más célebre del Tour.

    Igual sucede con Arenberg. Muy joven, pero totalmente necesario. Si pregunta en Francia o en cualquier otro lugar a los amantes de la París-Roubaix que nombren de forma espontánea uno de los tramos adoquinados de la carrera, la Trouée se lleva la palma. Arenberg, es en cierto modo como los niños. Estamos bien sin ellos, pero el día que aparecen, nos preguntamos cómo hemos podido vivir sin ellos.

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    Por antropomorfismo, se podría decir que la Trouée d'Arenberg tiene carisma, personalidad. Su alma, primero se basa en la historia local. "Estamos cerca de un emplazamiento minero", recuerda Gouvenou. Es cualquier cosa menos anodino. La identidad de la París-Roubaix coincide con la de los mineros, entre el orgullo y el sufrimiento. "La París-Roubaix no se hace sin sufrir, precisa Gilbert Duclos-Lassalle. La gente del norte te aprecia porque tienen la impresión de que eres un poco como ellos, chicos de la mina".

    Después, la naturaleza ha echado a perder Arenberg. Este tramo es diferente de cualquiera de los otros treinta recorridos. Su aspecto es y su fuerza son únicos. François Doulcier es el presidente de la asociación de amigos de la París-Roubaix. Creada hace 40 años para garantizar la conservación de los adoquinados en peligro de desaparición por el macadán, ahora trabaja por el mantenimiento de los adoquinados y la mejora de este patrimonio.

    Para él, la Trouée posee un encanto incomparable. "Es un lugar magnífico, majestuoso, afirma. Da la impresión de estar en una catedral. Aunque fuera de macadán, impresionaría". "La configuración del lugar es increíble, confirma Pascal Sergent. Una línea recta muy larga bordeada por árboles. Es un lugar muy especial. El sitio por su naturaleza es impresionante. Y cuando vemos a los corredores pasar a gran velocidad, es aún más".

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    "Hay una anécdota que ha hecho mucho por la reputación del lugar, explica también Pascal Sergent. En 1984, Alain Bondue y Gregor Braun (compañeros de equipo en La Redoute) llegaron juntos en primer lugar a Wallers-Arenberg. Fue la primera vez que vimos la llegada en directo en la televisión. Era un equipo del norte, había público, Bondue había nacido en Roubaix y cumplía ese día los 25 años. Esto marcó el espíritu y se habló mucho de la carrera en Arenberg." Bondue, después de una loca carrera, terminó en el podio y Braun entró en quinto lugar. Pero llevaron a Arenberg a los hogares.


    Por tanto, la etapa de Arenberg es un evento deportivo y mediático en sí mismo. Hasta el punto de que una París-Roubaix sin la transmisión en directo del paso por el Bosque nos parece inconcebible. Alrededor de las 14:00 h-14:30 h, se pone en marcha la transmisión de la carrera con un debate que, en sí proporciona a la carrera otra dimensión.

    Pero Arenberg no es solo un puro espectáculo por extravagante que sea. Si esta travesía capta la atención hasta ese punto, lo hace también por ser un reto deportivo. ¿Por qué es tan temido por el pelotón, si no es definitivo ni es el tramo más largo? Por una simple razón: la morfología de los adoquines hacen que el recorrido sea el más duro. "Es un adoquinado de categoría especial", afirma Gouvenou en referencia a la clasificación de los grandes puertos de montaña. Majestuoso en su bóveda frondosa, la catedral de Arenberg es un terreno mucho más rústico. Dicen, que está verdaderamente descompuesto y eso es lo que le da su fuerza.

    "Objetivamente, describe François Doulcier, es el tramo con el peor adoquinado". Y completamente convencido, tal y como explica:

    • 1. El perfil: "La superficie de rodadura no es plana, es irregular y está abombada. Los adoquines están mal tallados. El término técnico exacto es abujardado. Cuando se fabricaron los adoquines, según la calidad de corte deseada, se cortaba más o menos la banda de rodadura. Esta, tiene el corte más irregular que pueda existir".
    • 2. El grosor de las juntas: "Arenberg, es uno de los tramos de la carrera donde el grosor de las juntas entre filas de adoquines es el más grande. Cuanto más gruesas son las juntas, más resalta el efecto del borde. Si los adoquines están muy juntos, es más liso. Aquí, las juntas son más anchas y acentúan el efecto de borde".
    • 3. La colocación: "Además de estar deformados, están mal colocados. Independientemente del grosor de las juntas, cuando comparamos una fila de adoquines con otra, existe como mínimo una diferencia de 1 o 1,5 cm. Es en cierta medida como subir una micro-acera".
    Por todas estas razones, en la Trouée d'Arenberg, no hay una trayectoria preferible. Los corredores se ven frenados en su ascensión, como si fuera por en parte por la gravedad. No sorprende pues que algunos, ante su impacto en la carrera y bajo el peso de este mito tan bien fraguado, se enfrenten a Arenberg como quizás a ningún otro lugar importante del ciclismo. Entre emoción, presión y miedo.

    La Trouée, desde su inicio a su salida, condensa en unos cientos de metros los dos principales elementos del ciclismo: el valor y el peligro. El corredor, solo consigo mismo, se enfrenta al famoso lema de Napoleón que define su visión de la batalla: "A por ello, y luego ya veremos".

    3 - La travesía: La guerra y el infierno
    "No podemos entender lo que es Arenberg sin haber corrido la París-Roubaix. Es imposible describirlo. Allí, estamos realmente en el Infierno del Norte". Filippo Pozzato tiene razón. No hay palabras para expresar la experiencia de la Trouée d'Arenberg. Una forma de decir que el desafío planteado tiene algo único en el mundo del ciclismo. Para todos es revelador. Física y psicológicamente. No hay manera de engañar en Arenberg, ni con Arenberg.

    "Si sales de la Trouée mal situado o bajo mínimos, sabemos que al final no te irá muy bien, plantea Gilbert Duclos-Lassalle. Una vez fuera, se sabe si puedes ganar o no. Si te ves obligado a ir en bloque, 30-40 km después, pasados 200 kilómetros hacia Cysoing, petas, seguro. Por el contrario si sales de la Trouée "fácil", sin sensación de desgaste, sabes que tienes opciones al final. Cada vez que tuve buenos resultados, ganador o segundo puesto, iba como un avión en Arenberg".

    "Obviamente, existe el antes y el después de Arenberg, añade Thierry Gouvenou. Porque hasta que no franquees la Trouée, no tiene sentido pensar en lo siguiente. Una vez que sales de ella, y si sales indemne, puedes pensar en el resto de la carrera e incluso en la línea de meta. Antes, no tiene sentido".

    La guerra del Bosque comienza en realidad... antes de la entrada a Arenberg. "Se rueda durante 40 kilómetros antes de Wallers", sonríe Duclos. La aproximación a este tramo hace que el pelotón pase por todos los estados. Al igual que antes de un sprint, cada uno busca una buena posición. La colocación, es la clave. "Claro está que esto es parecido durante toda la etapa, pero sin duda es un poco más antes de Arenberg", indica Frédéric Guesdon, último vencedor francés, hace justo veinte años.

    Para ello, nada puede sustituir a la experiencia y al conocimiento del terreno. Gilbert Duclos-Lassalle, se refiere a las señales visuales para saber en qué momento había que colocarse. "Lo detectaba en reconocimientos que hacía de incognito, atestigua el corredor pirenaico. Por ejemplo, antes de Troisvilles (NOTA: el primer tramo adoquinado de la etapa), sabía que había dos depósitos de agua y que el último está a tres kilómetros del tramo. Este era el momento que había que moverse. Es exactamente igual en Arenberg. Normalmente pasaba sin flojear, sin caer, porque lo conocía, sabía cómo afrontarlo".

    El problema es que no hay espacio para todos. "Antes, es la guerra, afirma Pozzato, delfín de Tom Boonen durante la edición de 2009. Un kilómetro antes de entrar en Arenberg se caldea el ambiente, ya que se acumula una gran tensión en el pelotón. Todo el mundo está nervioso, algunos corredores toman riesgos innecesarios". Y los buenos puestos salen caros. "No creo que haya que estar entre los tres primeros para atacar, si te sitúas entre los 15-20 primeros, está bien, continúa el transalpino. Pero aquellos que no tienen piernas suficientes siguen intentando seguir al frente y esto es también un problema".

    "No creo que haya habido alguien que haya ganado la París-Roubaix saliendo de Arenberg en el puesto 60. Y eso, los líderes lo saben", recuerda Gouvenou. Bueno, a veces, sucede. A veces... no. Gilbert Duclos-Lassalle no ha olvidado su primera carrera en Arenberg. Para narrar esta anécdota que revela el estrés a la entrada de la Trouée, utiliza una metáfora alimentaria:

    Fue en 1983. Recuerdo que queríamos entrar tres en cabeza en el tramo de Arenberg, Francesco Moser, Gregor Braun y yo. Yo me encontraba en el centro y pensé que era la loncha de jamón del sándwich. Finalmente, fue... Gregor Braun quién cayó. Pero nadie quería ceder.
    La peligrosidad de la Trouée d'Arenberg no es una leyenda. Como resalta Gouvenou, "es raro no ver, en el mejor de los casos, algunos corredores por el suelo". Cuando hay caídas en el pelotón, la velocidad suele estar en torno a los 60 km/h, y como los primeros 700 metros son de falso llano, el ritmo disminuye tan solo moderadamente. La naturaleza del terreno se encarga al final de multiplicar la dificultad. "Está peraltado, con lo que los riesgos aumentan", precisa Pascal Sergent. "Al entrar en el Bosque, reanuda Pozzato, todo el mundo se esfuerza por encima del límite para terminar esta parte lo antes posible. Es muy, muy peligroso al principio. Después, es normal".

    Está bien, está bien... Nadie está totalmente seguro en la Trouée. Era todavía peor antes de que aparecieran las vallas en los años 90. Hasta entonces, la Tranchée era sin duda más peligrosa que difícil, porque los corredores podían pasar por el borde de la carretera para evitar rodar sobre el adoquinado. Pero derivó en una verdadera anarquía y una proximidad con el público que aumentaba el riesgo de caídas. "Básicamente, corríamos al lado del adoquinado, se ríe Thierry Gouvenou. Quizás de los 2400 metros, hacíamos 400".

    Hoy en día, es imposible evitar el adoquinado. Y ahí, sufren tanto los hombres como las máquinas. El corredor se transforma en piloto de Formula 1, obligado a conciliar la búsqueda del máximo rendimiento y la gestión del material. "El problema de Arenberg, afirma Thierry Gouvenou, es que no es suficiente atravesarla al máximo de tus posibilidades, sino que también hay que evitar la avería. Hay que administrar el esfuerzo para ahorrar un poco de material, porque lo vas a necesitar después".

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    El último elemento externo sobre el que nadie puede influir es la meteorología. Lo cambia todo. Según esté seco o lluvioso, el paso por Arenberg cambiará de cara. El sol será sinónimo de polvo, la lluvia de fango pegajoso. Estas son las dos caras de la misma moneda. Es una cuestión de "preferencia". Con unas comillas enormes.

    "Son carreras muy diferentes, describe Duclos. En seco, uno debe ser una apisonadora, estar físicamente muy fuerte. Nunca quedarse en mínimos y tener siempre el mismo aspecto. La calzada húmeda, es más ágil, precisa un poco más de control de la bicicleta, esto es lo que marca la diferencia. Cuando está seco, a menudo, el viento es favorable o sopla de lado. Cuando llueve, la lluvia viene del oeste o del norte y el viento viene mucho más de cara".

    Es incontestable que con tiempo lluvioso, la travesía de Arenberg adquiere un toque épico extra. "Tengo en mi cabeza el recuerdo de la foto de Wilfried Peeters, al principio de los años 2000. Tenía una máscara de barro. Era el hombre de barro. No se veía el maillot. Apenas se divisaba la cara. Esta imagen encarna la dificultad de la París-Roubaix en general y la de Arenberg en particular", afirma Pascal Sergent.

    4 - Pequeñas molestias y grandes dramas de la Trouée
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    En 2018, la Trouée d'Arenberg celebrará su medio siglo en la París-Roubaix. Recordará también que veinte años antes, había sido el escenario de la escena más dramática y memorable de su historia. El 12 de abril de 1998, con condiciones climáticas casi apocalípticas, Johan Museeuw perdió todo en Wallers.

    Víctima de una caída, el León de Gistel vio volar sus sueños de su segunda victoria, después de la de 1996. Estaba por tanto en la cima de su carrera. Antes de llegar a Compiègne, venía de firmar tres victorias en grandes pruebas, en el Grand Prix E3, en A Través de Flandes y sobre todo en el Tour de Flandes. Pero la Trouée no elige sus víctimas en función de su pedigrí. En su feroz crueldad, mete a todos en el mismo saco.

    Johan Museeuw sin embargo había perdido mucho más que una simple carrera. Fue su pierna la que podría haberse quedado en Arenberg. En 2015, recordó con nuestros colegas de Le Monde este episodio dramático. : "Íbamos a 50 km por hora. Había un montón de ****** sobre los adoquines, me resbalé. Con toda la adrenalina, no sentí nada, quería continuar. Me puse de pie y miré mi rodilla. Estaba abierta completamente, veía el hueso. Y dije: '*****, ¿qué es esto?'"

    Con una rodilla destrozada y en carne abierta, el flamenco discurría por un calvario de varios días. "El problema, continuaba Museeuw en Le Monde, es que me caí sobre ****** de caballo y se infectó". Los médicos tardaron ocho días en encontrar el antibiótico adecuado y renunciar a una solución tremendamente radical: la amputación. La historia terminó bien y el belga ganó dos veces más en el Velódromo de Roubaix, en 2000 y 2002. La prueba reina de las clásicas puede ser dura, pero también sabe rendirse ante aquellos que la respetan tanto.

    Este episodio es sin duda el más llamativo de las historias de la París-Roubaix en el Bosque de Arenberg. Lo primero que viene a la mente cuando se piensa en Wallers. Sigue presente en el pelotón después de diecinueve años. "A menudo, pensaba en el accidente de Museeuw...", nos cuenta Filippo Pozzato.

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    A pesar de estos recuerdos difíciles y sus peligros a veces dolorosos, el tramo de Wallers-Arenberg nació, sin embargo, con buena estrella. En su primera aparición en 1968, fue Roger Pingeon quien entró en solitario en la Trouée. El francés era entonces el ganador del Tour de Francia. Un pionero de prestigio. "Fue un bonito símbolo, subraya Pascal Sergent, tener al último maillot amarillo para "inaugurar" Arenberg. Fue quizás el signo de que se convertiría en un lugar de culto". Sobre todo porque, unas horas más tarde, la primera edición de la Trouée fue ganada a por Eddy Merckx, el cual llegó a ganarla tres veces.

    Si nos viene a la mente todos los años la rótula de Museeuw, las consecuencias no son afortunadamente siempre tan duras para los malditos de Arenberg. Aunque deportivamente, las consecuencias son las mismas: el final de las ilusiones. Tantos campeones han visto sus ilusiones volar por una caída, sin consecuencias para su físico, pero fatal para sus aspiraciones. O incluso un simple pinchazo. Incluidos los más grandes. En 2011, Tom Boonen se quedó plantado de pie con su bicicleta en la mano durante varios minutos después de un pinchazo. Cuando pudo repararlo, todo había terminado.


    En la mayoría de los casos, Wallers es inapelable. A pesar de la gran distancia hasta la meta, es raro recuperarse de una pérdida de tiempo significativa en estos 2400 metros. La más famosa excepción, probablemente se la debamos a Gilbert Duclos-Lassalle. En 1993, Gibus, defensor del título, corrió a los 38 años en busca de un fabuloso doblete. Un año antes, finalmente ganó la "Pascale", aunque la maldijo. Tras su primera participación en 1978, esta carrera le obsesionaba. Edición tras edición, se obstinará por conseguirla. Pero la prueba reina no quería saber nada de él. Segundo en 1980 y 1983, cuarto en 1989, sexto en 1990...

    Cortésmente, por respeto a sus puestos de honor y su terquedad, seguimos citándolo entre los foráneos. Después llegó la consagración en 1992. Una carrera de ensueño. "Cuando gané en 1992, en toda la París-Roubaix, no sufrí ninguna caída ni ningún pinchazo", recuerda. Pagada la deuda, el Infierno del Norte se mostró menos clemente la primavera siguiente. Volvamos a la edición de 1993. En esta ocasión el protagonista es Duclos. En Troisville, su equipo Gan queda diezmado. Él mismo sufre un pinchazo y una caída.

    En Arenberg, no mejora la situación. "Pinché y salí con dos minutos de retraso sobre los favoritos con el grueso del equipo Mapei", continúa. Ateniéndonos a la lógica, jamás debería haber salido. Pero con los compañeros de equipo que quedaban, logró conectar a 30 kilómetros de Roubaix. Lo que pasó después, todo el mundo lo sabe. El mano a mano con Ballerini, convencido erróneamente de su superioridad. En el velódromo, donde Duclos volvió a encontrar su instinto de corredor de pista, se produjo el duelo final en el que se impuso al italiano por unos pocos milímetros. Un doblete para la eternidad.

    Más allá de estos episodios que marcaron la gran historia de Arenberg, cada cual tiene sus propios recuerdos. Su propia historia en la grande. Experiencia dolorosa en su momento para la mayoría, pero de la que se aprende a sonreír con el paso del tiempo. Al igual que Thierry Gouvenou. Nos cuenta: "Paradójicamente, he tenido durante mucho tiempo la idea de que no era tan difícil, porque yo iba por el borde de la carretera. Hasta el día que llegué con retraso a Arenberg después de un pinchazo. Iba rodando a fondo como de costumbre y un mecánico se bajó de su coche para ayudar a un corredor y yo me estampé con él a 45 km por hora. Tuve la impresión de tener cristales incrustados en la nariz durante tres semanas".

    Así es Arenberg. Pequeñas molestias y grandes dramas. Ambiciones frustradas. Retazos de vida en el Bosque. Recuerdos personales que forjan una memoria colectiva.

    5 - Arenberg al otro lado de la valla
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    El ciclismo, en muchos sentidos, es un deporte único. Esto es especialmente cierto por la relación entre los protagonistas y el público. En este caso, el escenario deportivo es el entorno natural. La carretera es el estadio del hombre de la calle y, además, el ciclismo es un espectáculo gratuito. La relación espectador-corredor es casi física. Ver pasar al pelotón es una experiencia visual, sonora, sensitiva. Es en estos lugares más extremos donde el esfuerzo y el dolor están cerca de su umbral, la intensidad de esta relación es la más fuerte. Igual sucede en un gran puerto de montaña. Y también en el Bosque.

    Al convertirse en un lugar de culto como reina de las clásicas, también se ha convertido en el principal punto de aglomeración del público. Sin embargo, hubo que esperar 80 años para que verdaderamente arraigara. "Al revisar las fotos de Arenberg, con De Vlaeminck en 1973 y Merckx en 1974, hay espectadores, pero podemos ver los bordes de la carretera", destaca el histórico Pascal Sergent. Nada que ver con la multitud de la segunda mitad de los años 80.

    De manera destacada, los aficionados, jugaron incluso un papel importante en la evolución de este tramo adoquinado. En finales de los 80 y principios de los 90, la multitud, en ocasiones comparable en su densidad o en su comportamiento a los grandes puertos del Tour (se apartan en el último momento) se convirtió en un problema. Los corredores, al intentar discurrir por el borde de la carretera para evitar los adoquines, llegaban a rozarse con los espectadores, causando innumerables caídas. Después de haber optado por una simple cuerda a lo largo de los 2400 metros, los organizadores finalmente convencidos, tras la caída de Johan Museeuw, decidieron colocar vallas para separar al público de los corredores.

    Los ladrones de adoquines
    Si el público, siempre masivo, juega un papel importante en la dimensión épica de la travesía de Wallers-Arenberg, algunos espectadores pueden también convertirse en ladrones. El mito de la Trouée es tan atractivo que algunos no se resisten... a llevarse los adoquines. "Vienen incluso con patas de cabra para arrancarlos", asegura Pascal Sergent. Los daños se producen en ambos extremos de la Trouée, donde los malhechores pueden escapar rápidamente. Un fenómeno que se produce durante todo el año, pero sucede de forma exponencial la misma tarde de la carrera o al día siguiente. "Todos los años hay robos de adoquines, es habitual. Es triste, pero así son las cosas", se lamenta François Doulcier, presidente de Amigos de la París-Roubaix. La asociación, junto con la escuela de formación profesional de Raismes, se ocupa cada primavera de tapar los agujeros con nuevos adoquines ... que los coleccionistas no dejarán de volver a robar.
    Este cambio de configuración sin embargo no ha afectado a la asistencia del lugar después de François Doulcier "Las vallas no han limitado el número de espectadores", piensa. Por cierto, ¿cuántas personas acuden hoy en día? "Fácilmente, por lo menos 10.000", retoma Doulcier, antes de describir la fisonomía: "Es un público muy familiar. No hay aficionados alemanes empinando cerveza, nada de esto. Hay un ambiente agradable, la gente haciendo picnic cuando hace buen tiempo. Se respira cierto espíritu festivo".

    Para muchos amantes de la Roubaix, Arenberg sigue siendo una peregrinación, como para Philippe, que no se la pierde desde hace "más de 20 años". "Mis suegros viven en Wallers, nos cuenta el norteño, siempre voy al bosque de Arenberg. Cada año vengo con mi hijo, que ahora tiene 26 años. Es un momento especial, sobre todo si hace buen tiempo, como desde hace varios años". También confirma la naturaleza "jovial" del público: "Es muy familiar y vienen autobuses de aficionados. Las frituras, la cerveza, los cánticos... Hay muchos belgas, flamencos, que se colocan a la entrada y a la salida del recorrido para volver a coger los coches y trasladarse al tramo de Orchies".

    En la era de los teléfonos inteligentes y las redes sociales, el espectador también se ha convertido en un testigo privilegiado. En Arenberg, concretamente, la televisión ofrece una vista aérea en helicóptero, o frontal a través de cámaras fijas situadas a la salida de la Trouée. Las vibraciones limitan el uso de cámaras en motocicletas. El espectador, se encuentra en el centro de la acción. Cuando tiene la suerte de estar en el lugar adecuado y en el momento preciso, capta una secuencia con una intensidad que incluso las emisoras luchan por conseguir.

    Este fue el caso, una vez más, el año pasado en la enorme caída en grupo que casi le cuesta muy caro a Elia Viviani. El italiano del Sky, atrapado, casi fue atropellado por una motocicleta. Afortunadamente para él, sufrió más miedo que daños. Filmado por un espectador británico, la escena recorrió las redes sociales ... y después los medios de comunicación.

    6 – La vida sin Arenberg, ¿herejía o utopía saludable?
    Los grandes templos de la mitología del ciclismo están todos asociados con altares emblemáticos. Quien dice Milan-San Remo dice Poggio. Quien dice Flecha Valona dice Mur de Huy. Quien dice Lieja-Bastoña-Lieja dice Alto de la Redoute. Y así sucesivamente. Estos puntos clave a la vez históricos y emocionales, conforman señas indispensables de las grandes clásicas. Así es también para la París-Roubaix, la Trouée d'Arenberg, Tal vez la meca más actual del ciclismo de las carreras de un día.

    La simple idea de eliminar estos eventos de tales figuras emblemáticas puede parecer absurdo. ¿Puede imaginar la París-Roubaix perdurable en el tiempo sin la Trouée d'Arenberg dentro de 10 ó 20 años? Después de todo, hemos visto la reina de las clásicas durante 70 años. E incluso desde su descubrimiento a finales de los años 60, pasó a dejarse a un lado. Durante casi una década, de 1974 a principios de los 80, la Trouée quedó descartada.

    Sin embargo, este período coincidió con una edad de oro en términos de logros: tres de las cuatro victorias de Roger De Vlaeminck, la tripleta del legendario Francesco Moser y la coronación de Bernard Hinault, todo ocurrió mientras que Arenberg estaba excluido de la carrera. "No podemos decir que sean perdedores", indica François Doulcier. Más cerca de casa, Tom Boonen dominó la edición de 2005, también en su debut en los adoquines de Arenberg. Y "Tommeke", también, es una figura importante en la Roubaix.

    "¿La París-Roubaix sin Arenberg? Es imaginable, considera también François Doulcier. Eso la sometería a prueba, ya que es emblemática. Sería una lástima, yo lo lamentaría personalmente, pero se puede hacer una París-Roubaix sin ella". Thierry Gouvenou, responsable de la carrera en ASO, admite haberlo pensarlo. Pero del dicho al hecho, hay un paso... "Honestamente, nos dice, como organizador, me encantaría pasarlo por alto. Pero cuando veo el impacto en la televisión, a nivel local ... La decisión no es fácil de tomar".

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    Pero la comparación no es una razón. El recorrido de la "Grande Boucle" goza de posibilidades casi infinitas. No depende de uno o dos lugares importantes como una clásica. Para Gilbert Duclos-Lassalle, privarse deL Bosque es de hecho impensable. "Si no estuviera, no sería una verdadera París-Roubaix, considera Gibus. Forma parte de tramos míticos, tramos que los favoritos desean recorrer. Entiendo el punto de vista de los organizadores, pero encontrar un sector tan largo y tan duro como la Trouée, no es tan evidente". Natural de la región, Cédric Vasseur tiene la misma opinión. "La Trouée forma parte del patrimonio de la París-Roubaix, afirma. Sin Arenberg, no sería igual".

    A corto plazo, una opción de este tipo parece poco probable. Y no es probablemente el mayor peligro al que se enfrenta Arenberg. Incluso si ASO llegara a acotar este tramo, nada indica que no se vea amenazado un día. El enemigo potencial aquí no es el macadán. Desde 1999, el espacio está protegido, gracias especialmente a la implicación de la Asociación de amigos de la París-Roubaix. Pero la naturaleza, no tiene nada que ver. Lentamente, su obra debilita al jefe de obras de Arenberg.

    A principios del siglo XXI, la degradación de la Trouée había alcanzado un punto tal que tuvo que retirarse del recorrido durante la edición de 2005 para realizar trabajos en un tramo de 200 metros que estaba demasiado peligroso. "La Trouée d'Arenberg estaba cubierta de un arco vegetal con árboles, explica Thierry Gouvenou. La parte baja, estaba constantemente húmeda. Era un espacio casi pantanoso. Se cortó una gran cantidad de ramas para permitir que el sol volviera a pasar".

    Hoy en día, la amenaza es la hierba. En una docena de años tras los trabajos, el lugar ha cambiado su fisonomía. "En comparación con lo que conocimos, retoma Gouvenou, el tramo está irreconocible. Ahora está completamente verde. Pronto vamos a tener que llamarla la Trouée verde". "Esto es más que hierba, hay arbustos pequeños; es poco segura y extremadamente peligrosa", insiste François Doulcier. Así, desde de 2012, la ASO, en colaboración con los Amigos de la París-Roubaix y las empresas locales, realiza con una barredora un desherbado sistemático 15 días antes de la carrera. "No es ideal, pero al menos puede pasar la carrera en condiciones razonables de seguridad", matiza Doulcier.

    Sin embargo, esto es solo una tirita en una fractura abierta. Con el tiempo, Arenberg no sobrevivirá sin trabajos más profundos. "Desherbar, es algo paliativo, advierte el presidente de la Asociación de amigos de la París-Roubaix. Hay un trabajo de fondo que hacer para cubrir todas las juntas con un material calcáreo. Estos son trabajos de envergadura y, a día de hoy, no hemos podido encontrar financiación".

    Por suerte, en los últimos diez años, todas las ediciones de la reina de las clásicas se disputaron con un tiempo seco. Casi un milagro. "Pero, advierte François Doulcier, si no se hace nada, será difícil pasar con lluvia. Será una catástrofe". Como en 1998 y 2001, con las caídas de Museeuw y Gaumont, quienes en aquel momento, cuestionaron la inclusión de este tramo monstruoso... "Las asistencias no pueden intervenir rápidamente cuando se produce una lesión grave como la mía; eso puede ser dramático, afirmó Gaumont. Ahora es demasiado peligroso".

    Los tiempos de desafío no han pasado para Arenberg, catedral sublime con pies de barro, sentenciada a una condena perpetua. No podemos imaginar la Tranchée abandonada. Ha dado demasiado a esta carrera para que la dejemos caer. Porque si nada ni nadie es irremplazable, es en las pérdidas cuando nos recuperamos difícilmente. Nadie está probablemente más unido a la Trouée que estos cientos de corredores que la recorrieron, para el dolor, para lo peor y, finalmente, para la mejor. "La maldecimos cuando estamos sobre ella, pero una vez pasada, solo hay un deseo, regresar el próximo año", confiesa Cédric Vasseur, haciendo eco de lo que sucedió a Theo De Rooij hace treinta años.

    Por último, es quizás Pippo Pozzato, con su ingenio y sentido de la fórmula, quien extrae con mayor precisión la savia y la miel de este lugar incomparable: "Arenberg, es el lugar más horrible del ciclismo, pero en el mejor sentido del término." Por tanto, larga vida a Arenberg. Larga vida al infierno.
     
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  7. labeaga

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    Llega semana santa y por motivos lúdico-festivos me ausento durante dos semanas.

    Nos vemos.

    Un saludo
     
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    Última edición: 12 Abr 2019
  8. ray

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    Estaremos esperándote para una nueva entrega.
    Que descanses estos días.
    Nos lo hemos ganado.
    :)
     
  9. Javimeganero

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    Echaremos en falta tus aportes. Pásalo bien compañero!!!!!
     
  10. javi2011

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    muchas gracias, pasalo bien, todavia tengo escarpiados los pelos de leer el ultimo post...
     
  11. mralien

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    merecidísimas vacaciones compañero!
     
  12. labeaga

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    Una tarde en el volcán: la historia de Pierre Matignon
    "No quería pasar vergüenza nunca más, por eso me escapé", contó el ciclista francés sobre su hazaña en el Tour de 1969, cuando venció a Eddy Merckx en el Puy de Dôme, donde el legendario corredor belga nunca logró la victoria


    Movimiento en el pelotón. Salta el dorsal 88, Matignon, Pierre, clasificado en el puesto 86º y último de la clasificación general. El gran grupo deja hacer y parece que se va solo. Estamos en el kilómetro 132 de la etapa, a 66 de la meta en esta intensa jornada del Macizo Central francés.

    Cuando alza la cabeza Matignon puede distinguir, a lo lejos, la silueta del monte hacia el que se dirige. Y es que aquella jornada no llega a un lugar anónimo, a un punto más del mapa francés. No, rinde visita nada menos que al Puy de Dôme, el gran volcán de la Auvernia. El Puy de Dôme, en cuya cima se pueden ver los restos de un templo galo dedicado al dios Dumias, que luego los romanos consagrarían a Mercurio. El Puy de Dôme, una montaña especial, el más alto de la gran Cadena de los Puys en el Macizo Central, el horno furioso extinguido hace casi 8.000 años. El Puy de Dôme, que nació para el ciclismo de la mano de Coppi, de la mente de Gémianini, que se puede observar con claridad desde cientos de kilómetros a la redonda, que dominó en el pasado Bahamontes, que vivió el más emotivo duelo del ciclismo en 1964, con Anquetil y Poulidor, dos Francias enfrentadas, cainitas, tocándose literalmente los hombros y jugando a ser por un día Mariannes con maillot. El gran Puy de Dôme, la subida que existe únicamente como desafío, como último espejo en el cual puede mirarse un hombre, escribió Paul Fournel. Ese Puy de Dôme hacia el que se dirige, la mirada gacha, el pequeño Matignon.

    La ventaja del escapado aumenta, una pequeña flecha azul y blanca atravesando el verde paisaje auvernés. En su pecho una leyenda: Frimatic-Viva-De Gribaldy. Tres nombres para definir al equipo que todos saben propiedad de una sola persona: el Vizconde Jean de Gribaldy, un antiguo corredor con una aristocrática fortuna detrás que le permite dedicarse a la mayor de sus aficiones: el ciclismo. Así estuvo el Vizconde durante años, poniendo fondos de su bolsillo para poder dirigir a alguno de los corredores más peculiares de la época, gente como Agostinho, Maertens o, más tarde, Kelly. Hombres tenaces, duros, que apreciaban el cariño y comprensión de este auténtico bon vivant que no dudaba en abandonar el hotel en pleno Tour de Francia para disfrutar de largas noches en los casinos. Ese era Jean de Gribaldy, cuyo nombre pasea ahora Matignon por la cabeza de carrera.

    El pequeño Pierre no está acostumbrado a los focos. A este antiguo limpiacristales, exitoso amateur, el servicio militar le cortó su progresión años atrás, y en ese 18 de julio de 1969, en aquel preciso instante en que salta del pelotón, ocupa la última plaza de la general del Tour de Francia. No quería pasar vergüenza nunca más, por eso me escapé, dirá después. Unos días antes, tras la etapa catorce, ha sido detectado como positivo en un control antidoping, y sancionado, como dicta el reglamento de la época, con quince minutos en la general, aunque se le permite continuar en carrera. Ese castigo le condena al último puesto de la carrera, a ser el simbólico portador de la lanterne rouge que distingue al ciclista más lento del Tour de Francia. Una distinción que daba fama y fortuna a quien la llevaba, pero de la que Matignon no disfrutaba en absoluto.

    Como tampoco lo hacía su "rival" en esta particular lucha, el también francés André Wilhelm. Tan enconada era la batalla que a principios de esa etapa, la del temido Puy de Dôme, Wilhelm intenta escaparse justo en el mismo momento en que Matignon pincha. Crueldad del ciclismo, darwinismo en las abrasadoras rutas del Tour. El mecánico del Frimatic-Viva-De Gribaldy ayuda a Pierre y le pone una rueda nueva, una de las más ligeras, de las que solo llevan los líderes, dice, pero me tienes que prometer que ganarás la etapa, concluye con risas que se clavan, afiladas, en el orgullo de Matignon. Seguramente ahí empieza su aventura.

    Quedan veinte kilómetros para la llegada y la ventaja de Matignon sobre el grupo es de siete minutos. Una buena distancia, pero que parece insuficiente teniendo en cuenta que los últimos catorce kilómetros, desde Clermont Ferrand hasta la cima del volcán, son de durísimo ascenso. Además por detrás un equipo se ha puesto a tirar a bloque para reducir distancias. No un equipo cualquiera, sino el Faema. O lo que es lo mismo, el equipo del líder que persigue al último de la general.

    El líder es Eddy Merckx y Eddy Merckx nunca regala nada, el Caníbal no hace prisioneros. Y menos en aquel año 1969 cuando arrasa por completo en el Tour de Francia. Solo dos días antes el belga ha protagonizado la gesta de Mourenx, una demostración de fuerza, valentía y, sí, eso que los franceses llaman panaché, que se cuenta entre las más espectaculares de todos los tiempos. Es, seguramente, el mejor Merckx, el Merckx anterior a sufrir la brutal caída en el velódromo de Blois que, en septiembre de ese mismo año, casi le deja paralítico, y de la que arrastrará secuelas en forma de dolores en la espalda durante toda su vida. Es un Merckx ágil en montaña, agresivo y con una pedalada imposible de seguir. Es el mejor corredor de todos los tiempos en su mejor forma de siempre. Y ha olido la posibilidad de una nueva victoria de prestigio. Esta vez en el Puy de Dôme.

    Esa montaña no quiere al belga, nunca lo querrá. A lo mejor le hace pagar caro su orgullo, aquel que le hizo afirmar que el Puy de Dôme es menos duro de lo que esperaba. Igual es por eso, pero el volcán siempre se mostrará inmisericorde con Eddy. Le arrastrará a la lona en 1971, superado por un Ocaña celestial. Y, sobre todo, será especialmente cruel con él en 1975, cuando en estas mismas pendientes un hooligan agrede al belga dándole un puñetazo en el estómago. El golpe, unido a la velocidad del ciclista, lesionarán su hígado. Es el comienzo del fin para la mayor tiranía que jamás el deporte haya contemplado…

    Empero aquel día de 1969 Merckx aún no tiene cuentas pendientes con el Puy de Dôme, y tan solo quiere añadir otro trofeo más a su colección. Así que salta como un loco en pos del escapado, del hombre que cierra esa clasificación general que él comanda. Con una aceleración brutal que parece poder quebrar el cuadro de su bicicleta, el del Faema sale disparado tras el único rival que podrá nunca hacerle sombra: su propia ambición. Pingeon y Gimondi aguantan unos metros y después ceden, el italiano con el rostro contraído por el esfuerzo en una mueca que bien pudiera pasar llanto. Así que Merckx empieza a volar sobre un asfalto que parece plomo fundido en las ruedas de todos sus rivales.

    Los minutos empiezan a caer de su lado. Por delante, Matignon se retuerce, la barbilla casi pegada al manillar, el zigzagueo de un lado a otro de la carretera. Uno es un ángel amarillo, osado y elegante; el otro carga sobre su espalda un farolillo rojo y parece no avanzar sobre las ásperas pendientes. Jamás en mi vida sufrí más que ese día, dirá después. Pero ahora tiene los ojos en blanco, no piensa, no se permite sentir. Si siente, duele. Si duele, quizás afloje. Si afloja, Merckx, implacable, le dará caza.

    El tiempo es eterno para el francés y centellea en las ruedas del belga. Falta menos de un kilómetro, y Merckx puede ver el parachoques trasero del Citroën DS que sigue a Matignon. Lo tiene ahí, al alcance de la mano. Ochocientos metros y puede distinguir la gorra calada de su rival, el pedalear arrítmico, casi escucha el crujir de su cadena engarzada en el piñón más grande. Medio kilómetro, es tan alta la pendiente, parece que ambos corredores están juntos, pero no, hay una cierta ventaja aún para el primero, los dos se retuercen en aquel punto mágico en el que Anquetil y Poulidor se convirtieron, cinco años antes, en iconos, en Historia.

    Trescientos metros. Ya se ve la línea de meta. Matignon aprieta los dientes. La muchedumbre zumba en sus oídos como un grito monocorde que, más que animarlo, lo aturde. No ve al maillot amarillo, pero lo puede sentir allí, detrás, cerca de él, oliendo su sangre. Como un depredador que ataca al cachorro herido, al más débil de la manada. Trescientos metros. Un último esfuerzo. Uno más.

    Trescientos metros.

    En toda su exitosa carrera Merckx jamás conseguirá vencer en el Puy de Dôme. Saltó demasiado tarde, dice el venerable Antonin Magne, ha sido su único error en todo el Tour. La mirada del belga es agresiva, asesina. Para él cada victoria es la primera y esta se le ha escapado entre los dedos. A unos metros de allí, tendido sobre la carretera, Matignon intenta sonreír mientras recupera el aliento. Ya no es el farolillo rojo, ya no. Ahora le esperan felicitaciones en el pódium, besos de las azafatas, el apretón de manos de la inefable acordeonista Ivette Horner.

    Me sentía ridículo, dijo Pierre Matignon (1943-1987). No quería pasar más vergüenza. No lo hizo, y en la cima de aquel volcán apagado, en aquel hervidero de emociones y esfuerzos, dejó aparcado su lanterne rouge y recuperó, de la mano de Dumias, un orgullo que creía perdido.
     
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  13. ray

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    Recuperando lecturas matutinas....
    Espero que lleves las baterias llenas.. ;)
    Gracias.
     
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  14. jotabr

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    Como se echaba de menos tus relatos, de los mejores post del foro.
    Saludos
     
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  15. labeaga

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    Competir es lo que hizo Tony Rominger en El Naranco

    “Fair play”, ja. Juego limpio, chuminadas. Esperar al rival, eso es de maricas. Competir es otra cosa, es no mirar para atrás, es sentir que el mundo acaba tras tu tubular postrero. Es trazar, arriesgar y obligar al fallo. Una Vuelta a España se decantó así, a lo bruto, a lo bestia.

    Dos suizos dominaban la carrera del año 1993. Veinte años hace de la carrera monopolizada por Tony Rominger y Alex Zulle. Dos suizos, sí, pero enrolados en sendos equipos de la casa. El primero corría por la Central Lechera Asturiana, el CLAS. El otro por la Organización Nacional de Ciegos, la ONCE, vamos. Era la penúltima Vuelta a España en el mes de abril, esa que se corría al capricho del viento, lluvia y frío. Una carrera marcada a fuego en el alma de los ateridos ciclistas.

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    Alex Zulle era entonces un aprendiz con maneras de maestro. Recién había despertado del anonimato que ya había vestido el maillot amarillo del Tour. Tony Rominger defendía la corona conquistada muy al final un año antes frente a Jesús Montoya. Ambos trenes suizos chocaron. Zulle golpeó primero con un arranque portentoso certificado en una cronoescalada de dos partes a Navacerrada donde parecía poner sello a su triunfo final. Pero esto del ciclismo da muchas vueltas y Rominger se puso a ello. Inició una reconquista que culminó en la Demanda.

    El duelo estaba servido. En la Vuelta que conmemoraba el año Xacobeo, el final lo ponía Santiago de Compostela con una crono que favorecía a Zulle. A Rominger, amarillo en la espalda, le convenía, le urgía atacar y vio el momento en el descenso de La Cobertoria.

    Zulle trazaba con dificultad en medio de la niebla y lluvia, Rominger, sabedor, se lanzó. Aquello era la muerte o la Vuelta y salió lo segundo, enganchó por delante a Iñaki Gastón e hicieron camino hasta El Naranco. En la cima, ante el delirio asturiano por ver triunfar al líder del equipo de casa, Rominger ganaba pero no sentenciaba como se pudo ver en la crono final, sí en la mentada de Santiago, en la que Zulle puso la última gota de emoción.

    En estos tiempos en los que se debate esperar o no, conviene recordar aquella gesta de Rominger como el signo de lo que es la competición, algo así como un “******* el último”.
     
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  16. Iabar

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    El bueno de Ale Zulle, que mal lo pasaba cuando se le empañaban las gafas
     
  17. Javimeganero

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    Te completo un poco el post con el vídeo resumen de esa Etapa. En el minuto 09:20 el momento de la "galleta" de rompetechos Zülle :p.



    Mítica la frase de Zülle tras esa caída: "Agua, bici en flores, culo suelo" o algo así era :D
     
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  18. labeaga

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    Hoy 1 de mayo como no podía ser de otra manera toca mencionar a los trabajadores anónimos del pelotón
     
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  19. labeaga

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    Vietto, el gregario perfecto

    Se sacrificó por su jefe de filas Magne y dio la vuelta para darle su bicicleta en 1934

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    René Vietto durante la contrarreloj entre Dóle y Dijon en el Tour de 1939. BNF GALLICA

    Lance Armstrong, el ciclista que nunca existió, acostumbraba a representar cada último día del Tour una pequeña función privada con sus compañeros de equipo. Les iba llamando uno a uno en la cena de celebración. Les entregaba un sobre con un cheque. Muchos ceros, según quienes lo recibieron alguna vez. Era el agradecimiento del jefe a sus fieles acompañantes en la ruta. Es lo habitual.

    En medio de la lluvia, en la Vuelta a España, dos ciclistas vestidos de azul, Caruso y Vicioso, aguardaban a otro que aspiraba a vestirse de amarillo, Roberto Heras. Al pie del puerto de la Colladella, temblando de frío, mojados. Esperaban para llevarle hacia lo alto del podio. Roberto lo agradeció públicamente ese día, y al siguiente. Sin embargo, cuando se habla de espíritu de equipo, de abnegación por el líder, el nombre propio es francés: René Vietto.

    Natural de Cannes, el joven ciclista, apenas 20 años, se presenta en el equipo de Francia para escoltar a Antonie Magne, el gran favorito para vencer en el Tour de 1934. En la segunda etapa, Tonin ya es líder, pero en los Alpes, Vietto se revela como un gran escalador. Le Roi -el rey- René empiezan a llamarle los aficionados. Se destapa en la jornada entre Aix les Bains y Grenoble, de 229 kilómetros, el 10 de julio.

    El mismo día en el que aparece en el panorama del Tour un escalador vizcaíno, Federico Ezquerra. Se asciende el techo del Tour, el Galibier, después de pasar por el Telegraphe. Ezquerra y Vietto suben juntos. El vasco, sin embargo, tiene más fuerzas. Distancia en un minuto a su rival francés en la primera ascensión; en 55 segundos en el techo de la grande boucle. Pero Vietto baja mejor. Le alcanza las dos veces, deja atrás a Ezquerra y gana la etapa. Al día siguiente, la banda militar que ameniza la salida en Grenoble hace sonar un pasodoble en honor al ciclista vizcaíno. Pero la prueba para Vietto llegaría unos días más tarde, en los Pirineos. Allí demuestra su valor. Su abnegación.

    Magne sigue líder desde la segunda etapa, con la amenaza de Martano, al acecho. En el camino a Aix Les Thermes, el rey René bate a Ezquerra en el Puymorens, pero en el descenso en fila india, Magne pierde el control de su bicicleta y rompe una rueda. El jefe pide una bicicleta, Vietto le ofrece su rueda. No entra en la horquilla del líder. Speicher llega y le cambia la máquina. René se queda, llorando a esperar el camión de las asistencias. Pierde más de cuatro minutos en la meta. Pero aún hay más. Al día siguiente, en el Portet d´Aspet, en el que años después fallecería Casartelli, Vietto pasa en cabeza, pero ralentiza su marcha para esperar a Magne, que cuenta así su odisea: «Demarró Martano, salí yo a por él y se me bloqueó la rueda. La cadena se enrolló en el pedal. No podía repararla. Estaba desesperado. Mis compañeros estaban delante». Pero entonces aparece René Vietto. Un motorista se acerca al él y le cuenta lo sucedido. Da media vuelta y asciende los doscientos metros hasta donde está su líder para entregarle su bicicleta. El prometedor Vietto nunca pudo ganar el Tour.

    Al menos tuvo una pequeña recompensa en la Vuelta a España unos años más tarde. Fue en 1942. En la etapa Pirelli. Se llamaba así, claro está, por el patrocinio de la empresa de los acreditados neumáticos, como decían los periódicos de la época. En aquellos tiempos no se hacían demasiadas concesiones. La etapa salió de la capital guipuzcoana a las seis y media de la mañana.

    A eso de las nueve llegó a Eibar. Tenían los ciclistas un cuarto de hora de descanso. Vietto dedicó el tiempo a intentar reparar su bicicleta, que fallaba desde la salida. Partió tarde, aunque consiguió alcanzar a los veinte ciclistas que iban por delante. Pero tuvo que parar de nuevo. Otra vez le fallaba la máquina. Se desesperaba, arrojó la bici a la vía del tren y estuvo a punto de abandonar. Pero se calmó, reparó la avería y regresó a la carrera. Iba solo, último, desesperanzado. Sin embargo, en el cruce de Ibarruri ocurrió el milagro. Una flecha mal colocada despistó al pelotón, que se fue por otro camino.

    Vietto, avisado, cogió la ruta verdadera. Voló mientras el grupo, un par de kilómetros después del cruce, se daba cuenta del error. En Bermeo pasó primero y ascendió Sollube. En la cima, más de tres minutos al segundo. En la Gran Vía bilbaina le esperaba una multitud que presidía el gobernador militar, General Lóriga, el alcalde, el jefe provincial de las milicias y el cónsul de Italia y «dos bellas camaradas de Auxilio Social» que le entregaron el ramo de flores que compartió con el líder Berrendero. Ese mismo día, el general Rommel inició su segunda ofensiva en El Alamein y los periódicos publicaron un aviso con motivo de un discurso de Franco: «Todos los trabajadores deberán escuchar la voz del Jefe del Estado». Qué tiempos.
     
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  20. labeaga

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    El duelo Jalabert - Pantani del Giro 1999

    Marco Pantani se plantaba en aquella edición sin saber a lo que se iba a tener que enfrentar. De hecho, la dureza del Giro’99 daba por hecho una victoria aplastante del ganador en ejercicio de los últimos Giro y Tour. Pese a que la clasificación general muestra otra realidad, el gran rival del italiano fue Laurent Jalabert.

    Si bien Savoldelli obtuvo buena renta el día de la Fauniera, el compatriota de Marco siempre anduvo a una distancia prudencial. Sin embargo, durante media carrera el de la ONCE se plantó como la firme oposición, como el candidato al rosa más serio tras el ‘Pirata’. La madurez del francés le hizo conocer sus debilidades y sus fuertes. De ese modo aprovechó los terrenos en los que podría tener cierto margen con respecto a Pantani, todo lo que no fuera alta montaña.

    Sin prólogo, la ventaja la tenía que comenzar a obtener en los finales en repecho que alternaban sprints masivos con sprints en cuesta, justo la especialidad de ‘Jaja’. En la tercera etapa de Terme Luigiane se impuso con facilidad. El rosa le llegaría tras el Monte Sirino, donde se impuso el Kelme Chepe González.

    El rosa le duraría hasta el Gran Sasso, donde por escasa diferencia el gran ciclista campeón de la Vuelta de 1995 estuvo cerca de aguantar la preciada prenda. Esperaba la crono de Ancona, no muy larga, pero propicia a Jalabert. Ganó y el ‘Pirata’ se dejó escasa diferencia, aunque tuvo tiempo de darse el gusto de doblar al Chava Jiménez.

    Cesenatico recibía la 11ª etapa, con Jalabert de líder y Pantani aún dudando de sus opciones. Sólo la Fauniera y su dureza pudo separar a ambos en la general. Y todo por una arrancada alocada de Jiménez y la dura respuesta del líder del Mercatone. La pájara de la entonces maglia rosa fue tan importante que se dejó las opciones de victoria final. Era la etapa número 14, dos semanas de emoción y pelea por el primer puesto.

    Aún quedaría una escena extraña. Marco, con la carrera en el bolsillo, pincharía con la carrera lanzada camino del Santuario de Oropa, que volvía tras el cercano descalabro de Indurain en el 93. En la subida tensaba un nervioso Jalabert, erigido como el gran rival y la alternativa, aunque no estuviese tan bien clasificado. Pantani cogió ritmo y alcanzó uno a uno a sus rivales, dejando de rueda al francés, venciendo la etapa y dejando claro quién iba a llegar de líder a Milán.

    Aún Jalabert ganaría la etapa de Lumezzane, pero de nada serviría. Pantani le vigilaba hasta en las pequeñas cuestas. En la crono volvió a recortar tiempo, pero ya no el suficiente para adelantarle en la general. Después sucedería lo que todos sabemos, pero el duelo fue bonito mientras duró.

     
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