Epica ciclista..Historias de un deporte

Tema en 'General' iniciado por labeaga, 19 Ene 2019.

  1. labeaga

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    El Ballon de Alsacia, la quimera del Tour
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    Para dar más alicientes al Tour de Francia, que de por sí ya los tenía y sin perder su innato espíritu renovador, hubo un joven periodista luxemburgués llamado Alphonse Steinès, de baja estatura, provisto de gafas finas y con barba no muy poblada, que tenía afición por hacer uso frecuente de un flamante automóvil de su propiedad, se le ocurrió la idea de incluir algunas montañas en el itinerario del Tour. Su idea consistía en hacer transitar a los esforzados ciclistas por rutas que eran consideradas casi inaccesibles. Hay que decir que aquellas rutas que se perdían en las alturas y que incluso para las gentes del lugar encerraban todo un paradigma con ribetes misteriosos. El incluir en la ronda gala alguna que otra montaña, todo un aliciente en aquellos tiempos, era considerada una verdadera locura, entrar en una esfera más bien desconocida que se reservaba más bien a individuos acusadamente osados. Pocos eran los que se atrevían a hollar aquellos confines un tanto desconocidos, un capítulo que parecía ser propiedad de los aventureros. ¿Por qué no introducir a los ciclistas en aquel mundo nuevo? Así comenzó la idea a ser realidad.

    Pottier y el Ballon de Alsacia

    El 11 de julio de 1905, se instauró una etapa en la que se transitó por vez primera por un puerto de alta montaña denominado Ballon de Alsacia, situado en las inmediaciones de las fronteras que lindaban con Alemania y Francia. Era algo así como un eslabón algo perdido, con un entorno un tanto fantasmagórico. René Pottier, en solitario y sin apearse de la bicicleta, cosa a tener muy en cuenta, escaló el collado sobre una carretera inhóspita cubierta con tierra batida y a un promedio de casi 20 kilómetros a la hora, una gesta memorable de las que perduran en los escritos en torno a la historia del Tour.

    En la cumbre del Ballon de Alsacia, aparece al borde de la carretera un monolito histórico en homenaje a aquel voluntarioso forjador de kilómetros, con una loa no menos emotiva dedicada a aquel ciclista llamado René Pottier. Personalmente, cuando estuvimos allí, sentimos una extraña emoción, cosa muy lógica para los que nos sentimos tan vinculados al deporte de la bicicleta.

    En el monumento en cuestión, pudimos leer la siguiente inscripción, acompañada en la parte inferior por una gran fotografía del mismo Pottier, aquel personaje un tanto encerrado en la aureola de la leyenda. El escrito que traducimos, plasmado sobre piedra, dice:

    El Tour de Francia, carrera anual de 5.000 kilómetros, organizada por el rotativo parisino L´Auto, a René Pottier (1879-1907), que llegó primero en este lugar los años 1905 y 1906, después de haber sostenido en la escalada al Ballon de Alsacia, un promedio de 20 Km./h y haber derrotado a todos sus adversarios”


    Pottier, nacido en la población de Moret-sur-Loing, era un tipo algo raro, según llegaron a afirmar sus compañeros de ruta. Era un hombre que nunca esbozó una sonrisa fácil. Introvertido en sus actitudes y siempre hermético en su rostro anguloso y sufriente. Ante tantas penalidades, no era extraño ver en el Tour reír a los ciclistas en los momentos de calma y en los ratos de compensación gastronómica. Él permanecía ensimismado en sus pensamientos, en su mundo, como aislándose de los demás dada su acentuada timidez. Era fuerte como un roble, con un bigote voluminoso por cierto y un pañuelo cubriendo su cabeza.

    En el año 1905, hubo muchos aplausos en la cima a favor de Pottier cuando tuvo la dicha de cruzar en primer lugar aquella montaña que abría un nuevo ciclo en la historia del Tour. Le quedaba todavía un sinuoso descenso hacia la meta situada en Besançon, término de la segunda etapa. En tanto que sus adversarios quedaron totalmente vencidos, surgió inesperadamente un tal Aucouturier, que se proclamaría vencedor en aquella memorable jornada. Tres días después, lo que son las cosas, Pottier, héroe glorioso por un día, se vio incapaz y sin fuerzas de proseguir en el Tour. Se retiró atenazado, agotado por los esfuerzos realizados. El ganador absoluto de aquella edición fue el ciclista galo Louis Trousselier, hijo de una familia acomodada dedicada a la venta de flores en el amplio continente europeo.

    El valor de la constancia

    Al año siguiente, gracias a su aquilatada voluntad, René Pottier se alineó de nuevo y se permitió el lujo de vencer holgadamente gracias a su experiencia recogida en la edición anterior. En aquel Tour, nos referimos al año 1906, se incorporaron otros dos puertos de cierta importancia: los altos de Bayard y de Laffrey. Con el Ballon de Alsacia, ya eran tres los colosos alpinos presentes en la ronda internacional francesa. De esta manera el Tour logró ampliar nuevos horizontes, nuevos perspectivas de éxito, que supusieron más fama y más prestigio para la prueba. Los jueces de paz, las montañas, son y serán los ingredientes indispensables que más alimentan la gloria del Tour.

    Quisiéramos cerrar este capítulo haciendo alusión que precisamente en la cumbre del Ballon de Alsacia y alrededores es un lugar muy apropiado para poder practicar el parapente, este deporte al que llaman el de “los hombres voladores”, que realizan, con sus alas coloreadas y no menos vistosas mil filigranas en las alturas, en los cielos, aprovechando la brisa que suele dominar aquellos parajes de configuración ondulada y con visión a distancia, sin apenas árboles. Desde allí se otean a lo lejos la cadena de montañas de los Alpes suizos con su silueta de sierra, recortada, y pináculos de color blanquecino. Son las nieves que no se van del lugar haga frío o calor. Espectáculo casi inédito que nos impresionó.

    Los Pirineos entran en el ciclo

    Fue en 1910 cuando los organizadores apostaron por desafiar otros horizontes de montaña. Se erigieron sendos collados que se alzaban en el corazón de los Pirineos, algo así como adentrase a otra zona que parecía algo prohibida. Steinès, que poseía mucho entusiasmo y que fue muy aficionado en la práctica de la bicicleta, estuvo investigando a conciencia aquella región del sur del país un tanto agresiva. Se localizaron los desconocidos en aquel entonces y conocidos hoy: Aubisque, Tourmalet, Aspin y Peyresourde. Todos ellos fueron incluidos y con éxito por vez primera en los anales del Tour en una etapa de largo kilometraje, la Luchon-Bayona de 326 kilómetros. Era la décima etapa. Salvo el puerto del Aubisque, que coronó en cabeza un tal François Lafourcade, francés, los otros tres de la serie fueron salvados con éxito por su compatriota Octave Lapize, que luego sería declarado vencedor de aquella octava edición.
     
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    El esfuerzo mudo de Jean Brunier


    En 1922 Flandes era una especie de tierra agujereada por las recientes cenizas de la Gran Guerra, sin embargo “De Ronde”, la carrera que surgió para imitar la vecina travesía hacia Roubaix, ya tenía cierto predicamento y afición, eran ya nueve los años de «De Ronde» y el hecho nacional flamenco tenía aquí un símbolo.

    DiaD 26 de marzo de 1922

    El día se levantó ventoso en Flandes occidental, salida y llegada a Gante. Una vuelta de más de 250 kilómetros. El pelotón vuela hacia la costa, hacia Ostende, a la inédita velocidad de 40 kilómetros a la hora aupado por un viento que da de espalda. Hay varios favoritos, pero entre ellos emergen las vedettes del momento, los hermanos Pélissier, los que dejaron un día asqueados el Tour mientras los entrevistaba Albert Londres en un pequeño café en el norte del hexágono.

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    Todos miran a Henri y Francis, y con ellos se forma un grupo que lleva a De Vos, Huot, Huywert, Laquehaye y Bruinier, un parisino que corría como si fuera un extensión de los célebres hermanos.
    A la altura de Iseghem, con el viento ya de cara, De Vos, oriundo del lugar, arranca en solitario. En el grupo anida la desidia, nadie quiere tirar para que los Pélissier les remate en la llegada. De Vos rueda en casa, espoleado por los suyos, aupado por las rachas de viento que en el laberíntico circuito a veces le soplan a favor.

    Henri, marcado hasta en la mirada, le dice a Brunier que ataque cuando De Vos lleva ya doce minutos. Empieza entonces una de esa machadas enmudecidas por la lejanía de los años. Brunier recorta y recorta, tiene a De Vos a menos de ochocientos metros, lo ve, cuando no lo intuye, pero revienta, preso del extremo esfuerzo para llegar segundo a meta en lo que fue la cima de su carrera.
     
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    Los irredentos de la bici
    Cómo los ciclistas rebeldes británicos inventaron la contrarreloj para desafiar la prohibición de correr en pelotón



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    Ciclistas en los Juegos de Londres 1948.


    Cuentan las crónicas de la historia de Italia que para sofocar las revueltas de finales del siglo XIX en las grandes ciudades, una de las primeras medidas de los generales fue prohibir a los ciudadanos montar en bicicleta, considerada un arma de la revolución por la libertad que daba a quienes las usaban para ir de un lugar a otro repartiendo propaganda, propagando soflamas. Esta consideración de la bicicleta como vehículo de la libertad, aunque sin tanto componente revolucionario, se reprodujo en todos los países de la Europa industrializada del cambio de siglo. En el Reino Unido, el país que más bicicletas fabricaba, fue, curiosamente la persecución de los ciclistas lo que condujo a la invención de las carreras contrarreloj en 1895 por un tal Frederik Thomas Bidlake, un personaje al que Brad Wiggins debería rendir homenaje.

    Fue la propia federación británica de ciclismo, la NCU, la que, temiendo que la monarquía prohibiera cualquier forma de práctica deportiva ciclista, impidió que en el Reino Unido se disputaran competiciones en pelotón. Mientras en Francia y en Bélgica las clases populares conquistaban los caminos y las pocas carreteras y daban nacimiento a pruebas legendarias que aún se celebran, como la París-Roubaix y la Lieja-Bastogne-Lieja, en el Reino Unido el campo y los caminos y carreteras que comunicaban los pueblos y mansiones tenían dueño, nobles y terratenientes que veían espantados cómo sus domingos tranquilos de misa y paseo entre setos y alamedas se veían alterados por hordas de obreros que descendían de Londres y otras ciudades industriales para disputar gloriosas orgías llamadas carreras ciclistas.

    La policía, al servicio del poder, intervino varias veces para dispersar e impedir las carreras hasta que se dictó la prohibición. En octubre de 1895, un grupo de irredentos se organizó alrededor de Bidlake y fundaron el Road Time Trial Council, que funcionó como una sociedad secreta hasta bien entrados los años 50 del pasado siglo y que se dedicó a organizar carreras clandestinas contrarreloj. Sus afiliados se citaban al alba en carretera con poco tráfico y, vestidos de negro de la cabeza a los pies para no llamar la atención, disputaban carreras tomando la salida individualmente con un minuto de intervalo en tramos fijados y en los que contaban con cronometradores apostados. Partían sin número en el jersey y al llegar al punto de control gritaban el suyo para que tomaran nota. Las únicas carreras en grupo que se permitían se disputaban en aeródromos o en circuitos automovilísticos cerrados al tráfico, como el de Donington Park.

    Los afiliados se citaban al alba, de negro hasta los pies, para no llamar la atención

    Así, en los Juegos de 1908, los primeros celebrados en Londres, la competición ciclista se celebró íntegramente en el velódromo trazado al borde las gradas del estadio de White City, por fuera de la pista de atletismo, tan largo (dos vueltas y media hacían una milla) que hasta fue posible disputar allí la prueba de 100 kilómetros. La final la corrió un pelotón de 17 y se impuso el británico CH Bratlett en 2h 43m 15s. Tercero fue Octave Lapize, el francés que dos años más tarde, en 1910, ganaría el Tour. En los Juegos de 1948 sí que hubo carrera de fondo en carretera disputada sobre 200 kilómetros, gracias al real permiso de su majestad, en el parque del castillo de Windsor en un circuito de unos 12 kilómetros. No hubo disturbios y ganó el francés Beyaert.

    Mientras Wiggins, el olímpico británico con más medallas, entre pista y carretera, y todos los pistards y cronomen británicos pueden dar las gracias al miedo al carácter revolucionario del pelotón como raíces de las que se nutrió su talento, también sus antecesores pueden condenarlo como culpables del poco peso británico en las grandes carreras ciclistas. Mientras Francia, Italia, España creaban grandes pruebas por etapas, en el Reino Unido los corredores se veían confinados en los velódromos, como el histórico de Herne Hill que se construyó en el siglo XIX y aún funciona —allí dio sus primeras pedaladas Wiggins— después de acoger los Juegos del 48. Tuvo que ser el espíritu aventurero de Robinson en los años 50, el primer británico que ganó una etapa en el Tour, y de Simpson en los 60, el que prendiera la chispa que generó 50 años más tarde el incendio británico del Tour de 2012.
     
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    Estas trece mujeres corrieron su propio Tour de Francia

    Lo hacen por su cuenta y riesgo, jugándose el tipo en la carretera sin el respaldo de una organización

    Desde hace cuatro años (2014), un grupo de mujeres ciclistas realiza su particular Tour de Francia. Particular no por diferente, sino porque ellas se lo guisan y ellas se lo comen. Completan las mismas etapas y kilómetros que los hombres, solo que lo hacen un día antes y sin el respaldo de una organización como la que tienen ellos. El motivo es que no es una prueba oficial. Lo organiza el proyecto ‘Donnons des elles au vélo J-1’, nacido en el seno del Club Omnisport de Courcouronnes Cyclisme Fémenin (COCCF), cuyo objetivos es promover el ciclismo femenino e intentar lograr cobertura mediática, aunque en esto parece que de momento no tienen demasiado éxito.

    Este año son trece las mujeres que, desde el pasado 6 de julio y hasta el 28, recorrerán 3.329 kilómetros divididos en 21 etapas. Son once francesas, una ucraniana y la española Anna Barrero.

    La carrera ciclista más prestigiosa del mundo, el Tour de Francia, al igual que otras como la Vuelta a España, ha dejado históricamente de lado a las mujeres (a excepción de las azafatas, claro está). Como recordaba Ander Izagirre, autor de Plomo en los bolsillos, en un reciente artículo en Pikara, ni siquiera se permitió la presencia de mujeres en la caravana del Tour masculino (ni como masajistas, ni como entrenadoras o asistentes) hasta la década de los ochenta.

    Sí existió en Francia una carrera profesional femenina por etapas, aunque organizada de aquella manera. El primer amago tuvo lugar en 1955: cinco etapas que acabaron con la victoria de la inglesa Millie Robinson. Izagirre apunta que el propio organizador explicó que “las mujeres no saben demarrar, pedalean tranquilamente como si fueran de compras, hablan demasiado”. El diario deportivo L’équipe apoyó la decisión: “Ha triunfado el sentido común. Las mujeres se deben conformar con las competiciones que ya se celebran y con el cicloturismo, que se corresponde mucho mejor a sus posibilidades musculares”. La organización del Tour hizo otro intento entre los años 1984 y 1989. Desde entonces y hasta el 2009, la carrera se celebró con interrupciones, cambios de formato, de nombre (Tour de la CEE femenino, Tour ciclyste feminin o Grande Boucle) y poco presupuesto. La española Joane Somarriba la ganó en varias ocasiones. Luego desapareció.

    Actualmente, el Giro Rosa (que, por cierto, también se está corriendo ahora) es la única carrera femenina de más una semana, tras la desaparición de la Grande Boucle y del Tour de l’Aude femenino, aunque hay otras pruebas más pequeñas.

    El equipo de Donnons des elles au vélo J-1 ya ha completado las primeras seis etapas del Tour (hoy harán la séptima). Y puede que todavía no consigan la misma cobertura mediática que los corredores, pero al menos no harán el viaje solas. El año pasado, cerca de cuatrocientos ciclistas (mujeres y hombres) las acompañaron en parte del recorrido en señal de apoyo.
     
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  5. labeaga

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    MARIA CANINS, LA SEÑORA AMARILLA DEL CICLISMO ITALIANO
    Es una traducción del italiano. Un saludo
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    Maria Canins en jersey amarillo



    Desde el esquí de fondo , que le dio la belleza de quince títulos italianos, un éxito en el prestigioso Vasaloppet y diez victorias consecutivas en la igualmente legendaria Marcialonga , a los triunfos en las carreteras del Tour de Francia , que coronó a su reina en 1985 y 1986. Amigos que son apasionados del ciclismo, aquí está Maria Canins , la dama de amarillo con el pedal tricolor.

    La " momia voladora del valle de Badia ", llamada así por su nacimiento en La Villa, el 4 de junio de 1949, después del pasado alpino, que era inevitable dado el nacimiento de los Dolomitas, descubrió las dos ruedas, a un nivel competitivo, a la edad de 33 años , cuando ya era esposa y madre de Concetta, que se estableció de inmediato como una escaladora de clase mundial y una relojista igualmente hábil, a pesar de un comienzo rápido modesto. En 1982 hizo su debut al ganar inmediatamente el título italiano en la carretera frente a Francesca Galli, para luego ganar la medalla de plata en los Campeonatos del Mundo de Goodwood, el día anterior al " tiro " de Beppe Saronni, vencido por la británica Mandy Jones que escapó cuesta abajo y 'gana por 10' '.

    Es solo el comienzo de una importante colección de éxitos importantes, por ejemplo, al ganar la camiseta italiana cinco veces más en la prueba en línea y cuatro en la contrarreloj, para honrar a la camiseta azul en el campeonato del arco iris cuando se eleva al tercer paso. del podio en Altenrhein en 1983 y en Chambery en 1989, llegando segundo en la edición de casa de Montello en 1985, vencido por el otro gran intérprete del ciclismo femenino en los años ochenta (y no solo, dada la longevidad competitiva que la vio sobresalir Hasta el nuevo Milenio), Jeannie Longo, con quien Canins da vida a unos duelos de gran valor técnico.

    Pero es en las grandes carreras por etapas en las que el atleta Val Badia tiene la oportunidad de legitimar su superioridad , no solo en los Alpes, sino que incito a la edición inaugural del Giro de Italia en 1988 y luego, segunda en 1990, ahora con 41 años. cuando ella se ve obligada a inclinarse ante la otra francesa de clase mundial, Catherine Marsal. Para ser honesto, el Corsa Rosa es solo la punta del iceberg de una carrera que la ve conquistar grandes carreras como el Tour de Colorado en 1984 y 1985 y el Tour de Noruega en el mismo 1985, un éxito escandinavo repetido en 1986 .

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    La Canins con Bernard Hinault en el Tour de France 1985
    Tan solo 1985 es el año de gracia de Maria Canins , que se populariza sin fronteras gracias al primer éxito de un ciclista italiano en el Tour de Francia , en una serie de cinco ediciones consecutivas que ven al azul en un duelo rústico con el Longo. María supera a la competencia , dominando las contrarrelojes de Reims y Saint-Nizier y convirtiéndola en la llegada de Morzine, Lans en Vercors y Luz Ardiden, para terminar en la clasificación general con 22'11 "sobre el rival amargo, con Cecile Odin que es tercero en 34'49 ". Al año siguiente, 1986, el guión no cambia , se impone una vez más en cinco objetivos parciales, incluido el prólogo de Granville, en Luchon, Serre Chevalier, St.Etienne y en Le Puy de Dome, esta vez dejando el Longo para lamer sus heridas con un déficit de 15'31 ", mientras que la estadounidense Inga Thompson completa el podio con una demora de 22'09". Se sirve el encore y María, que también trae a casa la camiseta de lunares del mejor escalador, se convierte en el efecto de " la dama de amarillo " del ciclismo italiano.

    En los siguientes tres años, Longo ajusta el objetivo , mejora cuesta arriba, y el rendimiento de Canins es menos poderoso, es decir, pierde un poco de fuerza en las rampas alpina y pirenaica, y el resultado se invierte: la francésa se impone sobre el Grande Boucle en 1987 (tres victorias para María que paga el segundo servicio del cronógrafo Morzine y es la segunda con un retraso final de 2'52 ", se consolida con la tercera camiseta de lunares consecutiva), en 1988 (victorias para Canins en Estrasburgo y Le Puy de Dome, por un lugar de honor en las posiciones en 1'20 "del francés, y cuarta victoria en el ranking especial de la montaña) y en 1989 (primera vez en condiciones secas, por segundo lugar a una distancia segura, 8 ' 44 ").

    Y si en los Juegos Olímpicos, Canins tiene que conformarse con el quinto lugar en Los Ángeles en 1984 (victoria para la estadounidense Connie Carpenter) y para un lugar anónimo 32 en Seúl 1988 donde triunfa la holandesa Monique Knol, que también lleva esa camiseta de arco iris. Siempre escapó en la prueba individual, en la competencia por equipos en 1988 en Renaix, en Bélgica , cuando con Monica Bandini, Roberta Bonanomi y la Francesca Galli que había bautizado el debut en 1982, superando a la URSS en un emocionante encuentro. Sin embargo, puede aspirar legítimamente a ser considerado la ciclista italiana más fuerte de la historia . Y quien haya tenido el honor de celebrar en los Campos Elíseos. ¿Junto con dos leyendas como Bernard Hinault y Greg Lemond? Cosas de jugadores estrella, y Maria Canins lo fue.
     
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    A propósito del récord de la hora


    1994 fue el del récord de la hora


    Haces unas semanas, ya contamos lo que nos pareció la gesta sin público de Víctor Campenaerts, cómo llevó su bicicleta más allá de los 55 kilómetros recorridos en una hora.

    Una cifra estratosférica.

    Una auténtica animalada.


    A rebufo de esta noticia, hemos querido echar la vista atrás para comprobar cómo, hace ya más de un cuarto de siglo, un “escocés volador” resucitó la fiebre por batir de nuevo “el mayor esfuerzo hecho por un humano en una hora en una bicicleta”.
    Pero empecemos por el principio.

    Hasta 1993, este récord estaba en posesión de Francesco Moser, siendo el primer ciclista en superar la distancia de 50 kilómetros pedaleando durante una hora.

    Fueron, exactamente, 51,151 km el límite establecido por el italiano, un 23 de enero de 1984 en el velódromo de Ciudad de México



    Un récord de altura, si bien, tan sólo 4 días antes, ya había batido la legendaria marca de Merckx del año 1972 -sobre 49,431 km y también en México-, sobrepasando en 808 metros el medio centenar de kilómetros en 60 minutos.

    Aquella plusmarca que orbitaba alrededor del planeta, quedó inmaculada durante 9 años hasta que nuestro protagonista de hoy comenzaba de nuevo la batalla por romper la hora.

    Fue el 17 de julio de 1993 en Hamar (Noruega) cuando Graeme Obree completó una hora en 51,596 km.

    En el recuerdo queda su posición de “huevo” y su estrambótica bicicleta fabricada incluso con piezas de una lavadora: «Old Faithful», la bautizó.




    Inmediatamente después, tan sólo 6 días más tarde -el 23 de julio-, quien recogía el relevo era el británico Chris Boardman, superando a Obree y marcando un registro de 52,270 km en el velódromo del Stadium du Lac de Burdeos (Francia).

    Acababa de iniciarse una carrera de récords…
    Hasta el propio Moser, con 43 años, se picó delante de estos acontecimientos y quiso recuperar el protagonismo perdido intentando batirlo el 15 de enero de 1994: el auténtico año de los récords de la hora.

    Fue de nuevo en México, a 2240 metros de altitud.

    No lo consiguió, pero rodó nada menos que a 51,840 km/h.

    Asombroso.

    Se trataba del segundo mejor registro de todos los tiempos, superando el suyo propio del 19 de enero de 1984.

    Moser, ya retirado, utilizó una combinación de 63×15. De esta manera avanzaba 9 metros por pedalada.
    Llegamos a la efeméride que se cumplió precisamente este pasado 27 de abril: 25 años han pasado desde que el “excéntrico” Graeme Obree, al mando de su extraña máquina, que de nuevo había diseñado él mismo, volviera a adelantar a Boardman en 443 metros, dejándolo en 52,713 km en una hora.

    Ocurrió en el velódromo de Burdeos, sobre una bicicleta de 8,5 kg de peso, con un cuadro construido en carbono y acero, y un manillar en forma de ala de avión que le permitió adoptar, esta vez, la postura de “Súperman”.

    La bici iba calzada con ruedas de bastones Specialized, llevaba unos pedales de “ocasión” y su sillín era un Turbo comprado de segunda mano.


    A todo esto, andaba por allí un tal Miguel Induráin que dicen que iba como un tiro contra el crono.

    Animado por su entorno, que opinaba que tenía el récord en sus piernas, se plantó en el mismo velódromo de Burdeos -de 250 metros de longitud- un 2 de septiembre de 1994 sobre las 4 de la tarde, dejando la hora en 53,040 kilómetros.

    Con un desarrollo de 59×14, avanzaba 8,77 metros por pedalada y su arma “la Espada”: una bicicleta monocasco diseñada por Elio Borghetto y fabricada por Pinarello, con un peso de 7,280 kg y ruedas lenticulares.

    «Ahí queda eso», pensaría el bueno de Miguel.

    Pero también corría por Burdeos un indómito suizo de apellido Rominger, que cuentan que tampoco era cojo contra el reloj.

    Además, andaba picado con Induráin, después de su amarga derrota en el Tour de aquel año y con abandono incluído, mermado de salud y ante la manifiesta superioridad de Miguel.

    Narran que, después de “aquello”, Rominger se dedicó a preparar a conciencia el deseado récord de la hora junto a Abraham Olano, dedicándole mucho tiempo de vuelo en la propia pista de Burdeos.


    Después de muchas horas de entrenamiento sobre el velódromo, se dispuso a acometer el reto con una bicicleta convencional de su equipo, el Mapei, 50 días después que Induráin.

    Sin público en las gradas, el 22 de octubre de aquel mismo año, el suizo establece una marca de 53,832 kilómetros, con el mismo desarrollo que el navarro: 59×14.

    No satisfecho con el resultado, quiere aún más, y lo vuelve a probar de nuevo el 5 de noviembre de 1994 en el mismo lugar y en el mismo escenario.

    La generación perdida para el récord de la hora


    Pero esta vez lo hace rodeado de público y retransmitido por televisión a las 15,30 horas de la tarde.

    Todo un espectáculo mediático girando alrededor de un hombre, una bicicleta y una hora.




    De esta forma, con una combinación de 60×14 que le hace avanzar 9,02 metros por pedalada y con una bici convencional Colnago de 8 kg y ruedas lenticulares, bate su propio récord llegando a los míticos 55 km/h, exactamente 55,291 km.

    Acababa de reventar la hora. Extraordinario.

    Meses más tarde, al año siguiente ya en 1995, Miguel Induráin quiso sacarse esta espina clavada (o mejor dicho, fueron los directores de su equipo los que casi le obligaron de nuevo a realizar este sobrehumano esfuerzo) intentándolo en México, donde la presión atmosférica le tendría que ser más favorable.

    Pero aquella fue otra historia que ya contaremos otro día.
     
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    Fabiana Luperini la mejor ciclista italiana de la historia. La Pantani femenina.

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    Fabiana Luperini, ¿quién es?
    Fabiana Luperini ha sido una de las mejores ciclistas del ciclismo italiano, sus habilidades como escaladoras le valieron el apodo de Pantanina.

    Fabiana Luperini nació en Pontedera en 1974, a la edad de 7 años, comenzó a correr en G.S. Vettori, entrenada por su padre, logrando 200 victorias en las categorías juveniles (con las camisetas de las puertas de G.S. Donati pol. La Perla y A.S. Merate Cantine Pirovano), incluyendo dos Campeonatos de Carretera italianos en Francavilla al Mare y Agrigento, y una victoria en los "Juegos de la Juventud" en *****.
    Entre 1991 y 1992 obtuvo 25 victorias junior. Se unió a la Elite en 1993, postulándose para el GS Gelati Sanson-Mimosa-Forlá hasta 1997, entrenado por Marino Amadori. En esa temporada ganó 58 carreras y terminó tercero en el campeonato mundial de 4 x 50 km en Oslo.

    Fabiana Luperini: los noventa, aquí está la Pantanina.
    1995 fue el año de la explosión de Fabiana Luperini como heredera de la atemporal María Canins: la Toscana conquista el Tour-Giro emparejado, el campeonato italiano en Bertinoro y el Giro del Trentino.
    En los dos años siguientes ganó el Giro de Italia, el Tour de Francia y el Giro del Trentino, confirmándose a sí misma como la mejor campeona del ciclismo femenino (¡en tres años gana seis grandes vueltas!).
    En 1998 cambió a la Sprint Energia da Frutta, de nuevo bajo la dirección de Amadori conquistando la Flecha Valona, el Tour de l'Aude y de nuevo el Giro de Italia. La popularidad de Fabiana va de la mano con la de su colega masculino más ilustre: Marco Pantani, los dos son los símbolos de Italia ganando, cuando el camino se eleva hay espacio para Marco y Fabiana. No sucederá fácilmente hacer doble Giro-Tour entre hombres y mujeres, nuestro país tiene éxito, es el resurgimiento del ciclismo tricolor.
    En 1999 se trasladó al GAS Sport Team, entrenado primero por Massimo Ghirotto y luego de nuevo por Amadori, pero vivió dos temporadas un poco tenue ganando sólo el Giro del Trentino.

    Fabiana Luperini: "el caso de nandrolona"
    El 10 de noviembre de 1999, se anunció que había sido positivo acerca de tomar nandrolona, que fue detectado en un chequeo para la Copa del Mundo en Verona. El 15 de enero de 2000 fue descalificada por 8 meses, suspendida a mediados de abril y revocada por la Comisión de Apelación de la FCI el 17 de noviembre de 2000. En esencia, el positivo se debió a un suplemento que contenía drogas que mejoran el rendimiento, estas contraindicaciones no aparecían ni en el prospecto ni en la etiqueta y por lo tanto no hubo culpa de la campeona toscana.

    La historia no es ajena a Fabiana, quien ve su imagen manchada tanto como para decir: "No fueron momentos fáciles. A nivel de imagen, la historia también ha ensuciado victorias pasadas: porque permitió a muchos pensar aquí, ver cómo había ganado 4 Tours y 3 Tours". 2000 es definitivamente un año terrible para el escalador siempre flotando al borde de la descalificación tanto que ni siquiera consigue el "sueño" de la convocatoria a los Juegos Olímpicos de Atlanta 2000. Los intrincados eventos y resultados negativos conducen a la salida del Equipo de Gas.


    Fabiana Luperini la de 2000
    2001 es un año mejor para Fabiana Luperini que se traslada a Edil Savino ganando el Giro del Trentino, la Flecha Valona, el Trofeo Mediterráneo y el Gran Premio Internacional de Apertura, las mismas victorias logradas al año siguiente con la victoria del tercero Flecha Valón, el Trofeo Mediterráneo y el quinto Tour de Trentino. 2003 fue otro año desfavorable para los toscanos que harán un nuevo número el próximo año con Let's Go Finlandia ganando en el campeonato de carretera italiano, el Gran Premio de Berna y el Gran Premio de Finlandia.

    En 2006 y 2008 Luperini ganó el título de la carretera italiana y en 2008 ganó el Giro Rosa por quinta vez. Luperini decidió dedicarse por un año al GF y luego volvió a la carretera con el maillot de The MCipollini-Giambenini y luego con la de la Faren-Honda dirigida por Walter Ricci Petitoni.

    En 2013 todavía estaba en el Giro de Italia, pero fue descalificada al final de la sexta etapa por utilizar una bicicleta demasiado ligera y por lo tanto no de acuerdo con la normativa de la UCI. En 2014 terminó su carrera con un palmares que incluye 5 Giro de Italia (1995, 1996, 1997, 1998 y 2008) 3 Tour de Francia entre (1995, 1996 y 1997), 6 Giro del Trentino entre 1995 y 2008 y el Tour de España en 2006. Sus habilidades como tremenda escalador le valieron el apodo de "Pantanina".
     
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    Clemente López Dóriga, la luz de la Vuelta Ciclista a España

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    Clemente López Dóriga (izquierda) y el ciclista Fermín Trueba


    El pelotón es casi ciego. Sobre una ruta ya encauzada, marcha acurrucado para evitar el viento en el avance y sólo tiene ojos en la vanguardia cambiante de su cabeza, preocupado de los rebeldes que se escapan. A veces se estira, a veces se parte en grupos, pero su vocación es mantenerse unido, como bandada de pájaros que emigra de etapa a etapa en un vuelo compacto y eficiente, donde todos se dejan llevar. Por eso el pelotón sigue siendo casi ciego, con una enorme miopía que no le deja ver más allá de los primeros metros.

    El pelotón de la Vuelta Ciclista a España sigue pedaleando año tras año con una de las cegueras más oscuras del ciclismo mundial. La luz de sus orígenes se ha apagado sin que nadie se preocupe de encender el mérito de su creador. En sus respectivos países, se ha reconocido la labor de Eugenio Camillo Costamagna, principal impulsor del Giro de Italia, así como la de Henri Desgrange, organizador del Tour de Francia, que incluso tiene un monumento en la cima del Galibier. Pero en España, el santanderino Clemente López Dóriga (1895-1957), el creador de la Vuelta, sigue siendo un desconocido, incluso en su propia tierra.

    Entre los inscritos de una nueva edición del Circuito de El Sardinero, que se disputaría el 23 de septiembre de 1913, se encontraba un seudónimo que contrastaba con los nombres y apellidos del resto de los participantes. Se trataba de ‘Lapize’, un escondrijo de un chaval de 18 años que quería ocultarse ante la prohibición de su familia de participar en las carreras ciclistas. Aún estaba reciente el dolor por la pérdida de uno de sus cinco hermanos, Alfredo, en una trágica muerte descendiendo en bicicleta la cuesta de La Pajosa. De ahí el reparo familiar. Pero Clemente López Dóriga, es decir, ‘Lapize’, debutó aquel día entre los más reputados ciclistas cántabros de la época, de categoría amateur y profesional, quedando en un excelente tercer puesto, después de los corredores castreños, ya consagrados, Santiago Chávarri y Eulogio Bilbao.

    A partir de entonces, el ciclismo viviría emocionantes momentos con la luz de Clemente. Fue campeón de velocidad de Santander en 1915, 1916 y 1918, consiguiendo ser campeón de Castilla la Vieja en 1918 y 1919. Se retiró del ciclismo activo en 1921, y a partir de entonces se dedicaría al mecenazgo y al apoyo de los ciclistas. Entre ellos destacó Victorino Otero. Con la ayuda de Clemente, Otero se convertiría en uno de los primeros españoles que pudo finalizar el Tour de Francia, todo un éxito deportivo de entonces. Poco después, descubrió el tesoro de los hermanos Trueba (José, Vicente y Fermín). Fue padrino y mentor de los tres, en especial de Vicente, la famosa ‘Pulga de Torrelavega’, en sus participaciones en el Tour de 1932, 1933 y 1934.

    Excelente organizador
    Clemente era un hombre muy bien relacionado y con excelentes contactos que sabía utilizar para defender a los suyos. Además, tenía un gran prestigio como informador, de tal manera que desde el periódico ‘Informaciones’ de Madrid se encargaba de hacer las crónicas de las importantes competiciones a las que asistía. Otra de las facetas en las que siempre destacaría fue la de organizador. Siendo aún un chaval, puso en marcha la Vuelta a Santander (1914), y años más tarde, la carrera internacional Madrid-Santander (1923) que le proporcionó un enorme prestigio. Luego sería artífice principal de la Subida al Escudo (1931), de la Subida al Alisas (1934), de los campeonatos escolares organizados por ‘El Diario Montañés’… y en 1935, de su gran creación, la Vuelta Ciclista a España.

    Desde el año anterior, había establecido su domicilio en Madrid, así que eso facilitaría las cosas. Así que logró convencer al director de ‘Informaciones’, Juan Pujol, para que el periódico se embarcara en la aventura de poner en marcha una gran carrera de etapas como ya se contaba en Francia e Italia. Y el 29 de abril de 1935, desde la Ronda de Atocha de Madrid, medio centenar de corredores iniciaría su marcha de 3.425 kilómetros, divididos en 14 etapas, para abrir uno de los acontecimientos más importantes del ciclismo en España.

    Clemente López Dóriga continuaría su labor organizativa en la Vuelta durante los años cuarenta, con la colaboración del diario ‘Ya’, y alentando otras competiciones, como la prueba Madrid-Lisboa, Madrid-Salamanca-Madrid, Madrid-Oporto o el Campeonato de España por Regiones. Recibió la Medalla de Oro al Mérito Ciclista, pero su luz y visibilidad se irían debilitando con los años. Aquejado de una parálisis en sus piernas, aún pudo colaborar en la organización de pruebas de su Cantabria, como el Gran Premio San Migueluco, el Circuito de Torrelavega, el Gran Premio Sniace o el Campeonato de España de Montaña de 1952, con final en El Malecón.

    El pelotón de la Vuelta Ciclista a España sigue pedaleando año tras año con una de las cegueras más oscuras del ciclismo mundial. Que la luz de sus orígenes pueda alumbrar el mérito de su creador, porque pocos dieron tanto cobijo a ciclistas y pruebas deportivas como Clemente López Dóriga, la luz de la Vuelta Ciclista a España.
     
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  9. labeaga

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    La sangre de Ocaña, el Alpe d’Huez de Sastre
    Los 12 ciclistas españoles que han defendido el amarillo simbolizan la lucha del deportista nacional por abrirse paso hasta un momento que todos han recordado como único


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    Alberto Contador, en el podio con el maillot amarillo.
    A Miguel Poblet, el primer español que lo vistió, el maillot amarillo le duró un día, el primero en su primer Tour. Aquel 7 de julio de 1955 tenía 27 años ya. Poblet, tan poco español como cualquier esprínter belga o italiano, y tan español como cualquier genio que sin saber de dónde aparece y deslumbra, ganó la primera etapa, entre Le Havre y Dieppe, en Normandía junto al Canal de la Mancha, infiltrado en una fuga de 10. Aunque lo perdió al día siguiente, camino de Roubaix, su Tour fue espectacular. Se dio el lujo de pasar el primero por la cima del Tourmalet, como antes los mejores españoles, Trueba, Berrendero y Bahamontes habían hecho, y cuatro días después ganó también la última etapa, también en fuga, una excepción, y frustrando a Darrigade, en el velódromo del Parque de los Príncipes en el que minutos después Louison Bobet daría la vuelta de honor de su tercer Tour victorioso.

    Ningún español ha vuelto a ganar una etapa en París. “Recuerdo que inicié el Tour con cierto complejo. Incluso cuando entré en la escapada que decidió esa primera etapa y en la que estuve junto a seis o siete corredores tuve mis dudas. Es el complejo que provoca debutar en la carrera más importante del mundo”, contaba hace unos años a EL PAÍS Miguel Poblet, que falleció en 2013. “El maillot, de lana, lo tenía guardado en un cajón. Pensé que estaba bien, pero un día fui a verlo y estaba comido por las polillas”. Poblet fue el primero de los 12 españoles que han vestido de amarillo.




    1967. Errandonea. Ya pasadas las 22.00 del 29 de junio de 1967 terminó el primer prólogo de la historia del Tour, 5.775m contrarreloj alrededor de las murallas de Angers. Todo el mundo esperaba que Poulidor, que había marcado el mejor tiempo, vistiera por primera vez en su vida el maillot amarillo, pero José María Errandonea, un guipuzcoano inesperado, partido a última hora, a las 21.45, condenó a la historia al francés. “Hacía mucho calor y con Langarica, el seleccionador español, elegimos salir al final, de noche, cuando las calles estaban iluminadas con faroles de camping gas, y por poco me la doy en la última curva, adoquinada y muy oscura, donde entré a ciegas. Pero gané el prólogo por 6s, y fue muy especial, muy especial, vestir el maillot amarillo, sobre todo porque los españoles entonces no estábamos muy bien considerados”, recuerda Errandonea, de 78 años, quien, pese a la falta de consideración llegaba de ganar la contrarreloj de la Vuelta a Suiza, donde había terminado cuarto liderando al Fagor. “Y yo ya estaba medio con fiebre por un forúnculo. Al día siguiente perdí el maillot. Salí con una chuleta deshuesada entre culotte y piel, pero eso solo me aliviaba un momentito el dolor. Después se recalentaba y era peor. Tuve que abandonar el cuarto día”. En un cajón de su casa guarda dos maillots amarillos. Solo 25 años después pudo un español, Indurain, volver a ganar un prólogo.

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    Miguel Poblet corona en primera posición el Tourmalet.

    1968. Gregorio San Miguel. También una sola etapa vistió el maillot amarillo el vizcaíno Gregorio San Miguel, nacido, como Errandonea, en diciembre de 1940. Fue en Grenoble, como Bahamontes, y en el Tour del 68, que terminó cuarto. “Y no lo gané, pero podría haberlo ganado si el equipo hubiera estado más unido a mi alrededor, pero solo me ayudó en los momentos importantes Julio Jiménez porque Langarica no ordenó parara a Aurelio González y Gandarias. Y encima pinché en la última contrarreloj”, recuerda San Miguel, quien también recuerda que el Tour lo ganó Jan Janssen en la última contrarreloj (55 kilómetros), lo que resultó muy sospechoso y se habló mucho de que se había dopado. Era el año siguiente a la muerte de Tom Simpson y los controles antidopaje se habían puesto en marcha. “Pero no se hacían como Dios manda. Con Langarica no tomábamos nada. El Tour entonces era otra historia, mucho más largo, 4.500 kilómetros, 1.000 kilómetros más que ahora. Eran muy largas las etapas, muy largas. Janssen tardó 133 horas… El maillot lo tengo guardado, de lana finita, parece merino. Muy distinto de los de ahora”.

    1971 y 1973. Luis Ocaña. Para limpiar los cristales de su Jaguar blanco, Luis Ocaña, rebelde y cabezota, tan suyo, usaba el maillot amarillo del Tour que ganó, el de 1973. El que consiguió en su primer gran Tour, el del 71, no le servía: acabó roto y ensangrentado en un barranco del col de Menté, en los Pirineos oscuros, negros de tormenta, aquel lunes 12 de julio. El jueves 8 de julio, el conquense de Mont de Marsan había encarnado, él solito, en su maillot amarillo conseguido en los Alpes acabando con Eddy Merckx, el invencible, todo el enorme orgullo español. “Me ha matado como el torero mata al toro en la plaza”, se rindió Merckx. Con su caída, con su maillot amarillo teñido de rojo, cuatro días después, fue el símbolo del otro gran sentimiento español, el fatalismo, el convencimiento de que todos los sueños acabarían siempre en tragedia. Dos décadas después de ganar su Tour tras un duelo tremendo con el Tarangu Fuente, otra gran ocasión para el orgullo, Ocaña, marcado por la Guerra Civil y sus herencias, dio la razón a los fatalistas pegándose un tiro antes de cumplir los 50.

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    Luis Ocaña asciende al Galibier durante el Tour de 1973.

    1987 y 1988. Perico Delgado. Perico Delgado también dio aliento al fatalismo con su maillot amarillo efímero del Tour del 87. Lo alcanzó en el Alpe d’Huez el martes 21 de julio de 1987. Acababa ahí más de una década de depresión del aficionado español y también la espera de Perico, que sabía desde su llegada a esa cima en el Tour del 83 que algún día vestiría de amarillo. “En el 83 me ganó Fignon, pero aquel día ya tuve el sueño de que yo también podría”, dice el segoviano. “No pudo ser hasta el 87, pero cuando subí al podio tuve la sensación de satisfacción de saber que el sueño no había sido tal sueño. No pude celebrarlo mucho porque nos estábamos jugando el Tour con Roche y en plena batalla de los Alpes, pero sí que gocé de un momento único, emocionante, cuando por la noche me llegó al hotel el sobre con el maillot amarillo para vestirlo al día siguiente. Me sentí entonces especial, único”. Tampoco pudo entregarse a la alegría Perico, que tenía a Roche a pocos segundos, insuficientes, teniendo en cuenta la contrarreloj de Dijon. El fatalismo se hizo carne —los españoles, escaladores, no contrarrelojistas, era la maldición— y le costó el Tour cuatro días más tarde, el sábado 25. Solo un año después, Perico sí que llegó de amarillo a París. Aquel domingo 24 de julio de 1988 cambió todo. España y su afición ya podía olvidarse de sentirse maldita: detrás de Perico ya asomaba Indurain, aunque pocos lo supieran.

    2002. Igor G. de Galdeano. Al acostarse la noche del 10 de julio de 2002 en un hotel de Champagne, Álvaro González de Galdeano ayudó a su hermano Igor, con el que compartía habitación, a estirar el maillot amarillo encima de la cama. Después se durmió. Igor era el líder del Tour. “Siempre lo he dicho”, recuerda el ciclista vitoriano. “Lo mejor de mi vida deportiva ha sido participar en los Juegos de Atenas y, sobre todo, haber vestido siete días el maillot amarillo del Tour. En 2001 lo había dado por hecho, y no se consiguió, pero en 2002 no fallamos”. Igor se vistió de amarillo como punta de lanza del ONCE, ganador de la contrarreloj por equipos. Ya en 2000 había ganado la contrarreloj el equipo de Manolo Saiz, pero se puso líder entonces Laurent Jalabert. En 2001, Igor se quedó a 3s del amarillo en el prólogo y a 31 del sorprendente Crédit Agricole en la contrarreloj por equipos. “Eran los años de Armstrong y ganar el Tour era casi imposible. Aguanté el amarillo hasta la Mongie, y acabé quinto el Tour. No estuvo mal. El maillot lo tengo enmarcado, y cuando lo veo siento que justifica toda una carrera. Parece tan sencillo para muchos conseguirlo, pero es durísimo”.

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    Igor G. de Galdeano, durante el Tour de 2002.

    2006. Óscar Pereiro. Ni rindiéndose a la imaginación más loca podía Óscar Pereiro pensar que le esperaba un maillot amarillo al llegar a Montélimar la tarde canicular del sábado 15 de julio de 2006. Era una etapa de transición que atravesaba Provenza hacia los Alpes, y Pereiro, deprimido después de haber perdido casi media hora en Pla de Beret, en los Pirineos, el peor día de su vida en el Tour, se metió en la gran fuga. No pudo ganar la etapa, que era su principal intención, pero tampoco le importó: de una manera incomprensible, el equipo del líder, Landis, dio libertad a la fuga, que llegó con media hora de ventaja. Los 30 minutos los pasó esperando, cronometrando en el camión del podio, Pereiro, que por 1m 29s era el nuevo líder. “Fue la leche. El día más especial de todos. Pero no lo disfruté mucho. Solo me vinieron a la memoria Perico e Indurain. Yo de niño no era solo un aficionado, sino un auténtico apasionado, y allí estaba yo, en el sitio en el que habían estado ellos… Y más que verme a mí les veía a ellos en el podio”, recuerda Pereiro, que hacía habitación con el ruso Karpets, lo que tampoco dio alas a la celebración nocturna. “He enmarcado el maillot sudado, con los dorsales (el 97) pegados, y el cuadro está en la habitación de mi hijo, que lo quiere tener porque, como me recuerda, él también subió al podio de París”.

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    Oscar Pereiro, en el Tour de 2006.

    Pereiro no llegó de amarillo a París porque Landis le superó en la contrarreloj. Estuvo en el podio de los Campos Elíseos, segundo, pero tres meses después, un hecho excepcional, volvió a subir a su propio podio del Tour, el que organizó el Consejo Superior de Deportes en Madrid para hacer olvidar un poco la Operación Puerto, brotada en mayo, y para entregarle en octubre el maillot amarillo de ganador del Tour de 2006 del que se había despojado a Landis, positivo por dopaje.

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    Alberto Contador, en el podio del Tour.

    2007, 2009, 2010. Contador. Un año después, la tarde del jueves 26 de julio de 2007, a Alberto Contador le cayó encima el primer maillot amarillo en Castelsarrasin, al final de una etapa que se corrió sin ningún maillot amarillo en el pelotón. El chico de Pinto, de 24 años, había dado un día antes el Tour por perdido en la cumbre del Aubisque, donde Rasmussen había sentenciado la carrera. Después se desató la locura. El Tour expulsó a Rasmussen acusándolo de dopaje. El danés intentó suicidarse y, más serio que un ajo, Contador se vio líder y sometido al agobio feroz que era el Tour aquellos años. Ni una sonrisa en el podio, la cara de un niño que descubre que los Reyes Magos son los padres. “Todo lo que ocurrió me cambió”, dijo Contador después. “Perdí la ilusión de correr como antes, pensando solo en el espectáculo”. Lo primero que le preguntaron los periodistas entonces fue si no le parecería raro que se sospechara de él. “¿Sospechas?”, dijo. “Tal y como está el ciclismo es lógico que recaigan sospechas en quien llega a ser el número uno, pero eso es bueno, porque si sospechan significa que eres el mejor”. Fue el primero de sus 15 días de amarillo. Tres después, Contador ganó su primer Tour. Tres años después, sufrió lo que había sufrido Rasmussen: en 2010 fue descalificado por un positivo por clembuterol después de haber ganado el que habría sido su tercer Tour.

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    Alejandro Valverde, tras ganar la primera etapa del Tour de 2008.

    2008. Alejandro Valverde. El Tour de 2007 terminó con Contador de amarillo y el de 2008 comenzó con Contador proscrito por su pertenencia al Astana maldito, con Alejandro Valverde de amarillo, y terminó con Carlos Sastre en París de amarillo, el último español que ha vestido así. El 5 de julio, sábado, Valverde ganó la primera etapa en la cuesta de Cadoudal, en Plumelec. “Ha sido impresionante”, dijo en la meta, ya vestido de amarillo. “Y para nada me aumenta la presión, en todo caso me da más tranquilidad: dos objetivos cumplidos, etapa y maillot. Ya lo soltaremos, pero ahora vamos a disfrutarlo”. Para Valverde el maillot amarillo de un Tour que vistió dos días y que nunca ganó es una pieza de caza más en su colección, en la que valora, más que nada, el maillot arcoíris de campeón del mundo, que quiere que todo el mundo admire.

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    Carlos Sastre cruza la meta en la penúltima etapa del Tour de 2008.

    2008. Carlos Sastre. A Perico le quedó para siempre el reconcomio de haber sido el primero que se vistió de amarillo en Alpe d’Huez y no llegó líder hasta París. Rompió un encantamiento que su casi paisano, el abulense Carlos Sastre, recompuso 20 años más tarde: ganó en Alpe d’Huez el miércoles 23 de julio de 2008, vistió el maillot amarillo y de amarillo llegó a París cuatro días más tarde. El séptimo español que lo conseguía. Atacó en la base del puerto, nada más salir de Bourg d’Oisans, y dejó clavados a sus dos principales rivales, los hermanos Schleck, compañeros de equipo. En la cima le esperaban dos famosos de California, Michael Douglas y Pat Riley, exentrenador de los Lakers, que le vistieron de amarillo. Y él, tan castellano, tan serio, dijo: “Estoy muerto y feliz. Muerto por el cansancio y feliz porque era el objetivo con el que he soñado toda mi vida”. Lo hizo a los 33 años. Como otros, alcanzó el Grial.
     
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  10. labeaga

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    Jeannie Longo, la canibal del ciclismo femenino

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    El caso de Jeannie Longo es seguramente uno de los más admirables en la historia del deporte. Se trata del ejemplo de una deportista excepcional, con una avidez competitiva y una capacidad de lucha y sacrificio sólo comparable a la del gran referente del ciclismo masculino, Eddie Mercx, apodado "El canibal" por su inigualable hambre de victorias. Jeannie comenzó, como muchos grandes deportistas, practicando varios deportes a la vez: Atletismo, ciclismo, natación y esquí. Hasta que un día, su entonces entrenador y a día de hoy marido, la convenció para que se decantara finalmente por el deporte de la bici. El resto ya es historia

    El palmarés de Jeannie lo dice todo: 4 medallas olímpicas, 13 campeonatos del mundo y otras 13 medallas más en campeonatos del mundo, tanto en carretera como en pista, 1 plata en un campeonato de Europa de campo a través, 55 títulos de campeona de Francia en todas las especialidades, ganadora de 3 Tours y podio en otras 5 ocasiones, 5 maillots de la regularidad y 1 de la montaña en el Tour, y 38 récords de la hora. En total, suma nada menos que 106 medallas entre Juegos Olímpicos, Campeonatos del mundo y campeonatos de Francia, y un total de 1069 victorias en toda su carrera deportiva.

    Pero todo ésto no es lo más extraordinario. Lo que hace especial a Jeannie Longo es su longevidad en el deporte de élite. Nacida el 31 de Octubre de 1958, aun permanecía subida en su bicicleta para disputar las pruebas de ciclismo en ruta en los pasados Juegos Olímpicos de Pekin, a punto de alcanzar la cincuentena. Con la participación en China, Superlongo eleva a 7 sus apariciones en Juegos Olímpicos: Debutó en Los Ángeles´84, a lo que siguieron Seul´88, Barcelona´92, Atlanta´96, Sydney´00 y Atenas´04. En Mexico´80 no pudo participar debido a que las pruebas de ciclismo femenino no estaban aún reconocidas como deporte olímpico.
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    Ahora, Longo está pensando en retirarse tras el mundial de 2009, cuando ya haya cumplido los 51. Lo cual está por ver, porque como ella misma dice, es una burra, y mientras siga en pie la seguirán enganchando la carreta. Y es que está claro que los viejos rockeros nunca mueren.

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  11. ray

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    ADMIRABLE !!!
     
  12. labeaga

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    • Ser favorito al Tour es una losa

    Que L´ Équipe señale a Bardet y Pinot como favoritos top al Tour es una responsabilidad que no podemos imaginar
    A una semana del Tour, las quinielas echan humo, la gente saca nombres y algunos brillo a sus preferencias.

    El ciclismo, este ciclismo que conocemos y nos tiene atentos, tiene poco de deporte y mucho de espectáculo, personas llevadas al extremo en todos los aspectos, desde el físico al mental en un insalubre esfuerzo de tres semanas por el hexágono francés, sometidos al escrutinio de millones de aficionados que hablamos de ellos como si fueran de la familia.

    Pero no, son personas que sienten y padecen y conviven con la responsabilidad de cumplir con las ilusiones y deseos de toda la ristra de los no pocos aficionados que les siguen y veneran.


    Y así ocurre que, a la dificultad del recorrido, los rivales, las caídas, la tensión y esas cosas que dibujan un deporte de alta competición, se suma la presión del entorno.

    Esta semana que hemos hablado de Romain Bardet y Thibaut Pinot por separado, de la suerte que les deseamos en la carrera de su casa, curiosamente L´ Équipe les abrió “l´ une”, la portada del diario más prestigioso del deporte, diciéndoles que esto es un “ahora o nunca” para las dos esperanzas locales.
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    Que el diario del organizador les dedique esta portada, que les conmine y recuerde que sin Dumolin ni Froome optan a ganar el Tour, todo un Tour, 35 años después de Bernard Hinault es una losa sobre la espalda de los dos mejores ciclistas franceses de la actualidad.

    Somos muy dados a colgar carteles, forma parte del deporte.

    La portada de L´ Equipe nos trajo a la memoria otras que se han hecho en este lado de los Pirineos y que nos consta de primera mano que aún escuecen.

    Año 1997, cuando Miguel Indurain colgó la bicicleta, el diario Marca ya marcó a Abraham Olano como sucesor.

    En las previas del Tour de aquel año, que ganara Jan Ullrich, TVE abría la publicidad con Abraham Olano como gran favorito.

    Aquella presión acabó por ahogar la progresión de uno de los mejores ciclistas que ha tenido España y le estigmatizó porque no pudo igualar a Indurain, cuando aún hoy, nadie lo ha logrado, ni antes del navarro nadie había conseguido.


    Es imposible que Bardet y Pinot no hayan leído esa portada
    De hecho este año es el de la vuelta de Pinot al Tour, tras haber hecho fortuna en Italia, principalmente, granjeando el cariño del público con una forma de correr que gusta y atrae, en la que ganarás o no, pero al menos das lo que tienes y no hay reproches.

    Lo dijimos el otro día, cuando hablamos de Nairo, no se puede criticar a un corredor por no ganar el Tour, porque sólo gana uno, por eso cuando nos calentamos la boca en los días previos a la gran carrera, no podemos menos que pensar que esta gente lee lo que se dice de ellos y le afecta, por muy pros y aislados que parezcan.

    Ahí dentro late un corazoncito.
     
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  13. labeaga

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    Abraham Olano
    Mundiales de ciclismo 1995: la intimidación de Indurain y el triunfo -con la rueda pinchada- de Olano




    El próximo domingo se celebra la prueba en ruta de los Campeonatos del Mundo 2013 de ciclismo, en Valkenburg (Holanda). España intentará lograr su sexta medalla de oro, tras los triunfos de Abraham Olano en 1995, Óscar Freire en 1999, 2001 y 2004, e Igor Astarloa en 2003. De ganar, Freire se convertiría en el corredor con más títulos mundiales de la historia del ciclismo, aunque por parte hispana parecen tener más opciones, de entrada, Alejandro Valverde y el «Purito» Rodríguez.

    [​IMG]Precisamente fue en la carrera de 1995 donde se produjo la que, para mí, es la imagen -doble- por excelencia de todos los campeonatos que he podido ver hasta la fecha. Los que ya comenzamos a tener una cierta edad todavía recordamos, con verdadera emoción, el desarrollo de aquella carrera disputada en Duitama (Colombia), y en la que Abraham Olano y Miguel Indurain repitieron el doblete conseguido días antes en la contrarreloj, pero a la inversa. Si en la crono fue «Miguelón» quien hizo buenos los pronósticos, en la prueba de fondo el guipuzcoano culminó el sensacional trabajo táctico de la selección española, con la inestimabilísima colaboración del navarro, gran líder del bloque nacional pero que aceptó, como los más humildes, ponerse al servicio exclusivamente del equipo.

    En un circuito verdaderamente rompepiernas, Olano atacó en el final de la penúltima vuelta y adquirió una ventaja preciosa gracias a sus buenas piernas pero, sobre todo, a la impresionante intimidación que Miguel Indurain, cinco veces ganador del Tour, causaba en sus rivales. Todavía me pone la carne de gallina recordar cómo el gran campeón de Villava frenó, literalmente, a un grupo en el que iban hombres de relevancia en el ciclismo internacional como Marco «el Pirata» Pantani, Richard Virenque, el suizo Mauro Gianetti y el colombiano Oliverio Rincón, entre otros.

    En cuanto saltó Olano, Miguel se puso al frente del grupo «clavando» su bicicleta en la carretera y mirando constantemente hacia atrás, como diciendo «venga, a ver quién es el guapo que tiene los coj… necesarios para moverse». Ni un alma, señores. El miedo -deportivo- que imponía el navarro era tal que nadie se atrevió a lanzar un ataque hasta que Olano no llegó a los 40-45 segundos, momento en el que Indurain se apartó de la cabeza y se dedicó a marcar a todos y cada uno de los rivales. Si no tiraban, ganaba Abraham; si neutralizaban al de Anoeta, él les remataría inmediatamente después.

    Pero aún habría más imágenes para el recuerdo, en este campeonato histórico para el ciclismo nacional. En los últimos kilómetros Olano sufrió un pinchazo en la rueda de atrás de su bicicleta, y antes de parar y ser absorbido por el grupito perseguidor decidió afrontar el tramo final del recorrido redoblando el esfuerzo por los lógicos llantazos que estaba dando sobre el asfalto. Le sobraron 36 segundos para levantar su brazo izquierdo -cualquiera hacía lo propio también con el derecho, para que se cayera y diera al traste con su hazaña- como vencedor, antes de que Indurain les ganara en el sprint a Pantani y a Gianetti, y celebrara la consecución del doblete como si él mismo hubiese sido el campeón del mundo.

    Abraham Olano abrió, con su oro -escoltado por Indurain en el podium-, el palmarés de triunfos españoles en los Campeonatos del Mundo de Fondo en carretera. Un título que algunos, injustamente, le echaron en cara que se lo había «arrebatado» al navarro, a quien sólo le faltaba esta victoria -y la medalla olímpica que lograría al año siguiente, también con el guipuzcoano en el segundo lugar- para culminar su laureadísimo palmarés. Pura miseria y pura necedad, porque si bien es cierto que la acción de Miguel frenando el grupo fue importantísima, Olano luego tuvo la fuerza necesaria para llegar en vencedor, sobreponiéndose incluso al ya mencionado pinchazo en los kilómetros finales.

    Después llegarían los tres títulos de Freire -me encantaría que finalizara su carrera deportiva con su cuarto entorchado- y, entre medias, el de Astarloa. Pero, con el respeto hacia ellos, ninguno llegó a ser tan emocionante como éste de 1995. Por ser el primero, por la generosidad y la intimidación de Indurain, por la fuerza y la rueda pinchada de Olano… por todo.
     
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  14. labeaga

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    Eddy Merckx: 'El Caníbal' del Tour de Francia de 1969

    Nos citamos con el ciclista que reconquistó el Tour de Francia para Bélgica y eclipsó (según la leyenda) la llegada del hombre a la Luna

    Imaginen una camiseta. Es negra, tejido de poca calidad. Cuello redondo, tiende a abolsarse por la espalda. Nada elegante, nada siquiera demasiado bonito. Pero la clave está en el pecho. Allí, en letras blancas (sobria tipografía breaking news) aparecen escritas unas palabras: “Soy el mejor deportista de todos los tiempos”.

    Hay pocas personas en el mundo que puedan llevar esa prenda. Sin hacer el ridículo, digo. Está bien, está bien, usted conoce a ese tipo del gimnasio que sin duda se la pondría. Pero siendo realistas... se cuentan con los dedos de una mano. Michael Jordan. Michael Phelps. Quizá Federer. Y él, nuestro protagonista. Eddy Merckx (Meensel-Kiezegem, 1945). El hombre cuya leyenda (cuya gran leyenda, la compilatio maior) empieza en julio de 1969.

    Hace ahora medio siglo. En Esquire pensamos que eso merecía una entrevista con el mito belga. Nos habla de aquella victoria, de su trascendencia, de las que vinieron más tarde. ¿El resultado? Solo una pista: mantiene intacta su gigantesca ambición. ¿Eddy Merckx? A ver, en pocas palabras. En el Tour de Francia récord de victorias finales, récord de victorias de etapa, récord de días de amarillo, hizo entre los diez primeros en 94 de los 151 parciales que corrió en sus seis primeras participaciones.



    Logró 525 victorias sobre 1.800 carreras empezadas, pero hablaba más de las que perdió


    Nadie tiene más Giros, nadie ha vestido más veces de rosa. No hay ciclista que posea más campeonatos del mundo, ni Milán-San Remo, ni Lieja-Bastoña-Lieja. En 1971 ganó el 41% de las veces en que se puso un dorsal. Terminó su carrera con 525 carreras vencidas sobre 1.800 empezadas. Su ambición era tan grande que, según Godefroot, uno de sus grandes rivales, “habla más de las 1.275 que perdió que de todas las que conquistó”.


    Nosotros podemos atestiguar esto. Merckx es cordial, correcto, muy educado. No sale de sus labios ni una mala palabra sobre sus rivales. Prefiere olvidar polémicas, malos ratos. Solo a veces, como por descuido, asoma entre líneas esa voracidad que hizo temblar a toda Europa. El Caníbal, lo llamaban.

    “De pequeño mi ídolo era Stan Ockers”, dice Merckx. Un belga atípico, más amante de las carreras por etapas que de las clásicas. Ockers fue dos veces segundo en París, detrás de Kübler y Coppi. Años más tarde una violenta caída en el Sportpaleis de Amberes segaba su vida. Era 1956 y el joven Eddy tenía solo 11 años. Sin saberlo, aún tembloroso, vislumbraba parte de su futuro. Eddy Merckx saltó al profesionalismo un primero de mayo, año 1965. Lo hacía vistiendo el maillot rojo del Solo-Superia. Entre sus compañeros estaban Armand Desmet, Jozef Plackaert o los dos grandes mitos del ciclismo flamenco: Rik van Steenbergen y Rik van Looy. Merckx apenas duró unos meses allí. Cuenta la leyenda que van Looy le hacía la vida imposible, que lo despreciaba, que se reía de él porque a su parecer tenía pocas agallas. Hoy Merckx, elegante, elude el tema. “Era joven, y estaba ansioso por dirigir mi propia carrera, así que abandoné la escuadra”. A partir de ahí construyó su leyenda. Una que tiene en 1969 su punto álgido, seguramente. Por simbólico; por, también, trágico. Hasta nos va a servir para desmontar ciertos mitos alrededor de Merckx, de esos que se repiten una vez y otra sin consultar al protagonista.

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    Jacques Anquetil y Eddy Merckx, en una prueba en Bélgica en 1970. Entre 1957 y 1974, estos dos ciclistas ganaron 10 de los 18 Tour de Francia que se disputaron.


    Al julio francés llegaba con sensaciones agridulces. De un lado, la certeza de saberse el mejor ciclista del mundo. El más poderoso contra el crono, en clásicas, cuesta arriba. Pero también con dudas. Y rabia. El 1 de junio de ese año había sido expulsado del Giro de Italia por dar positivo en un control antidopaje. Fue en Savona, frente al mar de Liguria. Fencamfamina. Eddy siempre clamó por su inocencia. Gimondi, máximo beneficiado, rechaza el resultado. “No es un tramposo, le conozco y no es un tramposo”. Se habla de mafia, de intereses comerciales, de amaños. Mientras todo esto ocurre, Merckx vuelve a Bélgica. Empieza a entrenar para el Tour. El primer día hace 220 kilómetros sobre su bicicleta. Está tramando la gran venganza. No nos quiere contar nada sobre Savona. Solo aclarar una cosa. “En aquel Tour, y a petición mía, pasé un control antidopaje cada día”. No añade que todos fueron limpios. No hace falta.

    UNA OBRA MAESTRA
    En Francia Merckx epata como jamás nadie lo ha hecho. Vence en el Ballon de Alsacia, llegada en alto inicial. La primera de sus 34 etapas en el Tour la consigue en la cima del puerto pionero de la Grande Boucle. La metáfora, de nuevo. ¿Qué sintió entonces? “Estaba feliz”, dice Eddy, “feliz y orgulloso de conquistar el maillot amarillo... y con la confianza de mantenerlo hasta París”.

    A veces se le escapan a Merckx algunas palabras fuera del discurso mil veces repetido. Ramalazos de orgullo, toques de esa arrogancia que forzosamente ha de albergar alguien con una ambición tan grande. Estaba confiado, a sus recién cumplidos 24 años, de llevar el amarillo hasta el final. Detrás quedaban los franceses, su amigo Gimondi (“él fue mi mayor rival, aunque [Luis] Ocaña y [José Manuel] Fuente también me causaron muchos problemas”), un puñado de españoles entre los que ya no se contaba ese Luis que dos años después será su gran pesadilla, pero que vivía ensombrecido por una nube de desgracia.

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    Eddy Merckx camino de la victoria en la legendaria escalada a Montjuic, en 1972.

    En 1969 llegó a la cima del Ballon completamente ensangrentado, casi inconsciente, remolcado por sus compañeros del Fagor después de sufrir una caída violentísima. El propio Merckx acudió esa tarde al hospital para interesarse por su estado. Después, lucha de egos, de personalidades dominantes. Conquense y belga estarán varios años sin cruzar palabra. Un día hicieron las paces y esa misma noche salieron de fiesta.


    “Sobre la bici me ganó muchas veces, pero a copas no me aguantó nada”, confesaba Ocaña cuando todos tenían más barriga y se reían contando batallitas...Luego, en ese mismo Tour de 1969, llegó la obra maestra, la demostración, majestuosa e incomprensible, de lo que realmente era Eddy Merckx. Cuando el joven belga atacó un poco antes de coronar el Tourmalet. No era necesario, tenía la victoria asegurada. Por tiempo y por sensaciones.

    Tan inútil, tan megalómano, tan grandilocuente. ¿Tenías algo pensado, Eddy? “No, fue totalmente improvisado. Las circunstancias de carrera me obligaron a atacar y, al ver que mis diferencias aumentaban, continué hacia delante”. Qué fácil, ¿verdad? Se le olvidan algunas cosas. Que faltaban 130 kilómetros hasta la meta desde el punto donde se fue solo. Que su director le exigió, a gritos, que parase, solo para recibir silencio, primero, y palabras gruesas más tarde. Que por detrás nadie se atrevía a tirar, tan grande era el miedo que despertaba.

    “La brecha fue cada vez más importante”, me cuenta,“así que seguí en mi esfuerzo”. Llegará a Mourenx, meta de esta etapa icónica, con casi ocho minutos de ventaja sobre los demás, después de ascender en solitario el Aubisque y sufrir un desfallecimiento por las rectas que lo alejaban de los Pirineos que le hizo perder mucha de su ventaja. Un hito para recordar. Su día más grande como ciclista.“Solo aproveché circunstancias”, repite, modesto. De allí a París únicamente quedaba pastorear un rebaño de derrotados, de antiguos campeones vencidos ante la gran evidencia. Alguien mejor que ellos, más joven, más vigoroso, ha llegado. Solo resta penar.

    El 21 de julio de 1969, Merckx protagonizó la portada belga y eclipsó la hazaña de Neil Armstrong


    Nos dice el mito que los periódicos belgas lanzaron una edición especial aquel lunes 21 de julio, tras su victoria francesa. Todo un acontecimiento en un país donde ese día de la semana no había prensa, porque los domingos eran para descansar y rezar, no para emborronar gacetillas. Y, continúa la leyenda, ese 21 de julio todos sacaron en sus portadas a Eddy Merckx reconquistando para Bélgica, tres décadas más tarde, la Grande Boucle. Y solo en un segundo plano, en pequeñito, apareció reflejada la otra gran noticia de la jornada: un americano llamado Neil Armstrong había pisado la Luna. Eddy niega, divertido, la veracidad de esta anécdota: “No, fueron los primeros pasos del hombre en la Luna los que coparon los titulares. La hazaña fue genial”. Supongo que ser el protagonista de esta leyenda urbana debe de producir algo muy parecido al orgullo.

    “Fue mi victoria más especial, esa del Tour de 1969”, dice: “No sentía ninguna presión por conquistar una carrera que había sido esquiva a Bélgica desde antes de que yo naciera. Era, en pocas palabras, mi sueño de infancia. Mi victoria más bella”. Siempre. O el recibimiento.“Pude disfrutar por completo mi gesta al ver a la gente aplaudiendo espontáneamente en la Grand Place”. Allí, frente a la torre gótica del Ayuntamiento de Bruselas, una enorme muchedumbre se congregó para ver a su héroe. Todos, grandes y mayores, se apretujaron, buscaron un hueco, soportaron esperas y calores. No cabía absolutamente nadie más. Y ni uno solo de los asistentes pensaba estar asistiendo a una obra terminada. No. Flotaba en el aire una sensación de prólogo, de nacimiento. La necesidad de poder contar a los nietos: “Yo estuve allí”. Allí, cuando saludamos por vez primera al mejor corredor que siempre hubo, al mayor que siempre habrá.


    "GANA EL MÁS FUERTE"
    No intenten que Eddy Merckx les reconozca lo que todos saben: que es el más grande. No. Él responde con evasivas, gentilmente cordial, con ese puntito de exasperación de quien ha contado lo mismo miles de veces y no vas a venir tú, chaval, a sacarme la exclusiva. Así que echa balones fuera, modesto. “Cada generación tiene sus propios campeones. El ciclismo ha evolucionado a nivel de entrenamiento y técnica. No podemos compararnos unos y otros”. Y añade: “Pero siempre gana el más fuerte”.

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    Eddy Merckx, en el año 2000. Apenas concede entrevistas y huye de las polémicas. Siempre suelta, eso sí, su lema preferido: "Tomé la salida en cada carrera para ganarla".


    Como mucho podrán leerle entre líneas. Como cuando le pregunto si no hubiese corrido de distinta forma en la actualidad, si no hubiese renunciado a esa ambición, a ese fuego que lo devoraba por dentro obligándole a acelerar ante cualquier pancarta, sin importarle la categoría de la carrera o el premio (cuentan que durante la Vuelta a España de 1973 esprintó bajo un cartel que él pensaba era meta volante, pero que en realidad hacía propaganda del clandestino Partido Comunista). Si no cree, en definitiva, que la competición de hoy hubiese atenuado esa continua carga de insatisfacción que le exigía, de forma casi dramática, intentar superarse un día tras otro en su ambición. Y lo niega, claro: “Habría corrido de la misma manera, porque es mi temperamento. Corría para ganar y probé repetidamente que, a pesar de las dificultades y distintas circunstancias, podía conquistar la victoria”. Nada menos que en 525 ocasiones, añadimos, por repetir un dato que no deja de ser alucinante.

    ¿Les parece apabullante? Pues aún podía haber sido mayor. El 9 de septiembre de 1969 (de ese año mágico y maldito, de lágrimas y risas para Merckx) Eddy está compitiendo en el velódromo de Blois. Es una carrera ómnium, una de esas en las que el ciclista hace pareja con un piloto que va subido sobre una motocicleta tipo Derny. La de Merckx la lleva Fernand Wambst, antiguo ciclista francés. En un momento dado Wambst pierde el control de su máquina, se estrella contra la pared y arrastra al belga. El galo tiene el cuello roto y fallece casi al instante. Merckx permanece una hora inconsciente. Conmoción cerebral, desplazamiento de la pelvis, los nervios de la espalda pinzados. Estará seis días en el hospital de Blois antes de regresar a Bélgica. Parece casi una ofensa decirlo, viendo lo que vino después, pero nunca llegó a alcanzar las cotas de dominancia que tuvo antes de ese septiembre. Él mismo nos lo confirma. “Mi ambición permaneció intacta, pero después de Blois tenía que esforzarme mucho más en cada carrera”. Esforzarme mucho más. Repasen el palmarés. Da miedo.

    Terminamos. Le pregunto a Eddy Merckx por otras pruebas, por otras hazañas. Y se relaja, deja entrever, aunque sea casi de soslayo, el enorme anhelo que albergaba su cuerpo. La arrogancia, también, solo que correctamente entendida, si eso es posible. En ciclismo, seguramente, lo es. Uno no puede derrotar a 198 tipos cincuenta veces al año si no es arrogante. Si no es, incluso, cruel. Hablamos de la primavera de 1975, cuando estuvo a punto de encadenar cuatro monumentos (en Roubaix solo pudo ser tercero después de varios pinchazos). En caso de haber ganado, ¿hubiese ido con todo a Lombardía para intentar la proeza incomparable de vencer en las cinco grandes carreras de un día el mismo año? Y responde. Sin ambages, sin cortapisas. Con toda sinceridad: “La verdad es que no era mi ambición ganar todas esas pruebas el mismo año... Tomé la salida en cada carrera de mi vida para ganarla”. Eddy Merckx, damas y caballeros.
     
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  15. Javimeganero

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  16. labeaga

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    El Ciclismo con su Historia



    Ciclismo
    Aunque sin pedales, cadena y manillar, el celerífero puede considerarse el precursor de la bicicleta y del ciclismo . El celerífero pasó a llamarse velocífero y después velocípedo. Con los velocípedos a cuestas tuvieron lugar las primeras carreras allá en el año 1800. Unas carreras históricas, pero que no han dado a la posteridad ningún nombre de vencedor.Veinte años más tarde aparecieron los primeros velocípedos a pedales. No llegaban a un metro de altura, pero pasaban de los treinta kilos de peso.

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    En aquella época el británico James Moore lo ganaba prácticamente todo. Es el Eddy Mercks de la época. Una época en la que los pedales se adhería directamente a una gigantesca rueda delantera de hasta tres metros de diámetro. Aparecen los radios y la madera se sustituye por el metal.

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    El 23 de mayo de 1891 es una fecha histórica para entrenamiento ciclismo: la primera Burdeos-París. Se impulsaban por pedales, bielas y cadena adherida a unos piñones de la rueda trasera. Y en el manillar se habían acoplado los frenos. Aquello ya se empezó a llamar bicicleta la cual se aplica hoy en el en esta disciplina deportiva.

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    Uno de los colaboradores de Henri Desgrange s, Geo Lefèbvre, le facilita una idea: organizar una gran carrera ciclista por etapas que dé la vuelta a toda Francia. El 1 de Julio de 1903 nace el Tour de Francia, la prueba reina del calendario competitivo del ciclismo profesional en el mundo.

    Seis años después, Italia , que ya contaba con extraordinarias carreras de un día de duración como la Milán-San Remo y el Giro de Lombardía, conoce su primer Giro.
    En España, tendríamos que esperar todavía hasta 1935 para que el belga Gustave Deloor iniciase la aventura.

    Un poco de historia

    Se puede decir que la historia ciclismo nace como deporte en los últimos años del siglo XIX, y que tuvo un enorme y rápido arraigo entre las masas. Fue el resultado de la fabricación de ruedas neumatizadas, primero sólidas y posteriormente con una recámara hinchada con aire convenientemente insuflado.

    En 1870, nacía en Italia la primera sociedad ciclista, el Veloce Club de Milán, y el mismo año, era fundado en Londres el Pickwich Bicycle Club; en los Estados Unidos, en 1880, se organizaba la League of American Wheelmen; en Alemania, se creaba el Deutscher Radfahrerbund en 1884, y por último, en Francia, fue el Touring Club, fundado en 1885, la primera entidad consagrada al ciclismo.

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    Naturalmente, que estas primeras sociedades dedicadas a cultivar el ciclismo, así como las pruebas, no tuvieron la bicicleta, sino el biciclo. Al llegar al año 1889, en Francia, se adopta la definitiva bicicleta en pruebas deportivas, y con ello, el abandono del biciclo.

    Mas historia sobre ciclismo
    La prueba deportiva a la que correspondió el honor de iniciar la era de las competiciones ciclistas fue el récord de la hora, establecido el 25 de marzo de 1876 por el inglés Dodds, en Cambridge, con un recorrido de 25,598km. Naturalmente, que estas primeras sociedades dedicadas a cultivar el ciclismo, así como las pruebas, no tuvieron la bicicleta, sino el biciclo. Al llegar al año 1889, en Francia, se adopta la definitiva bicicleta en pruebas deportivas, y con ello, el abandono del biciclo.

    En 1893, se disputó en Nueva York la primera prueba de fondo en pista, en el Madison Square Garden, fue individual y con una sola clasificación final; el vencedor, Schock, corrió ininterrumpidamente cubriendo una distancia de 2575km. Sucesivamente, fue aumentando el número de kilómetros recorridos. El inhumano espectáculo de la fatiga de los corredores provocó vigorosas campañas de prensa, hasta que en 1899, se comenzaron a correr los Seis Días por el sistema de parejas con relevo libre. La primera prueba de este género disputada en Europa fue en Berlín, en 1909.

    En cuanto a las Olimpíadas, acogieron al ciclismo desde los primeros juegos contemporáneos (Atenas 1896); sólo ciclistas aficionados pueden participar en esa clase de pruebas, por eso los más famosos corredores mundiales no son precisamente vencedores olímpicos.

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    El ciclismo, al mismo tiempo que ha evolucionado históricamente, ha experimentado profundas alteraciones en sus aspectos técnico y táctico. El espíritu individual que informó las carreras y hazañas de días pasados, se ha ido perdiendo poco a poco a través de los años; la lucha de hombre contra hombre se ha visto reemplazada por la batalla entre equipos. Cuando las grandes marcas iniciaron su rivalidad sobre las rutas, surgió esta modalidad ante la que se inclinan los ciclistas, obligados por las circunstancias, la conveniencia y la dureza de las pruebas; además de su propio esfuerzo, necesitan la ayuda de los demás para ganar.

    Los avances técnicos logrados por las bicicletas ayudan al valor físico del corredor; el estilo, la táctica y las alianzas tienen más importancia que la fuerza física, claro está, dentro de un límite mínimo de potencial humano siempre necesario para dedicarse al ciclismo de competición.

    Las mejores carreteras, las máquinas más livianas, el cambio de marchas, con los distintos desarrollos que permiten al corredor acoplar su golpe de pedal a las diversas características del recorrido, todo ha venido a quitar importancia a una serie de factores humanos decisivos en otros tiempos. Pero los campeones siguen siendo unos atletas de excepción, y el hecho de que la técnica moderna haya impuesto nuevos sistemas en el cultivo del ciclismo como deporte no disminuye la grandeza de sus hazañas.

    Ciclismo carretera
    Dentro del amplio espectro de posibilidades de movimiento que podemos practicar, nos hallamos, frente a la “crisis” de algunos deportes llamados populares, con un grupo de corrientes de aire renovador y en cierta medida, diferente.

    Perteneciente a éste encontramos un artilugio, con casi doscientos años de historia de todo ciclismo carretera ,que ofrece a la sociedad una diversidad de posibilidades: la bicicleta, que plantea un reto único. Tanto en la acción recreativa, como a aquellos que descubren que es algo más que un vehículo deportivo para elegidos, capaces de superar los treinta o cuarenta kilómetros por hora.

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    La práctica del ciclismo es una rica actividad, advertida desde el momento en que empezamos a conocerla, o cuando ya hemos superado un primer nivel y se puede sentir la vivencia de un tipo de esfuerzo diferente, con diferente actitud frente al ejercicio físico, sin concentrarse en acotamientos deportivos.

    Para muchos la bicicleta no es más que el recuerdo de un juguete de su infancia, la colocan en un callejón sin salida, mientras se entregan a una vida sedentaria y sufren todas las consecuencias que ella arrastra.

    El ciclismo segun todo ciclismo, como actividad moderada, pone en funcionamiento toda la red vascular, sobre todo la de las piernas; todo el sistema circulatorio se verá mejorado con la actividad de todo ciclismo carretera, lo que redundará en la mejora de la resistencia del sujeto, haciendo que la fatiga aparezca más tarde; mejora además el sistema suministrador de oxígeno a la sangre, un mayor volumen de sangre circulante, podrá aportar más oxígeno y sustancias nutrientes para el organismo.

    Carreras de ciclismo carretera
    La actividad ciclista favorece de forma directa a los miembros inferiores y a la cintura abdominal; el pedaleo, al ser un movimiento limpio, fortalece la musculatura flexo-extensora sin provocar torsiones en las articulaciones, un pedaleo rítmico y repetido potencia los músculos y las articulaciones en lo que a fuerza y resistencia se refiere. También se ve mejorado el intercambio gaseoso a nivel celular, con lo que todo el metabolismo asegura los procesos aeróbicos de obtención de energía.

    Para personas en edad avanzada es muy recomendable, pero sin hacer grandes esfuerzos, se recomienda el paso o el cicloexcursionismo; es muy aconsejable además, para aquellos deportistas que, tras haber sufrido lesiones importantes en sus respectivos deportes, necesitan de una lenta recuperación.

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    El ciclismo carretera no sirve tan sólo para adquirir un grado de salud aceptable, o practicar una modalidad deportiva, sino que también puede ayudar a una sociedad congestionada y saturada de vehículos a motor, beneficiando el ambiente desde el punto de vista ecológico (donde circula un auto, pueden hacerlo 4 ciclistas, y en el espacio que necesita un automóvil para estacionar, pueden hacerlo de 6 a 8 bicicletas).

    La bicicleta adquiere una dimensión social importante como medio de transporte y se convierte en una de las nuevas corrientes de todo ciclimo o formas más hermosas de viajar.El uso de la bicicleta, por lo tanto, no se reduce tan sólo a la forma socializada de deporte de competición, sino también como indiscutible forma de conocer nuestras posibilidades corporales, el entorno y la cultura que nos rodea, o simplemente otra forma de adquirir salud.

    Ciclismo de montaña

    Este deporte, que como práctica educativa física es muy completa, exige el acondicionamiento de una máquina a tracción motriz humana (a diferencia del automovilismo), lo que no evita, sin embargo, que dicha máquina, o bicicleta, y sus buenas cualidades mecánicas sean elementos imprescindibles para su práctica, y, sobre todo si se trata de competiciones, para obtener el éxito deseado.

    Este ciclismo de montaña deportivo requiere entre sus objetivos el afán por ganar; conlleva una dedicación exclusiva a la preparación y competición deportiva, se necesita de una compleja estructura y en lo posible a una incorporación a clubes o equipos deportivos.

    El ciclismo a nivel competitivo está considerado como uno de los deportes más duros, por eso es necesario tener en cuenta el proceso de maduración del individuo y su estado de salud.

    A veces en el ciclismo de montaña se hace una actividad desorganizada, en base a conseguir un rendimiento rápido sin tener en cuenta que se pueda estar anticipando el declive de futuras jóvenes promesas.

    En Europa, la diferencia entre aficionados mayores de dieciocho años y profesionales sólo se establece en la inclusión de estos últimos en equipos propiamente dichos. Si bien se entiende que un profesional tiene dedicación exclusiva, los aficionados se perfilan como tales, ya que realizan una práctica idéntica a los anteriores.

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    Las pruebas para profesionales son muy variadas, desde las grandes carreras por etapas en carretera, hasta pruebas en carretera de una jornada, escaladas, pruebas individualizadas contrarreloj, pruebas de una etapa en gran fondo, pruebas en pista o velódromo. El ciclismo de montaña como competición es el más practicado, es el de mayor duración y combina todos los tipos de esfuerzo que se pueden realizar sobre una bicicleta.

    Dentro del ciclismo de ruta, pueden distinguirse diferentes modalidades: carreras en circuito, criterium, clásicas, carreras contrarreloj y las grandes vueltas.Cada vez más, un gran número de aficionados y profesionales escogen la pista como medio de práctica o especialización deportiva. A diferencia de la ruta, el lugar de práctica es siempre el mismo y las características técnicas y reglamento de competición tienen entidad propia.

    La pista adquiere una gran dimensión de espectáculo de cara al público, dada la rapidez en que se suceden los acontecimientos. La longitud que marca el reglamento en las pistas o velódromos para la competición oficial es de 333,33m, aunque la mayoría de los velódromos no los suelen tener.

    Algunas de las modalidades más conocidas del ciclismo en pista son: velocidad, persecución individual, kilómetro contra-reloj, salida avanzada, persecución por equipos, carrera tras moto. La modalidad ciclo-cross es una combinación perfecta de atletismo y ciclismo; resulta bastante espectacular, tanto por el lugar donde se realiza como por el intenso esfuerzo que se hace necesario para practicarlo, se practica preferentemente en el campo, incluyendo si es necesario trozos de carreteras o pistas.

    Ciclismo a fondo
    Keirin, otra cara del ciclismo

    Este ciclismo a fondo ultraviolento apasiona a los japoneses; el dinero y la vehemencia animan la ferocidad de este deporte en el que casi todo está permitido.

    El público del Japón juega decenas de millones de dólares al año en apuestas, y los ciclistas, a veces , hasta la vida. Todos los años hay un muerto, por colapso cardíaco o por accidente, y casi nunca es el primero que cae, sino los que van justo detrás de él, que salen despedidos por encima del manubrio y se estampan con la cabeza o el hombro sobre la dura pista.

    El ciclismo a fondo por sí solo es uno de los deportes más duros que hay; a su dureza, el keirin añade la violencia del fútbol americano; se requiere una preparación física especial para aguantar el dolor.

    Cuando suena la campana indicando la salida, los ciclistas dan un pequeño salto, y tanto en la cancha como en las gradas, se desatan los instintos competitivos. Los corredores pueden atacar al contrario, empujarlo, pellizcarlo, apretarlo con los brazos y las piernas; sólo hay un límite: no puede tocarse la bicicleta ajena.

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    Los velódromos están repletos los fines de semana, los héroes se juegan el físico y el dinero; más de 30.000 espectadores los miran, aislados por una mampara y esperan los resultados de las carreras, las apuestas llegan a 70 millones de dólares por día entre las 10 o 12 carreras jugadas. Los jugadores pueden llevarse un premio único de 10 millones; con el dinero que hay en juego es fácil pensar que alguien intente llevárselo haciendo trampas, pero los jueces controlan desde televisores el mínimo movimiento de los ciclistas, para registrar a los no autorizados.

    El control previo de posibles fallas técnicas es exhaustivo en el ciclismo a fondo, cada una de las partes de las bicicletas se examinan minuciosamente, además se controla que estén dentro de las pautas permitidas.

    Las carreras duran tres días, los dos primeros son de eliminatorias, el tercer día es la final, retransmitida en directo por la televisión; sin embargo , son muchos los que prefieren la emoción en vivo del velódromo.
     
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  17. ray

    ray ACCMIC MEMBER

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    Schock, corrió ininterrumpidamente cubriendo una distancia de 2575km...
    OMG....!!!
     
  18. labeaga

    labeaga Miembro Reconocido

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    Si yo también he pensado que el dato estaba equivocado pero lo he contrastado con otros artículos como el siguiente:

    “A partir de 1886, las localidades de Saint Paul y Minneapolis celebran la Six-Day Bicicle Race, y después de la adición de los neumáticos a las ruedas la convoca también el Madison Square Garden de Nueva York.

    La primera de estas pruebas, celebrada en 1886 en Saint Paul, la gana Albert Schoclt, que recorre unos 1.500 km en los seis días.

    En 1890, Dunlop inventa los neumáticos con cámara y en cuánto se añaden a las bicis las distancias se multiplican; el propio Schock gana en el Madison de Nueva York en 1893 recorriendo en los mismos días más de 2.500 km.”
     
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  19. labeaga

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    Mont Ventoux, el gigante de los campeones malditos
    El director del Tour de Francia, Christian Prudhomme, lo confirmó nada más ganar Peter Sagan, con los aspirantes a desbancar a Chris Froome todavía asimilando en la meta de Montpellier el nuevo zarpazo por sorpresa del británico, a rebufo del eslovaco: finalmente la gran etapa del 14 de julio, Fiesta Nacional de Francia, la que tenía que finalizar en la cima del Mont Ventoux, acabará en el Chalet Reynard, seis kilómetros más abajo.

    La previsión de fortísimos vientos de más de 120 kilómetros por hora en su tramo final, el del paisaje lunar sin vegetación, ha hecho desistir a la organización. Por vez primera en la historia, el Tour de Francia no subirá hasta el observatorio militar que corona el Gigante de la Provenza, un contrafuerte de las estribaciones alpinas expuesto a la violencia del Mistral por los cuatro puntos cardinales. “Una lástima”, lamenta Nairo Quintana, que anhelaba conquistar el Monte Pelado e invertir la tendencia psicológica favorable a Froome.

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    Ahora, el duelo no podrá pasar del Chalet Reynard, donde acaba el bosque, a poco más de 1.400 metros de altura, lugar donde una curva de vaguada descarna el Ventoux, abriéndolo al viento y las temperaturas extremas, negándole la vida vegetal y creando un calvario con leyenda de campeones malditos.

    La última vez que el Tour llegó al Ventoux, en 2013, ganó Froome y consolidó su maillot amarillo. Exultante, el bicampeón dijo que era la mejor victoria de su carrera, privilegiando el impactante escenario y su historia de grandes ganadores: Jean Robic, Louison Bobet, Charly Gaul, Raymond Poulidor, Eddy Merckx, Bernard Thévenet…

    65 años han pasado de la primera subida de 1951, pero cada vez que se vuelve sobrevuela el fantasma de Tom Simpson, campeón mundial en Lasarte dos años antes de su muerte en el terrible tramo final.

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    Cada año que el Tour o el Dauphiné programan el Mont Ventoux, vuelven las crónicas sobre ese abrasador 13 de julio de 1967, cuando el campeón británico tomó la salida con una infección estomacal y, según testigos, echó un buen trago de brandy que fue acompañando de anfetaminas durante la etapa, hasta caer como un pelele al asfalto, víctima de una deshidratación galopante.

    Crónicas que cuentan, a mayor gloria de la leyenda negra, cómo pidió a los auxiliares del equipo que lo colocasen de nuevo sobre la bicicleta y cómo Tom, ya más muerto que vivo, zigzagueó por la carretera unos cientos de metros como un autómata hasta caer definitivamente bajo un sol inclemente a unos dos kilómetros de la cima, donde instantes antes había ganado Julio Jiménez, el Relojero de Ávila.

    El Mont Ventoux nunca ha podido abstraerse al estigma de aquel 1967 fatídico, aunque en su historia hay mucho más. Los aficionados aún tienen fresca la imagen de Lance Armstrong y Marco Pantani picados en sus rampas, en aquella ascensión del Tour del 2000, el día en que el norteamericano dejó ganar al italiano y después pregonó su concesión a los cuatro vientos.

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    El Pirata montó en cólera, hasta el punto de replicar con una cadena de ataques que fueron su particular canto del cisne deportivo: ganó arrollando en Plateau de Beille y después quiso derrocar al americano de un solo golpe, jugándose el Tour en los Alpes con un ataque a más de 150 kilómetros de la meta de Morzine y cuatro puertos de por medio, entre ellos el terrible Joux Plaine -juez también de la carrera en 2016-.

    A Pantani el órdago no le salió bien y abandonó por el camino, víctima de una gastroenteritis, pero Armstrong gastó tantas fuerzas en la persecución que, tras ir perdiendo unidades de su equipo, su maillot amarillo se tambaleó en la Joux Plaine víctima de una deshidratación ante el empuje de Virenque y Ullrich.

    La venganza del Pirata por la afrenta del Ventoux a punto estuvo de ser decisiva, pero más allá de eso, la foto de los dos campeones entrando a meta con la antena del observatorio del Ventoux detrás, ocupa desde entonces un lugar privilegiado en la galería de imágenes de la historia del Tour de Francia.

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    Y luego hay un nombre: Iban Mayo. El vizcaíno de Yurre, el Príncipe de Arratia para la afición vasca, sorprendió al mundo en el Dauphiné Liberé de 2004 con la que aún hoy es la ascensión más rápida de la historia al Mont Ventoux: Mayo ganó en los 21 kilómetros de cronoescalada con 55:51 minutos por la vertiente de Bedoin, y aventajó a Armstrong en casi dos minutos, precisamente el día en que el norteamericano realizaba un ensayo general con el nuevo material que más adelante utilizaría en la cronoescalada a Alpe d’Huez, el día señalado para dejar rematado su sexto Tour de Francia.

    El vuelo de Mayo aquel 11 de junio no sólo le valió el triunfo absoluto en el Dauphiné, sino que sembró de dudas a Armstrong, complicó los pronósticos sobre su nueva victoria en París y marcó un hito en el Gigante de la Provenza, que vio a Mayo salvar los 1.600 metros de desnivel entre Bedoin y el Mont Ventoux como si su Orbea fuese una moto.

    Durante la parte dura, el vasco generó 394 watios de potencia durante tres cuartos de hora, 6,7 watios por kilo, e incluso fue capaz de sacar nueve segundos a Armstrong en la más llevadera ascensión que lleva de Bedoin a la parte más dura del Ventoux, la que mientras dura el bosque atosiga a más del 10% durante casi nueve kilómetros, la que antecede al ‘descanso’ al 5% que sigue al Chalet Reynard, la puerta que lleva al paisaje lunar y al infierno ciclista.

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    Demasiado para Armstrong, pese a ir subido a su revolucionaria Trek equipada con ruedas Bontrager de 1.000 dólares cada una, de poco más de 400 gramos, llanta de carbono, ejes de titanio, 14 radios de titanio, más tubulares de algodón de 19 milímetros, según describió aquella tarde Carlos Arribas en ‘El País’.

    El arsenal tecnológico no evitó que fuera cediendo tiempo de forma paulatina, hasta acabar en la cima a 1:57 minutos de la Orbea que Mayo condujo a más de 23 kilómetros por hora de media. Tremendo.

    Nadie ha podido acercarse a eso. Ese día, Tyler Hamilton, después condenado por dopaje, fue segundo a 35 segundos de Mayo; y Óscar Sevilla, también apartado, fue tercero a 1:03 minutos.

    Esos tiempos, más el de Armstrong y los 57:39 que marcó otro español, Juan Miguel Mercado, están entre los diez mejores de todos los tiempos en el Mont Ventoux, por supuesto, sujetos a todo tipo de interrogantes por cuanto fue aconteciendo después.

    Bajo el calor que apretaba a 33 grados de aquella tarde, Mayo sentenció su victoria en el Dauphiné y el Ventoux dictó que Armstrong encajara su mayor derrota parcial en su ciclo de siete años victoriosos.

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    Años después, la EPO se cruzó en el camino de Mayo en 2007 y Armstrong acabó por admitir que fue producto del mayor engranaje de dopaje colectivo de la historia del deporte. Y hoy, el efecto del tiempo y la caída en desgracia de ambos corredores van borrando de la memoria colectiva aquel impactante resultado firmado por corredores que todavía hoy lideran la tabla histórica de tiempos del Mont Ventoux.

    Una lista casi proscrita, difícilmente sostenible si se maneja la crónica de sucesos posterior. Un dato: el Chris Froome de 2013, enfrascado casi desde el pie del Ventoux en una persecución a Nairo Quintana, marcó 59 minutos exactos tras ser capaz de dejar atrás al colombiano en el último kilómetro.

    Y lo que ese día fue una exhibición, en realidad se quedó a 3:09 minutos de lo que hizo Iban Mayo, el día en que el vasco, sea como fuere, domó al insaciable Armstrong y humanizó la cima del terrible Gigante provenzano, el infierno donde el Mistral ha llegado a soplar a 320 kilómetros por hora y que ha hecho que el Tour busque refugio en el Chalet Reynard, ante el temor de sumar ciclistas despedidos por el viento a la leyenda negra del Monte Pelado.
     
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  20. jotabr

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    No recordaba esa subida de Mayo, gracias de nuevo por tus historias Labeaga
     

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