Epica ciclista..Historias de un deporte

Tema en 'General' iniciado por labeaga, 19 Ene 2019.

  1. labeaga

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    Lavaredo, el reino mágico de Merckx y Fuente en los Dolomitas


    «Los Dolomitas son a las montañas lo que Venecia a las ciudades», decía el historiador y archivista Alexander Robertson, en uno de esos libros que me gustaría tener completo: «A través de los Dolomitas desde Venecia». La cita me parece obligada y casi imprescindible para dar una idea sin fotos de lo que supone una etapa del Giro de Italia por esos parajes boscosos, de roca caliza tallada por la Naturaleza para crear cuadros de cuento de hadas, con cortados imposibles, con formas que disparan la imaginación hasta crear un buen muestrario de leyendas. Los Dolomitas pintan este suntuoso escenario entre las provincias de Trento, Bolzano, Belluno, Udine y Podenone, marcando a las claras las diferencias con el resto de los Alpes, más o menos como lo hacen los Picos de Europa con la Cordillera Cantábrica. Personalidad propia para los parajes que acostumbran a sentenciar el Giro de Italia.

    Este jueves la corsa rosa entra en la cordillera que le ha encumbrado, con la novedosa cronoescalada a Polsa, donde Vincenzo Nibali debe de sentenciar el Giro, o al menos meter un poco más de tiempo a Cadel Evans. Es la antesala del gran díptico dolomítico de este año, el viernes en Val Martello, previo paso por el Gavia y el Stevio, la cima Coppi, y el sábado en las tan poéticas como terribles Tres Cimas de Lavaredo.

    A esta hora, mientras escribo esta pequeña síntesis de mi archivo, leo con gran decepción sobre la más que probable suspensión de las subidas al Gavia, Stelvio (viernes) y al Giau y a las Tres Cimas (sábado). Dice La Gazzetta dello Sport que el paso por el Giau (2.236 metros) es impracticable y que la borrasca que entró anoche (miércoles) hará caer la temperatura en las cimas de Gavia (2.618) y el Stelvio (2.758) hasta los 14 grados bajo cero. Dice el periódico fundador y organizador del Giro que se trabaja en alternativas para mantener, pese a todo, algo de dureza y preservar la integridad de los ciclistas, pero hagan lo que hagan nada será igual.

    Hoy había calculado escribir sobre el Giau y las Tres Cimas de Lavaredo, ante la decepción detectada en algunos amigos porque este año no se hayan incluido el Mortirolo, ni la Marmolada; la Fauniera, o el Finestre; o Plan de Corones. Sin embargo, Giau y Lavaredo son un caso en sí mismos.

    El primero apenas se ha subido cinco veces en la historia del Giro, y existe una razón: unos 100 metros más abajo, el Passo de Falzarego es el que ha servido históricamente a la carrera el tránsito del valle de Ampezzo (tomar nota los viajeros) y el de Livinallongo, nada menos que desde 1946. Y tiene leyenda, la del Rey de Fanes, reino mágico ubicado según las crónicas lugareñas en Cortina d’Ampezzo, que traicionó a su pueblo y quedó convertido en piedra. La leyenda del rey falso: fàlza-régo, o sea, Falzarego. Esa subida, más llevadera, ha evitado que el Giau no interviniese en el Giro hasta 1973, cuando ganó José Manuel Fuente, ‘El Tarangu’, sobre el que luego volveremos.

    El Passo Giau ha sido fundamentalmente el que provocó el contraste entre el Laurent Fignon ganador, imperial pasándolo con la maglia rosa en 1989, y el Laurent Fignon del ocaso, apajarado bajo la nieve en 1992, con media hora de retraso en la cima, ayudado por su coequipier Dirk de Wolf incluso en el descenso, llegando a la meta de Corvara Alta Badía cuando los operarios quitaban las vallas de la meta. Este año, el Giau se iba a subir por su vertiente más dura, la de Selva di Cadore, 11,1 kilómetros al 9,8% de media, 29 curvas -«pierdes la cuenta», dijo Cunego; «una bofetada», Ivan Basso dixit-, con el añadido de estar encadenado a las Tres Cimas.

    Lavaredo. No sé qué o quién fue. Y mirad que lo he buscado. Sólo sé lo convencional: que son tres torres de caliza: la Piccola, la cima Grande y la cima Ovest, que vienen a ser a los Dolomitas algo así como la cruz de Pelayo a Asturias. Las tres rozan o superan los 3.000 metros de altitud; las tres se han cobrado vidas de escaladores extremos; las tres cautivaron de tal forma al gran Reinhold Messner que el mayor montañero de la historia defendió que se prohibiese el acceso por coche entre Missurina, el pueblín previo a la subida, y el Rifugio Auronzo, donde llega la carrera. Una carretera colapsada los fines de semana, un trayecto impregnado de olor a embragues quemados, porque las rampas, en sus últimos cuatro kilómetros, son endiabladas: máxima del 19%, media cercana al 12. Como se viene desde Cortina d’Ampezzo, esa dureza no sólo se acumula a la del Passo Giau, sino que además se suma a la del Passo de las Tres Cruces, que ya salva 600 metros de desnivel, corona a 1.805 y, cuando los ciclistas aún no han recobrado el aliento, Misurina enseña el camino a Lavaredo, que sube hasta los 2.320 metros, dominado por sus gigantes de roca caliza.

    Fue en esas rampas donde Eddy Merckx llevó a cabo su mayor proeza, dicho por él cuando le obligaron a escoger, y donde el belga le salvó la cara a Vincenzo Torriani. El año anterior, 1967, el patrón del Giro había tenido que pasar el trago de leer en la mismísima Gazzetta dello Sport el titular: «Las montañas de la deshonra». Fue al día siguiente de estrenar Lavaredo como final, un debut saldado con empujones de los tifossi a una amplia mayoría de corredores que no podían subir hasta el Rifugio Auronzo, una jornada declarada nula por el gran capo.

    Merckx salió al rescate en 1968 con un ataque feroz, de leyenda. La etapa, número 12 de aquel Giro, es de 213 kilómetros y no ofrece especiales dificultades antes de Lavaredo. Pero el tiempo es de perros. La niebla lo envuelve todo, llueve y hace frío ‘calahuesos’. El líder es Michele Dancelli, un clasicómano que se había vestido de rosa tras una fuga bidón. Merckx es segundo a 1:29 minutos y el gran Julio Jiménez, jefe de filas ya por delante de un Anquetil en el ocaso, es tercero a 2:50. Tras una escaramuza de un joven debutante, Luis Ocaña, se forma una escapada de 12 corredores que llega a cobrarse nueve minutos de renta bajo la pancarta de 25 kilometros a meta. Cuando el grupo llega a Misurina, comienza a nevar copiosamente. Adorni, lugarteniente de Merckx en el Faema, sale como una exhalación y se lleva al jefe a rueda. Esta vez nadie empuja. Nadie se atreve a interferir en el espectáculo. Jiménez y Gimondi, ídolo italiano, no pueden seguir. El abulense paga el no llevar ropa de abrigo y se hunde, mientras Merckx y Adorni pegan bocados a la ventaja de la testa de la corsa. Cerca del último kilómetro cogen a los últimos supervivientes de la fuga. Merckx, enfundado en el maillot arco iris, ataca tirando de riñones y hombros y acaba ganando la etapa, culmen de una remontada que le valió el rosa. Ya no lo soltaría hasta Nápoles, final del Giro.

    Seis años después, camino de su quinto Giro, al campeón belga se le apareció el gran escalador de Limanes, Asturias, José Manuel Fuente Lavandera, ídolo de los italianos por ser el único que no tenía miedo al Caníbal. Merckx tenía la carrera en su mano, pero Fuente, ganador ya de cuatro etapas, líder de la montaña, descolgado en la general por una inoportuna pájara en la etapa de San Remo, no se dio por vencido: atacó en el segundo puerto de la jornada, el Passo della Mauria y se fue a por la gesta entre la niebla. Coronó el puerto en solitario y enfiló las primeras rampas de las Tres Cimas de Lavaredo, ya con una importante ventaja sobre un Merckx menos explosivo, a cuyo liderato puso en jaque un ataque del joven y prometedor Gibo Baronchelli. Ni él pudo con Fuente, elegante en la escalada, pletórico camino de su quinta victoria parcial, alentado por miles de tiffosi locos de atar con el asturiano. Fue su última gran victoria, en un año en el que había ganado en abril su segunda Vuelta a España. Lo hizo poniendo en apuros a mejor de todos los tiempos, un Merckx sufriente en Lavaredo para contener a Baronchelli, un Merckx siempre temeroso ante los ataques del menudo asturiano.

    Quizá, conocedor de aquella hazaña, Samuel Sánchez ha señalado la etapa de las Tres Cimas de Lavaredo como posible escenario de su ataque. En homenaje al Tarangu y en el reino mágico que sirvió de escenario a aquellos dos días de gloria, el de Merckx y Fuente, bajo la sombra de las torres de Lavaredo.

    Es este sábado (2013). Al menos, que nos dejen ver el paisaje. Recordad: la Piccola, la Grande y la Ovest. Las Tres Cimas de Lavaredo sombreando la tortura que hay que tributar para llegar a sus faldas.
     
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  2. labeaga

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    ¿Qué ocurrió…? La lucha entre Fignon y Lemond
    El Tour del 89 fue una “Masterclass” de todo lo que puede pasar en un Tour de Francia… y termina pasando. Un americano con el cuerpo lleno de perdigones vuela en las contrarreloj y un francés sin casco y con doble rueda lenticular dilapida 51 segundos.

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    El Tour del 1989 debería de emitirse por televisión cada año, como la gala de las campanadas en Nochevieja. Un clásico al que los amantes del ciclismo volvemos a menudo cuando Netflix no nos entretiene lo suficiente. Al fin y al cabo, la historia del Tour del 89, contiene todos los ingredientes de las series más taquilleras; 2 protagonistas luchando por el amor de París, un antiguo novio que siempre llega tarde, unas artimañas en forma de casco y manillar de triatlón y una enemistad que sitúa al duelo Fignon-Lemond como la asignatura obligada de todo amante del Tour de Francia. Hace 30 años de esta historia y ver las imágenes sigue poniendo los pelos de punta…

    Reparto de Tours y un tiro de escopeta
    Compañeros de equipo, rivales y amigos. La historia del francés Laurent Fignon y el americano Greg Lemond está llena de apretones de manos, miradas desafiantes y lágrimas. Los Tour de Francia de los años 83 y 84, se sumaron al palmarés de Fignon, también conocido como ‘El Profesor’. Dos primeros puestos. Lemond quedó tercero en el del 84, segundo en el 85, para conseguir su primer Tour más tarde en el 86.

    Hasta aquí todo normal. Ambos triunfadores y ya en equipos separados desde que compitieran juntos hasta 1984 en el Renault-Elf-Gitane. Los años 87 y 88 son el punto y seguido de una rivalidad que verá su momento álgido en 1989.

    El 20 de abril de 1987, Lemond que se encuentra en Sacramento recuperándose de una rotura en la mano ocurrida durante una carrera en Italia, sale de caza con su tío y su cuñado. Aunque Greg era un cazador experimentado, su cuñado no lo era y en un momento de duda entre silbidos de reclamo y ropa de camuflaje, Greg recibe un disparo llenando su cuerpo de perdigones. Diafragma, pulmones, intestinos e incluso el corazón quedan dañados. Helicóptero de por medio y operación de urgencia, le extraen al menos 30 perdigones.

    En este punto de la historia, a Greg le esperan casi dos años de recuperación, no sin tener algunas complicaciones en los meses y años posteriores. De hecho, todavía dicen que tiene hasta 22 perdigones en su cuerpo. Hay infinidad de noticias que cuentan la historia y ninguna se pone de acuerdo en cuantos perdigones aún ‘almacena’ el cuerpo de Lemond…

    147 km contra el crono
    Los años 87 y 88 son de recuperación para Lemond y nada fructíferos a nivel de Tour para Fignon (finalizó séptimo en el 87 y abandonó en el 88). El del 89 es otra historia. Partimos de que el ganador del Tour del 88, nuestro querido Pedro Delgado, se pierde por las calles de Luxemburgo y se le van 2 minutos y 40 segundos en la rampa de salida. Y eso en un prólogo de tan solo 7,8 km, lo que acabó siendo un lastre que arrastró todo el Tour. Por otro lado, el Tour del 89 tuvo hasta 147 km de contrarreloj. Algo que Lemond tuvo muy en cuenta y Fignon, de alguna manera, no.

    Fiel a los avances tecnológicos, Greg Lemond se deja aconsejar por Boone Lennon, uno de los entrenadores del equipo nacional de esquí americano, e introducen el manillar SCOTT con apoyo para los antebrazos en la quinta etapa, una contrarreloj de 73 km entre Dinard y Rennes. El director del equipo AD Renting, donde corría Lemond, el americano Jose de Cauwer mostró la Bottecchia de Greg el día anterior a los jueces. Sin muchos miramientos y un poco apartados del resto de directores de equipo, dieron el OK. Con la “bendición” de la UCI y el casco Giro aerodinámico, 73 km más tarde, Lemond le mete 57 segundos a Fignon y se viste de amarillo.

    La segunda contrarreloj, a modo de crono-escalada, llegó en la 15ª etapa, donde Lemond vuelve a darle en la frente a Fignon y le saca otros 47 segundos más. Dos días más tarde en la etapa 17, con final en Alpe D´Huez, Fignon aprovecha que la montaña es su terreno de juego para escaparse junto a un Delgado que no tiene nada que perder y acaba sacándole 2’28” a Lemond, con lo que el francés se pone líder. Esos 51 segundos de ventaja del francés con respecto al americano parecían suficientes para defender el amarillo en la última contrarreloj de 24 km en las calles de París. Sí, en esa época no había nada de esprints multitudinarios sobre el pavés, era lucha encarnizada contra el crono.

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    “Aero” Lemond, lenticulares Fignon
    Última etapa del Tour de Francia. 24 kilómetros de contrarreloj por las calles de París. Cyrille Guimard, el director deportivo del equipo Système U de Laurent Fignon, en un último intento de frenar a Lemond en la última etapa, se queja ante los jueces sobre los acoples y posición en la bici del americano, algo que queda totalmente desestimado. Lemond saldrá con su Bottecchia con cuadro “aero”, rueda lenticular de 700 trasera y rueda de radios convencionales de 650c delantera. Para los amantes de los datos, llevaba un 55x12 como máximo desarrollo. Además, sale con su manillar SCOTT y el casco Giro Aero.

    Lemond opta por la antigua escuela; la Raleigh que llevaba estaba fabricada en acero Reynolds 753 por el fabricante francés Cyfac, pero etiquetada con Raleigh, montaba doble lenticular con rueda de 650c delantera y un manillar tipo ‘cabra’ totalmente abierto. Las uniones de los tubos del cuadro llevaban unas pequeñas pletinas planas para ser más aerodinámicas, además de montar los famosos y poco fiables frenos Delta de Campagnolo. La bici es una auténtica pieza de museo hoy en día. Como en el resto de etapas contrareloj de ese Tour, Fignon optó por no llevar casco ni ningún tipo de acople para el manillar. En otras palabras y de manera coloquial digamos que salió ‘a pelo’. Coleta al viento y sus gafas redondas convencionales causantes del apodo de ‘El Profesor’.

    El resto es historia. En la mitad de la crono Lemond ya le sacaba 30 segundos a Fignon de los 51 que le tenía que recortar si quería hacerse con el triunfo. La distancia siguió ampliándose a medida que avanzaba la etapa: 32 segundos en el kilómetro 18,5 y 44 segundos a falta de 3,5 km. Los kilómetros consumían de manera imparable la ventaja de Fignon en pos del americano. Fignon entra en meta y se queda a 8 segundos de llevarse el Tour. Gritos del americano y un Fignon que se viene abajo y ve como su tercer Tour se le escapa de las manos… 8 segundos que lo convirtieron en el Tour más ajustado de la historia.

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    Perder a 52,62 km/h de media
    Los increíbles 52,62 km/h de media de Laurent Fignon, junto con los 51 segundos de ventaja, no le fueron suficientes y el francés se quedó segundo en un podio que muchos dicen que hubiera sido suyo si hubiera adoptado al menos alguna media aerodinámica en esos 147 km totales de contrarreloj.

    También es cierto que Greg Lemond también ganó el Campeonato del Mundo en el 89, con lo que su punto de forma no se debía sólo a acoplarse en un manillar. Lamentablemente, Laurent Fignon falleció debido a un cáncer en 2010 con tan solo 50 años. En el momento de su muerte, Greg Lemond llegó a afirmar que cuando ganó ese Tour se sentía mal de alguna manera, ya que sentía que el triunfo le podía haber pertenecido también a Fignon.
     
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    Gianni Bugno: La elegancia hecha ciclista

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    A lo largo de la historia, han surgido deportistas cuya superioridad ha llegado a eclipsar la carrera de sus adversarios. Uno de esos ejemplos fue Miguel Induráin, el único ciclista que ha conseguido ganar 5 tours de forma consecutiva (1991-1995). Uno de los grandes damnificados de su dominio fue Gianni Bugno, un excelente ciclista al que a veces se le recuerda más por el sambenito de su mentalidad frágil que por sus triunfos, un hecho a todas luces injusto con el que fuera uno de los mejores corredores de su generación.

    A finales de los 80, Gianni Bugno se convirtió en uno de los jóvenes más prometedores del pelotón. Capaz de defenderse en cualquier terreno, había convencido a muchos aficionados en el Tour del 89, donde logró un meritorio undécimo puesto. Sin embargo, fue el Giro de Italia de 1990 la carrera donde se consagró. Tras vencer en el prólogo, Bugno consiguió ganar aquel Giro vistiendo la “maglia rosa” en todas las etapas, una hazaña que anteriormente sólo habían conseguido tres ciclistas, entre ellos Eddy Merckx.

    Un mes después, en el Tour de Francia, Bugno logró dos nuevas victorias de etapa, una de ellas en la mítica cima de Alpe D´Huez, finalizando el Tour en séptima posición. A la conclusión de la temporada, Bugno había sido el campeón de la copa del mundo, primero del ranking UCI, ganador de la Milán San Remo y tercero en el campeonato del mundo en ruta, convirtiéndose en el ciclista de moda.

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    En 1991, los aficionados italianos se dividían ya entre los partidarios de Chiappucci y Bugno, dos formas diferentes de entender el ciclismo en un país acostumbrado a este tipo de rivalidades. Mientras que Bugno destacaba por su versatilidad y su inteligencia, Chiappucci lo hacía por su temperamento y su valentía. Y se esperaba con gran expectación que se midieran en el Tour del 91, una edición que se presentaba más abierta que nunca y que siempre será recordada por aquel vertiginoso descenso del Tourmalet, donde Induráin y Chiappucci dieron un vuelco en la general atacando desde muy lejos. Bugno decidió no arriesgar en aquella bajada, una maniobra que a la postre le costaría el Tour. Cuando reaccionó ya era tarde, y llegó a meta a un minuto y medio de Chiappucci e Induráin, quien se vistió de amarillo.

    En las siguientes etapas, Bugno intentó derrotar a Induráin pero su esfuerzo fue en vano. Por segunda ocasión consecutiva, Bugno obtuvo la victoria en Alpe D´Huez, pero no pudo hacer nada frente a un Induráin que mostraba ya una superioridad incontestable frente a sus rivales. De nuevo Bugno cerró la temporada de forma magistral conquistando por primera vez el campeonato del mundo en ruta y liderando la clasificación de la UCI.

    En 1992, Bugno llegaba al Tour de Francia como uno de los principales favoritos. Sin embargo la célebre crono de Luxemburgo supondría un revés muy duro para sus aspiraciones. Aquel 13 de Julio, un Induráin imperial ganó la crono con un tiempo estratosférico y pese que Bugno fue tercero, terminó a casi 4 minutos del ciclista navarro. Tras su victoria, Induráin no dio opción a sus rivales y Bugno sólo pudo finalizar tercero en la general en un Tour que él definió de una forma perfecta: “en el Tour somos 180 humanos y un extraterrestre”. Había nacido la leyenda de Induráin.

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    Al final de la temporada, Bugno volvió a conquistar el campeonato del mundo con gran autoridad ante dos temibles rivales, Jalabert y Konishev, una prueba más de su habilidad en ese tipo de pruebas. Pero a partir de 1993, daba la sensación de que Bugno ya no era el mismo. Tanto en el Giro como en el Tour terminó muy lejos de Induráin y fracasó en el intento de reeditar el título del mundo. Al inicio de 1994, Bugno parecía resurgir de sus cenizas conquistando otro monumento, el Tour de Flandes, y demostrando en el Giro que había llegado en un buen momento de forma. El desplome de Induráin en la crono de Follonica, donde fue batido con claridad por Berzin, parecía otorgarle a Bugno la posibilidad de volver a conquistar el Giro. Pero aquello fue un espejismo. Un joven italiano casi desconocido llamado Marco Pantani, destrozó el Giro en la etapa del Mortirolo, donde Bugno perdió todas sus opciones en la general.

    A partir de aquel momento, los destinos de Bugno e Induráin discurrieron por caminos muy diferentes. Miguel despejó las dudas que generó su derrota en el Giro frente a Berzin y Pantani, y conquistó los dos Tours siguientes de forma magistral, mientras que Bugno dejó de contar para la general en las grandes carreras, no sin dejar algún destello del gran ciclista que siempre había sido. En 1995 conquistó el campeonato de Italia, y en 1996 ganó una etapa en el Giro y otra etapa en la vuelta España.

    En 1998, con motivo de la inauguración de la vuelta a España en el Alcázar de los reyes cristianos de Córdoba, tuve ocasión de hacerme una fotografía con Gianni Bugno, que formaba parte del equipo Mapei. En todo momento me pareció amable y atento con los aficionados que nos acercamos a saludarle, y observé que pese a haber sido rival de Induráin, el público le tenía un gran aprecio. Recuerdo que le di las gracias y le desee que ganara una etapa, y él nos respondió levantando el pulgar a modo de agradecimiento. Y el destino hizo justicia. Bugno ganó la etapa con final en Canfranc culminando con maestría una escapada en solitario.

    Pero por encima de aquella victoria, hubo un detalle que nos hizo comprender la verdadera magnitud de un campeón como Gianni Bugno. Tras subir al podium y ser entrevistado, reveló que quería ganar una etapa para dedicársela a su gran amigo y rival Miguel Induráin, cuyo padre había fallecido hace unos días. Aquella fue la última temporada en activo de Bugno, que se retiró a finales de 1998. Siempre humilde y caballeroso, dijo adiós con la misma elegancia con la que pedaleaba sobre la bici, dejando tras de si un palmarés a la altura de muy pocos.
     
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    Los capos de la montaña

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    Las montañas de los Alpes, los Pirineos y el Trentino han sido los escenarios de los momentos más emocionantes en las tres grandes vueltas ciclísticas.
    Desde la barrera, una carrera de ciclismo no tiene mucho de glamuroso. Hay caras de sudor y sufrimiento, velocidad, esfuerzo, confusión y gritos en todos los idiomas. También hay una dosis de emoción que no se dosifica, sino que se concentra en un único instante allí mismo, en la línea de meta. Y ese instante tiene nombre propio: Chris Froome ganando la maglia rosa en el Giro 101 después de pedalear 80 kilómetros sin ayuda y de coronar en solitario el monte Jafferau en el puerto de Bardonecchia, en los Alpes italianos. O Marco Pantani, coronando la cima de Les Deux Alps en el Tour de Francia de 1998. O Nairo Quintana en los Lagos de Covadonga, durante la Vuelta a España en 2016.

    Es la euforia que produce ver a un escalador cuando conquista un puerto de montaña.

    Los escaladores no son ciclistas comunes y corrientes. Son deportistas únicos que han evolucionado a lo largo de todo el siglo XX y se han adaptado a los puertos de montaña de las grandes competencias, que incluyen pendientes donde se pueden subir hasta 12 o 15 metros de altura en solo 100 metros de recorrido. Mientras en una etapa plana o en descenso, la inercia, la cadencia y la gravedad ayudan a los ciclistas, en las montañas el avance de una bicicleta depende solamente de la potencia que se genera en cada pedalazo. La contracción y la extensión de los músculos de la pierna de un escalador, en especial las de los cuádriceps, tienen que ser capaces de vencer la fricción de los neumáticos sobre el asfalto, la inclinación de la carretera y el lastre que representa el peso muerto de la bicicleta y del mismo cuerpo del ciclista.

    Por eso los escaladores son flacos, no muy altos y ligeros. Al igual que las bicicletas evolucionaron hacia materiales como el titanio y evitan cualquier componente innecesario para ahorrar cada gramo, cada gramo menos en el cuerpo de un escalador significa un punto más de potencia que se puede usar para generar velocidad en una subida. Marco Pantani, por ejemplo, apenas pesaba 56 kilogramos; Esteban Chaves, solo pesa 54, y Lucien van Impe –que ganó solo un Tour de Francia, el de 1976, pero se llevó en seis ocasiones la clasificación de la montaña– pesaba 58, al igual que Nairo Quintana y que Simon Yates.

    También está la técnica. Van Impe, por ejemplo, tenía la capacidad de evitar los movimientos bruscos para mantener la velocidad en el movimiento de sus piernas. Nairo y el Chavito mueven la bicicleta de lado a lado para ganar velocidad. Y Lucho Herrera, Miguel Induráin o Eddie Merckx lo que hacían era mirar al vacío y preocuparse por mantener –e incrementar– su ritmo de pedaleo; igual que Froome: el secreto de ellos era la calma.

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    Además, el gasto de energía que implica subir a pedalazos una bicicleta a lo largo de decenas de kilómetros, hace que el cuerpo se llene de sustancias que impiden el buen funcionamiento de los músculos. Lo que cualquiera llamaría cansancio, es en realidad un exceso de ácido láctico en los músculos de las piernas. Y aunque los profesionales entrenan para aumentar la resistencia de su cuerpo, su mente recibe las mismas advertencias que cualquier persona. Inevitablemente el cuerpo dice “para”, pero hay que tener una mente entrenada para ser capaz de pararse en pedales y decirle al cuerpo: “No, sigue hasta la cima”.


    “¡Todos ustedes son unos asesinos!”. La frase la dijo Octave Lapize, el ciclista que ganó en 1910 la primera etapa que el Tour de Francia organizó en los Pirineos.

    Desde hacía algunos años, los organizadores habían empezado a buscar caminos de montaña en los Alpes y como las etapas exigían tanto esfuerzo y eran tan retadoras, continuaron buscando montañas ideales para llevar a los rincones desconocidos de Francia su carrera de bicicletas. La etapa 10 del Tour de 1910 era algo exagerado para los estándares de la época: 326 kilómetros entre Luchon y Bayona con cuatro premios de alta montaña en el camino: el Peyresourde, el Aspin, el Tourmalet y el Aubisque. Los dos últimos todavía son protagonistas habituales de las competencias, pero para esa época el trazado era revolucionario.

    Lapize puede ser recordado como el primer gran escalador de la historia. Ese día, se escapó junto con otros dos corredores y fue él quien pasó de primero los tres primeros puertos de montaña. Pero estaba molesto: aunque el comisario del Tour había notificado que las carreteras eran “totalmente transitables”, a los ciclistas les tocaba interrumpir el ascenso para superar obstáculos con la bicicleta al hombro y después volver a subir. Por eso, cuando llegó destrozado a la cima del Aubisque, se bajó de la bicicleta, buscó a un organizador, lo tomó de las solapas de la chaqueta, escupió en el piso y le gritó la frase que hizo historia.

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    “Sí, unos miserables asesinos”.

    Tal vez estaba furioso por no haberle seguido el ritmo a Lafourcade, un rival que aprovechó su cansancio y lo pasó en el último ascenso. Si hubiera pasado de primero, de pronto se habría dado cuenta de que él era el primer gran escalador de la historia y que pondrían una estatua suya en la cima del Tourmalet. En la bajada hacia Bayone, sobrepasó a Lafourcade para conquistar la etapa y, también, su único Tour de Francia.

    Pero las montañas no siempre fueron los grandes templos del ciclismo. Solo se pusieron de moda en 1933.
    Ese año, los organizadores del Tour de Francia y del Giro de Italia decidieron dividir los premios de montaña en varias categorías que dependían del grado de dificultad: los ascensos largos y empinados tenían más jerarquía que las subidas más sencillas. Los de La Vuelta a España implementaron el mismo sistema un par de años después. En la década de 1970, los líderes de la montaña reciben una camisa distintiva, que actualmente es azul para el Giro, blanco con puntos azules en la Vuelta y blanco con pepas rojas para el Tour. Así fue como nació la clasificación de montaña, un título secundario, pero tan codiciado como el de la clasificación general.

    Paradójicamente, el campeón absoluto en la historia de las montañas, jamás llevó una camiseta de montaña.

    El italiano Gino Bartali –compañero y némesis de Fausto Coppi– logró nueve premios de montaña en su carrera, siete en el Giro de Italia y dos en el Tour de Francia. De Bartali se dice que pudo haber ganado más, pero que la Segunda Guerra Mundial le robó los mejores años de su carrera. Además, ganó tres títulos del Giro de Italia y dos del Tour de Francia. Pero como sus victorias fueron en los años treinta, jamás vio la camiseta de los escaladores.

    También con nueve está Federico Bahamontes, que consiguió seis premios de montaña en el Tour y dos en la Vuelta; también se llevó el premio de los Apeninos en el Giro de Italia de 1956 –en ese año, los italianos dividieron la montaña entre los Apeninos y los Dolomitas–, y aunque ganó sus premios en la década de 1950, él sí lució una camiseta verde que otorgaba la Vuelta al líder de la montaña desde 1935.

    Van Impe, por su parte, logró ocho: seis premios de montaña en el Tour y dos en el Giro. Cuando subía por los Alpes o los Pirineos, usaba una cadencia rápida y por eso podía hacer ataques explosivos en las pendientes cuando se paraba en los pedales: él y Joop Zoetemelk, otro gran escalador de su época, tuvieron en los años ochenta duelos tan apasionantes como los que tienen hoy Nario Quintana y Christopher Froome.

    Después viene Richard Virenque, el único escalador que se ha llevado el premio de montaña del Tour de Francia en siete ocasiones. Aunque nunca ganó un Tour –su mejor resultado fue el segundo lugar en 1998– siempre fue reconocido por hacer ataques lejanos, a veces a más de 100 kilómetros de la meta, para alcanzar al grupo de fugados y coronar las montañas y la etapa. Muchas veces salían con él Armstrong o Induráin, los grandes corredores de la década de 1990, y a él, la camiseta de pepas rojas, no le importaba llevarlos con tal de que lo dejaran ganar la etapa

    ***

    Capítulo aparte merecen los escaladores colombianos. Desde la década de 1980, las imágenes de sus triunfos en los Alpes y en los Pirineos han paralizado al país. Lucho Herrera y Fabio Parra llegaron juntos a la cumbre de Lans en Vercors, en los Alpes, y cerraron uno de los capítulos más emocionantes del ciclismo colombiano. Ese año Lucho también protagonizó una postal histórica: el 11 de julio de 1985 se cayó de la bicicleta en la última pendiente a solo tres kilómetros de la meta; Bernard Hinault lo venía siguiendo de cerca y aunque el rostro de Lucho quedó lleno de sangre, él se levantó y siguió pedaleando hasta la meta para quedarse con la etapa.

    Lucho se convirtió en el gran símbolo nacional y aún hoy es el único colombiano que se ha ganado la montaña en las tres grandes vueltas. Pero no se puede olvidar que José Patrocinio Jiménez, en 1983, había terminado de segundo en la clasificación de la montaña después de defenderse de rivales de la talla de Lucien van Impe y Laurent Fignon. Ese año, Patro puso el nombre de Colombia en la historia de las cimas cuando coronó el Tourmalet, la montaña más codiciada de los Pirineos.

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    Fue cuando empezó la conquista de las montañas de Europa. Colombia entera vivió y sufrió, pegada a los televisores, las victorias de sus escaladores. Vivió la etapa en los Pirineos que consiguió Martín Farfán en la Vuelta a España de 1990 después de escaparse con Fabio Parra en la pendiente final. La fuga con nueve kilómetros de pedaleo en solitario de José Jaime “Chepe” González en la pendiente del Passo del Tonale, en los Alpes del Trentino, para asegurar la camiseta de la montaña en el Giro de Italia de 1997. El ataque de Santiago Botero en el Izoard durante el Tour de Francia del 2000, cuando les tomó casi tres minutos de ventaja a Marco Pantani, Richard Virenque y Lance Armstrong y consiguió la única camiseta de pepas rojas de su carrera (algo extraordinario para un ciclista que no era un escalador puro). Los 40 kilómetros de lucha en la Sierra Nevada de Granada entre Félix “El Gato” Cárdenas y un grupo que encabezaba Alejandro Valverde, que ganó el colombiano en un sprint final, durante la Vuelta a España del 2003. O el ascenso relajado y sostenido de Mauricio Soler al Galibier, en el Tour de Francia del 2007, mientras recibía ataques frenéticos de Valverde, de Cadel Evans y de Alberto Contador.

    Pero la generación actual de colombianos es la que más ha ganado en el ciclismo mundial. El 20 de julio del 2013, día de la independencia de Colombia, empezó la nueva era. La etapa del Tour de Francia en la que Nairo Quintana les siguió el ritmo a Purito Rodríguez y Froome en el último ascenso de la competencia, quedó grabada en la historia. Faltando un kilómetro, se paró tranquilo sobre los pedales de la bicicleta, sobrepasó a Froome y consiguió la etapa, la camiseta de puntos rojos y el segundo puesto en la clasificación general.

    Después, en el Giro de Italia del 2014, Nairo se llevó el título y Rigoberto Urán fue segundo una vez más: fueron tres semanas inolvidables que incluyeron la épica llegada en zigzag de Julián Arredondo a uno de los Alpes del Trentino –después de liderar un grupo de escapados durante toda la carrera– para asegurar, además, la camiseta azul de la clasificación de la montaña. En la Vuelta a España del 2016 –que ganó Nairo–, Esteban Chaves le quitó a Alberto Contador el tercer puesto cuando en la subida hacia el Alto de Aitana se escapó del grupo de su rival por el podio a 15 kilómetros de la meta y le sacó más de un minuto de diferencia. Y en el Tour de 2016, Jarlinson Pantano se escapó con un grupo a 60 kilómetros de la meta, superó las cimas del Grand Colombier y el Lacets du Grand Colombier y, finalmente, pasó a sus rivales en el descenso para llevarse la etapa. Otro momento inolvidable fue cuando Supermán López se enfrentó a Nibali y Contador durante la subida a Calar Alto, en la Vuelta a España del 2017: finalmente, liquidó a esos dos gigantes en un ataque a 1,3 kilómetros de la meta y se llevó la primera etapa de gran vuelta en toda su carrera.

    En los últimos cinco años, los colombianos siempre han tenido una cita en el podio de las tres grandes vueltas. En el 2013, Nairo fue segundo en el Tour, y Rigo fue segundo en el Giro. En 2014, en un podio encabezado por la bandera, Nairo y Rigo fueron primero y segundo en Italia. En el 2015, Nairo fue tercero en el Tour. En el 2016, Chaves fue segundo en el Giro y después Nairo y Chaves se subieron al podio en España: Nairo en el centro y el Chavito en el tercer lugar. Y en el 2017, Rigo fue segundo en el Tour y Nairo fue segundo en el Giro.
    El 2018 empezó bien, con el tercer lugar de Supermán López en el Giro de Italia.

    La generación dorada se completa con Fernando Gaviria. Su potencia está en los sprints y en el Giro de Italia del 2017 –su única participación en una grande– ganó cuatro etapas. Y aunque dista de ser un escalador, también se robó el show en la montaña: llegaba a las cimas de los Alpes con el grupo final levantando la rueda delantera de su bicicleta.

    Hay pocas montañas tan famosas como el Tourmalet. Allí fue donde empezó el hito de los escaladores y poco a poco ese pico de los Pirineos se convirtió en uno de los mayores templos del ciclismo: Lapize, el primero en escalarla, tiene una estatua en la cima. Pero hay también otros picos que han hecho historia en el Tour. El Mont Ventoux –el Gigante de Provenza–, por ejemplo, donde Eddie Merckx pidió oxígeno después de ganar la etapa de 1970; o el Alpe de Huez, donde Lucho Herrera conquistó en 1984 la primera etapa para Colombia de un Tour.

    Italia y España también tienen sus propios templos.

    En España, por ejemplo, está Lagos de Covadonga, una subida de 14 kilómetros en Asturias con pendientes que llegan al 15 % de desnivel. En 2016, la última vez que lo incluyeron en el trazado de una Vuelta, Nairo Quintana ganó la etapa. Y, además, fue allí donde en 1987 Lucho Herrera consiguió el liderato de la Vuelta y dio el paso más importante para ganársela. Le llevaban 49 segundos en la clasificación general, pero se mentalizó para atacar durante la última subida: nadie pudo seguir su ritmo, que aceleraba cada vez más, y hacia el final de la etapa logró sacarle casi un minuto y medio a los que intentaban alcanzarlo. También está el Anglirú, un camino que incluyeron en la Vuelta en 1999 con la intención de que tuviera tanto renombre como los Lagos de Covadonga. Son 12 kilómetros donde hay un tramo con 23 % de desnivel. Alberto Contador es el único que ha hecho historia en esas cuestas: en 2017 se escapó faltando cinco kilómetros para el final y pedaleó solo, parado en pedales cuando tomaba las curvas, para ganar la etapa en el último campeonato de su carrera.

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    Italia, finalmente, tiene el Blockhaus, en los Apeninos. Allí fue donde Eddie Merckx, en 1967, se ganó su primera etapa en el Giro de Italia: faltando dos kilómetros un ciclista local decidió atacar y solo Merckx fue capaz de seguirlo, pero más adelante el belga atacó y le sacó 10 segundos de ventaja. Y en los Alpes están al Sestriere –que a veces se presta para el Tour de Francia– y el Passo dello Stelvio, en la zona del Trentino. Ambos han estado en los recorridos desde la década de 1950 y Fausto Coppi fue el primero en coronarlos ambos. Por eso, cada año, el Giro de Italia bautiza como Cima Coppi el mayor ascenso del circuito.

    El 25 de mayo de 2018 Christopher Froome demostró por qué es uno de los grandes escaladores de la actualidad. Aunque su altura no corresponde con el prototipo –lo que lo hace tener ventaja en las etapas contrarreloj– hizo una etapa del Giro de Italia que muchos compararon con episodios históricos. Su aventura empezó a 80 kilómetros de la meta, cuando todavía había que ascender tres montañas y faltaban más de dos horas de carrera. Aceleró en la subida hacia el Colle de la Finnestre y nadie lo pudo alcanzar.

    Ese día, Froome llegó más de 12 minutos antes que el líder del Giro, Simon Yates.

    Desde hacía décadas no se veía un ataque desde una distancia parecida. La épica actual de las bicicletas en las montañas estaba acostumbrada a ataques de pocos kilómetros. Al menos eso era lo que solía pasar en las últimas grandes vueltas: los cuatro kilómetros de ataque sostenido cuando Nibali coronó Tre Cime di Lavaredo, en las Dolomitas, para el Giro de 2013; o los diez kilómetros de Nairo Quintana cuando tomó el liderato de la Vuelta a España en Lagos de Covadonga, en 2016: los escarabajos se paraban en los pedales faltando pocos kilómetros del final y tomaban 20 o 30 segundos de ventaja, que para ellos –y para nosotros, que nos parábamos frenéticamente frente al televisor durante la última media hora de carrera– eran oro puro.

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    Carlos Arribas, cronista de ciclismo en El País, dijo que lo de Froome no era comparable con nada que se hubiera hecho este siglo.

    Lo más cercano puede haber sido obra de Alberto Contador en a Vuelta a España de 2012, cuando para la etapa 17, que atravesaba la cordillera cantábrica en los Picos de Europa, atacó a 50 km de la meta y quebró a Purito Rodríguez, que perdió la Vuelta. O cuando Nairo Quintana, Alberto Contador y Gianluca Brambilla se escaparon en un pequeño grupo desde el inicio de la etapa 15 de la Vuelta a España de 2016. Apenas arrancó la carrera, los tres formaron un grupo de ataque y cuando se dieron cuenta de que Froome –el rival principal– no estaba con ellos, decidieron subir el ritmo: “¡A tope, a tope, a tope!”, dicen que gritaban en el grupo. Faltaban 118 kilómetros para la meta y tres premios de montaña. Finalmente, cuando la etapa acabó en Formigal, en los Pirineos, Quintana fue segundo y Froome llegó en el puesto 18, 2 minutos y 40 segundos después.

    Otro episodio similar ocurrió hace 20 años, en 1998. Marco Pantani atacó como un poseído a siete kilómetros de la cima del Col du Galibier durante un aguacero, luego bajó sin ningún tipo de miedo por la carretera empapada y finalmente subió Les Deux Alps. Llegó un poco más de un minuto antes que su rival más cercano y ese día sentenció su primer Tour de Francia.

    Pero los cincuenta kilómetros de Pantani y de Contador no son los ochenta de Froome. Además, en esas ocasiones, hubo gregarios, relevos y alianzas. El triunfo de Froome en el Giro, en cambio, fue absolutamente en solitario.

    Para encontrar algo comparable toca hacer arqueología.

    ***

    Hubo un tiempo en el ciclismo en que la épica era cotidiana. Tal vez hace 50 o 60 años el deporte no era tan racional como ahora, cuando los técnicos les hablan al oído a los ciclistas y monitorean desde un teléfono celular los signos vitales, la cadencia del pedaleo, la potencia generada y muchos otros indicadores. Entonces los ataques no se hacían con la lógica, sino con el corazón y obedecían a una orden irracional: un sueño, un presentimiento o una obsesión. Gracias a eso se lograban hazañas increíbles, como recuperar más de diez minutos en una sola etapa o atacar en solitario durante más de cien kilómetros, sabiendo que había tiempo suficiente para parar por un café en la mitad de la carrera.

    La épica empieza en 1940 con la historia de la rivalidad de Fausto Coppi y Gino Bartali. Para el Giro de ese año, Coppi, de 20 años, fue contratado como gregario de Bartali, el campeón de Italia. Pero Coppi no sabía de jerarquías: atacó con toda su irreverencia a su líder en Abetone, ganó la maglia rosa y no la volvió a soltar en toda la competencia. Con los años se convirtieron en dos corredores enemigos que, sin embargo, le cogían varios minutos de ventaja al pelotón en las trochas de las Dolomitas. Ambos lograban darles velocidad a bicicletas que hoy parecerían prehistóricas –con cambios de palanca y marcos de hierro– y, a pesar de su rivalidad, resulta curioso que casi siempre aparezcan juntos en las fotos.

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    Pasaron diez años, sin embargo, para que se empezara a escribir la leyenda. Sucedió en 1949. La etapa reina del Giro de ese año atravesaba cuatro picos de los Alpes –el Col de Vars, el Izoard, el Montgenevre y el Sestriere– y de nuevo enfrentaba a Coppi y a Bartali, los dos ciclistas que dividían a Italia.

    Ese día, Coppi se quedó con un puesto en el panteón del ciclismo.

    Los registros indican que Coppi coronó primero todos los puertos de ese día. Y que lo hizo en solitario, como Froome. Solo que, a diferencia de la de Froome, esta escapada empezó a 192 kilómetros. Por eso, en el norte de Italia, Coppi tiene casi el estatus de un dios.

    El novelista Dino Buzzati –que escribía para el Corriere della Sera– inició ese día la tradición de comparar a los ciclistas con los dioses, de crear una mitología con dos ruedas, piñones, manillar y pedales: “Aprendimos que Héctor fue asesinado por Aquiles”, escribió. “Por supuesto, Coppi no posee la fría crueldad de Aquiles; más bien al contrario. Ambos campeones son, sin duda alguna, los más cordiales, los más amistosos. Pero Bartali, más distante, más brusco –de forma inconsciente, en cualquier caso– vive el mismo drama que Héctor: el drama de un hombre vencido por los dioses”.

    Poco a poco se fueron sumando ídolos a ese panteón que había inaugurado Coppi. En 1958, por ejemplo, Charly Gaul ganó su primer Tour de Francia. A este corredor de Luxemburgo le decían el Ángel de las Montañas porque era el que ponía ritmo en todas las etapas de los Alpes. Fiel a su apodo, había conquistado la clasificación de la montaña en dos apariciones previas en el Tour y había ganado el Giro de Italia un par de años antes. Pero parecía que en ese Tour del 58 no iba a hacer historia: aunque unos días antes, en el Mont Ventoux, había hecho trizas una contrarreloj individual, el día de la última etapa de los Alpes –la número 21– iba 16 minutos por detrás del líder.

    Era una distancia que, hasta ese día, se consideraba imposible de recuperar.

    La etapa cruzaba cuatro picos –el Col Luitel, el Col de Porte, el Col du Cucheron y el Col du Granier– antes de bajar a Aix-les-Bains, un pueblito en la costa de un lago enclavado en la mitad de los Alpes. Para empeorar las cosas, cayó un aguacero desde el principio hasta el final de la carrera y el clima parecía ser aún más complicado en los puertos de montaña. Sin embargo, Gaul tenía claro que ese día era su última oportunidad para llevarse el Tour y empezó a atacar en la primera subida, a 100 kilómetros de la meta. Nadie fue capaz de seguirlo: en el segundo puerto ya le llevaba cinco minutos y medio de ventaja al pelotón; en el tercero, casi ocho, y en el último la diferencia era de más de doce minutos.

    Bajo la lluvia, Gaul le recortó 15 minutos al líder de la clasificación general. Y, como si estuviera obligado a convertir el día en una leyenda, Michel Clare, el cronista de L’Equipe, escribió: “Solo recuerdo una cortina de lluvia, un diluvio sin un arca. La caravana disuelta desde el momento en que entraba en el mar de nubes que sostenían los bellos chalets de Chamrousse. Ahora sé lo que significa estar empapado hasta los huesos. Pensé en Jacques Anquetil y en su cara cada vez más triangular y amarilla. Pensé en todos ellos, los conocidos y los desconocidos, marineros arrastrados por la inundación que intentaban desesperadamente evitar el naufragio. Solo un hombre escapó de la tormenta: Charly Gaul”.

    Por esa misma época corrió Federico Bahamontes, el Águila de Toledo. Fue el primer ciclista en lograr finalizar con la camiseta de montaña en las tres grandes vueltas y muchos afirman, sin dudarlo, que es el mejor escalador en toda la historia. Solo se ganó una gran vuelta, el Tour de 1959, pero podría haberse ganado más. De él se dice que aprendió a montar en bicicleta vendiendo verduras para mantener a su familia: cargaba hasta 150 kilos diarios y así sacó las piernas para atacar la montaña. Cuando subía, cambiaba las manos de lugar en el manubrio, como si estuviera nervioso; pero su problema era que no sabía bajar y, sobre todo, que no le obsesionaba la victoria.

    Una vez, en el Tour de 1956, Bahamontes se escapó en la subida del Col de la Romeyère y mientras subía un carro que lo sobrepasó hizo saltar una piedra que le rompió dos radios de la rueda trasera de su bicicleta. Cuando llegó a la cima y ganó el premio de montaña, estaba nervioso y con rabia por su accidente. Entonces decidió comerse un helado de vainilla y sentarse a esperar el pelotón hasta que alguien lo ayudara: “Los aficionados me querían robar el dorsal, aquello estaba atestado como en todos los puertos del Tour”, dijo en 2003 durante una entrevista con ABC. “Como era una escapada como Dios manda, y no como las de ahora, el pelotón estaba a catorce minutos. Pero yo no lo sabía”. Cuando se retiró en 1965, había corrido en 11 ediciones del Tour y había pasado de primero por 51 puertos de montaña. Fue Coppi el que convenció finalmente a Bahamontes de dejar de pensar en la montaña y pensar en el Tour. “¿Pero a dónde vas? ¡Que el Tour es para los campeones!”, le respondió el Águila a Coppi. Pero finalmente el italiano lo convenció de intentarlo en 1959: así lo alcanzaran en las bajadas, Bahamontes atacó en cada una de las subidas y ganó definitivamente el Tour en una cronoescalada en el Puy de Dôme, en los Alpes: 12 kilómetros en subida constante y al final una pared de 700 metros con un desnivel del 16 %. El Águila subió tranquilo y después de la meta se bajó de la bicicleta y se fue caminando, como si no lo hubiera dado todo. Completó la prueba en 36 minutos, le sacó un minuto y medio a Charly Gaul y más de tres a sus otros rivales, como Jacques Anquetil. “En ese Tour yo me reía de todos”, dijo en otra entrevista con As. “Marchaba tan fácil que atacaba hasta en el llano”.

    Después llegó Eddie Merckx, el Anarquista de las Cumbres. Durante las grandes vueltas de la década de 1960 fue común ver sus escapadas largas, de cincuenta, setenta o cien kilómetros, en cualquier tipo de etapas. No importaba si fueran planas o en montañas empinadas, él siempre estaba ahí. Su victoria más épica ocurrió en su primer Tour de Francia. En la etapa 17 del Tour de 1969, de Luchon a Mourenx, en los Pirineos, ya llevaba la camiseta amarilla. Pero él, a diferencia de Bahamontes, si le obsesionaba la gloria: no bastaba con ganar, tenía que grabar su nombre en la historia. Entonces aceleró en el ascenso al Tourmalet, a 130 kilómetros de la meta, y después coronó el Col d’Aubisque solo, ocho minutos antes que sus perseguidores.

    Ese fue el primero de cuatro títulos consecutivos en el Tour de Francia. En 1973 le pidieron que no corriera, que el Tour necesitaba emoción. ¿Quién le pondría más emoción que él? ¡Si era el caníbal! Pero finalmente aceptó y aprovechó para irse a ganar ese año el Giro de Italia y la Vuelta a España. Volvió en el 74. Esa vez, nuevamente, coronó los Alpes y los Pirineos para ganar su quinto título en el Tour de Francia.

    Otro que consiguió cinco títulos en el Tour fue Bernard Hinault, el último francés que ganó en su casa y que marcó la década de 1980. Los Tour que ganó, lo hizo de una manera sorprendente: se obsesionaba por dominar las etapas de principio a fin y controlar todo lo que sucedía. Por algo uno de sus apodos era el Patrón. Y aunque no era un escalador total, tenía una manera muy particular de enfrentar las montañas: cuando empezaban las pendientes, ponía el plato más grande, el cambio más fuerte, y le dejaba todo a las piernas. Con esa técnica les puso resistencia a varios escaladores totales.

    La única vez que Hinault intentó algo épico fue en 1986, el último Tour en el que participó. Quería hacer historia. Durante la etapa 14, en los Pirineos, decidió atacar poco antes de la cima del Tourmalet y recorrer en solitario los cuatro picos y los 140 kilómetros que tenía por delante. Quería emular a Merckx y a Coppi, pero no era ni Merckx ni Coppi. En el último descenso lo rebasó el grupo de perseguidores, donde iban Greg LeMond y Lucho Herrera. LeMond, el segundo en el equipo de Hinault, le dijo en una entrevista al historiador Richard Moore que cuando lo sobrepasaron él le preguntó si necesitaba algún tipo de asistencia, pero el Patrón solo le gruñó y siguió mirando hacia el piso.


    Pero hubo alguien que sí logró lo que Merckx no pudo.

    En 1995 Miguel Induráin ganó su quinto Tour de Francia de forma consecutiva.

    El español solía correr de manera mesurada. En los años noventa, las escapadas épicas ya parecían lejanas y en el ciclismo, ya profesional, primaba la estrategia. Induráin solía tomar la camiseta de líder en las etapas de contrarreloj individual y luego la defendía tranquilo en las etapas de montaña. Ahí, en los picos de los Alpes y los Pirineos era donde era más fuerte y cuando el grupo en el que iba apretaba con esfuerzo el paso en alguna montaña, él se paraba en pedales y empezaba a sacar segundos de ventaja de una manera natural.

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    Sin embargo, durante la etapa 9 del Tour de 1995 –la primera de los Alpes–, se dio cuenta de que su liderato estaba en peligro. Al principio de la etapa le llevaba cuatro minutos y medio de ventaja a Alex Zulle –otro de los favoritos en la montaña y la esperanza suiza para ganarse un Tour–, pero ahora, cuando solo faltaba el pico final de La Plagne, Zulle no solo había recuperado la diferencia, sino que ya le estaba sacando varios segundos al español en la general.
    Cuando Induráin se enteró de que Zulle le llevaba cinco minutos de ventaja y comenzó a acelerar. Faltaban 16 kilómetros para la meta e Induráin apagó su personalidad conservadora: al principio dejó que sus compañeros de equipo pusieran ritmo, pero después él fue el que empezó a apretar el paso. 500 metros después de su ataque, solo Pantani era capaz de perseguirlo. Y 500 metros más adelante, el Extraterrestre ya iba solo, mirando hacia arriba, pensando en impedir que se le escapara su puesto en la historia.

    Al final Zulle ganó la etapa, pero Induráin cruzó la etapa dos minutos después. A medida que se acercaba a la meta se mordía los labios y movía la cabeza de un lado al otro, como intentando mover las piernas más rápido para correr. Y en el último kilómetro, se paró en los pedales para rasguñarle los últimos segundos al suizo.

    La ventaja que Zulle había logrado a lo largo de cuatro premios de montaña, Induráin la desbarató en menos de 16 kilómetros.

    Por momentos como esos es que le decían el Extraterrestre.

    ***

    La lista de ganadores del Tour de Francia tiene tres penosos baches. Los dos primeros por las guerras mundiales. El último, entre 1999 y 2005, por dopaje.

    Los siete títulos de Lance Armstrong que fueron condenados al olvido.

    Hasta 2012, cuando fue condenado por consumo del estimulante EPO y por el uso de las transfusiones de sangre, Armstrong fue considerado uno de los grandes escaladores. Parecía que el peso que había perdido por el cáncer había convertido su cuerpo en una máquina para subir montañas. En 1999, bajo la lluvia, subió el Sestriere a un ritmo frenético, casi todo el tiempo parado en los pedales.

    Pero hizo trampa.

    El dopaje está ligado a la historia del ciclismo. En la primera mitad del siglo XX, muchos escaladores subían casi borrachos a los puertos de montaña. Decían que contrarrestaba el dolor y daba energía. Pero poco a poco se fueron haciendo más sofisticadas. En la década de los sesenta, el uso de anfetaminas era un secreto a voces. Eddie Merckx, por ejemplo, dio positivo en un examen de orina en las etapas finales del Giro de Italia de 1969 y tuvo que abandonar la carrera; pero siempre se defendió: “Soy un ciclista limpio, no necesito tomar nada para ganar”, dijo él; finalmente, todos parecen haberse puesto de acuerdo en que alguien, sin su consentimiento, le había puesto anfetaminas en el agua de la caramañola. Y Tom Simpson murió sobre su bicicleta en el Mont Ventoux, en 1967, por un paro cardíaco que le dio a pocos metros de la cima después de haber consumido la misma sustancia.

    Detrás del dopaje está el engaño, sí. Pero también hay toda una cultura que acepta a la ciencia como una manera de que el hombre se supere a sí mismo. George Hincapie, un gregario de Lance Armstrong, dijo en el documental The Armstrong Lie que en los años noventa tomar EPO –el estimulante por el que fue condenado Armstrong– hacia parte de la cultura de los ciclistas: nadie se preguntaba si estaba bien o mal y, simplemente, todos lo hacían.

    Pero en una cultura del deporte donde la ciencia controla todo lo que pasa en los cuerpos de los ciclistas, vale la pena preguntarse: ¿dónde está el límite entre lo legal y la trampa?

    ***

    El libro oficial del Giro de 2018 indicaba una recorrido que de perfil parecía un serrucho: 185 kilómetros que atravesaban cuatro picos de los Alpes italianos. Primero, el Colle del Lis; después, un ascenso por caminos destapados hacia el Colle delle Finestre, la Cima Coppi de esa edición; luego, un corto y empinado ascenso hasta el Sestriere; y, finalmente, las rampas con más de 10 % de desnivel que suben hasta Bardonecchia, en el monte Jafferau, donde van a esquiar los turineses que odian la masa de gente que sube en invierno al Sestriere.

    Ese día, en un carro de logística del equipo BMC, el exciclista profesional Steve Bauer y un grupo de invitados colombianos íbamos a toda velocidad por las autopistas del Piamonte para interceptar el pelotón y ayudar con la hidratación del grupo. Por la tarde, mientras nos dirigíamos hacia el final de la etapa, un mensaje de Radio Tour –la comunicación oficial de las competencias de ciclismo– anunció un evento insólito de la carrera.

    –¡Attenzione: numero 181, Chris Froome, Team Sky, attacco a cinque chilometri dal Colle delle Finestre e prendere il comando della corsa!

    Primero lo dijeron en italiano y luego en inglés. Y lo repitieron, como de costumbre. Pero en ese momento parecía un eco. Todos esperábamos ese ataque, pero no ahí, cuando faltaban 80 kilómetros para llegar a la meta. Cuando lo dijeron por tercera vez y añadieron que nadie lo seguía, parecía que estaban reafirmando que Froome iba por el primer Giro de su carrera y que iba a conquistarlo con una aventura épica que el ciclismo profesional no presenciaba hacía años.

    –¿Acaso usted es hincha de Froome? –Me dijo el exciclista Steve Bauer mientras subíamos en un teleférico hasta donde estaba la línea de meta.

    –No, pero le apuesto que va a ganarse la etapa. ¿No lo vio bajar del Sestriere?

    –Sí, todo indica que va a ganar. Pero espero estar equivocado.

    Parecía que iba a pasar lo que no sucedía hacía décadas. Froome estaba emulando a los grandes nombres del ciclismo. Estaba haciendo historia. Y la estaba haciendo en el Jafferau, un monte acostumbrado a las grandes emociones: En 1972, cuando el camino era una trocha sin asfaltar, Eddie Merckx alcanzó al asturiano José Manuel Fuente un kilómetro antes del final y aseguró en esa misma carretera el tercer Giro de su carrera; Fuente se había escapado en solitario a casi 50 kilómetros de la meta, como Froome, pero las piernas le fallaron. Luego, en 2013, Vincenzo Nibali atacó a dos kilómetros del final y llegó junto con Mauro Santambrosio a la línea de meta en medio de una tormenta de nieve; nueve segundos después llegó el colombiano, el Bananito Betancur.

    La aplicación del Giro permite seguir en tiempo real todos los datos de los ciclistas: velocidad, potencia generada, ritmo cardiaco y cadencia. Solo se necesita un chip en la bicicleta que transmite los datos a una página abierta al público. Los datos sirven para controlar que ningún ciclista tenga de repente un número sobrehumano que despierte sospechas. Pero también sirven para que los ciclistas se conozcan a sí mismos para mejorar poco a poco los números que aparecen en las pantallas de sus técnicos.

    Y también sirven para predecir.

    En el momento de atacar el Colle delle Finestre, Chris Froome logró 397 watts de potencia. Y sus rivales, como Tom Doumolin, no pasaron nunca de 395. No había datos del Supermán López, que hacía parte del grupo de perseguidores. Pero los tiempos de diferencia, que eran cada vez mayores, lo decían todo.

    Esos dos watts adicionales que Chris Froome logró imprimir en las subidas, junto con las bajadas casi suicidas del Finestre y del Sestriere y la capacidad de mantener una cadencia de 95 revoluciones por minuto durante casi toda la subida final a Bardonecchia, fueron las claves para que se ganara su primer Giro de Italia.

    A las cinco de la tarde cientos de personas estábamos aglomerados en la línea de meta en Bardonecchia. El paisaje de los Alpes despejados era imponente, pero todos mirábamos las pantallas gigantes que transmitían en vivo lo que sucedía unos cuantos kilómetros más abajo. El sol calentaba el ambiente, de vez en cuando una ráfaga de viento era capaz de golpearnos hasta los huesos. ¿Cómo las sentirían los ciclistas? Pero a los pocos instantes esas ráfagas quedaban en el olvido porque un dj ambientaba la carrera con música electrónica y después dos narradores contaban lo que sucedía en las pantallas, primero en italiano y luego en inglés.

    Los helicópteros que seguían el Giro se empezaban a escuchar a lo lejos y los narradores sabían que se estaba haciendo historia, que Froome había pedaleado solo por casi dos horas y que había atravesado sin gregarios los caminos de herradura del Colle delle Finestre y del Sestriere, donde la nieve al borde de la carretera es más alta que las bicicletas. Sabian que estaba haciendo historia, que se iba a ganar el Giro –la última vuelta grande que le faltaba– y que eso lo ponía al nivel de Fausto Coppi, de Merckx, de Induráin, de todos los grandes escaladores de la historia.

    –¡Chris Froome é rapidissimo. Chris Froome ha comandato tutta la etapa. Chris Froome! ¡Último chilómetro!

    Entonces el dj aceleró el ritmo de los beats hasta que llegó Froome: acababa de pedalear siete kilómetros en subida y, como si no estuviera cansado, se puso en sincronía con la música y se paró de la bicicleta para recorrer los últimos cincuenta metros en un sprint. Cuando llegó a la meta, levantó primero un brazo y después los dos al mismo tiempo para salir bien en los videos de Instagram, en las páginas web y en las fotos de los periódicos.

    “Necesitaba hacer algo realmente especial para deshacerme de Simon [Yates] y alejarme de Doumolin”, dijo luego en la rueda de prensa. “No iba a pasar de cuarto a primero en la general solo en la última subida, necesitaba hacerlo desde lejos y el Colle delle Finestre era el lugar perfecto para hacerlo. El camino de gravilla me recordó de cuando montaba bicicleta en África; yo me sentí bien y pensé: ‘Es ahora o nunca’”.
     
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    Cuanta cultura ciclista en este hilo!!
     
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    Este hilo es de agradecer, por toda la información cultural de ciclismo que nos aporta, pero a veces agradecía post más cortos... hay momentos que me bailan las letras.

    Saludos y no os toméis a mal mi comentario, el hilo es estupendo y los que colaboran en el unos maestros del saber ciclista.
     
  7. labeaga

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    La verdad que esta última aportación es un"poco" extensa y he estado dudando si hacerla en una entrega o en dos o tres pero al final como este finde nos vamos para la Larra he decidido hacerla toda junta.

    Para próximas entregas lo tendre en cuenta.

    Un saludo
     
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  8. labeaga

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    Hassenforder: el campeón mundial de la noche
    El carismático francés fue profeta en su tierra, dos veces ganador de etapa en Colmar, a 37 kilómetros de su Sausheim natal y apenas a 11 km de Kaysersberg.
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    Roger Hassenforder fue profeta en su tierra, dos veces ganador de etapa (1955 y 1957) en Colmar, a 37 kilómetros de su Sausheim natal y apenas a 11 km de Kaysersberg, un pueblo con encanto votado por los franceses como su preferido en 2017, donde el carismático exciclista inauguró un restaurante con su nombre. La etapa del Tour de Francia pasará este miércoles por allí.

    Hassenforder fue un ciclista que rebosaba calidad, que ganó ocho etapas y vistió cuatro días el maillot amarillo en sus ocho participaciones en el Tour. "La clase en estado puro", dijo sobre él Félix Levitán, el patrón de la ronda francesa. "Un Bobet en cada pierna", en palabras del ilustre periodista Pierre Chany.

    Leyendas. Pero más allá de sus resultados y de una clase que no llegó a exprimir del todo, Hassenforder fue un corredor carismático, extravagante, bromista, juerguista… Los periodistas de la época le definieron como el campeón del mundo de las 'boîtes de nuit', de los clubes nocturnos.

    Hassen coleccionó múltiples anécdotas y leyendas. Contaba, por ejemplo, que robó siete pistolas a la Wehrmacht durante la Ocupación, que enterró en un cementerio. O que su recolecta como cazador ascendía a 1.657 jabalíes. O sus temerarios juegos a la ruleta rusa, que una vez le reventaron una mano. O aquella vez que le pegó con la bomba a su director Magne. "Habla tanto como pedalea", decía Levitán.

    Su aterrizaje en el ciclismo estuvo a la altura del personaje que sería después. El alsaciano viajaba en tranvía de Sausheim a Mulhouse, donde trabajaba como pintor, cuando se mofó de una carrera que se celebraba en la Plaza 14 de Julio. "Bocazas, sólo tienes que intentarlo", le replicaron. Y Roger tomó la palabra. En la primera curva sufrió una caída y se rompió la boca. Pero volvió a probar y probar, y en cada intento se sintió mejor. "Tengo un don", pensó. Y aquel mismo día se hizo ciclista.
     
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  9. labeaga

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    Manzaneque despertó a las bellas durmientes
    Un ataque del manchego hizo reaccionar a Anquetil en la séptima jornada de 1961. Llegó a ser líder virtual y se puso segundo en la general, además de ganarse el Premio de la Combatividad.
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    El Tour de Francia ya celebró una etapa con salida en Belfort y meta en Chalon Saône. Fue en la séptima jornada de 1961, en un recorrido que, como hoy, superó los 200 kilómetros, y se impregnó de un inesperado protagonismo español en la figura de Fernando Manzaneque, natural de Campo de Criptana, el mismo pueblo de Sara Montiel.

    En el kilómetro 48 se produjo una serie de ataques que acabaría formando un grupo de 15 unidades. Manzaneque fue de los últimos que se subió al vagón. Entre los aventureros había tres franceses, Groussard, Stablinski y Cazala, que no relevaron por lealtad al líder, Jacques Anquetil. El español sí tiró, y mucho, aunque viendo la actitud de los tricolores, no siempre lo hizo a tope. Aquellos titubeos le privaron, quizá, de haberse enfundado el maillot amarillo.

    Las alarmas sonaron para Anquetil en el avituallamiento de Auxonne, en el km 158, cuando los cronómetros marcaron 13:36 minutos a favor de la fuga. Manzaneque, que había partido a 11:09, era el líder virtual. Anquetil tuvo que tirar en primera persona, junto a otros compañeros, para neutralizar parte de esa desventaja, que quedó en 6:33. El manchego, eso sí, ascendió a la segunda plaza de general, a 4:37. Además recibió el Premio de la Combatividad, que tenía una aportación de 10.000 pesetas.

    Los periódicos españoles calificaron aquel salto como “gran hazaña”. Y dentro del propio Tour también fue muy celebrado, porque se esperaban, como finalmente ocurrió, que la edición pudiera convertirse en un paseo del gran Jacques. “Manzaneque ha salvado el Tour, ha despertado a las bellas durmientes”, dijo en la meta uno de sus dirigentes, Jean Garnault.
    Manzaneque volvería a ser líder virtual del Tour en otra ocasión más sonada. En 1967 fue lanzado por delante para servir de puente a Julio Jiménez, que aspiraba al triunfo final. Cuando el seleccionador José Serra le pidió que esperara, el manchego respondió: “Leches”.
     
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  10. labeaga

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    La victoria de Aurelio González y la polémica con San Miguel
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    Aurelio ganó una etapa y la Montaña, España se impuso por equipos, Gandarias emergió como revelación… Y San Miguel soñó con ganar el Tour.


    Aurelio González (Trucíos, Vizcaya, 26 de julio de 1940) sobresalió como escalador desde la categoría de aficionados, en la que ya se proclamó campeón de España de Montaña en 1961. Entre sus éxitos destaca, precisamente, haber ganado el Gran Premio de la Montaña en el Giro de 1967 y en el Tour de 1968.

    Pero no fue en un recorrido montañoso en el conquistó su única victoria en el Tour, sino en una jornada llana, más apta para rodadores. El equipo de España había lanzado varias ofensivas aquel 3 de julio, pero fue Aurelio quien, con un ataque a 14 kilómetros, venció en el velódromo de Lorient, la misma localidad que lanza la etapa de hoy.

    No fue el único logro nacional en aquella edición, en la que el mismo Aurelio ganó la Montaña, España se impuso por equipos, Andrés Gandarias emergió como revelación… Y Gregorio San Miguel soñó con ganar el Tour, después de enfundarse el maillot amarillo a cinco días del final. No era una situación habitual. Sólo tres españoles habían conseguido antes liderar el Tour: Poblet, Bahamontes y Errandonea.

    El sueño de San Miguel, que se esfumó con polémica, sólo duró un día. “No sé cómo se le ocurrió atacar en ese momento. Ese chico a veces no sabe lo que hace”, dijo en la meta sobre Gandarias. San Miguel se había quedado en el descenso de La Colombiere, pero cuando había logrado enlazar con Ferdinand Bracke en el Cordón, con la ayuda de Elorza, Julio Jiménez y Echevarría, otros dos compañeros lanzaron sendos ataques. Primero, Gandarias. Y después, el propio Aurelio, que todavía luchaba con Bitossi por la Montaña. “Gandarias no se dio cuenta del esfuerzo que había hecho San Miguel. Y Aurelio atacó a destiempo”, aceptó el director, Dalmacio Langarica. Tiempo después, Aurelio discrepaba: “Sólo San Miguel tuvo la culpa. No quiso arriesgar bajando, le costó mucho cazar y después se desfondó”.
     
  11. labeaga

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    Alex Zülle perdió las gafas entre algas y mejillones

    Zülle perdió sus lentes y 4 minutos en una caída en 1999 y propició el primer triunfo de Armstrong



    "¿Qué buscarán: mejillones o las gafas de Zülle?". La pregunta del paseante, surrealista aparentemente, no dejaba de tener su pertinencia en aquel paraje. Un camino de asfalto de apenas cuatro kilómetros y medio que une el continente con la isla de Noirmoutier, en la costa atlántica francesa. Un camino invisible cuando la marea está alta, un camino que se abre en el mar cuando baja la marea, una llanura en la que los lugareños recogen habitualmente animales con concha, pero que estos días de asedio del Tour se ha convertido prácticamente en yacimiento arqueológico para los mitómanos del ciclismo, un lugar llamado paso del Gois. Prehistoria ciclista -aquí empezó a ganar Lance Armstrong su primer Tour- a tres kilómetros del puente en el que ayer el tejano empezó a ganar el séptimo.

    El Tour lleva a la gloria a quien sube sin oxígeno por cuestas inhumanas, al que pedalada tras pedalada llega a tocar el cielo, al que metiendo codos alcanza el primero la meta con un golpe de riñón imponiéndose al sprint y al que se vuelve loco, se escapa y, en contra de cualquier lógica, llega antes que nadie, pedaleando en solitario. Pero en el Tour hay recuerdos que hablan de caídas. Y, cuando el ciclista cae, crujen los huesos, corre la sangre, acecha la muerte.

    La fractura de cráneo que Casartelli sufrió al golpearse contra un mojón en la bajada del Portet d'Aspet mató a la persona, pero dio vida a la leyenda, a su leyenda. En 1960, Rivière se partió la columna en dos bajando el col del Perjuret, en el macizo central; Ocaña se dejó el hombro y un Tour en el de la Menté, en los Pirineos, en 1973, y Beloki algo más que la cadera, hace sólo dos años, cuando conducía a Armstrong en un descenso con el que buscaba subir peldaños en el podio de los Campos Elíseos. La bajada fue tan rápida que le mandó en avión a un hospital de Vitoria.

    Pero la carretera no sólo rompe huesos y las ilusiones de los corredores con caídas en el descenso de las grandes cimas. No hace tanto tiempo, en 1999, Zülle perdió sus gafas y las posibilidades de ganar el Tour entre fango, algas, ostras y caracolas. Fue en el passage du Gois. Un paso de 4,5 kilómetros construido en el siglo XVIII sobre nueve balizas y que hasta 1971, cuando se construyó el nuevo puente, fue el único camino a la isla.

    La imagen era dantesca al final de aquella etapa entre Montaigu y Challans: sobre el miope suizo cayeron a decenas los ciclistas; otros lo hicieron sobre las rocas eternamente húmedas; los más afortunados rodaron sobre el barro que deja la marea al bajar y bordea el camino mojado, cubierto de algas. Dicen que Zülle se cayó porque sabía que allí era fácil caerse y se puso nervioso. Otros sostienen que se le empañaron las gafas por efecto de la humedad.

    Tan cierto es que para los muchos turistas que acuden cada verano a la isla (11.000 habitantes en invierno, más de 150.000 en verano), resulta inolvidable el paseo por el paso del Gois como que tampoco Zülle olvidará nunca ese brazo de piedra sobre el océano Atlántico. Aquella caída le costó cuatro minutos; Armstrong le sacó apenas 5m 5s al llegar a París.

    No, Zülle no lo olvidará. Pero hay quien sigue buscando sus gafas cada vez que, cuando baja la marea, cruza por el paso del Gois.
     
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  12. jotabr

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    Muy buena anecdota
     
  13. labeaga

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    El día que Denis Menchov fue príncipe de Guadarrama
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    La Faisanera es un plácido lugar verde, suave y sutil que discurre por la falda segoviana de la Sierra de Guadarrama. Un sitio, como cualquier otro por Palazuelos de Eresma, para ver la cara norte de la sierra. Uno de estos días de frágil primavera aún nevada, blanca, pero con ganas de romper el sigilo del frío, y sacar lo que la naturaleza lleva meses guardando.

    Desde la Faisanera, una mañana de sábado de septiembre, en los albores del verano, las primeras luces del inminente otoño, el pelotón de la Vuelta a España se dispuso tomar la salida.

    Era la Vuelta a España de 2012, una carrera loca, que enloqueció con la rivalidad a tres de Purito, Contador y Valverde. Una historia de final incierto y desenlace caótico. Fue la Vuelta de Fuente Dé, sin duda, la del vuelco inesperado, la del ataque desesperado, pero efectivo, de Alberto Contador.

    La Vuelta que alimentó la leyenda del ciclista de Pinto.



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    Con esa resaca cántabra, tres días después, la carrera entremezclaba lo mejor de su pasado con las pinceladas del presente.

    Un final de escándalo, escandaloso, una referencia en la búsqueda de nuevas cimas que atrajeran público y treparan por entre los titulares. La Bola del Mundo, Navacerrada y más allá, esperaba al pelotón, en una serpiente de hormigón que subía montaña arriba, a los 2.300 metros por entre inasumibles rampas.

    Pero antes, la tradición, Guadarrama en esencia, homenajeando a los clásicos de los ochenta y los noventa, cuando la etapa de la sierra de Madrid, por las dos vertientes de Guadarrama, convertía el epílogo en una fiesta de ciclismo.

    Antes los colosos de siempre de Guadarrama. De tal suerte, Navafría era la antesala del encadenado de Canencia, Morcuera y Cotos, el tridente de Guadarrama que muchos del lugar se sabían, y saben, de carrerilla, como esas alineaciones de fútbol de los sesenta.

    La sierra de Guadarrama en verano, remojada por las primeras aguas, rejuvenecida por los primeros fríos de madrugada, era otra vez el escenario final de la Vuelta a España, como las Vueltas de abril y mayo.

    Y las leyendas del lugar pusieron las cosas en su sitio.

    Porque cualquiera no gana en Guadarrama, cualquiera no forma parte del corte bueno y cuando éste se provoca, nombres ilustres pueblan la escapada, tan ilustres como Juanjo Cobo, Simon Clarke, Dani Navarro, David de la Fuente, Richie Porte y Denis Menchov.

    Ganadores de Vuelta, ganadores de etapas en las grandes, gente de peso y prestigio para respetar las tradiciones de una sierra de Guadarrama, como siempre para la ocasión, atestada de gente por doquier.

    Una escapada que arrancó antes de los 1.500 metros de Canencia y se hizo fuerte en las pendientes de Morcuera, tan fuerte que ocho minutos dejaban atrás los favoritos, centrados en el final por si el líder, Alberto Contador, demostraba debilidad.

    En Cotos, con la noticia del abandono de Tony Martin, la carrera entraba en fase roja. El grupo delantero perdía unidades y afrontaba con 17 ciclistas las dos subidas finales, la convencional de Navacerrada, y una vez llegado a la cima de siempre, el giro hacia el cielo, hacia la Bola del Mundo.

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    Cansancio extremo, tres semanas de competición que partieron de Pamplona e hicieron alto en casi todos los grandes puertos del norte de la península, hacían mella.

    Jornada para grandes, de tal manera que se destacaban Denis Menchov y Richie Porte, para que el ruso acabara volando sólo por los pavimentos de cemento que llevan a la Bola del Mundo.

    No era un cualquiera quien ganaba, Denis Menchov, príncipe de Guadarrama por un día, había hecho caza mayor en los cotos de la Vuelta, cuando vestía de dorado sus patrones, ganando dos generales, que se suman al Giro del centenario.

    El triunfo de Denis Menchov era el telón que abría el paso de los favoritos. Desde casi el inicio, Purito probó la tarea imposible de remontar el destrozo que Contador le propinó en Fuente Dé.

    El catalán descolgó rápido al madrileño, también a Alejandro Valverde, pero quedó ahí, en el tercer peldaño de una Vuelta que acariciaba, que tenía a tocar y que se torció. Una Vuelta a España que otra vez más tejió un capítulo de su leyenda en las entrañas de Guadarrama.
     
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  14. labeaga

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    Juan Antonio Flecha disparó el arco al corazón de su novia
    El español ganó en Toulouse en el Tour de 2003, con 25 años. El ciclista conocía la llegada por las visitas a su pareja, que estudiaba en esa ciudad.
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    El perseverante Juan Antonio Flecha ya había estado otras veces cerca de ganar en el Tour de Francia, pero nunca lograba rematar. Así que empezaron a caerle bromas relacionadas con su apellido: "A ver si afinas la puntería…", "a ver si tensas el arco…". Flecha nunca se rindió. Hasta que por fin logró tensar el arco el 17 de julio de 2003, en el Tour del Centenario, cuando celebró la victoria en la meta de Toulouse haciendo la figura del arquero.

    Más que lanzar una flecha, lo que lanzó fue un flechazo. Así se tituló precisamente aquella crónica en AS: ‘Flechazo’. Con un doble sentido. La entonces novia del ciclista español, Lourdes, vivía por aquellos tiempos en Toulouse, donde hacía prácticas de ingeniera en el Centro Nacional Francés de Técnicas Aeroespaciales. Como buen novio, Flecha se desplazaba con frecuencia a visitarla. Y aprovechaba aquellas incursiones para revisar el final de etapa del Tour. Se conocía el trazado al dedillo.

    Tantas veces visualizó el punto donde iba a atacar, que lo memorizaba con los ojos cerrados. La escapada estaba formada por ocho corredores, entre ellos también Isidro Nozal (3º) e Íñigo Cuesta (4º). En la entrada a Montauriol, Flecha arrancó en un repecho y sacó una ventaja de una quincena de segundos. "Ataqué en el único sitio donde se podían abrir diferencias", explicó luego. Suficiente para cruzar la meta en solitario, muy cerca del lugar donde trabajaba su novia, y para sacar el arco por tercera vez en su carrera para celebrar un triunfo. Ya lo había hecho en sendas etapas de la Vuelta a Aragón y la Bicicleta Vasca. Ahora lanzaba la flecha en el Tour de Francia. Tantas veces soñado.

    En la meta esperaba Lourdes, por supuesto, a la que besó con pasión sin importarle la marea de fotógrafos que le rodeaban en la zona. Luego, en la conferencia de prensa, Juato contó su secreto: "Según avanzaba a la llegada, sentí cómo mi corazón me iba acercando a ella". El Flechazo.
     
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  15. labeaga

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    Tour de Flandes: Stijn Devolder, la lección del buen flamenco
    El del Quick Step se anotó por segunda vez consecutiva el Tour de Flandes gracias a una arrancada en el muro de Kapelmuur


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    Ya lo dice Marc Sergeant, flamenco de nacimiento, con las raíces clavadas en la más recóndita tradición belga, que un flamenco, como lo es él, "deja toda su fuerza en un día". No piensa en los 364 jornadas restantes del largo año. No desvía sus proverbios al resto de kilómetros que le quedan por recorrer desde el azaroso y repleto mes de abril hasta el agonizar y lento oscurecer de la temporada, allá por el todavía lejano mes de octubre. Tampoco existen axiomas para el maestro Sergeant que quepan en mente, raciocinios de las clásicas que siguen al Tour de Flandes, porque es en ella, y solo en ella donde el buen flamenco despliega todo su potencial y esplendor. El ex corredor apunta además otra lección en la carrera del buen patriota belga. Es éste y no el resto quién tiene "una voluntad fuera de lo normal, que es un ciclista generoso". Universidad de la cultura ciclista. Una forma de vida. De sentimiento. Los mismos que desata el Tour de Flandes en todo buen belga. En un flamenco sobresaliente. Como Stijn Devolder. Matriculado de honor en la facultad del buen flamenco. De raza y corazón. Doble, como sus dos triunfos en 'De Ronde'. Pleno.


    Es Stijn Devolder un hombre impasible a los cambios. Inexpresivo casi. Imperturbable. Apenas le afectan las variaciones, las novedades de última hora. No le supuso un inconveniente la sorpresa del Koppenberg en 2008, cuando volvió a introducirse tras su ausencia en la anterior edición debido a su remodelación. Él, al contrario, es impertérrito. No cambia. Beato y fervoroso a su carrera. Sea con el recorrido que sea. Y con el clima que al cielo belga se le antoje. Él, como buen flamenco, deshoja sus piernas en cada uno de los dieciséis muros con los que cuentan los 261 infernales kilómetros del Tour de Flandes, sin dar cabida a la reflexión o la dosificación de fuerzas para las próximas grandes clásicas. Eterno. Pletórico e impávido ante el cielo que lo sostiene. Haga frío o calor. En 2008 las lluvias le empujaron hasta la línea de meta. Fácil para un ciclista gélido como él. Esta vez, las nubes no le escoltaron en su caminar hasta Ninove. Cosas del cambio climático. Ahora los adoquines de Flandes no tienen barro ni en el mes de abril. Ya no llueve. Se calienta la tierra. A Devolder no le importa. El sentimiento flamenco es más profundo que los cambios del planeta. Es inerte a todo lo demás. Bestia imperturbable.


    Brillaba el sol a lo largo del Kapelmuur cuando el centenar de aficionados abrían paso entre los adoquines a Sylvain Chavanel y Manuel Quinziato, fugados después de que el pelotón controlado por el Saxo Bank y el Columbia neutralizara los primeros intentos de Wim De Vocht, del Vacansoleil y Aleksandr Kuschynski. Solo hasta ese momento los corredores de Bjarne Riis y Bob Stapleton se hicieron presentes. Después se los tragaron las nubles. Invisibles durante el resto del recorrido. Como ellos. Cuando Chavanel se lanzó a la cabeza junto a Quinziato, el Quick Step comenzaba a poner en liza la disciplina del buen flamenco, encarnado a todas luces por un francés. Pronto, el pelotón se hizo añicos para dejar en cabeza a un reducido número de corredores, con Pozzato y Boonen marcándose mutuamente. De ello se aprovechó Devolder, que organizó la persecución junto a Serguei Ivanov, segunda espada del Katusha y sacrificado de honor para su líder. Con ellos, Tosatto demarraba las opciones que no pasaran por el lado de la escuadra de Patrick Lefevere. Aleccionamiento belga. Sobresaliente.


    Ataque de Devolder

    Plantados en el Kapelmuur, Devolder ya se había hecho con la rueda de Sylvain Chavanel después de un poderoso ataque que dejó a todos los perseguidores desfigurados. Con el ex campeón belga se marchó Van Hecke, infiltrado en la pelea de altos mandos. Juntos dieron caza a Quinziato y Chavanel y en el penúltimo de los muros, Devolder tiró de casta flamenca para lanzar en descomunal ataque, fruto de la enseñanza legendaria belga. Proverbial. A cada pedalada sumaba más segundos de ventaja que le hicieron pasar por el Bosberg, el último de los muros de Flandes, como si de un paseo triunfal se tratara. Perecía Quinziato suplicando a Chavanel compasión, por francés que era de nacimiento, para que pasara a sus relevos. Le tentó con una posible victoria en Flandes. Provocativa. Pero Chavanel ya tiene superada la facultad del buen belga. Flamenco, por supuesto. Él también dejó todas sus fuerzas en un solo día. Y fue generoso. Encarnó la figura que le han enseñado hace apenas unos meses, desde que forma parte del Quick Step de Wilfred Peters.


    El técnico fue el encargado de aportar el último aliento necesario a Devolder en los últimos kilómetros de la carrera. Sin viento, ni lluvia ni frío, se encomendó a sus piernas, poderosos muros, como los de Flandes, impenetrables. No miró al cielo ni un instante de los más de doscientos cincuenta kilómetros que suma el monumento ciclista. Solo alzó la mirada cuando ya arrimaba su rueda a la línea de meta. No lo hizo por él, flamenco de serie al que la lluvia o el calor inhumano no le afectan. Fue para Frederiek Nolf, su joven amigo y compañero de entrenamientos que fue encontrado muerto en su habitación de hotel cuando se encontraba disputando el Tour de Qatar. A él le brindó sus primeros pensamientos, sabiéndose ya ganador del Tour de Flandes por segundo año consecutivo. Igual que lo hizo Boonen en 2005 y 2006. Otro belga de raíz. Aleccionados en el buen saber flamenco.


     
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  16. labeaga

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    Os pongo otro artículo sobre Flecha (también conocido como Van der Flecha, algún día pondré la anecdota de por que ese apodo o si alguién se anima que la ponga), un ciclista que me encantaba.

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    Juan Antonio Flecha, un islote en un mar de piedras

    Juan Antonio Flecha ha sido el único español en toda la historia capaz de domar al pavé y lograr subirse al podio en las grandes Clásicas del adoquín. En 2005 alcanzó por primera vez el podio en Roubaix, donde lo pisaría hasta en tres ocasiones, mientras que solo lo logró una vez en Flandes.

    Las piedras siempre han sido un hábitat desconocido para el ciclista español, un ecosistema inhóspito en el que pocos se atrevían a probar fortuna. El adoquín siempre ha sido coto cerrado para centroeuropeos y los españoles apenas entraban en estas quinielas. La bandera española era un rara habis sobre el pavé hasta que Juan Antonio Flecha decidió cambiar la historia del ciclismo nacional para tratar de dejar su sello en las piedras flamencas y del norte de Francia.

    Juan Antonio Flecha fue un pionero por el hecho de especializarse en clásicas de pavé y por sus triunfos sobre esta superficie. Pese a todo, el primer español en pisar el podio de una carrera con tramos empedrados fue el mítico Miguel Poblet, que fue segundo en 1958 y tercero en 1960 en la París-Roubaix. Más tarde llegaría Óscar Freire, que vencería en tres ocasiones (desde 2005 hasta 2007) la Flecha Brabanzona y en 2008 haría lo propio en la Gent-Wevelgem.

    Estos dos casos han sido pequeños nódulos de clasicómanos en nuestro ciclismo, que tiene una cultura más de escaladores y corredores de grandes vueltas que de ciclista de pruebas de un solo día algo que, poco a poco, se vaequilibrando. Pese a todo, Flecha rompió la tónica y fue el primero que se atrevió a probar suerte una vez tras otra en el pavé, logrando ser una de las referencias en los últimos años. Hubo algunos otros como Pedro Horrillo que también manifestaron su amor por este tipo de pruebas pero, por desgracia, no lograron alcanzar el nivel del hispano-argentino.

    El amor de Flecha, o Van der Flecha como le conocen algunos, por el ciclismo comenzó en Argentina con siete años de edad, antes de mudarse a la ciudad barcelonesa de Sitges. En el país sudamericano vivía en una calle empedrada, momento en el que comenzó a fijarse en ese tipo de superficie. Con 11 años emigró a España y siguió profesando esta pasión por la bicicleta que le llevó a enrolarse en equipos catalanes llegando al Kaiku amateur y al Banesto de esta categoría.

    En el año 2000 daría su salto al profesionalismo con el equipo Relax-Fuenlabrada con el que tuvo la ocasión de debutar en una gran carrera, la Vuelta a España de ese mismo año. Dos años más tarde daría su salto al equipo Banesto con el que disputaría su primera gran clásica de pavé, el Tour de Flandes, donde dejó un buen sabor de boca finalizando en 43ª posición. Aun así, le quedó el sabor agridulce de no haber tenido la oportunidad de correr la París-Roubaix.

    Un año más tarde comenzaría a probar las mieles del triunfo en el ciclismo, ya que se impuso en la duodécima etapa del Tour de Francia, con final en Toulouse, ciudad en la que trabajaba su novia, por lo que la victoria fue doblemente especial. Meses antes había cumplido otro sueño, debutar en Roubaix con un 25º puesto, la peor posición en el Infierno del Norte en toda su carrera, y después de haberlo hecho en laGent-Wevelgem y haber mejorado su puesto en Flandes respecto al año anterior.

    Futuro en el extranjero
    El año 2004 supuso un cambio para él ya que, en un equipo español como el Banesto, no le daban la importancia suficiente a este tipo de clásicas y firmó por el Fassa Bortolo. El Flecha que se vio en el equipo italiano parecía otro sobre el pavé y comenzaba a meter miedo, a dar pequeños avisos de que su techo era muy alto. Logró ser duodécimo en Flandes, séptimo en la Gent-Wevelgem, misma posición que su debut en Kuurne y décimotercero en Roubaix.

    El golpe de efecto lo daría un año más tarde, aunque su época de pavé no comenzó excesivamente bien. Debutó en los Tres Días de Le Panne con un discreto resultado y después repitió la duodécima plaza en Flandes. Flecha dio un puñetazo sobre la mesa en laGent-Wevelgem, donde fue segundo y especialmente en Roubaix, donde fue tercero y ocasionó que un español pisara el podio en el velódromo de la ciudad francesa 45 años después.

    Su tremenda habilidad sobre el adoquín llamó la atención del Rabobank, que le fichó en 2006 y donde permaneció cuatro temporadas. La primera temporada con los holandeses fue buena y debutó en la E3 Prijs (18º) y la Flecha Brabanzona (4º). Además, repitió el duodécimo puesto en Flandes y fue cuarto en Roubaix después de una discreta actuación en la Gent-Wevelgem. Roubaix y Flecha hacían un buen tándem, pero el hispano-argentino no acababa de cogerle el "tranquillo" a Flandes. En 2007 realizó una discreta temporada en pavé hasta llegar a Roubaix, donde logró su mejor resultado, un segundo puesto, misma plaza que ocupó en la apertura del adoquín, el Omloop, donde debutó en este año.

    Por fin en 2008 Flecha logró el tan ansiado objetivo del podio en Flandes, donde fue tercero, mismo puesto que logró en la Flecha Brabanzona. En Roubaix abandonó el top-5 después de tres años seguidos logrando alcanzarlo y solo pudo ser 12º, una posición muy meritoria para un ciclista español por todo lo que se había visto a lo largo de la historia, pero que dejaba un sabor agridulce al hispano-argentino. Su último año en Rabobank no fue muy productivo en cuanto a clásicas de pavé se refiere. Lo mejor fue el tercer puesto en el Omloop y el sexto de Roubaix, carrera con la que ya había creado un vínculo muy especial.

    El pilar de la primavera del Sky
    A finales de ese año 2009 firmó por un nuevo equipo, el Sky, que quería la veteranía de Flecha y su buen hacer en el empedrado para comenzar de la mejor forma posible su andadura en el ciclismo profesional. Esta fue tal vez la mejor temporada del hispano-argentino sobre el adoquín. Comenzó la época del pavé de la mejor forma posible, logrando el triunfo en el Omloop, con lo que se convertía en el segundo español en vencer una prueba con tramos adoquinados, después de que Freire lograse vencer la Flecha Brabanzona (2005, 2006 y 2007) y la Gent-Wevelgem (2008). Además, logró fue tercero en la E3 Prijs y lograría el 'hat-trick' de podios en Roubaix con otra tercera plaza.

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    El Sky tenía la sensación de que había acertado con el fichaje de Van der Flecha, ya que el hispano-argentino cumplió con todas las expectativas del conjunto británico. En 2011volvió al podio del Omloop, esta vez como segundo clasificado y fue noveno en Roubaix, mientras que en 2012 repitió en el podio de esta primera carrera, siendo tercero, y rozó los puestos de honor en el Infierno del Norte con una cuarta plaza.

    En 2013, para cerrar su carrera, decidió volver a un equipo holandés, en esta ocasión elVacansoleil, donde trataría de finiquitar su trayectoria deportiva con otro podio sobre el pavé. No pudo ser así y Flecha logró un quinto puesto en la Gent-Wevelgem y una octava posición en Roubaix. El 15 de octubre de 2013 en la quinta y última etapa del Tour de Beijing, Juan Antonio Flecha ponía fin a su carrera después de dejar un legado impagable al ciclismo español: el de ser el primer gran clasicómano sobre pavé procedente de este país algo que, seguramente, anime a jóvenes ciclistas que se están iniciando en este deporte a tener como objetivo ganar Flandes y Roubaix y no el Tour y la Vuelta, como desean la gran mayoría.
     
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  17. jotabr

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    Muy buena la historia, no sabia que Flecha habia nacido en Argentina. ( por cierto dicen que es muy muy "friki" de las bicis y cosillas exclusivas, no se si será verdad )
     
  18. labeaga

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    Marc Gomez, nuevo líder de la Vuelta a España (año 1986)

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    Una escapada de 152 kilómetros en solitario, que proporcionó al ciclista francés Marc Gómez, enrolado en el equipo español Reynolds, una ventaja de 2.33 minutos y ser líder en todas las clasificaciones, fue la confirmación de que la Vuelta a España, en esta edición, se presenta disputada como nunca. En la primera etapa, con salida y llegada en Palma de Mallorca, este ex gregario de su compatriota Bernard Hinault llegó a tener más de 10 minutos de ventaja sobre el pelotón. Laurent Fignon, restablecido plenamente de la fractura de clavícula que sufrió durante los pasados Seis Días de Madrid, y su equipo tuvieron que luchar de firme para, al final, reducirla al menos. Gómez se convierte ahora en un líder presumiblemente eventual, ya que se prevé que no pueda resistir en su privilegiada posición cuando lleguen las etapas montañosas.

    La batalla en la Vuelta ya ha comenzado. No ha habido que esperar a la montaña ni tampoco a las etapas llanas, en las que el viento abre brechas importantes en el pelotón, para que el interés en la Vuelta sea importante ya desde la primera etapa. Marc Gómez sólo permitió al resto de los corredores una hora de tranquilidad. Ayer se escapó en el kilómetro 38, poco antes de la meta volante de Manacor, y el pelotón consintió su fuga. José Manuel Echevarri, su director de equipo, también. Nadie preveía aún lo que Gómez estaba dispuesto a hacer.Juárez y los belgas Verplancke y Wauters establecieron una cabeza de puente entre: el escapado y el pelotón. Duró lo justo. Desde el ascenso al alto de Tomir quedaron neutralizados. La ventaja de Gómez era, por entonces, cercana a los nueve minutos, con 132 kilómetros ya de carrera.

    Echevarri había advertido a su corredor que las fuerzas podían fallarle cuando, poco antes, había gozado de la máxima ventaja, 10.24 minutos: "Ten cuidado; ahora es cuando va a reaccionar el pelotón y todavía, tienes por delante lo más difícil, toboganes, una carretera abierta donde va a pegar el viento y la subida al puerto". Pero Gómez quería intentarlo.

    Hoy o nunca

    Era hoy o nunca, ya que el pelotón no tenía por qué tomarse en serio una escapada tan larga nada más comenzar la Vuelta.

    Gómez subió al Tomir con más ánimos que fuerza porque todo lo que tiene de rodador lo echa de menos como escalador. Fueron siete kilómetros de ascensión con un pelotón, tras él, que se estiraba y comenzaba a perder unidades. En el descenso, con curvas, contracurvas de 180 grados, se la jugó. Ya era líder de la montaña, de las metas volantes, de los sprints especiales y de la combinada. Sólo le faltaba ser el de la clasificación general. Por entonces ya lo era, puesto que en el prólogo del martes sólo perdió 20 segundos, pero aún quedaban 40 kilómetros, en los que el pelotón tendría que despertar. Cuando lo hiciera, las diferencias se habrían de reducir. Sólo que él no sabía cuánto.

    Gómez pidió ayuda al coche auxiliar. Quería ganar, pero le faltaban ánimos. Sería un líder de circunstancias durante algunos días, pero no por ello iba a desfallecer ante el éxito. Él ya había sido grande años atrás, como cuando ganó la Milán-San Remo. El, un gregario de lujo con Hinault en La Vie Claire, iba a tener el apoyo de sus jefes, Ángel Arroyo y Julián Gorospe, para mentener al Reynolds arriba.

    Faltaban 21 kilómetros para la meta y Fignon, que ya había estado en punta del pelotón durante la subida al puerto, ordenó atacar al escapado. Puso a su equipo a 60 kilómetros por hora. Gómez alcanzaba con dificultad los 50. Los minutos se redujeron por momentos vertiginosamente. Pero era tarde.

    Gómez ya tiene el apoyo incondicional de todos sus compañeros del Reynolds para llevarle con esa diferencia al menos hasta los Picos de Europa. Y el pelotón, por su parte, ya no está dispuesto a permitirse alegrías como las de ayer, que en una etapa de transición pusieron a corredores fuera de combate.

    El francés Alain Bondue, por ejemplo, cuarto hasta ayer en la clasificación general, entró a 16 minutos de diferencia. La subida al alto desperdigó al pelotón de tal manera que en la dificil bajada lo más que pudieron hacer los ciclistas fue agruparse en dos bandos.

    Todos los favoritos entraron en el paquete bueno, por lo que las diferencias entre los que todavía son favoritos para ganar la Vuelta no van más allá de los 15 segundos. Pedro Delgado, Pello Ruíz Cabestany, Sean Kelly y Laurent Fignon, en efecto, aún mantienen intactas sus posibilidades. La lucha entre sus equipos no fue ayer grande. Sólo se vio al Pegaso-Systeme U, de Fignon, porque alguien tenía que tomar la iniciativa de acortar distancias con el fugado y ése era el del primer líder del prólogo, Thierry Marie. Los demás equipos consideraron que no compensaba enviar a sus hombres a una labor de desgaste.
     
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  19. labeaga

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    López Cerrón, cazado al final de su larga escapada

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    Las exigencias de los corredores extranjeros, especialmente del equipo italiano del campeón del mundo, Guisseppe Saronni, que confirmó haber venido a la Vuelta sólo como rodaje para el Giro, unido al hecho evidente de unas condiciones climatológicas adversas en la primera parte del recorrido, estropearon por completo la etapa de ayer entre Viella y Sabiñánigo. La organización no supo oponerse al plante iniciado por los italianos, Y secundado por unanimidad, ciertamente, por el resto de corredores, y así de una neutralización oficial prevista en el túnel de Viella de cinco kilómetros, se pasó a 84. La polémica también volvió al final con el triunfo al sprint de Suárez Cuevas, protestado por Juan Fernández, segundo clasificado. La figura del día fue López Cerrón, cazado justo en el último kilómetro, tras haber rodado toda la etapa en solitario.

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    Los 221 kilómetros de recorrido de esta séptima etapa quedaron reducidos a 137. La salida en Les ya se produjo bajo una fuerte lluvia y un frío intenso, circunstancias que se ampliaron aún más a la llegada al túnel de Viella (kilómetro 26), donde se iba a producir la neutralización oficial de cinco kilómetros. Al alto, de segunda categoría, había llegado ya el Zor, López Cerrón, con una ventaja de cuatro minutos y cincuenta segundos sobre el pelotón. Fue en este momento cuando comenzó el movimiento de plante de los corredores del equipo de Saronni, para quien la Vuelta es sólo una especie de conejillo de indias de cara al Giro. La actitud de los italianos fue secundada rápidamente por los franceses del equipo de Hinault, y ratificada por el resto de corredores.El plante de los ciclistas tomó cuerpo sobre la base de la fuerte ventisca que se producía en esos momentos, y por las dificultades del descenso, con nieve, del túnel de Viella. Los organizadores, sin embargo, dieron la salida a López Cerrón, pero no pudieron hacerlo con el resto del paquete, que mantuvo su posición de plante. Charlas, contactos, y en último término se decidió neutralizar nuevamente la carrera hasta el kilómetro 52, en Vilaller, pero tampoco hubo forma y, finalmente, no fue hasta el kilómetro 105, en Campo, donde se produciría otra vez la salida oficial, tras 84 kilómetros con los trasladados en coches.

    La polémica se desató desde ese momento, con opiniones y criterios dispares. La mayoría mantenía la tesis de que no había motivos para esta amplia neutralización, tal como afirmó el ex corredor Miguel María Lasa. Obviamente organizadores y ciclistas mantenían tesis contrarias. Así, Juan Crespo, director de carrera, echaba balones fuera al señalar que "bueno, sí, ha habido un pequeño plante de corredores, que parte como siempre de un grupito, y que luego es muy dificil de parar por la organización, porque todos se han puesto de acuerdo. De todas formas, no es tan grave el haber transigido. Con este tiempo malísimo podían haberse producido bronquitis en muchos corredores, y se ha optado por una política de buena voluntad". Los miembros del jurado técnico sostenían su posición sobre la base de cuestiones de humanidad. Y los corredores hicieron llegar también sus opiniones favorables a la neutralización.

    Así, Chozas manifestó que "la idea partió de los italianos, del equipo de Saronni, pero todos mostramos luego nuestra unanimidad".

    Lo cierto es que la organización no quiso arriesgarse a una protesta mucho más fuerte de los corredores, y así desde ese kilómetro 105 se dio la salida oficial nuevamente, primero a López Cerrón, y casi cinco minutos después al resto del paquete. La ventaja del corredor del Zor llegó a ser de hasta nueve minutos por la meta volante de Boltaña (kilómetro 143) tras haber pasado en primer lugar por el Collado de la Forarada (kilómetro 114), de tercera categoría. Por la cima del alto de Sarrable (kilómetro 159), de segunda categoría, su ventaja ya había disminuido a cinco minutos y medio. Pese al magnífico control que ejerció sobre el resto de equipos el Zor, no se pudo evitar que el bravisimo corredor López Cerrón fuera alcanzado poco después de traspasar la señal del último kilómetro, ya en Sabiñánigo.

    En el sprint volvió a saltar la polémica. Se impuso Suárez Cuevas, del Hueso, sobre Juan Fernández, del Zor, pero éste protestó por considerar que "Suárez Cuevas cometió una irregularidad al lanzarse sobre la izquierda cuando vio que podía rebasarle. Tuve que frenar para no irme al suelo". El vencedor se defendió asegurando que "yo venía por el centro, y la carretera era muy ancha y sin problemas para que se me hubiese rebasado".

    El director del Zor, Javier Mínguez, pidió a los comisarios que presenciaran el video, y tras hacerlo se decidió mantener las posiciones de llegada. Y en medio de esta polémica quedó López Cerrón, que llegó a la meta llorando amargamente al no haber podido culminar su magnífica carrera individual durante toda la etapa.
     
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  20. labeaga

    labeaga Miembro Reconocido

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    Vandenbroucke era particular. A mí, ni me hablaba
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    El 24 de septiembre de 1999 el genial Frank Vandenbroucke ganó la etapa de la Vuelta a España en Ávila.

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    Mikel Zarrabeitia recuerda el día en que el ciclista belga le birló, a todo trapo, una etapa de la Vuelta ciclista a España en los adoquines de la rampa de las murallas de Ávila

    "Oí jaleo por detrás. Tenía claro que alguien arrancaría tarde o temprano y hubiera apostado por Vandenbroucke porqué andaba muy fuerte. Me alcanzó. Era él. Se medio paró, me miró, bajó piñones y adiós. Me levantó todas las pegatinas de la bici". Su siguiente contacto ya fue en meta, con la felicitación del vasco al belga. Así recuerda Mikel Zarrabeitia la subida de adoquines de Ávila. La rampa donde terminaba la vigésima etapa de la Vuelta ciclista a España del 99. El día de la exhibición de Frank Vandenbroucke en Navalmoral. El 24 de septiembre en que el belga dinamitó la etapa, hizo añicos a sus rivales en un puerto de media montaña y casi los esperó para lucirse en la rampa final. A lo campeón.

    Con su pelo teñido, con sus gafas, "con su mirada desafiante", espeta Zarrabeitia, que también lució durante años una de las melenas más envidiadas del pelotón. Esa etapa pasó a la historia para él como otro segundo puesto en su carrera. Y terminó retirándose sin ninguna victoria en una de las tres grandes. "La verdad es que estoy contento con mi carrera, hice lo que pude, pero sí que me quedó la espina clavada por no poder conseguir ninguna etapa en la Vuelta, el Giro o el Tour".

    En la ronda española, donde cosechó sus mejores actuaciones, sus logros fueron el segundo puesto de la general en el 94 (tras Rominger) y poder vestirse de oro en una etapa del 2002 (en esa época, el mallot de líder era de ese... color). La etapa de Ávila del 99 no la cuenta entre una de sus decepciones. "Estaba muy claro que Vandenbroucke era el más fuerte. Andaba a todo trapo. Se le veía cada día. Yo incluso creo que mejor que Ullrich". El alemán se proclamó campeón en Madrid al cabo de dos días, pero el belga ya había escrito una página de oro en la historia del ciclismo mundial. "No tenía ninguna duda de que era el gran favorito en Ávila, ¡incluso me hubiera jugado mi propio dinero por él! Iba fenómeno y nadie podía hacerle sombra". Mil novecientos noventa y nueve fue su año. No hay duda. El de la consagración con una Lieja-Bastogne-Lieja, un podio en Roubaix, dos etapas en la última semana de la Vuelta y un séptimo puesto en el Mundial de Verona sin poder levantarse de la bici por una lesión en la muñeca. Caviar al alcance de muy pocos.

    Para Zarrabeitia "se trataba de un talento de esos puros, que a la vez convive con un carácter muy particular. No era un tío fácil, un compañero de esos con los que te cruzas desayunando o en carrera y haces broma". Para nada. Vandenbrocuke comía a parte: "recuerdo que a nosotros, los que no éramos belgas o de su equipo, ni nos hablaba". Un genio, cuyas gestas se pueden recuperar porqué tristamente él ya no las puede contar. Rescaten la etapa de Ávila del 99. Ahora mismo. Merece la pena. Así recordaran también al malogrado Pedro González. Y verán a Vandenbroucke el día en que se exhibió sobre los adoquines de la rampa de las murallas. Dejando clavado a Zarrabeitia. Desafiándolo con la mirada y celebrando la etapa, en plan sobrado, a 1 km de meta.

     
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