Epica ciclista..Historias de un deporte

Tema en 'General' iniciado por labeaga, 19 Ene 2019.

  1. labeaga

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    Una parte del relato de hoy ya ha aparecido de refilón en algún otro que hemos puesto, me he decidido a ponerlo por que aporta nuevos datos que me parecen interesantes para poder ver el nivel de penuria y sufrimiento de estos esforzados de la ruta
    Un saludo



    La mítica desgracia de Eugène Christophe

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    Fue en el año 2010 que el Tour de Francia conmemoró el centenario del coloso puerto pirenaico del Tourmalet, acontecimiento que nos ha traído a la mente no pocos recuerdos y gestas que se fraguaron en este tradicional lugar de la geografía francesa, colindante a nuestro país. Ateniéndonos a la historia, no hemos tenido reparos en seleccionar la hazaña, entre varias otras, que protagonizó el corredor galo Eugène Christophe, en el mes de julio de 1913; es decir, tres años más tarde de haber cruzado por vez primera esta ascensión de 2.115 metros de altura, cuyo descubridor se debió al polifacético periodista Georges Steinès, bajo el amparo de la cabeza visible del Tour, Henri Desgrange, fundador, gerente e impulsor de la famosa ronda francesa.

    Catorce kilómetros andando

    No hay duda que Christophe fue una de las figuras más populares con que contó el ciclismo francés. Lo más curioso del caso es que participó en once ocasiones en el Tour de Francia, viéndose obligado a abandonar en tres. Nunca tuvo la grandeza de poder vencer a pesar de que lo tuvo muy cerca en más de una ocasión. El drama de su vida fue este y no otro.

    En nuestro recuerdo nos hemos de situar en el año 1913, en la etapa Bayona-Luchon, de 326 kilómetros, con la inclusión del célebre Tourmalet, un puerto de alta montaña inaugurado por los ciclistas con tan sólo tres años de historia. Christophe, coronó la cima en segunda posición tras el belga Philippe Thijs, que sería el futuro vencedor absoluto del Tour. En pleno descenso de la cuesta citada, al querer sortear un automóvil seguidor, tuvo la mala fortuna de sufrir un serio encontronazo que le llevó a romper la horquilla delantera de su bicicleta.

    Terrible momento para el corredor francés que poseía facultades para llevar a cabo una sonada actuación y su triunfo absoluto. La dura realidad fue que debió cargar sobre sus espaldas la máquina, andando con ella por espacio de nada menos catorce kilómetros, los que restaban para llegar a la población de Sainte Marie-de-Champan, en donde se le había indicado la existencia de una pequeña herrería, con la posibilidad de que pudiera en ella realizar personalmente la reparación pertinente, cosa que hizo ante la mirada severa de dos severos comisarios del Tour, allí presente en aquel acto de aspecto hasta dramático.

    Los reglamentos de aquella época dictaban que cualquier avería debía ser enmendada por el mismo corredor sin recibir ayuda del exterior. Se dio la circunstancia, un tanto casual, que Christophe, el afectado, había realizado unos cursos para trabajar el hierro en una escuela de formación profesional emplazada en su pueblo de origen. Aquel hecho reforzó su prestancia de forma un tanto inesperada ante aquel tan desgraciado accidente. Cuando entró en el pequeño taller de forja, emplazado a las afueras de la mencionada población, fue parco en palabras ante una petición dirigida al modesto dueño del establecimiento que le salió al encuentro un tanto asombrado viendo lo que veía. Christophe, ni corto ni perezoso, le formuló el siguiente aserto: “¡Préstame tú forja y facilítame cuanto antes un martillo! El trabajo correrá por mi cuenta. Nadie debe ayudarme en la faena”. Y así, el ciclista galo inició su laborioso trabajo que requería mucha paciencia y a la vez habilidad para desenvolverse con el fuego.

    Inició la reparación por si mismo, ya que uno de los miembros de la organización –un árbitro, en la nomenclatura actual- le acompañó en su calvario, velando por la ‘pureza’ del reglamento… e incluso le sancionó con una decena de minutos adicionales a las tres horas y media perdidas porque un chavalín le ayudó con el fuelle.


    Aún así, Christophe, pudo llegar a París, ocupando el sétimo lugar de la general, lo cual supuso un grado de popularidad más ante el gran público, que recordaba la edición anterior del Tour 1912, cuando aquel mismo esforzado ciclista, algo ignorado en los anales del ciclismo, había cristalizado una buen actuación al clasificarse segundo tras el belga Odile Defraye, un corredor desconocido de elegante pedaleo, muy gentil con las gentes y con un fino bigote, que le asemejaba más, en cuanto a porte, a un cineasta que a un simple ciclista, según anunciaban las crónicas de la época.

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    Placa sita en Saint-Marie de Campan en recuerdo de este hecho

    Un monumento merecido para la posteridad

    Fue un veterano y gran amante en la práctica de la bicicleta, dado que habiendo cumplido los 40 años, aún se permitió la osadía de participar una vez más en el Tour para terminarlo en decimoctava posición. Tenía una voluntad muy tenaz, la misma que cuando se enfrentó ante la adversidad en la forja en Sainte-Marie-de-Campan, cuya placa de homenaje se erigió allí como dando fe y rememorando un recuerdo que sigue vivo en la cronología ciclista.

    Publicamos, efectivamente, acompañando al presente reportaje, un documento gráfico que tuvimos la fortuna de obtener en aquel recóndito lugar pirenaico. Constituye un hito histórico cuyas palabras escritas nos traen a la memoria no poca emoción y sí, además, una inevitable admiración. El texto dice: Eughène Christophe, líder de la prueba, perdió aquí toda opción de victoria, pero aun así dio una formidable lección de coraje y de tenacidad. El Tour de Francia continúa recordando con todo respeto aquel comportamiento ejemplar.


    En el Tour del año 1919, el primero después de la Gran Guerra, Eugène Christophe se vistió de amarillo (fue el primer ciclista en llevar el maillot amarillo del Tour), en la penúltima etapa Firmin Lambot, que ocupaba la segunda posición a más de 28 minutos, atacó. Christophe le siguió, pero rompió la horquilla cerca de Valenciennes. Las reglas del momento establecían que los ciclistas no podían tener ningún tipo de ayuda, lo que obligaba a Christophe a reparar la bicicleta él mismo. Ese mismo incidente ya le había hecho perder el Tour de Francia 1913, y aún le volvería a pasar el 1922.

    La avería le llevó a perder dos horas y media y toda la ventaja que tenía respecto a Lambot. En la última etapa Christophe sufrió numerosas pinchazos que le hicieron perder la segunda posición en beneficio de Jean Alavoine.


    El misionero del ciclismo

    Como colofón final, sí quisiéramos dar a conocer a la luz lo que comentó aquel ciclista de cierta fama en su tiempo llamado Antonin Magne, compatriota suyo, en ocasión del fallecimiento de Christophe ocurrida el primero de febrero de 1970, al querer glosar su figura del todo tan ejemplar. Le definió como un corredor sufriente en la práctica de su oficio, predicador de innumerables enseñanzas ciclistas, difusor de las excelencias de este duro deporte y sencillo en el trato.

    Aquellas palabras, breves si se quieren, encerraban la descripción justa de lo que representó aquel hombre que luchó en silencio frente a la adversidad. Se le llamó incluso con el apelativo de ser un “misionero del ciclismo”. Son palabras, éstas, que perduran en el hondo de nuestro corazón. Son palabras que no pueden desaparecer así como así al compás de los vientos. Es una fiel glosa, una más, que hemos querido resaltar aquí y que nos acercan a aquellas gestas contraídas por unos ciclistas en aquellos difíciles tiempos con tintes dramáticos y con actitudes casi inverosímiles.
     
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  2. labeaga

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    El infierno espera en el Turchino
    La Milán-San Remo vivió su edición más dantesca en 1910 cuando solo siete ciclistas llegaron a completar la clásica, de los que tres fueron descalificados por irregularidades

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    Eugène Christophe


    Los italianos celebran cada año la llegada de la primavera con una carrera ciclista: la Milán-San Remo. Una prueba larga que tiene un momento cargado de simbolismo, el paso por el túnel del Turchino. Tras despedirse por la mañana del frío invernal que suele haber en Lombardía, los corredores inician tras ese puerto situado en mitad de carrera el descenso hacia el agradable clima del Mediterráneo. Un escenario extraordinario, en el que en 1910 se vivió la edición más dantesca de su historia.

    "El Turchino está cerrado, hay dos palmos de nieve en la carretera". La noticia corría con celeridad por los hostales de los ciclistas que en Milán esperaban el 2 de abril de 1910 la disputa de la cuarta edición de la Milán-San Remo. La organización se enfrentaba por primera vez a una situación similar y tenían dudas de qué hacer. El invierno se estaba alargando mucho más de la cuenta y las temperaturas en Lombardía, lejos de dulcificarse, habían descendido aún más. Hubo reuniones hasta última hora de la noche y los ciclistas, los 94 inscritos, se acostaron sin tener la seguridad de lo que sucedería al día siguiente.

    "Se corre". Fue lo primero que escucharon tras levantarse. Al final la organización había decidido lanzar a los corredores a la aventura sin tener la seguridad completa de las condiciones y lo que estos encontrarían. Gestos de desánimo en muchos de ellos, de alegría en otros, de incertidumbre en todos. Una cuarta parte de los inscritos se marcharon para casa antes de arrancar y finalmente fueron 71 los corredores que se presentaron en el centro de Milán. Allí estaba Eugene Christophe, antes de hacerse célebre por perder el Tour tras sufrir una avería mecánica. Era su segunda vez en la Milán-San Remo y tenía esperanzas de estar en la pelea por la victoria. A juicio de muchos de sus compañeros en la víspera, las condiciones que se encontrarían de nieve y barro podrían beneficiar a algunos de los especialistas en ciclocross que habían en el grupo y entre ellos estaba Christophe.



    La carrera parte con una temperatura próxima a los cero grados en Milán. El frío resulta violento. Tal vez por eso el ritmo que se imprime desde la salida es mucho más alto de lo habitual. Extraño en una carrera tan incierta y con casi trescientos kilómetros por delante repletos de incógnitas. Cristophe trata de seguir el ritmo de un grupo de diez ciclistas que se había puesto por delante pero enseguida comprende que sus posibilidades son mínimas. Comenta con varios compañeros de pelotón que esa velocidad es imposible de mantener y que prefiere quedarse atrás y hacer su carrera. La decisión no tarda en demostrarse que es la acertada. Después de cumplir los primeros 100 kilómetros en poco menos de tres horas, los corredores empiezan a sentir el efecto del frío y del viento gélido que les acompañan. En el control de Ovada muchos se bajan de la bicicleta. Entre ellos Octave Lapìze, otro de los favoritos a quien Christophe trata de convencer de que siga, pero éste le responde que solo quiere ir en busca de una taza de caldo o de café caliente.

    Del pequeño grupo solo quedan delante el ciclista francés Van Hauwaert (ganador de la segunda edición) y Ganna (que había vencido un año antes en esa misma carrera). Comienzan a subir entonces el Turchino. La nieve y el barro tapan la carretera, la corriente de viento glacial paraliza a los ciclistas y el ambiente es espectral. Christophe no tarda en quedarse solo en la persecución de los dos primeros. Está más habituado a esas condiciones. Su cuerpo, forjado en la temporada de ciclocross, se adapta mejor al frío por lo que no tarda en superar a Ganna. Sufre y se retuerce en la bicicleta. Las manos y las piernas las tiene entumecidas por lo que en algunos tramos se baja de la bicicleta y corre con ella para ver si así el cuerpo es capaz de ganar algunos grados de temperatura que hagan más llevadera la situación. Cruza con enorme esfuerzo el túnel del Turchino y se prepara entonces para un descenso terrible.

    Allí, en la cumbre, le comunican que va con seis minutos de retraso con respecto a Van Hauwaert. La sorpresa se la lleva cuando le encuentra quinientos metros después al lado de la carretera con una prenda de abrigo tapándole la cabeza. "Me voy a casa, no puedo dar una pedalada más" le dice a Christophe, que pasa a comandar la carrera. Pero le espera entonces el tramo más complicado. El frío en el descenso se hace si cabe más insoportable. Tirita sin parar, la nieve complica aún más las maniobras, comienza a sentir calambres y le duele el estómago. Hace tiempo que ya no siente las piernas pese a los esfuerzos que hace por correr algo. Todo es inútil. Está bloqueado, congelado en mitad de una carrera infernal. Se para y se sienta abatido junto a una piedra con la sensación de que nada tiene arreglo y que está a punto de despedirse de su primer triunfo internacional, de los trescientos francos de premio. En ese momento pasa por allí un vecino de la zona y le conduce a su casa, que resulta ser un pequeño albergue. Le quita la ropa húmeda, le sirve una taza de ponche casi hirviendo y le saca algo de comida.

    Christophe se siente revivir poco a poco. La sensibilidad regresa a sus extremidades. El buen samaritano le saca un pantalón y un jersey para que se los ponga. Él coloca el dorsal con un alfiler en la ropa que le acaban de entregar y se pone a hacer estiramientos con la idea de regresar a la carrera. Por la ventana ha comprobado que solo habían pasado cuatro corredores (Pavesi, Albini, Cocchi y Ganna) pero avanzaban a duras penas por lo que decide emprender la marcha. El problema es que el dueño del albergue no quiere dejarle ir con facilidad y solo lo hace cuando a duras penas con el idioma el corredor francés le hace entender que solo sigue con la idea de acercarse a la estación más próxima y tomar un tren que le lleve a San Remo.

    La verdad es que Christophe retoma el descenso del Turchino y va recogiendo lo que queda de los ciclistas que iban por delante. Son fastasmas, no corredores. Tampoco es que él vaya mucho mejor, pero el ponche, la comida y la ropa seca le ayudan a combatir mejor el frío. A menos de 100 kilómetros de la meta ya los ha superado a todos. Ninguno es capaz ni tan siquiera de hacer el intento por unirse a él. Están muertos de cansancio y de frío. Los directores de Christophe están desorientados porque no aciertan a entender su caída y ascenso en la clasificación hasta que él les explica lo del albergue. A 50 kilómetros de la meta se siente el ganador y pide que le corten los pantalones por las rodillas mientras devora un trozo de queso que le acaban de ceder. El último tramo, ya con el olor del Mediterráneo en el aire, resulta gozoso para él. Por un momento olvida el sufrimiento y disfruta de ese instante. Son más de las seis de la tarde y ha invertido más de doce horas, cuando cruza la línea de meta de una carrera dantesca. Solo la terminan siete ciclistas, de los que tres son descalificados porque han cometido alguna ilegalidad. Del podio Christophe se va directamente a un hospital donde pasa semanas ingresado tratándose la pulmonía que le provocado la carrera y que le impedirá competir al máximo nivel durante más de un año.
     
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  3. labeaga

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    Eros Poli, el sprinter que venció al Ventoux


    Probablemente desencantado del todo (siempre digo lo mismo, por estas épocas)..por el ciclismo anodino y desesperante que vemos hoy en día, me puse a esculcar en mi memoria sobre uno de los acontecimientos que más llamó mi atención hace años. Una de las cosas más bonitas para ver. Etapa 15 del tour 1994, entre Montpellier y Carpentras. Un corredor gigante, el italiano Eros Poli, lanzador del treno de Mario Cipollini, 1:93 de estatura, se ha lanzado en solitario a una escapada suicida. Una aventura absurda…una inmolación generosa a los dioses del ciclismo en la montaña talismán. Acontecía la etapa que pasaba por el coloso de Provenza: El Mont Ventoux. Escenario para escaladores consumados….que pitos tocaba este gigante en una etapa que era imposible que ganara?.

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    Eros nuestro héroe comenta:

    “Aquel tour comenzó con una victoria en Lille de Chris Boarman en el prólogo y terminó en Paris con la cuarta victoria de Miguel Indurain. El líder de mi equipo era Mario Cipollini, Había sufrido un accidente terrible unas semanas antes en Salamanca durante la vuelta a España, por lo que nuestro equipo el Mercatone Uno asistió al tour claramente debilitado”

    "Yo era uno de los mejores passistas de Italia.Era uno de los encargados de levantar los embalajes para Cipollini, mi jefe era Silvio Martinello y estábamos, con las uñas, luchando por el maillot verde contra Andoujaparov, yo tenía libertad de intentarlo en los sprints y en buscar escapadas que nos rindieran algunos puntos. "

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    "Aquel día no lo olvidaré…fue muy especial desde el comienzo, algo increíble… impensable. Despues de atacar a 110 Km del Ventoux, aumenté mi ventaja paulatinamente a cerca de 25 minutos…cuando llegué al pueblo de Bedoín, al pie de este gigante, mi ventaja era suficiente para mantenerme según mis cuentas. Calculé 25 minutos de ventaja para sostener la punta…perder 1 minuto por kilómetro , más un margen escaso para mantener en el descenso rumbo a la meta de Carpentras. Toda esa matemática daba vueltas en mi cabeza…mi esperanza era que conocía más o menos las cadencias y los ritmos con los que se subía en el grupetto trasero….así que sabía muy bien cuánto podía perder por kilómetro y no estar fuera del control , en la parte final del Ventoux mi director se acercó y me confirmó que Pantani había atacado atrás y que venía a 4 minutos y medio .. por primera vez…sentí que podía hacerlo. “



    Eros comenzó dando bandazos en Bedoin: sus 1:93 de estatura y su gran masa corporal no eran la mejor compañía para este reto gigantesco..su estilo en la escalada era digámoslo desconocido. Nunca nadie le había visto liderar una etapa montañosa de ese calibre… las cámaras....la atención de los medios…toda la atención del público…todo era ahora para él…su lugar estaba normalmente dentro de los últimos en ese tipo de etapas, se notaba a leguas la falta de gracia y soltura con la que suben los escaladores…su cuerpo se retorcía sobre el manillar, amenazando desarmar la pobre bicicleta por el desesperado esfuerzo en girar los pedales.

    Eros prosigue su relato:

    “Los primeros cuatro kilómetros del Ventoux subes a velocidad constante, la pendiente es de solamente el 4 %, pero cualquiera que conozca el Ventoux, sabe que el infierno comienza detrás de la curva a la izquierda de Saint- Esteve, en el comienzo del bosque. El dolor de mis extremidades, mi cuello, mis brazos y mi espalda iban acompañados del miedo: Me sentía que esto era muy superior a mis fuerzas. Desde Saint-Esteve me esperaba básicamente una sola rampa de 10 Km al 10 % de pendencia…nunca me olvidaré de ese momento, porque era la primera vez en mi carrera profesional , que en competencia había visto el odómetro en mi bicicleta y la velocidad era de un dígito!!!....en el camino a la curva vas pedaleando alegre y suelto…29-30 Km/h y de repente BAM!!! Miré hacia abajo y ahora era 10, 7, 9 Km/h…en ese momento me dije a mi mismo…Estoy muerto…no puedo más”

    “Después de 3 o 4 Km del sufrimiento más grande de mi vida…temiendo caerme o resbalarme por el acto de equilibrio que hacía, comencé a encontrar la respiración correcta y una cadencia decente….y comencé a subir al ritmo en que subía cuando iba atrás en el grupetto…ya lo tenía medido….”

    “Era mágico escuchar a la gente gritarme y casi que pedalear por mí…era claro que yo no era el indicado para ir adelante y la gente casi sin creérselo me aplaudió y animó como nunca nadie más lo hizo en mi carrera….”



    Después de un descenso impecable Poli entró triunfal a Carpentras tras 175 Km en solitario…y 3 minutos y medio antes que su compatriota Alberto Elli, que lideraba el pelotón. Brazos en alto....una página inverosímil en la historia del tour….la reivindicación de los tantas veces excluídos, de los coequiperos, el drama del gregario, de los anónimos seres que corren sin la esperanza de ganar…de aquellos que encuentran su felicidad en la victoria de alguien más…en la victoria del equipo…los que llegan 20 o 30 minutos después, cuando el jefe ya besó las modelos , se tomó la champaña y descansa en el hotel….

    Eros finaliza :

    " He vuelto en plan cicloturista solo una vez después al Ventoux…y me pregunté..Cómo diablos hice eso (de subir) en el 94?..el Ventoux es una parte muy especial del tour…es la montaña de Tommy (Simpson) , la montaña en la que Merckx definió tantas cosas..la montaña de Pantaní y de todos los grandes ciclistas de la historia y yo soy uno de esos grandes ciclistas que tiene además un estatus único y especial. Yo no era el indicado, no era para mí, pero logré escribir mi página en la historia del tour”.


    En el tema videos hay varios...este primero en Francés es un resumen de la subida que tiene sobre todo las imágenes del paso por la cima...y la llegada en Carpentras ....el segundo es la ascensión completa del Ventoux...aunque increíblemente le cortaron el paso por la cima de Eros...interesante para ver como subían los persecutores....y el pobre Poli en cámara lenta....






    Este tercero es la parte final de TVE....
     
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    Dauphiné Liberé 1996: El último baile real de Miguel Indurain


    El mes de julio 1996 estaba reservado a ser el del sexto Tour de Francia consecutivo de Miguel Indurain, pero el verano desapareció de golpe camino de Les Arcs con la pájara más dolorosa de la historia del ciclismo. El mundo entero asistió a la caída del gigante, pero casi nadie se acuerda del último gran baile del navarro, el de la Dauphiné Liberé aplastando por última vez a todos sus rivales.
    Miguel Indurain trituraba rivales julio sí y julio también desde 1991. También se dedicó a hacer lo propio en vísperas de la que debería haber sido la victoria que le habría elevado al olimpo definitivo del ciclismo: ser el único de todos los tiempos en vestirse de amarillo seis veces en París, y todas ellas de forma consecutiva. Esa historia ya se conoce de sobra y recordarla es un ejercicio doloroso. Como sólo los aficionados más fieles son capaces de recordar con todo lujo de detalles cómo Miguelón minó la moral de sus rivales en la Dauphiné Liberé de 1996, se hace imprescindible volver a poner sobre la mesa la que fue su última gran victoria aplastante, con permiso del oro olímpico contrarreloj en Atlanta.


    La Dauphiné Liberé es otra de esas carreras importantes que debe su existencia y su nombre al Periodismo y que desde siempre ha sido considerada la antesala perfecta para preparar el Tour de Francia y especialmente para determinar quién es el candidato oficial en julio. Si en los años setenta siempre ganaban los alemanes jugando a fútbol, en los noventa y comienzos de los 2000 quien ganaba en el Delfinado tenía casi asegurado correr la misma suerte que Alemania. O sea, ganar. Indurain la ganó en 1995 y repitió, no sin esfuerzo extra ni una nueva exhibición mediante su victoria en aquella ya lejana 48 edició de la Dauphiné Liberé n que arrancó en Megève y acabó de la mejor manera posible para él en Grenoble.

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    Llegó imparable y se fue invencible
    Victoria en el prólogo y general de la Vuelta al Alentejo, victoria en la etapa contrarreloj y general de la Vuelta a Asturias, victoria de etapa en montaña y general de la ya extinta Bicicleta Vasca. Así llegaba el navarro a aquella Dauphiné con miras a su sexto Tour de Francia: arrasando allá por dónde corría y con la única preocupación de afinar su puesta a punto e incluso de reducir su peso, tal y como insistiría tras ganar la última etapa y sentenciar la general en Grenoble. Su mentor y portavoz ante los medios, José Miguel Echávarri, así lo atestiguaba ante los medios conteniendo la euforia y señalando que este nuevo triunfo tan sólo formaba parte de su preparación y que era "un regalo que el propio Miguel se hacía a sí mismo". Cabían pocas dudas de que Indurain reventaría la historia de este deporte un mes y medio después en los Campos Elíseos, porque en este último baile real no dio tregua alguna a Laurent Jalabert, ni a Tony Rominger ni a nadie. Empezó su remontada en la contrarreloj de 42 kilómetros en Beaumes de Venise y sentenció a la estrella de la ONCE en la ascensión al mítico Izoard.

    En la etapa anterior del Mont Ventoux, Laurent Jalabert ostentaba el liderato de la carrera e incluso parecía que lo iba a defender de una forma sólida. La potente formación de Manolo Saiz y el polivalente ciclista galo debían dedicarse a controlar la carrera y a no perder más tiempo del pensado en esa crono larga que dominó Indurain. Incluso Jaja se veía superior a Miguelón al decir: “Perder sólo cincuenta segundos respecto a Indurain es para sentirse satisfecho (…) creo que tengo posibilidades de ganar porque hasta ahora no he tenido dificultades en la montaña y las dos etapas que quedan me favorecen”.

    No fueron palabras osadas sino más bien declaraciones cargadas de confianza para el francés que hacía soñar a su país con suceder a Bernard Hinault en lo más alto del podio de París. Pero Miguel apenas tardó unas horas en poner las cosas en su sitio y despertó de ese sueño efímero a la afición gala camino del Izoard, en una jornada con otros dos colosos alpinos. Marcó su ritmo infernal que nadie podía seguir cuesta arriba y Jalabert sólo duró dos asaltos. Miguelón aguantó las acometidas de otros ciclistas como Leblanc que pugnaban por la etapa e incluso a una tromba de agua que complicó los descensos camino de la meta de Briançon. Allí no dejó ganar -como acostumbraba- a su compañero de fuga, más bien destrozó en un desigual esprint a Laurent Madouas.

    El prime baile, o más bien el segundo contando la crono, ya había sido ejecutado con toda su crudeza. Jalabert apareció lejísimos y se quedó a 1:44 minutos del nuevo líder y tanto Tony Rominger como un joven Richard Virenque ya estaban lejísimos siquiera de amenazar a Miguel en la última jornada de media montaña hacia Grenoble. De hecho, Jalabert se retiró por problemas de salud e Indurain no pugnó por una etapa que ganó Luc Leblanc y en la que dejó ir por delante pero siempre controlando a Tony Rominger.

    Los grandes titulares de la época encumbraron a Miguel Indurain tras esta nueva prestigiosa y colosal victoria, la cuarta consecutiva en su calendario competitivo de 1996 y la que hacía presagiar casi con total seguridad que ese aplastamiento se haría extensivo al Tour de Francia.

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    Siempre prudente, Miguelón sabía que Tony Rominger iba a menos, que el joven Virenque perdería medio día en las cronos y que sin anteriores rivales de la talla de LeMond, Chiapucci o Bugno, sólo ciclistas de una nueva generación podían amenazar su reinado en la mejor carrera del mundo. De hecho, sólo Jalabert parecía estar en condiciones de amenazar ese sexto Tour de Miguel Indurain, pero ni tan siquiera fue capaz de acabarlo. Aquella Dauphiné también la corrió Bjarne Riis, pero de forma discreta y sin dejar ni rastro de cualquier atisbo de exhibiciones sobrehumanas con las que se coronó como el primer danés en ganar el Tour de Francia.

    El mismo día que se subió por última ocasión a lo más alto del podio en una prueba por etapas, el 9 de junio de 1996, un escalón más abajo finalizó Abraham Olano el Giro de Italia ante el ruso Pavel Tonkov. El destino y la prensa de la época decretaron que el guipuzcoano sería su sucesor natural, en lo que no cayó nadie tras aquella Dauphiné Liberé de 1996 fue que Miguelón no acabaría ganando aquel Tour de Francia y que su última imagen de éxito -y sonriendo- la tendría junto a él en unos Juegos Olímpicos, y con una medalla colgada en sus respectivos cuellos.

    Asociar Miguel Indurain y el año 1996 evoca a esa pájara camino de Les Arcs, a su cara desencajada y a su gigante cuerpo doblegado por el frío y únicamente protegido por unos guantes de puro invierno en pleno mes de julio. También recuerda aquella imagen, tanto o más dura, bajándose de la bicicleta para siempre en el hotel El Capitán de Cangas de Onís. Por eso era una cuestión de justicia recordar que en aquel maldito año también arrasó a sus rivales y se vistió de amarillo.
     
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    La última derrota dulce de Raymond Poulidor

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    No era Poulidor, era «Pou-Pou», esa manía francesa de convertir a cualquier héroe en un cursi. Pou-Pou contra Anquetil en los 60, con su maillot de Mercier, primero de malva, luego de negro y amarillo, como una avispa; Pou-Pou contra Merckx en los 70; Pou-Pou contra sí mismo en los años intermedios, incapaz de tomar el testigo, un hombre condenado a no liderar nunca la manada, escalador de ritmo, contrarrelojista mejorable. Poulidor pasó a la historia del deporte como el gran perdedor pero ni en eso se merece el título: en 1964 ganó la Vuelta a España. Por apenas unos segundos sobre Luis Otano, pero la ganó, manchando así su impoluto palmarés de fracasos.

    Aún no está claro si Poulidor se adelantó a su tiempo o llegó muy tarde. Si uno repasa el palmarés del Tour durante dos décadas la impresión que da es que siempre estuvo ahí, que nunca se fue, desde que debutara en 1962, con 26 años, y fuera ya entonces tercero, a la sombra de Anquetil y Plankaert. Después, el segundo puesto de 1964, aquella lucha a muerte en el Puy de Dome por intentar dejar atrás a su compatriota y guardarse unos segundos de ventaja para la contrarreloj final que nunca llegaron, tercero en 1966 cuando ya no había Anquetil de por medio y tercero de nuevo en 1969, ya con Eddy Merckx como nuevo dominador.

    En medio, una leyenda. Anquetil nunca soportó no ser el niño mimado de la afición, que prefería al menos elegante, al segundón, al que siempre fallaba en el momento clave. El encanto de los perdedores. La relación entre ambos fue tan mala que incluso en el último momento, cuando el campeón francés ya agonizaba por un cáncer, tuvo tiempo de decirle a Poulidor, que había ido a visitarle en un gesto de última reconciliación: «Amigo mío, incluso al cielo vas a llegar después de mí». Anquetil era guapo, esbelto, rico y displicente. Poulidor había salido de la huerta y se le notaba en la cara quemada, dura, de ceño fruncido. Era algo así como el Virenque de turno, el Voeckler sufriente, sin EPO pero con Bernard Sainz, el Doctor Mabuse, detrás, alargando su carrera hasta límites insospechados: a los 33 años ganó la Dauphiné-Libéré, a los 35 se impuso en el Criterium Internacional y a los 36 tuvo uno de los mejores años de su carrera: ganador de la París-Niza (aún repetiría el año siguiente derrotando a Merckx), ganador del Criterium y tercero en el Tour detrás de Merckx y Gimondi, delante de Van Impe, Zoetemelk y Thevenet, los llamados a suceder al caníbal belga.



    Ese sexto pódium en el Tour estaba llamado a ser el último. Poulidor quería dejarlo, pero el doctor Sainz le animaba a seguir, y, ¿por qué no hacerlo? Cada año de más era un año de dinero, éxito, ovaciones y homenajes. El Jimmy Connors de la bicicleta. En 1974, ya con 38 años, consiguió ser segundo en el Tour de nuevo, su séptimo pódium sin victoria, un récord que solo Zoetemelk estuvo a punto de igualar gracias a los seis segundos puestos que rodearon su victoria en 1980, el campeón más viejo de la historia. Aquellas eran para Poulidor derrotas dulces. Por supuesto, él hubiera preferido ganar, no digamos tonterías, pero frisaba los 40, tenía a Merckx como rival y a un montón de jovencillos rondando a la puerta, ¿era realista pensar en la victoria cuando había un tío ocho minutos y pico mejor que tú?

    Para rematar el año, fue segundo en el Mundial de fondo en carretera. El primero, cómo no, fue Eddy Merckx, probablemente su último gran triunfo.

    Poulidor había empezado tarde, cuando Serge Gainsbourg aún tocaba el piano en salas de fiesta y ahí seguía en 1975, cuando el marido de Jane Birkin ya había hecho jadear a Brigitte Bardot. Sin embargo, aquel no fue un gran año. Un año sin victorias, el primero desde 1959. Adiós a Pou-Pou, ya no habrá doctor que le salve, no habrá «panaché» que demostrar en las cumbres. En el Tour quedó 19.º, no era un desastre a los 39 años, desde luego, pero sí la peor posición en toda su carrera, puesto que repitió en el Mundial de Ruta.



    Llegamos al momento clave: como es normal, se piensa si seguir un año más o no. Con Sainz o sin Sainz, el sufrimiento es intolerable. El invierno de concentración, los entrenamientos diarios, las montañas que no entienden de anfetaminas ni de cortisona ni de «pócimas homeopáticas», que siguen ahí desafiantes, esperando que los franceses las llenen de pintadas y pancartas por su veterano ídolo. Es 1976. Franco ha muerto. Poulidor cumplirá 40 años en abril. Thevenet se presenta como el nuevo Merckx, el nuevo Anquetil, sin saber que ese papel está reservado para un bretón que ya anda deslumbrando en las carreras locales, las Paris-Camembert de turno, Bernard Hinault.

    Poulidor empieza con Anquetil y acaba con Hinault. Poulidor es el resumen de la historia del ciclismo francés. Poulidor decide regalarse un último baile y seguir un año más. Por si acaso. Los primeros meses de temporada son un homenaje continuo, pero un homenaje sin victorias, lo que se supone va a ser el Tour de Francia. Su último Tour de Francia, aquí sí que no hay vuelta de hoja. El listón está en el 19.º puesto del año anterior, igualarlo sería una proeza. Toda Francia se prepara para ver a Thevenet ganar su segundo Tour consecutivo y para empujar todo lo que haga falta a Poulidor, que sigue siendo Pou-Pou a sus 40 años y tres meses… pero nada sale como estaba previsto.

    Aquel Tour parece destinado para los escaladores. El recorrido es una barbaridad, con ocho etapas seguidas de media o alta montaña. Al principio, ante la ausencia de Eddy Merckx, de descanso tras su pésima experiencia del año anterior, cuando el puñetazo de un aficionado le dejó sin opciones para conseguir su sexto triunfo, es su compatriota Freddy Maertens el que toma el relevo: sprinter, contrarrelojista y escalador esporádico, una especie de Laurent Jalabaert setentero, Maertens se coloca líder de inmediato y se mantiene ahí a la espera del ataque de los grandes en los Alpes. Prácticamente todos los favoritos —Thevenet, Van Impe, Zoetemelk, Ocaña…— están en el mismo tiempo, a unos cuatro minutos del especialista. Lo curioso es que Poulidor no está con ellos, está delante. Quinto, a poco más de tres, tras una contrarreloj prodigiosa.

    Los Alpes son terreno para el mano a mano Van Impe-Zoetemelk, con Thevenet a una prudente distancia de casi dos minutos. Poulidor no solo no cae sino que sube al tercer puesto, a 1’36” saliendo del Alpe D´Huez. Los franceses siguen creyendo, más aún cuando Raymond Delisle aprovecha la vigilancia de los favoritos para colocarse líder en la primera etapa de los Pirineos. Delisle no es la única amenaza, el italiano Walter Riccomi también acecha los puestos de pódium, mientras Thevenet se pelea con su hígado y Luis Ocaña saca fuerzas de flaqueza rumbo a Saint-Lary-Soulan llevándose a rueda a Van Impe, el belga acostumbrado a pelear solo por el premio de la montaña, que llegaría a ganar en seis ocasiones. Detrás queda Zoetemelk, esperando que le hagan el trabajo, pero nadie colabora. Ocaña y Van Impe abren hueco y Zoetemelk vuelve a perder el Tour por una mala jugada táctica. ¿Poulidor? Resistiendo. Como puede. Ya no es tercero, pero es quinto, a 11’42” del líder, a poco más de dos minutos del pódium.



    Está claro que Thevenet no va a ganar —lo haría el año siguiente, de hecho, en 1976 ni siquiera acabaría el Tour— y toda la adrenalina del hexágono se centra en que Poulidor consiga su octavo pódium a una edad imposible. Curiosamente, las montañas juegan en su contra: se ha convertido en un aceptable rodador, buen contrarrelojista, pero las largas etapas pirenaicas empiezan a hacerle mella. Sin embargo, la penúltima contrarreloj y la explosiva subida al Puy de Dome, allí donde 12 años antes luchó por la hegemonía con su odiado Anquetil, colocan a Poulidor tercero de manera angustiosa, como todo en su carrera. Delisle queda cuarto con el mismo tiempo y Riccomi, quinto, aguarda 12 segundos detrás.

    Quedan dos etapas y una es de nuevo contra el crono. Seis kilómetros, una especie de prólogo final que pareciera que la organización ha puesto ahí para deleite de su público. Pou-Pou pasea por el parque de los Príncipes pensando en que lo más probable es la derrota, que así ha sido siempre. Repasa sus 14 Tours, sus siete pódiums, sus 11 top tens sin vestir ni un día, ni un solo día, el maillot amarillo de líder. Este año tampoco será, Van Impe tiene completamente controlada la carrera y el objetivo tampoco es la etapa, por supuesto, eso es cosa de Maertens, que ganará ocho etapas ese año, incluyendo las cuatro contrarrelojes.

    No, la victoria ya no significa nada, lo que importa es la magnitud de la derrota: una derrota dolorosa ante su público que le deje cuarto o quinto o una derrota dulce que le lleve al pódium, la bandera francesa junto a la holandesa y la belga y París aplaudiéndole por última vez. Seis kilómetros para decidirlo y el hombre que tantas veces perdió con Anquetil en esa disciplina vuelve a sorprender a todos con una gran actuación: Riccomi está fuera de combate, otros 19 segundos detrás… Delisle, el otro francés, el otro aspirante, el hombre que le puede ganar por centésimas, va mirando los segundos del crono avanzar aún subido a la bici. Poulidor avanza entre una multitud de aplausos y gritos. No son años de bicicletas aerodinámicas, ni de cascos especiales ni de manillares de triatleta. Poulidor es básicamente el mismo que empezó a competir 20 años antes, recién salido de la huerta de su padre, de la mano del excampeón Antonin Magne.

    El tiempo sigue pasando y Pou-Pou esprinta, tira la bici hacia adelante y pide confirmación: seis segundos mejor que Delisle. Salvo que se caiga en el último paseo a los Campos Elíseos —todo es posible— el pódium es suyo. Su octavo pódium: tres segundos puestos y cinco terceros. Es el final de su carrera, por supuesto, porque no va a arriesgarse a acabarlo todo de otra forma, una forma más triste, más cruel, más indigna. A los pocos meses se retira y deja el testigo a los Thevenet, Hinault y compañía, que dominarán los años siguientes. Presume de ser feliz por haberse llevado el cariño y no los títulos. Probablemente sea una patraña. Nadie corre decenas de miles de kilómetros durante 20 años y se alegra por no haber ganado nunca. La derrota es el sentimiento más doloroso del deporte y todo deportista sueña con ser campeón. La retórica, la estética lo que puede hacer es dulcificarla. Huir de la maldición y sonreír con cada segundo puesto, como si nada. Ganar es de horteras.

    A veces, funciona, por supuesto, pero desconfíen.
     
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    Altig, Anquetil, Baracchi y el 62. D.E.P.
    By Antonio Prieto on junio 14, 2016
    Quizás, Rudi Altig fuera el primer gran alemán del ciclista. Antes, apenas estuvieron Junkermann, Stopel o Heinz Muller. En su época, también Wolfshohl. Luego, irían llegando las épocas de Golz y Ludwig, la de Ullrich y Zabel o Kloden y actualmente, la de lujo, con Tony Martin, Degenkolb, Kittel, o el equipo alemán, Giant Alpecin.

    Ha fallecido. a los 79 años.


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    Su historia es la de un corredor variado. Ganó 4 Mundiales: Uno en ruta, y tres en pista en persecución, uno de ellos amateur. Fue campeón de Europa en Americana y Omnium, de Alemania en ruta dos veces, en americana cinco años seguidos, de persecución y de velocidad, ganó una vuelta a España, y la clasificación de los puntos del Tour, donde fue maillot amarillo durante 18 jornadas. 18 etapas sumaba entre Tour (8), vuelta (6) y Giro (4). Ganó una Sanremo y un Tour de Flandes. Por no hablar de pruebas de 6 días… Más de 20, fueran con DIeter Kemper, Hans Junkermann, Friz Pfenninger, Sigi Renz o Albert Fritz, fueran en Bremen, Colonia, Dortmund, Gante o Munster y Berlín.

    También la Vuelta a Andalucía de 1964, ganando en Málaga y Sevilla sendas etapas.

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    Compartió equipo con Anquetil los años 62, 63 y 64, en el Saint Raphael de Geminiani y Louiviot. Sus historias con Anquetil, merecen un mundo aparte. Desde la Vuelta del 62, en la que Anquetil partía como favorito y al final Altig fue más fuerte, líder en alternancia con Seamus Elliot, y Anquetil, que no quería ver como a Altig le premiaban tras su victoria, no tomó la salida en la última etapa (iba segundo, quizás a algún compañero le habría venido bien que su premio se sumara a la bolsa). Tiempo después, aquel mismo año, Rudi Altig ganaba la primera etapa del Tour y se vestía de líder, lo pasaba a Darrigade, y volvía a vestirse de líder otra vez. Esa vez, el cabreo de Anquetil fue tremendo. Y algo similar ocurriría también en el 64.

    Pero otro día merece la pena ser recordado más. El Trofeo Baracchi de 1962. 1 de Noviembre de 1962. Cierre de temporada.

    Mino Baracchi organizaba la carrera que nació en el 41 y se convirtió en pro en el 44 (la carrera, no Mino). Este era un poco mamón, y emparejó a Anquetil, por ejemplo, con Poulidor en el 63, o a Saronni con Moser en el 89. Y en el 62, el año del que hablamos, emparejó a Altig con Anquetil.

    Se trataba de una durísima prueba. Más de un centenar de kilómetros en ccontrarreloj por parejas, casi dos horas y media de esfuerzo.

    Imaginen, compañeros de equipo, pero muy enfrentados aquel año. Los díias previos a la prueba, la lluvia no abandonó Bérgamo, y Anquetil, pasó Olímpicamente de entrenar. Mientras tanto, Altig se preparaba para la prueba.

    Llevaban 50 kilómetros y Altig abrió gas. O mejor dicho a Anquetil se le acabó el suyo. Más tarde, a falta de una veintena,, Anquetil no podía más. El gran ciclista galo, el mejor ciclista del mundo en aquel momento, fallaba. Era humillante. Consecuencia de unas ‘vacaciones a la italiana’ antes de la carrera. No había entrenado esos días.

    Altig era el único que tiraba. Altig, de repente, en llano, y yendo Jacques a rueda, le soltaba. Miraba Altig atrás, lo veía, empezaba a hacerle señas para que se metiera a su rueda. Nada. Luego, se dejaba caer a su altura, le agarraba el brazo primero, luego, por el sillín, le empujaba.

    Tenían miedo. Podía repetirse lo sucedido en 1956 con Filippi medio muerto, privando a Coppi de ganar el cuarto Baracchi con él consecutivo (lo haría al año siguiente con Baldini, los tres anteriores se los ganó a Anquetil).

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    Y así, prácticamente hasta el final. Anquetil terminaba en el suelo, medio convulso, cayendo de lado, levantándose con ayuda, sangrando, casi imposibilitado, debiendo ser ayudado a caminar. Al final, ganaron, por solo 9 segundos (los mismos por los que perdió al año siguiente como pareja de Poulidor), sobre Arnaldo Panbianco y Ercole Baldini.





    Ya separados, en el 66, Altig le ganó el mundial de Nurburning a Anquetil, y en el 65, esta vez ya en distintos equipos, repitieron el doblete de la Paris Niza del 63, con victoria ambos años para Anquetil. Incluso en el Tour, Anquetil colaboró con Altig (y luego con Lucien Aimar), impidiendo la victoria de Poulidor.

    Una vez separados, Anquetil y Altig se hicieron amigos.
     
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    Españoles por la vida de Cadel Evans
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    La semana pasada, aunque no era la despedida definitiva, el Tour Down Under abrió la recta final para la trayectoria deportiva de Cadel Evans. El ciclismo australiano tantos años en el circuito europeo, desde aquellos canguros que aterrizaron hace más de treinta años y dejaron de ser elemento raro en la gran más grande, el Tour, echará mucho de menos a este ciclista tachado por algunos de perfil bajo y miras modestas.

    Sin embargo Evans deja huella en su país que ahora se pregunta por el relevo y en su despedida son muchas las personas que empiezan a reconocerle el mérito de haber hecho lo que ha hecho y de la forma que lo ha hecho. Porque este ciclista tan reservón en muchos pasajes, se ha batido en una época de guerra total por cuestiones relacionadas con el dopaje y la lucha contra el mismo. Sólo ha cabido ver cómo, en el momento en que se limpió el panorama de ciertos nombres, el australiano fue fijo en las plazas de vanguardia.

    Andy Schleck fue segundo en el Tour que ganó Evans, igual que Alexander Kolobnev fue subcampeón en el mundial embolsado por Cadel, sin embargo si con alguien se las ha tenido que ver Evans ha sido con la hornada española que tan buenos resultados ha arrojado en tiempos recientes. Veremos en este breve repaso, que la singladura de Evans podría haber sido incluso mejor de no haberse cruzado con los españoles y veremos también lo caprichosos que a veces son este ciclismo y su devenir.

    En la etapa final de Romandía 2006 aconteció una jornada premonitoria. Cadel Evans ganó la general tras superar en la crono de Lausana a Alberto Contador y Alejandro Valverde. El canguro ganaba delante de dos ciclistas con las que se las vería no pocas veces en años sucesivos.

    Por ejemplo Alberto Contador ganó su primer Tour con Evans en segunda plaza. En aquella carrera influyó mucho la expulsión de Rasmussen quien en su mano a mano frente a Contador le dio un tiempo al madrileño que al final el australiano no pudo remontar. Y es que Evans y Contador han sido rivales recurrentes, entre otras carreras País Vasco y casi siempre con el hoy líder del Tinkoff-Saxo como ganador.

    El principal duelo de Evans con Alejandro Valverde llegó en la Vuelta a España de 2009 y un incidente que nunca fue aclarado, aquella avería en la cima de Monachil que le costó a Evans el tiempo suficiente para alejarse del murciano en la lucha por la general. Ese día Evans mostró disgusto pero tampoco se le oyó respirar excesivo cabreo para el daño causado, incluso meses antes de que a Valverde le cayera la sanción por la Operación Puerto.

    Carlos Sastre fue otro español que dejó a Evans con las ganas. Fue en 2008, en medio de un Tour desconcertante en el que el abulense plasmó el dominio de su equipo, con los Schleck por detrás, en el Alpe d´ Huez. Fue precisamente ese día en el que Evans comprendió que corriendo a contener nunca lograría nada importante. Esa lección la aplicaría camino del Galibier cuando Andy le puso contra las cuerdas y le obligó a reaccionar a tiempo.

    Y finalmente Purito Rodríguez, quien cuenta por derrotas sus pulsos directos con el australiano. La primera en el mundial de Mendrisio 2009, cuando el catalán fue tercero toda vez se le fue Evans a poco de meta. Al año siguiente, y con el arco iris en ristre, Evans le levantaría la Flecha Valona en un excelente reprís final que dejó a Contador tercero.

    Actor perenne, concienzudo, Evans se va y deja muescas. El ciclismo español puede dar fe.
     
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    Gino Bartali y Fausto Coppi.
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    Nació el 18 de Julio de 1914 en Ponte Ema, un municipio perteneciente a Florencia en la región de la bella Toscana (Italia). Su familia era una familia campesina muy humilde. Pronto empezaría a tener contacto con el ciclismo pero el apodado Il ginettaccio no destacaría hasta los 22 años (en 1936) cuando ganaría su primer giro, la décimo cuarta edición. No sería hasta la etapa nº9 donde Gino Bartali obtendría la maglia rosa y lo defendería hasta la última etapa. Sorprendió por su gran juventud al llevarse la general y la montaña por delante de ciclistas como Giuseppe Olmo o Severino. En aquél entonces debutaba en el Legagno que también ganó por equipos. Aunque tuvo sus momentos de gloria también tuvo grandes altibajos como la muerte de su hermano (Giulio Bartali) que se plantearía abandonar el ciclismo pero fue convencido para que continuara. Al año siguiente en 1937 también ganaría la ronda italiana y se alzó en uno de los grandes ciclistas del país. Al año siguiente renuncio al giro para ir a la prueba gala. Solo Ottavio Bottecchia fue único Italiano en ganar la gala Francesa hasta la fecha y en dos ocasiones (1924 y 1925). Bartali se lanzó a la aventura y tuvo bastante éxito vistiéndose de amarillo sancandole más de 15 minutos al segundo (El belga Félicien Vervaecke) en París. Se alzó con el amarillo en la gran cabalgada en solitario que protagonizó en etapa nº 14 y lo mantendría hasta el último día. También se llevó la montaña pero esta vez ganó por equipos Bélgica ya que en el Tour se invitaban a las naciones. Esto fue todo un éxito en Italia donde había conquistado a su país con su ciclismo clásico y diáfano. Además hizo realidad el deseo de Mussolini de vencer a los galos en su propia casa y se convirtió en todo un héroe nacional. aprovechándose el régimen fascista como propaganda. De ahí se le conoce también el ciclista del régimen. En el giro de 1940 la ultima edición del giro antes de la guerra, Fausto Coppi iba de gregario. Bartali se le atragantó el giro teniendo un inicio muy malo. Estaba muy retrasado en la general y es cuando Coppi pidió permiso para atacar. El joven Coppi con apenas 20 años y plenamente desconocido le hicieron que lo tomaran en serio al escaparse y protagonizar una subida al Abetone consiguiendo sacar una ventaja de 4 min, pudiendo colocarse su candidatura en Milán. Coppi haría historia siendo el corredor más joven en ganar un Giro que todavía no se lo han quitado. Bartali se sentía estafado y ninguneado, su gregario se reveló y nadie le hizo caso.

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    Bartali en pleno esfuerzo.
    Su carrera deportiva se vió interrumpida con la II Guerra Mundial. Bartali se dedicaría a otra cosa, al rescate de judíos. Quien podría sospechar de un ciclista aclamado Musolini y por el régimen, que pudiera llevar a cabo la red. Bartali mientras que se entrenaba por la toscana, aclamado por los militares que le pedían autógrafos llevaba escondidos unos papeles para que los judíos perseguidos por el Reich pudieran escapar. Era una red clandestina, creada por Giorgio Nissim con el apoyo de unos arzobispos. Bartali se llevó el secreto a la tumba y nadie lo sabría hasta que en 2003 que fue revelado.



    Al fin tras unos años, el giro se reanudaron casi todas las competiciones deportivas en 1946. El país acababa de salir de una guerra que había perdido y estaban empobrecidos, buscando un consuelo donde podían. Era uno de los duelos más esperados en el ciclismo atrasado 6 años por la guerra. La gente se echaba a las cunetas para ver el duelo. Todo el mundo estaba esperando este momento tan ansiado. Cada uno partiría de un equipo distinto Fausto se fue del Legagno dejando a Bartali. Empezó el giro que por supuesto no defraudó a nadie. Se disputarían la maglia buscándose las cosquillas en todos los terrenos. Al final se decantaría por el veterano Bartali que gracias a su experiencia se llevo el giro por tan solo 47 segundos. Un tiempo muy corto cuando estaban acostumbrados por ganar con más 15 min.

    Al año siguiente los italianos hicieron sus apuestas, Italia estaba más dividida que nunca. Estaban impacientes por conocer el ganador. Pues no sería hasta el 15 de Junio hasta que conocerían el ganador. En el principio del giro Bartali se hizo con la general pero Coppi se la arrebató con una gran escapada de 150 km aventajando con más de 4 min a Bartali donde defendería en las tres últimas etapas. Aunque Bartali se llevó la montaña no pudo con el Campionisimo que se vistió de rosa. Los italianos pensaban que Gino estaba acabado pero llegaría su hazaña más memorable El tour de 1948. Fue un evento mundial y de gran expectación. Todos estaban expectantes e impacientes por que empezara esta edición del tour. Aunque todos apostaban por Coppi, Bartali ganó contra todo pronóstico. Para Bartali el Tour no empezaría de la mejor manera perdiendo mucho tiempo por pinchazos y caídas. En una carrera de 3 semanas donde el ganador se decide por varios minutos es crucial tener un buen comienzo y ser muy regular. Además la situación civil en Italia no sería la idónea y recibió una llamada del primer ministro para convencerle de que no se retirara. Bartali tiraría de casta y orgullo patriota y comenzaría una de las grandes remontadas del ciclismo. La segunda semana fue crucial para él y en la tercera se vistió de líder en las montañas de los alpes aventajando así a sus adversarios con más de 15 min. Fue todo un logro histórico que Gino un corredor bastante maduro (con 34 años) ganase el Tour y por delante de rivales como el belga Briek Schotte. Pero las cosas no quedaron así, al año siguiente en el giro Fausto se vestiría de Rosa protagonizado así uno de las otras muchas gestas que lo caracterizan. En el inicio de la etapa reina Fausto se marcharía en solitario coronando solo, montañas como el Montgenevre, viéndose en meta con una ventaja de 10 minutos y aumentándola hasta llegar a Milán. Así empezó la perdida de la hegemonía del Ginettaccio y ya no habría quien le bajase a Coppi de las estrellas.

    El incombustible Bartali perdió también el Tour de 1949 con más de 10 min. En esta edición corrieron en el mismo equipo ya que iban por naciones. Coppi tuvo un inicio del Tour muy malo queriendo abandonar tras una caida y no tener bici de repuesto porque tardaban mucho las cosas en llegar y no era como ahora. También estaba a mas de 30 min con el lider (Jaques Marinelli). Gino Bartali como un campeón que es convenció a bofetones literalmente a Coppi para que siguiera, muy mermado ante tanta mala suerte. Al dia siguiente coppi se impondría en la contrarreloj metiéndose en la carrera. Pero en la última semana sería crucial para la remontada. Coppi y Bartali se marcharon en solitario por los alpes protagonizando así otra maravillosa escena del ciclismo antiguo. Estaban coronando uno de los últimos puertos y por culpa de las inclemencias meteorológicas Bartali calló y Coppi fue ordenado no parar desde el coche del equipo. Se vió así en meta sacando tiempo a sus adversarios más cercanos. Días más tarde se vería en París vistiendose de amarillo. Fausto terminaría una temporada de en sueño llevándose al bolsillo giro y tour, siendo el primero en conseguir este doblete.

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    Arreglando un pinchazo.
    Desde 1949 empieza la hegemonía de Fausto que desterraría a Gino. Que no podía hacer nada y se preguntaba que podría haber ocurrido si no se hubiera caído. Pero al año siguiente en el giro de 1950 se verían de nuevo las caras. La suerte no estaría de lado de Coppi cayéndose en la primera semana. Se fracturó las costillas dejándolo fuera de combate en el giro y para el resto de la temporada. Por tanto Bartali se batiría en duelo contra el suizo Hugo Koblet. Un emergente corredor helvético, que no pudo contra él y lo ganaría quedando segundo. Le quedó un sabor agridulce al ganar un extranjero, pero aún no se rendiría el incansable Ginettaccio que le daría tiempo ese año para cazar una etapa en el Tour, ganar la Milan-San Remo y el Giro de Toscana, en su tierra. Había muchos rumores de su retirada, pero el siguió pedaleando consiguiendo así una temporada más que digna: Consiguió un 4 puesto en el Tour, el Giro del Piamonte y un agridulce 2 puesto en el Campeonato de Italia en ruta. En 1952 iría a la ronda gala donde el caprichoso Coppi no quiere ninguna distracción y no se fía ni un pelo de Bartali frustrando sus aspiraciones por la lucha de su Tour nº3 . Coppi le dice a Brenda el director del equipo que el solo quiere gregarios y Bartali lo asignan como uno de ellos. Gracias a la ayuda de estos Coppi ganaría su segundo Tour, adjudicándose el maillot amarillo en la etapa nº 10, brillando en la llegada del coloso Alpe D´Huez que se subía por primera vez en la historia del Tour. Defendería el maillot amarillo hasta París. Se colocó en la cima de la historia del ciclismo. A Bartali no le sentó nada bien trabajar para Fausto o eso pareció. Porque en una de las etapas se tomó la famosa foto del bidón. Estaban subiendo el mítico Galibier, Fausto iba vestido de amarillo ya, e iba trabajando en la subida para aumentar el tiempo. Curiosamente el fotógrafo inmortalizó la escena en el momento justo y en el lugar oportuno donde se están dando un bidón. En la foto no se aprecia bien quien le está dando un bidón y entonces el enigma del siglo, ¿quien se lo da a quien? Pues todavía se sigue discutiendo sobre quien le da el bidón aunque se especula que pudo ser Gino Bartali. Esta foto significaría mucho sobre todo al pueblo Italiano que rompió todo los esquemas. La máxima rivalidad hasta entonces en la historia del ciclismo, tubo un final feliz. Toda la vida Bartali y Coppi habían estado enfrentados o eso creíamos pero el ciclismo, no es solo un deporte es más que eso. Eran muy diferentes pero a la vez muy homogéneos. Su ciclismo totalmente diferente uno más elegante y diáfano y otro más loco y arriesgado. Pero estos grandes rivales, eran dos grandes corredores que nos ha proporcionado el ciclismo y que nos hicieron vibrar por sus grandes gestas que aún recordamos.

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    Sestriere empequeñece ante Chiapucci e Indurain
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    Tour del 92, año olímpico, año II después del Miguel Indurain. La jornada reina es un maratón alpino cuya bandera se baja en Saint Gervais Montblanc y rompe en Sestriere, la cima privilegiada por el ciclismo desde que el legendario Fausto la coronara hace setenta años. el camino sembrado de dureza abre el fin de semana en los Alpes. Las naves se queman en bloque. Fuera especulación, no hay espacio para ella.

    A una eternidad de meta, a más de 200 kilómetros de la estación italiana, Claudio Chiapucci desafía las leyes de la física vertidas al raciocinio de las pizarras y estrategias. El control salta por los aires y en el Iseran, ese alto que toca el cielo, el gitano ya circula solo. Atenazados por la exhibición de Luxemburgo, en la crono más increíblemente vista nunca, los rivales de Indurain actúan a la desesperada. Chiapucci pertrechado en el maillot a lunares pone la carrera al límite, el no va más.

    Tras varias horas de retransmisión narradas por un jovencísimo Carlos de Andrés, llega el Mont Cenis, el alto que hace de punto de inflexión entre Francia e Italia. Con la parroquia resuenando en las cunetas, Gianni Bugno, el elegante campeón del mundo, no puede permitir que la gloria transalpina quede en manos de Claudio, al menos en exclusiva. Arranca don clase a la rueda de Abelardo Rondón, entonces compañero suyo pagado a talonario, y se lleva a Indurain. La caza cuenta también con Franco Vona, el despoblado de testa italiano que venía de firmar un Giro excepcional.

    Relevo uno, cabeza el otro, el ritmo de Indurain esconde una trampa mortal, sin aceleración evidente, pero con sostenida cadencia, Miguel suelta a Bugno. Éste no volvería a circular tan cerca del navarro en la vida. Bugno mejor tratado por las apuestas, más precoz, más ambicioso sobre el papel presenciaba el giro acaecido en el escenario, ahora él no era el favorito, esta condición la poseía por años Miguel Indurain, quien cegado marcha en pos de Chiapucchi. La ventaja superior a los cuatro minutos cae por debajo del minuto, cualquier bien nacido sabe que el italiano merce la victoria por encima de cualquiera, pero ver a Miguel cuajando el amarillo y sumando una etapa en montaña hace tilín. No pudo ser, el tronado de Uboldo mantiene la compostura al tiempo alzando la mano para abrir el paso como Moisés los mares entre la telaraña de aficionados. Miguel padece los rigores del sobreesfuerzo. En Sestriere, entre ciclistas postrados a la caza de aire, colgados de vallas, acuciados por auxiliares, todos contentos, se hizo justicia. Etapa para uno, liderato para el otro.
     
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  10. labeaga

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    GASTONE NENCINI El león de Mugello


    Siete han sido los ciclistas italianos que han ganado la carrera por etapas más importante del mundo, el Tour de Francia. Los siete magníficos son Ottavio Botecchia, Gino Bartali, Fausto Coppi, Gastone Nencini, Felice Guimondi, Marco Pantani y Vincenzo Nibali. De todos ellos, y bien poco que le importaba a él, quizá el menos conocido sea Gastone Nencini.

    Nacido en Barberino de Mugello, muy cerca de Florencia, Nencini pasó a profesionales en elaño 1953, enrolado en la escuadra de la marca de bicicletas Legano. Llevaba dos años de profesionales, cuando en el Giro de Italia de 1955 sorprende a propios y extraños y llega a la penúltima etapa siendo el líder de la general. Tras él, Fausto Coppi y Fiorenzo Magni. La llegada a San Pellegrino es la última dificultad para que un joven Nencini sea el sorprendente vencedor de la corsa rosa, pero Coppi y Magni tienen otros planes. En la salida de Trento, ambos se alían y hacen saltar la banca. Magni, que lleva las ruedas del Tour de Flandes, lanza junto a Coppi un feroz ataque en las faldas del coloso lombardo, que provoca que Nencini ceda y vea como Coppi gana la etapa y Magni la general. A pesar de haber ganado dos etapas y el premio de la montaña, toma nota de lo ocurrido para futuras ediciones.

    La llegada de Nencini al pelotón profesional supuso una alteración del “statu quo” establecido. Sabido es el trato que muchos gregarios reciben de sus jefes de filas, estando en la memoria de todos las lágrimas de Andrea Correa, corredor del Bianchi y gregario de Coppi, que se puso líder del Tour de Francia de 1952 sin permiso de su líder. Al día siguiente se descolgó y recuperó el sosiego. Nencini, de carácter indómito, no estaba dispuesto a pasar por lo mismo y eso provocó ciertos recelos.

    Después de un año en el que se impone en la etapa final del Tour y en los Tres Valles Varesinos, Nencini se presenta en el Giro de Italia de 1957 con gigantes de la ruta, como el francés Louison Bobet y el luxemburgués Charly Gaul. Bobet golpea primero y se pone líder en la segunda etapa, curiosamente ganada por Gaul. El francés continúa de líder, excepto tres días, hasta que en el Campo dei Fiori Gaul asalta el liderato. A falta de cuatro etapas, camino de Trento, otra vez la ciudad conciliar, Gaul para a orinar y Bobet lanza un ataque descomunal.

    Algunos lo bautizaron como el “Giro del pipí”. Poblet y Nencini, con la lección bien aprendida de dos años antes, se pegan a su rueda siendo la etapa para el español y el liderato para el italiano. Finalmente Nencini lograba entrar vestido de rosa en Milán con 19 segundos de ventaja sobre Louison Bobet. Al terminar, la Gazzetta de lo Sport la bautizó como la carrera más bella del siglo, escribiendo que el Giro de Italia siempre fue esquivo para el campeón francés.

    Nencini continúa su carrera logrando etapas en el Giro y en el Tour. Es un ciclista de metro ochenta, resistente en las subidas y un bajador excelso. Sabe desde bien pequeño que todo lo que ha logrado es debido a su sacrificio y no escatima en el esfuerzo. En la memoria tiene grabado a fuego aquellas palabras de su padre Attilio, cuando le dijo que fuera él mismo, qué Coppi y Bartali sólo sale uno cada cien años. El joven Nencini se puso a trabajar, se compró una bicicleta de segunda mano y la guardó en casa de un amigo para que no la viera su padre.

    El año 1960, año olímpico, un francés ganó en Italia y un italiano en Francia. El Giro sale de Roma y termina en Milán, subiendo por primera vez el temible Gavia. Nencini, defendiendo el maillot del Carpano, gana dos etapas pero no puede en la contrarreloj con la fuerza de Anquetil, que gana el Giro por 28 segundos de ventaja sobre Nencini.

    Conservando el excelso estado de forma, Nencini se pone líder del Tour de Francia en el
    segundo sector de la primera etapa. Nueve días después, el francés Rivière, el favorito local, gana en Pau y Nencini vuelve a lo más alto de la clasificación. Nencini es un hombre duro, pedernal labrado con su propio esfuerzo y no es fácil de derrotar. Nube amarilla, como le conocen en Francia resiste en los Pirineos y en los Alpes los ataques de éste, que tiene la desgracia de caerse bajando, en el Macizo Central, el Col de Perjuret y fracturarse la columna vertebral.

    En la penúltima etapa, el Tour se detiene, algo histórico porque sólo había ocurrido con motivo de la Segunda Guerra Mundial, en Colombey – les - Deux – Églises en frente de la casa de Charles de Gaulle. El director de carrera le presenta al líder como:”Nencini, italiano” a lo que el propio DeGaulle responde: "No! Nencini, florentino”. El general, que conocía la historia de Gastone Nencini y sus victorias en suelo francés, como declaró a la prensa ese día, le saluda y le dice: “ha luchado como un verdadero soldado. Mi felicitación. Paris, bien merecido, es suyo”.

    Nencini entró en Paris siendo el cuarto ciclista italiano que lo hacía de amarillo.
    Tuvo también seis presencias con la selección nacional, destacando el mundial de Reims en 1958, ayudando a Baldini a conquistar el arcobaleno.

    La temporada siguiente de su triunfo en Paris, Nencini sufría una caída en Croci di Calenzano que le provoca una herida profunda en la cabeza y le daña varias vertebras y, aunque no le retira, no vuelve a ser el mismo. Termina su andadura profesional en el Filotex, enseñando a los más jóvenes.

    Nencini, ya como civil, monta una tienda de bicicletas y dirige el equipo Max Meyer. Sus inquietudes no terminan ahí, ya que toma clases de pintura con Pietro Annigoni, pintor realista, famoso entre otras cosas por sus retratos de John Fitgeraltz Kennedy, Juan XXIII o la reina Isabel II.

    Con 49 años, debido a un fallo linfático, Nencini, el ciclista sonriente, amante de las mujeres, bebedor de una copa de vino en las comidas, fallecía.

    En el 50 aniversario de su victoria en el Tour, la organización invitó a la familia a Paris. Allí, los niños de la escuela Gastone Nencini vistieron una camiseta amarilla con un león en el pecho formando de nuevo, cincuenta años después, la nube amarilla. El Giro de Italia, en su edición centenaria llegó a Florencia como homenaje a Bartali y Nencini.

    Raphaël Géminiani, que junto a Nencini han sido los únicos en terminas el Giro, el Tour y la Vuelta entre los diez primeros el mismo año, dijo de él que la única razón para seguir a Nencini en un descenso era si se deseaba la muerte.

    Nencini, el león de Mugello, el niño que fue capaz de soñar un futuro distinto al que le habían imaginado, el hombre que guardaba los trofeos en una caja de licores en el sótano porque no necesitaba galardones para demostrar que era alguien, es el menos recordado de los siete italianos que han ganado el Tour de Francia. Y lo que le hacía más grande aún, es que no le importaba.
     
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  11. labeaga

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    Roger Rivière lo hizo todo deprisa


    Años cincuenta, inicios de los sesenta: la “belle époque”. Ciclistas que eran figuras de cera, cincelados a capricho, admirados, queridos, deseados. Jacques Anquetil, todo clase, cara afilada, tez de niño. Henry Darrigade, alto, fuerte, guapete. Estragos en los corazones de las azafatas y las seguidoras. Raphael Geminiani, un tío de los de antes, corpulento, moreno, racial.

    Y Roger Rivière, otro que tal, un ciclista casado con el éxito y la fama. Desde muy joven ganando, desde muy pronto siendo el foco. Recordman de la hora, le llamaban “Roi du Vigorelli”, porque en el velódromo milánes batió el récord de la hora dos veces en doce meses, en el mismo sitio en el que Fausto Coppi lo hiciera en plena Segunda Guerra Mundial.

    #DiaD 10 de julio de 1960

    Tour de Francia, año primero después de Bahamontes. La carrera quema etapas y la cosa queda entre dos: Gastone Nencini y Roger Rivière. El primero había sido más fuerte en las jornadas de montaña pero el joven francés, sólo 24 años, se mantenía vivo y con opciones de cara al final, pues a una semana de París Rivière estaba a minuto y medio del líder y quedaba, encima, una crono eterna de 80 kilómetros en Besançon.

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    En la jornada que iba de Millau a Avignon, los compañeros de Rivière empezaron a mover el árbol. El equipo italiano se estiraba y los anfitriones comenzaron a clavar agujas en la resistencia de Nencini. En la subida al Col de Perjuret, saltaba Jean Graczyk provocando un corte entre los mejores. Rivière no andaba lejos de su compañero, Nencini, a rueda de su rival. Coronado el alto, los dos se lanzaron hacia Avignon. De repente suena en la radio: “Allo, chute de Rivière. El país se heló, el tiempo se paró. Rivière mal postrado en una cuenta no se movía. Tenía un corte produndo en la cabeza de la que emanaba abundante sangre. No se movía.

    Su compañero Rostollan deshizo parte del recorrido para acercarse a su líder, inmóvil, pávido, quieto en una postura imposible. Los médicos tomaron rápido la medida del accidente. El ciclista postrado no reaccionaba, no podía mover las piernas. Tenía una doble fractura de médula. Rivière el ciclista que paró un país, antes incluso que Anquetil empezara su reinado, estaba en jaque. Nunca más volvió a ser ciclista. Su prisa por derrotar a Nencini, su prisa por ganar carreras, su prisa por acumular récords, toda aquella prisa fue su perdición.

    A sus tiernos 24 años su carrera acabó y los 40 fallecería. Vino deprisa y se fue de los primeros.
     
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  12. ray

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    Hay ocasiones que presionar el me gusta me cuesta.....
     
  13. pepineldelosrolling

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    En mitad del medio, al Norte y cerca del lunes...
    Una cosa es que el Sr. Labeaga no ponga aquí estos textos que son cultura ciclista y nos guste, y otra muy distinta lo que esos textos cuentan, con lo amargo de algunos...;)
     
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  14. ray

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    Por esa razón agradezco el trabajo de búsqueda que Labeaga nos ofrece...Pero las desgracias no son de bien digerir...
    Asumo que todo va en el mismo paquete.
     
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  15. labeaga

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    Joane Somarriba
    (Sopelana, 1972) Destacada ciclista española que, en 2001, logró su segundo Tour de Francia consecutivo (la Grande Boucle) y alcanzó la primera posición del ránking internacional. Joane Somarriba nació el 11 de agosto de 1972 en Sopelana, localidad situada en la comarca vizcaína de Uribe Kosta, pero se crió en Bilbao, porque su madre regentaba un restaurante de la costa vizcaína en Plentzia, pueblo situado a 35 kilómetros de la capital. Su padre, Bittor, marino de profesión, aprovechaba las largas temporadas que pasaba en tierra para andar en bicicleta, primero por Bermeo y después por Sopelana, y poco a poco fue inculcando su afición a sus tres hijas: Ainhoa, Joane e Iraide.

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    Joane Somarriba en el Tour de 2001

    Joane comenzó a montar en bicicleta a los ocho años, animada por su padre y por su hermana Ainhoa, inscrita ya en una escuela de ciclismo. Pronto empezó a ganar carreras de su categoría, y a los diez años, en una entrevista declaró que quería convertirse en ciclista profesional. A los trece años se proclamó campeona de Euskadi (1986) y, con catorce, campeona de España (1987). Una vez terminado el curso de orientación universitaria (COU), cambió ya por completo los estudios por el ciclismo.

    En 1991 ganó su primera Emakumen Bia, una de las carreras por etapas más prestigiosas de España, pero una hernia discal truncó su carrera ascendente. La intervención quirúrgica se complicó hasta extremos dramáticos, pues el bisturí tocó un centro nervioso y se le declaró una infección que le paralizó el cuerpo. No podía levantarse de la cama. El médico, sin rodeos, le dijo: «Toma pañuelos y llora, porque no vas a volver a montar en bicicleta». Ante la fatalidad, sus padres se la llevaron a la Clínica Universitaria de Pamplona, donde comenzó una lenta pero efectiva recuperación, tras permanecer durante más de tres meses con el tronco completamente escayolado.

    Al cabo de un año de acudir diariamente a la consulta y al centro de rehabilitación, ya pudo volver casi a la normalidad, ayudada por su entonces novio, Ramontxu González Arrieta, en la actualidad ciclista profesional de Euskaltel, un buen escalador que ayudó a Miguel Induráin a ganar el Tour de 1995. Joane y Ramontxu contrajeron matrimonio el 27 de noviembre de 1999, después de ocho largos años de noviazgo.

    Con la supervisión de su novio, al que conoció entrenando por las carreteras del entorno cuando ambos eran aún muy jóvenes, empezó a ganar fondo a base de entrenamientos diarios de 180 kilómetros, a una media de 35 por hora, en largas sesiones que incluían algunos puertos del entorno. El entrenamiento dio sus frutos, de manera que en 1994 se proclamó de nuevo campeona de España en ruta. Corrió después el Tour de 1995 y quedó entre las treinta primeras.

    En 1996 disputó la prueba en línea y la contrarreloj individual en los Juegos Olímpicos de Atlanta. En el Giro de aquel año quedó en cuarta posición, pero aun así no obtuvo el reconocimiento de las autoridades deportivas españolas, que, por fin, en 1997, año en que destacó en la prueba en línea del Campeonato del Mundo, le concedieron una beca que no daba ni para cubrir los gastos mínimos. Por ello, cuando al año siguiente la llamaron desde Italia, no lo dudó ni un instante, a pesar del apego a su tierra y a su familia, y se marchó allí dispuesta a cumplir su sueño.

    Al principio las cosas no funcionaron según sus deseos. Le costó mucho adaptarse. Para colmo, su equipo, el famoso Alfa Lum, de cuya figura, Fabiana Luperini, Joane era gregaria, no pudo pagarle lo estipulado debido a una súbita crisis económica, por lo que la española tuvo que correr con todos los gastos de su propio bolsillo.

    Fue una buena inversión, porque muy pronto se integró en la élite del ciclismo mundial femenino, gracias a la dirección técnica de William Dazzan, quien elaboró unos planes específicos de entrenamiento para la vizcaína. Aquel año, entre sesiones preparatorias y carreras, cubrió algo más de 20.000 kilómetros, muchísimos, superados sólo por las corredoras rusas, que suelen llegar hasta los 30.000.

    El Giro y el Tour

    Tras esa mejora en su calidad deportiva, vino la sorpresa, su victoria en el Giro Donne de 1999, en el que cimentó su triunfo en las cronoescaladas de Portomaggiore y Sierra Tambre. Aquel año ganó, además, el Grand Prix Logroño-Rioja, el Giro del Véneto y la Ronda de Aquitania. En 2000, para sorpresa de todos, se alzó con su segundo triunfo consecutivo en el Giro y con lo que faltaba en su historial: su primer Tour. Con las victorias en las dos grandes carreras se convertía en la segunda mujer que alcanzaba el «doblete», en un mismo año, después de la italiana Fabiana Luperini. Al término de la temporada fue elegida la «deportista del año» por los lectores de El Correo.

    El Tour de 2001 salió de Bilbao en honor a la campeona del año anterior. Joane comenzó su odisea vistiendo el maillot amarillo en su tierra, tras vencer en la contrarreloj de la primera etapa, disputada por las calles bilbaínas. Conservó el liderato hasta la séptima etapa y lo recuperó en la novena, para entrar victoriosa en París. Con este segundo Tour, la española se acercaba al récord de victorias en la ronda francesa que ostentaba la italiana Luperini, campeona en 1995, 1996 y 1997.

    Conocida popularmente como «la Induráin y la Armstrong del ciclismo femenino», Somarriba se define como una mujer sensible, cabezota y supersticiosa, capaz de dar media vuelta si se le cruza un gato negro. Por la mañana entrena unas cuatro horas, después come y descansa un poco, para salir por la tarde a hacer tras-moto, para que así, al correr detrás de una moto, las piernas adquieran una cadencia rápida. Cuando prepara la temporada no puede estar de pie ni correr como una atleta, sólo puede practicar ciclismo, pero cuando acaba, da rienda suelta a su afición favorita que es andar por el monte.

    Con su marido apenas convive. Él está fuera unos ochenta días al año, de manera que la casa es un trasiego de maletas de uno que llega y otro que se va. Es quizás el motivo más serio que puede acelerar la retirada de ambos, a no ser que la Federación Española de Ciclismo y el Consejo Superior de Deportes le presten más ayuda y le consigan un equipo español a su medida, como prometieron después de que los reyes de España le enviaran un telegrama con este texto: «Tu victoria es fruto de tu constante esfuerzo y preparación, lo que constituye un ejemplo de superación para todos».
     
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  16. labeaga

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    Raúl Rey: el mejor ciclista ourensano, en ocho historias
    Tras dejar la bici montó una tapicería. Pero antes, corrió cinco veces La Vuelta y tres el Tour. Aquí habla en primera persona de la manía que le cogió Bahamontes, de cómo asaltaban los bares durante las etapas o de los inicios del dopaje en este deporte

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    Raúl Rey, apurando un cortado en una terraza de A Ponte.


    En el Tour del 64 se cayó esprintando en un repecho para buscar una cerveza a cien kilómetros de la meta. Tenía una doble rotura de clavícula, pero logró terminar la etapa. Raúl Rey (Cudeiro, 4 de septiembre de 1936), siempre supo sufrir en la bicicleta. "Antes todo era muy duro. La vida, y el ciclismo", explica mientras se abrocha la zamarra. Ese perfil de currito le terminó permitiendo escribir un palmarés que incluye cinco participaciones en la Vuelta a España, tres en el Tour o una victoria en la prestigiosa Subida al Naranco. Sin duda, el mejor ciclista ourensano. Y en ese camino fue clave una Vespa. Porque subido a una motocicleta viajó desde Torrelavega a Barcelona, donde se disputaba el Campeonato de España de neoprofesionales de 1959. Llegó con dolor de riñones y la bici desarmada atrás. Ganó, y se convirtió en un doméstico' (gregario). Tras retirarse, en 1967, montó una tapicería en A Ponte: "Algo tiña que facer".

    >"Nunca vira o mar”
    Empecé con la bici haciendo de recadero para un taller de muebles que tenían mis tíos en As Tapias. Hacía carreras con otros chavales, como Polanco o Medela. Nos retábamos. Después, gracias al Frente de Juventudes, empecé a competir en pruebas. ¿Tú sabes qué ilusión era que siendo de aquí te llevasen a un Campeonato de España a Palma? Era lo más grande. O ir a Vigo, que nunca vira o mar... estaba en el tren, ese momento se me quedó grabado. Palencia, Zamora... Veía mundo gracias al ciclismo. Al principio lo hacía casi por eso. Todo era muy difícil, tardabas dos noches y un día en llegar a Barcelona.

    >El veto de Bahamontes
    De aquellas, Bahamontes era el 'capo'. Y en 1962 tenía mucho interés en ganar la Subida al Naranco. Trajo a su equipo francés para ayudarlo, pero la carrera era muy dura, llovía... Íbamos tres o cuatro y nos cazó. ¡Impresionaba verlo! Intentó atacar varias veces, pero yo le salía. Se acercó y me dijo: "Si me ayudas a ganar no te lo pierdes". A uno ya lo había fichado para su [​IMG]equipo de esta forma, las cosas funcionaban así. Me callé, pero cuando empezamos a subir, ataqué y gané. Por la tarde había un critérium. Ni me invitaron. Bahamontes me cogió manía. En aquel momento no, pero después pensando... ***** te dejas ganar, te lleva para Francia... y eso que estaba en un buen equipo -el Kas, después pasaría al Licor 43 y finalmente al Ferrys-. Siendo doméstico, tampoco interesaba que ganases. Cobraba 6.000 pesetas al mes, cuando las figuras ganaban 300.000. Si estabas delante podían decir los patrocinadores: "¿Y este gallego?". Por ejemplo, en la Vuelta a Levante iba segundo, y no la gané porque no me ayudaron mis compañeros. Eso se sabía.

    >Soltero y sin compromiso
    Ese año en la Vuelta a España había quedado segundo en una etapa y sexto en otra. Estaba en un hotel en Madrid y me avisan de recepción. Eran dos reporteros de EFE, querían hacerme una entrevista para La Región. La hice, y luego supe que el artículo empezaba algo así como: "Raúl Rey... soltero y sin compromiso". Yo no estaba casado, pero llevaba desde chaval con mi novia de toda la vida. Para una vez que salía en la prensa, vaya lío se formó en mi barrio: "Qué sinvergüenza", "Isabelita (por mi novia) mira qué pone aquí"...

    >"E non pararán"
    [​IMG]Al Tour iba con mucho miedo. El ciclismo francés y belga estaba a otro nivel. El mejor era Anquetil -ganador de cinco Tours, dos Giros y una Vuelta-. Un compañero mío lo veía pasar y decía siempre: "Ahí va Jesucristo". Luego llegabas a la Milán-San Remo y antes de empezar te soltaban: "Abandona pronto que después no hay sitio en el autobús". Ibas con el miedo a no aguantar. Un día en meta Julio Jiménez exclamó: "Hice el esprín más largo de mi vida. Toda la etapa a tope" ¡Y solo para estar a cola del pelotón! Aquella velocidad... te despistabas y quedabas descolgado. Luego salía la pizarra y ya te llevaban un minuto... Solo podías pensar: "E non pararán..."

    >Al asalto de los bares
    Como 'doméstico' tenías que arreglártelas para darle agua a la figura. La carrera solo te ofrecía dos veces avituallamiento, luego te tenías que ganar la vida. Parabas en un bar para robar cerveza o coca cola. Entrábamos diez o doce ciclistas y nos llevábamos cuatro botellas cada uno. "Paga el director", decíamos, pero ahí no pagaba nadie. Solo conocí a un ciclista, vasco, que llevaba dinero para pagar en el maillot. Había un bar en Lérida que estaba en un cruce, y en una Volta a Cataluña terminó cerrando cuando pasaba el pelotón.

    >"Mañana hay que salir caliente”
    El dopaje ya existía en mi época. Siempre hubo algo. El año que dejé de correr (1967)murió dopado Simpsons -ciclista británico que falleció en el Mont Ventoux, deshidratado por un cóctel de anfetaminas y alcohol-. Ya antes habían muerto así dos españoles en la Vuelta a Portugal, Motos y Polo, que eran conocidos míos. Se tomaban estimulantes. Pero nadie hablaba de eso. Solo decían: "Mañana hay que salir un poco calientes..."

    >“**** quedaches de ochenta!”
    La gente no entendía el papel de los gregarios. "***** como se queda ahí si es llano..." Porque trabajó antes y se descuelga para recuperar. Pero llegabas aquí y te decían los vecinos: "****, quedaches de ochenta!" ¡Pero qué importa cómo quedé en la clasificación! Ahora los aficionados van comprendiendo. Un año que estábamos en el Tour, nos faltaban veinte kilómetros y la etapa ya tenía ganador. Íbamos cuarenta o cincuenta. Y aún así... lo que nos 'rifaban' los compañeros del grupo: "Piano espagnolo, piano. Merde!". Porque a mí me jodía ir tan despacio. Me jodía mucho ir muy deprisa, pero también muy despacio. ¿Por qué teníamos que pasar media hora más en la bici cuando otros ya estaban duchados? Pero tenían razón, ya tendrás tiempo para deslomarte. Esto es complicado de entender.

    >Del ciclismo a la tapicería
    Cuando me retiré... los futbolistas, unos entraban en el banco, otro en la caja de ahorros... pero a Raúl nadie lle botou unha man, aínda que fora de chófer. Nada. Monté con un amigo una tapicería. Y fuimos tirando. Al principio me costó un poco. Tienes una época... Porque cuando estás fuera te pasa lo que los gallegos, estás loco por venirse. Pero cuando estás aquí, también estás loco por marchar. Te falta eso. Pero te vas adaptando, con la familia... quedan los recuerdos y la bicicleta. Si no salgo un domingo en bicicleta, me falta algo después de toda una vida. 50 o 60 kilómetros con los amigos... eso sí, chovendo non. Será la edad.

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    Tour de Flandes: historia, curiosidades y estadísticas


    Como su nombre indica, el segundo Monumento de la temporada se disputa anualmente en la Región Flamenca (Bélgica) cada primer domingo de abril. Organizada desde 1913, se trata del monumento ciclista más «joven», disputando este año su 99º edición y sólo interrumpida durante cuatro temporadas debido a la Primera Guerra Mundial.

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    ©Cor Vos

    Es conocida por sus «muros», subidas cortas pero de gran pendiente, algunas de ellas adoquinadas, que con el paso de los kilómetros hacen un tremendo infierno para quienes las trazan. Cada rampa tiene una denominación, siendo el Paterberg, el Koppenberg, el Oude Kwaremont y el Kapelmuur algunos de los tramos más difíciles de sortear.

    Sus inicios

    Karel Van Wijnendaele, nacido un 16 de noviembre de 1882, fue uno de los pioneros del periodismo deportivo flamenco. En 1912, junto a algunos colegas de la región, fundó el diario deportivo SportWereld.

    Al año siguiente, Karel decidió promover su periódico organizando una carrera: De Ronde van Vlaanderen. Seguramente, el flamenco nunca imaginó que podía llegar a ser una de las pruebas más prestigiosas del calendario. Vale destacar que desde 1939, el Tour de Flandes es organizado por otro matutino local, Het Nieuwsblad.

    Respecto a su primera edición, un 25 de marzo de 1913, 37 corredores tomaron la salida en Gante, arribando tras 324 kilómetros en el barrio de Mariakerke (Gante), sin antes pasar por Sint-Niklaas, Aalst, Oudenaarde, Kortrijk, Veurne, Oostende, Torhout, Roeselare y Brujas

    Paul Deman fue el primer vencedor, haciéndose con la suma de 1.100 francos. El belga fue profesional entre 1909 y 1924, aunque su carrera se vio trunca debido a la Primera Guerra Mundial, donde trabajó de espía para los servicios secretos belgas, pasando información codificada a Holanda. Luego de 15 misiones exitosas fue descubierto y condenado a ser fusilado, pero el armisticio le salvó del fatal desenlace.

    Tras la guerra, Deman regresó a las carreras de bicicletas, triunfando en la París-Roubaix de 1920 y ganando la París-Tours tres años más tarde. Tras su retiro, abrió una fábrica de bicicletas, falleciendo en 1961, el mismo año que el fundador del Tour de Flandes, Karel Van Wijnendaele.

    Datos curiosos

    *Karel Kaers se impuso en 1939 «sin querer»

    Rodó 40 kilómetros hasta la salida en Gante, con la idea de entrenar pensando en la París-Roubaix. Sabiendo que no era su intención completar la prueba, si no encontrarse en el Kwaremont con su entrenador, Kaers se fugó al inicio de la jornada, llegando con 1′ de ventaja a ese punto. Al no estar el coche de su técnico allí, siguió y terminó ganando la carrera en solitario. Su entrenador había llegado hasta la meta para que su pupilo no abandonara la competencia.

    *Magni gana haciendo los últimos 75 kilómetros en solitario

    *En 1951, el italiano Fiorenzo Magni formó parte de una escapada de nueve ciclistas, a quienes dejó cortados uno a uno, recorriendo en solitario los últimos 75 kilómetros y venciendo por tercera vez consecutiva. Además, en esa edición los primeros cinco pedalistas fueron de origen extranjero.

    *Eddy Merckx venció en sólo dos oportunidades

    El ciclista más grande de todos los tiempos sólo pudo alzar los brazos en dos ocasiones, en 1969 y 1975. En la primera de ellas tuvo que lidiar con su frustración de no ganar en Flandes, además del resentimiento de sus rivales, contentos de que el «Caníbal» no venciera en el Tour. Furioso, Merckx se fugó y terminó «humillando» a sus rivales aquella edición, adelantando en cinco minutos y medio a Felice Gimondi (2º) y en más de ocho minutos al resto.

    *Apenas 24 ciclistas completan la épica De Ronde de 1985

    En aquella edición, el belga Eric Vanderaerden se quedó con la victoria. Lo inusual fue la cantidad de corredores que arribaron a meta: tan sólo 24 de 173 participantes. Pues la lluvia cayó a cántaros en la segunda mitad de la jornada, que, sumado al frío siberiano, hicieron estragos en el pelotón, desistiendo la mayoría en continuar.

    Otras estadísticas

    *Un extranjero es el único en lograr el triplete: se trata del italiano Fiorenzo Magni, quien se quedó con De Ronde van Vlaanderen en 1949, 1950 y 1951, esta última en una clásica que quedará en el recuerdo.

    *Sólo siete pedalistas han logrado ganar dos años consecutivos: Romain Gijssels (1931-1932), Achiel Buysse (1940-1941), Fiorenzo Magni, Eric Leman (1972-1973), Tom Boonen (2005-2006), Stijn Devolder (2008-2009) y Fabián Cancellara (2013-2014).

    *Sólo uno de los participantes de 2015 sabe lo que es vencer aquí: se trata del ciclista nacido hace 35 años en Kortrijk, Stijn Devolder, quien representará a la escuadra estadounidense Trek Factory Racing. El belga se quedó con la edición 2008 y 2009, ambos compitiendo con Quickstep.

    *Un francés es el más joven de la actual edición: el nacido en Cambrai, Quentin Jauregui (AG2R La Mondiale), será el «jinete» de menor edad en 2015, compitiendo con apenas 20 años y 348 días, en la que será su primera participación.

    *Por el contrario, un italiano será el de mayor edad: el transalpino Matteo Tosatto, del Tinkoff-Saxo, será el más longevo de la 99º edición, tomando la salida con 40 años y 326 días, ¡casi 20 años más que el ciclista más joven! Debutó aquí en el 2000 y esta será su 10º participación. Su mejor resultado es el 30º lugar obtenido en 2001 y 2011.

    *Van Steenbergen, el campeón de menor edad: el belga Rik Van Steenbergen se hizo con la victoria en 1944 cuando apenas tenía 19 años. Nacido en Aredonk, se hizo con el Tour de Flandes también en 1946.

    *Tchmil, el más longevo en vencer: Andréi Tchmil nació en Rusia en 1963, pero se nacionalizó belga años después. En 2000 se convirtió en el ciclista más grande en quedarse con el segundo monumento de la temporada. En ese momento, Tchmil tenía 37 años.

    *Ningún latino ha subido al podio: quizás no sea extraño este dato, ya que los latinoamericanos no suelen destacar aquí. Pese a ello, hay que aclarar que el argentino, nacionalizado español, Juan Antonio Flecha, fue 3º en 2008.

    *Bélgica lleva dos años sin vencer, algo que no ocurría hace más de 10 temporadas: los locales llevan dos ediciones sin quedarse con el título, tras sendos triunfos del suizo Fabián Cancellara. Esto no ocurría desde el 2001-2002, cuando los italianos Bortolami y Tafi se quedaron con la victoria. En caso de no ganar en 2015, se alargarían a tres temporadas la sequía de los belgas, algo que ocurrió una sola vez en la historia. Como mencionamos párrafos antes, el italiano Fiorenzo Magni reinó en el Tour de Flandes entre 1949 y 1951.

    *Hace 13 ediciones que hay, al menos, un belga en el podio: los hombres de Bélgica son especialistas en esta lides del pavés…¡sólo basta con ver el palmarés! Desde 2002, al menos un ciclista local estuvo entre los tres mejores. El año anterior, el italiano Gianluca Bortolami se hizo con la victoria, seguido por el holandés Erik Dekker y su compatriota Denis Zanette.
     
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  18. labeaga

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    ClassicMen El maestro de Lieja se apellidaba Argentin


    Le llamaban “Il capo”, fue un ciclista que alternó talento, insitinto y clase a partes iguales, controlaba todo y a todos, tenia la imagen clara y certera de lo que pasaba en cada momento, como si su visión fuera aérea, cenital. Nada pasaba sin que Moreno Argentin lo viera, nada que no fuera importante y nada que no ocurriera en Lieja.

    Porque la decana fue coto y terreno privado de Moreno durante cuatro años, nunca subió al podio si no fue para recoger el primer premio. Una especie de colonia italiana en “il Belgio”, en la mitad valona que frustró a la gran estrella local, el gran Claude Criquielion, la gran víctima del fino olfato de Moreno, cuya ultima gran clásica sería aquella famosa Flecha Valona del 94 que tanto atufó y tanto dio que hablar.

    En el 85, Sean Kelly miraba a Argentin extrañado, poseído por la eterna de duda de cómo calificarle, cómo describirle. No era un escalador al uso, pero dominaba las cotas, no era el más rápido, pero mataba en las llegadas. Su fino olfato empezó a dar sus frutos rápido. Criqui en arco iris levantaba la hinchada valona tras ganar en la Flecha, le veían haciendo el doblete. Confiado, el campeón irisado atacó de lejos y arrastró a Roche y Argentin con él. En el Boulevard Sauvenière el italiano daría cuenta de ambos, era la primera.

    La siguiente, un año después. Cambia el reparto, no los protagonistas. Criqui ataca en La Redoute, acuciado por la necesidad de llegar solo a Lieja. Argentin le sigue, con él Pedersen y Van der Poel. En el boulevard de “centre ville”, Argentin vuelve a imponer su velocidad.

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    Otro año más, otra vez la misma historia, pero con suspense. Esta vez Criqui hace daño, hace hueco. Se lleva a Roche, en capilla de su gran año, y hacen camino. Se lleva a Roche sí, pero no su favor. Aunque los segundos caen del lado de los de adelante, la cosa no anda clara. Por detrás Argentin tira y pide ayuda a Millar y a Yvon Madiot. El dúo de cabeza entra con cuarenta segundos sobre sus perseguidores en Lieja y empieza el marcaje, un marcaje feroz, férreo, tan bestia que lo que tendría que ser entre Criqui y Roche pasa a ser entre cinco y Argentin machaca, como machacaría cuatro años después, con Criqui, siempre Criqui, Sorensen e Indurain, en su mejor monumento de siempre.

    Ese killer, que gusta llamarle, era Moreno Argentin, campeón del mundo en Colorado Springs, es decir oro, plata y bronce en los mundiales, ganador también en Lombardía en Milán por delante de Van Lancker y el otro Madiot, Marc, y en Flandes, año 90, con la tricolor y Fignon de gran favorito. El francés revienta la carrera a casi setena de meta, todos le miran, todos fijan su marca, hasta que Moreno ataca en el Molemberg y sólo le sigue Dhaenens, futuro campeón del mundo en Japón a los pocos meses. Argentin da cuenta de él, aunando las dos grandes clásicas belgas en su palmarés, ese que nunca tuvo San Remo, sobre todo porque Kelly, el que no acertaba a describirle, lo impidió, en aquel descenso histórico del Poggio.
     
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  19. labeaga

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    Tour de Francia 1928. Cuando se podían hacer cambios.

    El 'Tour de Francia de 1928' fue la vigésimo segunda edición del Tour de Francia y se disputó entre el 17 de junio y el 15 de julio de 1928, sobre un recorrido de 5.476 km , distribuidos en 22 etapas. La carrera fue ganada por el luxemburgo UES Nicolas Frantz (Alcyon-Dunlop), a una velocidad media de 28,4 km / h, con casi una hora sobre el segundo clasificado, el francés André Leducq (Alcyon–Dunlop). Hasta 162 ciclistas tomaron la salida, récord de todas las ediciones disputadas hasta entonces.

    Con esta victoria Frantz consigue su segundo Tour consecutivo, dominando la carrera de principio a fin. Con todo, a falta de tres días para la llegada a París, en la etapa entre Metz y Charleville, sufrió una avería mecánica que le obligó a recorrer los últimos 100 km en una bicicleta mucho más pequeña. A pesar de perder 28 minutos en la línea de llegada conservó el jersey amarillo. El equipo Alcyon-Dunlop demostró su superioridad ocupando las tres primeras posiciones en la clasificación general y ganando el trofeo a mi equipo.

    El director del Tour, Henri Desgrange, permitió a los equipos reemplazar los ciclistas exhaustos o heridos por nuevos ciclistas, para dar más oportunidades a los equipos más débiles, pero el resultado fue el opuesto, por lo que la idea fue abandonada rápidamente.

    Cambios respecto a la edición anterior
    En el Tour de Francia de 1927 se introdujo el formato de las contrarrelojes por equipo, en el que los equipos tomaban la salida separados por 15 minutos, para hacer más competitivas las etapas planas. Aunque el resultado no fue satisfactorio, la fórmula se repitió en 1928, reduciendo la distancia entre las salidas de los diferentes equipos a 10 minutos.

    Este formato era beneficioso para los equipos más potentes, por lo que la organización del Tour se inventó una nueva norma, con el objetivo de ayudar a los equipos débiles: a los equipos se les permitiría sustituir los ciclistas al comenzar la 12ª etapa, pero éstos no serían válidos para la clasificación general.

    Otra nueva regla fue la introducción de los equipos regionales. Los ciclistas fueron separados en tres grupos: había 8 equipos comerciales, 9 equipos regionales con cinco ciclistas y los "touriste-routiers", sin equipos.

    En muchas ediciones las etapas de montaña, especialmente en los Pirineos, habían decidido la carrera. Para reducir la importancia de estas etapas, la organización del Tour decidió modificar el recorrido de la primera etapa de montaña, invariable desde 1913. El Aspin y el Peyresourde fueron eliminados del recorrido

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    Besos y flores para Hubert Opperman después de la sexta etapa.

    Participantes

    A diferencia de las ediciones de 1926 y 1927, en que ningún ciclista español tomó parte, en esta edición participó el valenciano Salvador Cardona, enrolado en las filas del equipo Elwish-Wolber. Además, el catalán Mariano Cañardo, aprovechándose de la norma que permitía la sustitución de un ciclista a partir de la 12ª etapa, tomó la salida en Marsella dentro del equipo Fontan en sustitución de Paul Lerme.

    Fruto de la internacionalización y el eco creciente del Tour tomó parte un equipo australo-neozelandés, patrocinado por Ravat. El equipo estaba liderado por Hubert Opperman, campeón nacional australiano en ruta varias veces. Este equipo se forjó gracias después de que el diario Melbourne Herald lograra enviar Opperman a correr el Tour. El plan consistía en añadir seis ciclistas europeos con experiencia para el equipo, pero esto no ocurrió, y finalmente fueron tres australianos y un neozelandés los que los disputaron.

    Recorrido
    La principal novedad fue la reducción de 24 a 22 etapas, con un consiguiente aumento del kilometraje medio de las etapas, con siete etapas con más de 300 kilómetros, cuando el año anterior habían sido cuatro.

    Se volvió a recorrer todo el perímetro de Francia en el sentido contrario a las agujas del reloj, aunque se suavizan las grandes etapas de montaña. A los Pirineos los ciclistas pasan por el Col d'Aubisque y el Tourmalet, pero no por el Aspin y el Peyresourde. En los Alpes es el Izoard el gran olvidado, pero no el Galibier. Solo Hendaya acogía una etapa por primera vez.

    Desarrollo de la carrera
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    El belga Maurice Geldhof subiendo a pie parte del Aubisque.



    En la primera etapa, una contrarreloj por equipos como las ocho primeras etapas, el equipo Alcyon-Dunlop fue el mejor. Este equipo Alcyon ganó cinco de estas ocho etapas, mientras los "touriste-routiers" les era completamente imposible competir con los equipos profesionales. Nicolas Frantz, el vigente campeón del Tour, cruzó la línea de meta de esta primera etapa en primera posición, pasando a liderar la clasificación general.[3][14] Después de las ocho primeras etapas Frantz lideraba la carrera, seguido por su compañero de equipo Maurice de Waele a 1 '39 "y Julien Vervaecke, del equipo de Armor, a 2'15". «La octava etapa Burdeos—Hendaya es ganada por Dewaele». pp. 1,2. Consultado el 11 de diciembre de 2013. </ref>

    En la novena etapa, con final en Bagnères-de-Luchon, llegaron las primeras grandes dificultades montañosas del Tour. En esta ocasión se habían eliminado el Aspin y el Peyresourde, para no hacer la etapa tan dura, pero como había pasado en el año anterior la carrera quedó sentenciada en favor de Frantz. A diferencia de 1927, la etapa no fue ganada por Frantz, sino por Victor Fontan, que se encontraba a más de una hora y media en la clasificación general, y al que se le permitió la escapada. Al finalizar la etapa Frantz lideraba la general con más de 40 minutos respecto al inmediato perseguidor, Maurice de Waele. En la décima etapa Leducq, Frantz y De Waele, compañeros en el equipo Alcyon-Dunlop, llegaron escapados a Perpiñán, pasando a ocupar las tres primeras plazas de la general.

    Con la llegada de las etapas alpinas Frantz aumentó su ventaja hasta una y cuarto respecto al segundo clasificado. Por su parte Leducq pasaba a ocupar la segunda posición, en detrimento de Dewaele, que pasaba a la tercera posición, al terminar la decimotercera etapa.

    En la decimonovena etapa Frantz rompió el cuadro de la bicicleta al pasar sobre una vía de tren. A su patrocinador, la casa de bicicletas Alcyon, no le gustó la mala publicidad que supuso el hecho, y quiso que Frantz fuera a un concesionario de la casa Alcyon para recibir una bicicleta nueva. El director del equipo no estaba de acuerdo con esta idea, ya que podía suponer una importante pérdida de tiempo, e incluso la pérdida del Tour de Francia. Según algunas fuentes, encontraron una tienda de bicicletas en las que sólo tenían una bicicleta, pero era de mujer y de menor tamaño. Con todo decidieron cogerla. Otras fuentes indican que cuando estaban decidir qué hacer, Frantz vio un chico con una bicicleta, y lo convenció para que se la diera. Frantz hizo con esta bicicleta los últimos 100 kilómetros de etapa a 27 km/h, mientras que el vencedor de la etapa les había hecho a 34 km/h. Como resultado perdió media hora, pero conservaba el liderato.

    En la vigésimo primera etapa Antonin Magne y Francis Bouillet llegaron escapados a meta, siendo Bouillet el más rápido al sprint. Esto fue un problema para la organización del Tour, ya que Bouillet había abandonado la carrera en la novena etapa, pero en la duodécima había acogido a la posibilidad de sustituir a otro ciclista. Esto hacía que no fuera tenido en la clasificación general y que tampoco pudiera ser el ganador de etapa. La organización resolvió el problema dando a Bouillet el mejor tiempo y proclamándolo vencedor moral de la etapa, y convirtiendo a Magno en el ganador oficial de la etapa.

    Finalmente Frantz fue el ganador del Tour amb 50'07" sobre André Leducq y 56' 16" sobre Maurice de Waele. Salvador Cardona acabó en decimoquinta posición, la mejor conseguida hasta entonces por un ciclista español.
     
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    Última edición: 19 Jun 2019
  20. labeaga

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    La hazaña de una vida: Albert Bourlon
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    Muy por detrás de Eddy Merckx, Bernard Hinault o incluso Mark Cavendish, cerca de trescientos corredores solamente han paladeado una vez lo que se siente al ganar una etapa en el Tour. Desde ahora hasta que dé comienzo la carrera el próximo 7 de julio, letour.fr rememora la trayectoria de 10 campeones cuyo palmarés se limita a un día de gloria. En el Tour de 1947, Albert Bourlon se escapó en solitario en la primera etapa pirenaica y acabó venciendo tras liderar la carrera durante 253 kilómetros. La escapada más larga de la historia «moderna» de la prueba.

    Albert Bourlon conoció de primera mano el Tour antes de la guerra, pero su primera participación en 1938 no fue para tirar cohetes. Potente y generoso en el esfuerzo, arrastraba la reputación de corredor poco táctico, abocado a labores de aguador. Obrero comunista recién salido de las fábricas de Renault, donde destacó sobre todo por su participación sindical en las huelgas de 1936, cabe decir que su fracaso en el Tour de ese año no fue nada en comparación con sus tribulaciones durante la Segunda Guerra Mundial. Tras ser detenido y enviado a los campos alemanes, intentó escapar en numerosas ocasiones antes de conseguirlo, para después atravesar a pie Ucrania, Eslovaquia y Hungría en busca de refugio en Rumanía, donde, ya que estaba, aprovechó para ganar en 1944 la clásica Bucarest-Ploiești-Bucarest. Digamos que, en materia de escapadas, el corredor de la región de Berry se ganó a pulso sus galones de hombre de hierro, lo que también le valió la Cruz de Guerra francesa. Sin embargo, en la salida de Carcasona en el Tour de Francia de 1947, nadie daba un duro por el corredor del equipo Centre-Sud-Ouest cuando salió como una bala desde el kilómetro cero después de que Jacques Goddet diera el banderazo de salida desde su Hotchkiss descapotable. Al parecer, la intención del propio Albert solo era hacerse con la recompensa monetaria de la meta volante de Espéraza a unos 50 kilómetros de la meta. Desde luego no pensaba en llegar hasta Luchon en solitario.

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    Ahora bien, a mitad de la etapa, y con 29 minutos de ventaja, Bourlon comenzó a creer en sus posibilidades. Pese a ser un escalador del montón, apretó los dientes para ascender el Portet d’Aspet, después para franquear el Col des Ares y para terminar presentándose en las callejuelas de Étigny con 16 minutos de ventaja. Tiempo suficiente para asearse, vestirse de calle y charlar tranquilamente con Marcel Cerdan antes de presenciar la llegada de sus perseguidores. Al día siguiente, Jacques Goddet rindió homenaje a la tozudez de Bourlon en L’Equipe: «Los 253 kilómetros de nuestra decimocuarta etapa no eran demasiado exigentes porque tampoco hicieron estragos entre los grandes, pero siguen siendo 253 kilómetros por una larga sucesión de colinas y pequeñas elevaciones. Todos los perseguidores se las prometían muy felices y pensaban que, tarde o temprano, Bourlon tiraría la toalla y se sentaría a comer en un pequeño restaurante junto a un río de truchas, completamente abrumado por la magnitud de la empresa. ¡Craso error! Bourlon es de esas personas cada vez menos comunes que no descansan hasta dejar el trabajo hecho».

    La gesta en solitario de Bourlon, prácticamente inalcanzable desde que las etapas se empezaron a organizar con distancias más razonables, suele calificarse de récord. Al menos por lo que respecta a los Tours de Francia de posguerra, porque también es verdad que René Pottier recorrió 325 kilómetros en solitario hasta imponerse en la etapa Grenoble-Niza de 1906. Eso sí, en aquella época, la clasificación general se calculaba por puntos, por lo que no se valoraba la ventaja obtenida en el crono al llegar a meta.
     
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