Epica ciclista..Historias de un deporte

Tema en 'General' iniciado por labeaga, 19 Ene 2019.

  1. labeaga

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    Vicente Trueba, el primer ganador de la montaña
    El Tour creó el premio para honrar las hazañas del extraordinario escalador de Torrelavega



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    Vicente Trueba, subiendo el Galibier en 1933 Getty
    El Premio de la Montaña del Tour tiene un nombre propio: Vicente Trueba, a quien Henri Desgrange, impulsor de la carrera, apodó la Pulga de Torrelavega. El patrón se inventó un galardón para honrar las victorias de un ciclista que volaba sobre las cimas, pero nunca consiguió ganar una etapa porque en aquellos años ninguna terminaba en alto.

    En 1930, Trueba maravilló a Desgrange. “De pronto llega una pulga, como un huracán, y se pega a los hombres de cabeza, se lo sacuden de encima, pero insiste como una pulga, salta de nuevo hasta el grupo. Le dan otro manotazo y lo alejan. Pero vuelve a la carga, una tercera, una cuarta, una quinta y una sexta vez. Y esta pulga encuentra todavía fuerzas para reírse cada vez que salta sobre los hombres de cabeza”.

    En 1932, España no presenta equipo, pero el Tour quiere a Trueba, lo incorporan a la categoría de turista-routier y le asignan una dieta de 50 francos diarios para comer. Maravilla en el Aubisque, pero en el Tourmalet le atropella un coche, pasa segundo y pincha en el descenso, le alcanzan y le superan. Viaja en solitario hasta Luchon y pierde 16 minutos. Pero al día siguiente, en Perpiñán, la gente le reconoce. Una niña le entrega 250 francos recaudados por inmigrantes españoles, le invitan a cenar, le pagan un buen hotel y le reciben con decenas de abrazos. Es un ídolo y sus hazañas ablandan a Desgrange, que crea el premio de la montaña para 1933. Lo gana después de vencer en todas las grandes cimas y se lleva 56.700 francos tras superar las dificultades del llano y los adoquines, como le escribía a su amigo y protector santanderino Clemente López Dóriga: "Ya hemos pasado lo peor, que son los adoquinados, en los cuales está visto que me he de caer todos los años. Como consecuencia, tuve que marchar 30 kilómetros completamente solo. Tuve suerte en la caída. Algunos rompieron las ruedas, la mía solo se me descentró".

    La primera bicicleta de Vicente Trueba había sido una Favor, heredada de su hermano José. Se convirtió en escalador casi por obligación. Un seguidor suyo lo definía: "Los Trueba tienen una casa de campo. Junto a los establos hay una colina de 500 metros, a la que hay que subir por un camino de cinco kilómetros. Allí guardaban sus vacas. Vicente subía cada día en bicicleta. Al de una hora agitaba un pañuelo para que le relevara otro hermano, y así todos los Trueba han salido unos formidables trepadores". El 29 de julio, después de acabar sexto el Tour y ganar la montaña, fue recibido en Barcelona como un héroe. Más de 20.000 personas le esperaban en la estación de Francia y tuvo que salir a saludar desde el balcón de la Generalitat, pero él solo pensaba en las ganancias de la carrera, y lo que iba a hacer con ellas. "Quiero hacer como el gran Pelissier, comprarme una granja para criar gallinas".
     
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  2. labeaga

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    Marsella se queda sin el Tour
    El alcalde promete que la carrera no volvería a la ciudad después de que la etapa de 1971 llegara con dos horas de adelanto por un ataque de Merckx




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    Eddy Merckx, en el Tour de 1971.
    Gaston Defferre lanzó una maldición sobre el Tour, aquella tarde del 10 de julio de 1971: “Mientras yo sea alcalde, nunca volverán por aquí”. Defferre, ministro del Interior con Miterrand, alcanzó la vara de mando marsellesa en 1953, la dejó a su muerte en 1986, y durante ese periodo de tiempo se cumplió su promesa. Marsella, habitual punto de llegada de la carrera a través de la historia, se quedó sin Tour. Por culpa de Eddy Merckx.

    Dos días antes, Luis Ocaña se había vestido de amarillo en Orcières-Merlette. Se escapó en el Walnut Pass y llegó a la meta en solitario, desbancando a Zoetemelk, que era el líder. Distanció a Merckx, que se quejaba del estómago, en 8m 42s, una ventaja casi definitiva para ganar el Tour. Pero el Caníbal no se conformó.

    En la jornada de descanso, Ocaña sale relajado a dar una vuelta en bicicleta por la estación invernal, junto a su amigo Jacques Anquetil. Merckx y el resto del equipo Molteni no se dejan ver. Han ido a entrenarse a fondo. En la salida del día 10, llovizna ligeramente y los ciclistas se ponen el chubasquero para no mojarse. Todos no: el equipo de Merckx sale sin protección. Lucien Aimar lo ve: “Me olí el pastel”. Un corredor del Kas lo descubre a última hora, mientras Ocaña, despreocupado, atiende a los periodistas lejos de la línea de salida poco antes del banderazo de Felix Levitan, el director de carrera.

    Merckx y sus hombres tienen unas muescas en el tubo vertical de sus bicicletas. ¿Qué significan? Son las marcas de las arandelas del desviador. Lo han subido para poner un plato más grande, para rodar. Se lanzan cuesta abajo, Merckx y dos de sus domésticos, Wagtmans y Stevens. Tienen que coger carrerilla empujando la bicicleta porque el desarrollo es descomunal. El resto de los corredores del Molteni trata de hacer tapón, sembrar el desconcierto en el pelotón. “Veintisiete curvas negociadas a un ritmo demente”, recuerda Aimar. “Merckx, no hay que olvidarlo nunca, siempre ha sido un guerrero capaz de aprovechar la más mínima oportunidad”.

    Ocaña se queda cortado tras la caída de Luis Zubero, del Kas. Es un desastre. Durante cinco horas y 250 kilómetros, se mantiene la persecución. La diferencia se estabiliza por debajo de los dos minutos, pero el ritmo es infernal. Cuando el Tour llegó a Marsella, con dos horas de antelación, la gente aún no había salido a la calle para saludar a los ciclistas. El alcalde, Gaston Defferre, tampoco. Nadie le ha avisado del brutal adelanto. Cuando llega a la tribuna, los ciclistas ya se han marchado y están desmontando las vallas. No puede saludar al ganador de la etapa, el italiano Armani, ni al líder, Luis Ocaña. “Hoy hace calor, pero hará más calor el día en que vuelva el Tour”, dice encolerizado. La carrera no regresará a Marsella hasta tres años después de su muerte.
     
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  3. macabre

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    Inexplicablemente he tardado en dar con este hilo, pero ¡¡¡qué hallazgo!!!

    Es un lujo tener todas estas historias, y tan bien contadas, a disposición de todos.

    Gracias!
     
  4. macabre

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    soy torpe y no sé eliminar... :confused:
     
  5. labeaga

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    La etapa del infierno
    Entre Bayona y Luchon, en 1926, Buysse comenzó a ganar el Tour en la jornada más dura de la historia




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    Lucien Buysse, en el Tour de Francia de 1926.
    “Esta etapa entre Bayona y Luchon fue uno de los eventos deportivos más emotivos y más dramáticos que yo haya visto jamás. Sólo podría compararlo con el cross de los Juegos Olímpicos de 1924”. Gabriele Hanot, el periodista de Le Miroir des Sports, compara experiencias. En el cross olímpico, dos años antes, a 45 grados de temperatura, ocho de los 15 participantes salieron de la carrera en camilla. Solo el finlandés Paavo Nurmi llegó a la meta sin desfallecer. El CIO decidió que la prueba no se volviera a disputar más, pero nadie ha quitado el Tourmalet, el Aspin, el Peyresourde o el Aubisque del recorrido del Tour. La etapa del 6 de julio de 1926 ya es un infierno en sí, con 326 kilómetros de recorrido. Los 177 primeros son de llano antes de los colosos pirenaicos.


    Son las dos de la madrugada. Los ciclistas firman en la Brasserie Miremont; se dan la mano y más parecen condolencias que saludos. Llueve con fuerza, hace frío de invierno, sopla un viento helador. En las primeras etapas ha lucido el sol, pero en los Pirineos cambia el tiempo.

    Cientos de aficionados se agolpan en la salida, es noche cerrada. Los turistas-routiers, corredores sin equipo, se apelotonan juntos para protegerse. Al llegar a las faldas del Aubisque todavía es de noche. Se bajan todos de la bicicleta, y casi a tientas le dan la vuelta a la rueda trasera para poner el piñón más adecuado para las cuestas. Cada vez llueve más. Lucien Buysse no se arredra y ataca con fuerza. Le llaman el bulldog flamenco. El líder, Van Slembrouck, queda descolgado enseguida. Bottechia, dos veces ganador del Tour, sufre. Se para a mitad de la ascensión, se sienta en la cuneta y llora. Al cabo de un rato regresa a la carrera. El barro invade la calzada, las huellas de los vehículos que han ascendido a los picos han estropeado todavía más el camino. La gente se agolpa junto a las fogatas encendidas en la cima.

    En el Tourmalet ya es de día, pero aparece una niebla espesa. Buysse se para a comer. Le pasa Tailleu, que es líder virtual, pero en el Aspin sufre un cólico. Las cadenas, los piñones, se enfangan. Hay que bajarse y quitar el barro, algunos orinan sobre el mecanismo, incapaces de mover los dedos congelados. El belga lleva 17 horas sobre la bicicleta en el Peyresourde. Llega a Luchon con dos de retraso sobre el horario previsto. Casi media hora más tarde, a 25m 48s, llega el segundo, el italiano Aimo; detrás, uno a uno, mojados, agotados, derrotados, el resto de los participantes. A las 22.40 horas, que debe cerrar el control en el Café Central de Luchon, solo han llegado 31. Los aficionados colocan los coches a los lados de la ruta y encienden los faros para alumbrar a los que llegan. Desgrange amplía el cierre de control. El último en llegar, Fernand Besnier, lo hace seis horas después de Buysse, tras atravesar el infierno.
     
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  6. labeaga

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    Bahamontes el tremendista
    El toledano se vistió por primera vez de amarillo en Saint Étienne en el Tour de 1959


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    Bahamontes y Charly Gaul, en la subida al Peyresourde en 1959.
    En Dunkerque, con motivo de la salida del Tour en 2001, los organizadores montaron una exposición con fotografías del paso de la carrera por la localidad del norte de Francia. En la más grande, en blanco y negro, aparecía Bahamontes, en el andén de la estación, en una imagen de 1960. Vestido con traje, sentado a horcajadas sobre su maleta de madera, cabizbajo, mira algo que tiene entre las manos. El reloj del andén marca las diez y diez. Más o menos a esa hora, salía la tercera etapa. Él ya no estaba. Una de sus espantadas.

    Como en 1957, en la octava etapa. “Luis Puig me puso una inyección de calcio y con el dolor no podía agarrar el manillar”, recordaba. Se bajó de la bicicleta y se tumbó, en posición fetal, sobre el mantel a cuadros de una familia que hacía picnic. Llegó Goddet, el director del Tour:

    –Sigue, Federico.

    – No.

    Apareció su fiel gregario Carmelo Morales, que le intentaba levantar.

    –Venga, Fede, por el equipo.

    – No.

    – Por Fermina.

    – No.

    – Por España.

    – No.

    – Por Franco.

    – No.

    Dos años después ganó el Tour. “En Francia me respetaban mucho. Que para eso hice 10 podios. Allí quieren a los suyos, pero también a los que hemos ido allí a trabajar, y eso que los españoles éramos entonces como ahora son aquí los africanos”. Un 18 de julio de los años cuarenta disputó su primera carrera. Salía de trabajar del mercado de Toledo y se encontró con unos amigos. “¿Dónde vais?”. “A la carrera de Educación y Descanso”. “¿Me dejarán apuntarme?”. “Claro”. Y fue, se apuntó, le dieron una camiseta de baloncesto y un pantalón corto, se agenció un plátano (“del que me comí hasta la cáscara”), y ganó su primera carrera. Sin cambios en la bicicleta. En 1959, otro 18 de julio, la pomposa fiesta del Alzamiento Nacional, culminó su sueño en el antiguo velódromo del Parque de los Príncipes. Ese día ganó el Tour. Se había vestido de amarillo en Saint Étienne. “Ese año Anglade y yo estábamos mucho mejor que los franceses; que Bobet, que Anquetil, aunque dijeran que gané porque se pegaban entre ellos”. Era el primer español que vestía de amarillo en París. Español del subdesarrollo, del hambre. “Hacía estraperlo. De harina, de legumbres. Me metí a trabajar en el mercado porque así podía pillar algo para comer”.

    Bahamontes fue tremendista. Había que serlo para destacar. Daba espantadas inesperadas. Cuando abandonó el ciclismo, en el Tour de 1965, atacó en el Aspin, y se escondió entre unos arbustos. El pelotón se volvió loco en la persecución de un ciclista que ya no estaba. Ese mes de julio el Tour llegaba a Barcelona, donde ganó Pérez Francés. En 1959 se había armado la mundial. “Me tuvieron tres días en Madrid mientras se preparaba el recibimiento. Llegué tres meses después del Tour porque en aquella época donde se ganaba dinero era en los critériums. A 25.000 pesetas cada carrera”. Toledo lo recibió como a un semidiós. “Fue impresionante. Nunca se me olvidará”.
     
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  7. labeaga

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    Luz y oscuridad en Molteni
    El mejor equipo del mundo, con Merckx a la cabeza, pertenecía a una familia implicada en diversos escándalos
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    El equipo Molteni, con Merckx a la izquierda, durante una presentación.

    Los camiones que salían de la fábrica de embutidos Molteni, en Arcore, cerca de Milán, eran de color ante, un marrón muy definido. Ambrogio era el hijo del patrón de la empresa familiar, Piero Molteni, y se había criado con las hazañas de Bartali, Coppi, y sobre todo, con las de Fiorenzo Magni. Ambroglio era un loco del ciclismo, y quería ver su apellido en el pelotón, así que a finales de 1958, con el visto bueno de su padre y el dinero de la empresa, montó un equipo, que ganó en Pau, en 1966, su primera etapa del Tour. Lo hizo Tommaso De Pra. Años después, Molteni ya era una leyenda, gracias al mejor corredor de todos los tiempos: Eddy Merckx.


    El maillot ante y azul fue creciendo con los años. Ambrogio enroló para su causa a Guido Carlesi, que había sido segundo en el Tour de 1961, a Marino Basso, a Michelle Dancelli o a Gianni Motta. Fueron sumando triunfos al palmarés del equipo mientras la familia Molteni trataba de librarse de diversos escándalos financieros y alimentarios. En 1967, Piero tuvo que enfrentarse al juez después de que una inspección tributaria encontrara irregularidades en sus libros contables. Ese mismo año, la Policía de Monza arrestó a Piero y Ambrogio Molteni por sacrificar y vender 290 cerdos afectados de peste porcina. Les acusaban de un delito de “intento de propagación de fiebres animales”.

    Tal vez afectado por los escándalos procesales, Ambrogio Molteni anunció en octubre de ese año que la escuadra se disolvería al acabar la temporada. Motta o Balmanion se quedarían sin equipo al completar la novena campaña de la escuadra en el pelotón. El empresario rectificó. En diciembre anunció que Gianni Motta correría el Tour con sus colores, pero el golpe de efecto más importante de la historia del equipo llegó el 14 de octubre de 1970, cuando Eddy Merckx firmó en Milán su contrato con el conjunto italiano, que tuvo que inscribirse en la federación belga después de fichar a 12 corredores de aquel país. Lo hizo a través de una argucia legal asociándose al constructor de las bicicletas que llevaban el nombre del campeón, y que fabricaba el industrial belga Fernand Kessels. En Molteni, Merckx se reencontró con Martin van den Bossche, al que dos veranos atrás había humillado en el Tourmalet, cuando corría a su servicio en el Faema, impidiéndole pasar en cabeza por la cima. Le atacó, vestido de amarillo, porque había descubierto el día anterior que su gregario iba a fichar, precisamente, por Molteni.

    La llegada del campeonísimo proyectó al equipo a la cima del ciclismo. Merckx ganó tres veces el Tour vestido con el maillot del equipo de Arcore. Durante seis años, Ambrogio Molteni se rindió al poderío de Eddy. Consiguió 167 de las 225 victorias que sumó la escuadra, un 75%. En 1971, Merckx venció en 34 carreras, el Tour incluido; en 1972 ganó Giro y Tour, además de otras 32 pruebas. Al año siguiente, 36, con el Giro y la Vuelta entre ellas. Merckx se impuso en 27 carreras durante 1974; esta vez subió a lo alto del podio en el Giro y el Tour. En 1975 consiguió 24 victorias, por ocho en su despedida del Molteni, más de la mitad de las que logró el equipo en 1976.

    Ambrogio decidió echar la persiana esa temporada, acosado por otro escándalo alimentario. La Guardia de Finanzas ordenó el arresto de Piero y Ambrogio por el caso de la “mortadela falsa”, un cargamento presuntamente destinado a Grecia. La carga, 50 toneladas, estaba parcialmente almacenada en un barco mercante griego cuando, debido al hedor que emanaban las cajas, intervino la policía de fronteras. Los informes confirmaron que, en lugar de mortadela, había “desechos de mataderos mezclados con estiércol y barro”. Luego la carga se arrojaba al mar, y la carne comprada sin pagar impuestos, ya que debía ser destinada a la exportación, se vendía en Italia.

    El escándalo acabó con el equipo. Merckx se marchó al Fiat y Ambrogio fue procesado y condenado a cuatro años de cárcel. Dos más tarde, su mujer, Olga, falleció en circunstancias terribles, en la fábrica de Arcore, cuando resbaló sobre una mancha de aceite y cayó bajo las cuchillas de la máquina destinada a cortar huesos. El patrón, Ambrogio, falleció en 2005 de un infarto. Ahora, sus hijos le recuerdan a través de una fundación que lleva su nombre.
     
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  8. ray

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    Escabroso final el de la mujer de Ambrosio....muy a las normas italosicilianas....
     
  9. labeaga

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    La victoria silenciada
    Federicio Ezquerra ganó la etapa del 19 de julio de 1936, un día después de estallar la Guerra Civil española



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    Mariano Cañardo saluda a unos milicianos españoles de Puigcerdá en el Tour de 1937.
    Las cosas no estaban para pensar en el Tour el 19 de julio de 1936. Un día antes se había producido la sublevación militar que desembocó en la Guerra Civil y 40 años de dictadura. En España no se miraba a Francia, sino a las tropas africanas de Franco, o a los bandos de Queipo de Llano, que ordenaba a los vecinos de Triana a abrir las puertas de las casas y a los hombres a esperar en la calle con los brazos levantados. “¡Viva España, viva la República!”, proclamaba el general rebelde.


    Pero el Tour estaba en marcha, ajeno a la rebelión, y ese día se disputó la etapa entre Niza y Cannes. La ganó Federico Ezquerra, el ciclista vizcaíno de Gordexola, hijo de un capataz de obras de la Diputación, que empezó a correr en bicicleta para curarse una lesión de tobillo mientras jugaba al fútbol de extremo derecha, y que la primera vez que montó en bicicleta se cayó al río con el traje que estrenaba aquel día. Por Ezquerra tocó un pasodoble la banda de música de Grenoble, el 11 de julio de 1934, al día siguiente de coronar en cabeza el Galibier, a veces sujetando con una mano la bomba de la bicicleta, prometiendo “*******” a quien le cerrara el paso, después de dejar atrás al ídolo francés René Vietto.

    Dos años después, Ezquerra ya había aprendido a descender, y pudo ganar en Cannes con dos minutos de ventaja sobre Maes y Vervaecke. Las etapas nunca terminaban en alto y el vasco empezó a saber defenderse en el llano. “No es especialmente bello nuestro Federico, cuando se sube a los pedales, inclinándose hacia adelante, balanceando de un muslo al otro su bicicleta al ritmo seco del metrónomo. El esfuerzo sale del riñón, y parece que este esfuerzo se produce de forma ascendente. La cadera parece tirar del pedal cuando retrocede, en lugar de presionarlo. Esta forma de movimiento proporciona precisamente esta impresión de ligereza”, escribe Jacques Goddet en su crónica del día.

    Pero la victoria de Ezquerra queda empequeñecida por las noticias que llegan de España. Cuando termina el Tour, el corredor vizcaíno, junto al madrileño Julián Berrendero y el catalán, nacido en Navarra, Mariano Cañardo, decidieron no regresar a España. Se quedaron en Francia. Los tres corrieron el Tour de 1937, y saludaron a los milicianos españoles de Puigcerdá, desde la línea fronteriza de Bourg-Madame. Un año más tarde regresó Ezquerra, para no ser declarado desertor. Cañardo, mito del deporte republicano y primer ciclista profesional en España, volvió en 1939, y aún ganaría la Volta. Berrendero, que se había quedado a vivir en Pau, cruzó la frontera al acabar la Guerra y fue detenido en Irún. Pasó 18 meses en varios campos de concentración, hasta que recibió el indulto en 1941. Ese mismo año ganó la Vuelta a España, y también la de 1942.
     
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  10. labeaga

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    Bahamontes, el rey de la montaña
    El toledano comenzó a llamar la atención de los franceses en el Tour de 1954

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    Bahamontes, en una ascensión al Tourmalet en el Tour
    Dice Bahamontes que fue Coppi el que le cambió la mentalidad; que cuando fichó por su equipo, patrocinado por Tricofilina, una marca de brillantina para el pelo, se fueron a cazar por los montes de Toledo y el campeonísimo italiano, escopeta al hombro, le pidió que se quitara los pájaros de la cabeza, dejara de aspirar solo a ganar la montaña del Tour y se dedicara a lo trascendente: a ganar la carrera.

    Hasta entonces, al ciclista español le bastaban con sus ascensiones a la montaña, en las que humillaba a sus rivales, y algunas espantadas, genio y figura, que llevaban por la calle de la amargura a sus compañeros de equipo. Fue en 1954 cuando el nombre de Bahamontes empezó a sonar con fuerza en Francia. Fue su primer Tour. Se había ido a correr la Vuelta a Asturias, desde Madrid en bicicleta. Al llegar le dijeron que los equipos debían tener cinco corredores como mínimo, y él iba solo, pero apareció un tal Moreno, de Albacete, al que le había comprado la bicicleta un amigo al que le tocó la lotería. “¿Corres conmigo?”, le preguntó, y dijo que sí; luego, la organización le buscó otros tres ciclistas de Mieres, que era de donde salía la carrera, y ya tenía equipo. Ganó la primera etapa con seis minutos de ventaja. Bernardo Ruiz decía: “Este guaje se ha tenido que agarrar a un coche”. Pero no. El seleccionador español era Julián Berrendero, le vio y le reclutó para el Tour. No tenía ni ropa, ni maleta. Llamó a su madre: “Pero hijo, ¿cómo vas a ir si no sabes francés?”. Le dieron una maleta, una bicicleta nueva y le tranquilizaron cuando le recordaron que iba con los gastos pagados, que a Asturias se había llevado solo 100 pesetas.

    Y en el Tour llegaron las montañas, su territorio, y comenzó a subirlas en cabeza, y a sumar puntos, y francos para el bolsillo. En la etapa que finalizaba en Millau, no entró en la escapada inicial, pero coronó el primer puerto, la Fontasse, en cabeza del pelotón. Se animó, marchó a por los fugados, los alcanzó y pasó el segundo puerto, la Bassine, primero, tras alcanzar a Lazarides y Close. Berrendero seguía a Federico en el coche. El ciclista vio más colinas al fondo, con muchas gente en las cunetas, y preguntó si también puntuaban, pero no. Era el puerto de La Sie, y también pasó en cabeza, aunque no pudiera sumar. En Tierge otra vez fue el mejor. Para cuando llegó el último puerto, Montjaux, con un fuerte viento de cara, ya iba solo. Coronó con minuto y medio de ventaja sobre el pelotón. Únicamente quedaban 20 kilómetros de descenso hasta Millau, pero se dejó cazar. Acabó la etapa en el puesto 22º. Lo suyo no eran las etapas, sino las montañas. Tres días después, Bahamontes se comió un helado en la cima de la Romeyere y rubricó su reinado de la montaña en su debut en el Tour. Hasta que llegó Fausto Coppi un día de caza, y le pidió que lo ganara.
     
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  11. labeaga

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    Fiorenzo Magni, el ciclista entre Coppi y Bartali
    Conquistó tres Giros durante la época dorada del ciclismo italiano pese a coincidir con los dos mitos



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    Fiorenzo Magni, durante el Giro de 1956.
    Terminado el Giro de 1951, dos ciclistas dan la vuelta de honor en el velódromo de Vigorelli: el ganador con su maglia rosa, Fiorenzo Magni, y Nane Pinarello, vistiendo la maglia negra que entonces distinguía al último clasificado. “Y yo, que sabía del pasado fascista de Fiorenzo, de su pertenencia a las brigadas negras, le pregunté: ‘¿No te gustaría que cambiáramos de maglia? El negro te gusta tanto…’. Y él me respondió guiñándome el ojo maliciosamente”, contó años después el abuelo Pinarello.

    Fiorenzo Magni, ciclista toscano (nacido en 1920, un año después que Coppi, seis más que Bartali, en Vaiano), murió ayer, y contar su vida, su larga vida, es también contar la historia de Italia y sus contradicciones y la historia del ciclismo en el siglo XX, en la que se inscribió como el tercer hombre, como el oportunista a veces mal amado que sabiamente sacó provecho de la Italia dividida entre Coppi y Bartali para construirse un palmarés inmenso en los años cincuenta. “Sabía que a Fausto, cuando no se veía con fuerzas para ganar, solo le importaba que no ganara Gino, y viceversa, y yo sabía moverme, supe llevarme bien con todos y pescar mi botín”. Por esa lucidez de superviviente, por no renegar a Bartali, que le habría hecho la vida imposible, renunció sin protestar en 1950 a la que quizás habría sido su victoria más grande, la del Tour: siendo Magni maillot amarillo, Bartali ordenó retirarse a toda la squadra azzurra porque el público francés le había agredido en el Aspin.

    Antes que superviviente del ciclismo, Magni fue un superviviente de la guerra. Afiliado a las brigadas negras de la república fascista de Salò tras el armisticio del 8 de septiembre de 1943, Magni participó activamente en la guerra civil y fue juzgado en 1945, junto a otros 30 camaradas, por la matanza de Valibona, un pueblo en los Apeninos toscanos. Fue el único acusado absuelto, quizás gracias al testimonio en su favor de un conocido ciclista de la época, compañero de pelotón. Nunca renegó del fascismo, como quizás pudieron comprobar los gregarios de su equipo, que dirigía como un verdadero dictador: si Magni tenía fuerza y vigor en los finales de etapa era porque pasaba la primera parte sin dar una pedalada, agarrado al culotte de sus gregarios, que sabían que solo les quería para eso. No era una práctica prohibida en la época, pero Magni era el único gran campeón que disfrutaba de ella.

    Nunca renegó de su pasado en las brigadas negras fascistas

    No se paró ahí: cuentan las crónicas de la época que Magni, uno que no destacaba como escalador, ganó el primero de sus tres Giros, el de 1948, gracias a los empujones de forzudos estratégicamente distribuidos en la ascensión al Pordoi. El Giro le castigó con dos minutos por la táctica, y Coppi, que consideró mínima la sanción, abandonó con todo el Bianchi. Magni terminó ganando el Giro entre los pitidos de los aficionados.

    Magni es también la memoria orgullosa y la férrea voluntad. Ganó tres Tours de Flandes consecutivos (1949 a 1951), el primer extranjero, tras el suizo Suter 25 años antes, que se imponía en el Campeonato del Mundo de los flamencos, a los que demostró que no eran una raza aparte, y se convirtió para siempre en el León de Flandes. Y en su último Giro, en 1956, protagonizó la fotografía que quizás mejor simboliza la época heroica del ciclismo: con la clavícula rota fue capaz de terminar la carrera atando una cuerda al manillar que mordía fuerte tanto para aguantar el dolor como para guiar la bicicleta y tomar impulso hasta la eternidad.




     
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    Cuando Ocaña rindió a Merckx
    “Nos ha matado como a un toro”, elogió el belga al español tras su exhibición en Orcières en 1971
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    Luis Ocaña, tras ganar en 1971 la etapa de Orcieres.

    Llega 1971, y Ocaña se siente fuerte, muy fuerte. Se ha sometido en Bilbao a un tratamiento para sus dolencias de hígado, que se prolonga tres meses. Cuando acaba, se encuentra como nuevo. Empieza el Tour en Mulhouse y transmite buenas sensaciones. También Eddy Merckx parece estar en forma. En la segunda etapa planifica una fuga de quince corredores que instiga José Manuel Fuente. También se mete Ocaña. El asturiano se queda en el descenso y pierde nueve minutos nada más empezar el Tour. El grupo llega a Estrasburgo y gana Merckx, al que se le empieza a ver nervioso frente a un español muy sereno. En el Puy de Dôme, donde Bahamontes comenzó su reinado, Ocaña le pone un cebo a Eddy. Lanza a Labourdette al ataque. Espera que Merckx responda. Lo hace de forma brutal. Después ataca Thevenet y otra vez es el belga quien contesta, pero ahora le falta frescura. Es el momento de Luis Ocaña. Acelera y deja atrás al Caníbal. Entre la niebla, le saca 15 segundos a Merckx. No es mucho tiempo, pero sí un golpe a su moral. No ha podido responder al ataque.

    Camino de Grenoble, Ocaña le pone otro señuelo a Merckx, que siempre pica. En el descenso del Cucheron pincha y su equipo tarda en darle otra rueda. Ocaña se va con Thevenet y Zoetemelk. El primero gana la etapa, el segundo se pone líder por un segundo sobre Ocaña, pero el conquense pretendía distanciar a Merckx, que llega a minuto y medio.

    Y llega el día, el de la venganza, bajo un sol abrasador, con la meta en Orcières-Merlette. En la ascensión a Laffrey ataca el portugués Agostinho, una fuerza desatada de la naturaleza, que moriría años después en un sprint, cuando se le cruzó un perro. Merckx, como siempre, le sigue, pero no puede. Ocaña sí. Y Zoetemelk, y Van Impe, y Petersson. Todos se descuelgan del español en la Noyer. Quedan setenta kilómetros y el ciclista rebelde es un vendaval. Puede con todos, como Merckx en el 69 cuando en un ataque de celos impidió que su gregario Vandenbossche, que le había anunciado que se iba del equipo, el Faema, coronara primero el Tourmalet. No se lo permitió, atacó él, y se fue solo. 140 kilómetros hasta la meta en Mourenx, con el Aubisque por medio. Aunque al llegar se sintió vacío, sus rivales estaban peor. Llegaron ocho minutos más tarde. Cuando Ocaña llega a la meta en Orcières, no hay ningún otro ciclista cerca. Van Impe es segundo, más de cinco minutos después. Merckx a más de ocho, la misma diferencia que consiguió el Caníbal cuando él ya se había retirado por su terrible caída. “Ocaña nos ha matado a todos como el Cordobés mata a los toros”, dice el belga, rendido a los pies de su rival. En la General está a 9 m 48s. Luego llegaría Menté, pero esa es otra historia.
     
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    Una etapa interminable
    La jornada más larga de la historia del Tour, 482 kilómetros entre Les Sables d’Olonne y Bayona, se repitió seis veces de 1919 a 1924

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    El belga Firmin Lambot, ganador en 1920 de la etapa más larga (482 kilómetros).

    Firmin Lambot era un belga previsor. En 1919 había ganado el Tour, pero aprendió la lección que sufrieron sus rivales. El líder era Eugéne Christophe, que vestía el primer maillot amarillo de la historia, algo que no le gustaba demasiado -"se burlan de mí, me llaman canario", se lamentaba- pero en la penúltima etapa le ocurrió una desgracia que ya le había sucedido en 1913. Rompió la horquilla de su bicicleta, tuvo que parar a repararla y perdió el Tour. Lambot no quería que le ocurriese algo así, por lo que salía a las carreras con el dinero suficiente encima como para comprarse una bicicleta si se le rompía la suya.


    En 1920 era ya un veterano. Había participado y ganado dos etapas en 1913, antes de la Gran Guerra, tenía 32 años, pero se conservaba en gran forma. “No sufro el calor como Van Hauwaert, ni del estómago como Georget; dosifico el esfuerzo a diferencia de de Alavoine, y soy más regular que Masson. Digiero lo que como y duermo como un bendito”. Esos eran los secretos del ciclista belga. Así se presentó a la salida de la etapa más larga que ha vivido el Tour en más de cien años, entre Les Sables d’ Olonne y Bayona: 482 kilómetros nada menos.

    Aquel 5 de julio el pelotón salió casi de día, porque eran las 22.00. Los ciclistas llegaron a la meta casi 20 horas más tarde, sobre las 17.45. Un ejercicio agotador, que los periódicos resumieron en pocas líneas: “No ha pasado nada reseñable”. Pese a eso, la etapa más larga de la historia del Tour se disputó seis veces, entre 1919 y 1924. En el camino hacia los Pirineos, la organización apuraba las jornadas. En 1919, según las crónicas, tampoco ocurrió nada reseñable, o tal vez sí. Durante el tedioso camino, Alphonse Baugé le sugirió a Desgrange, uno de los impulsores de la carrera, la posibilidad de confeccionar un maillot para distinguir al líder. La idea cuajó.

    Pero los organizadores no encontraron ningún camino más corto para llegar al sur, y los 482 kilómetros parecían inamovibles en el recorrido. En 1919 había ganado Jean Alavoine, una de las figuras del ciclismo francés. Luego Lambot, y al año siguiente otro belga, Louis Mottiat. Alavoine se volvió a imponer en 1922, al año siguiente venció Robert Jacquinot y el último año en que se disputó la etapa inacabable, el vencedor fue un corredor de segunda categoría, toda una sorpresa. Omer Huyse llegó escapado, con un minuto de ventaja sobre sus perseguidores. También era belga, por lo que Francia y Bélgica se repartieron las seis victorias de etapa, que se corrían a una media aproximada de 25 kilómetros por hora. En 1925, cuando el Tour publicó su recorrido, los ciclistas supieron que aquella tortura había acabado: la etapa con salida en Les Sables d’ Olonne terminaba en Burdeos, a mitad de camino. La más larga de aquel año, entre Metz y Dunkerque solo tenía 433 kilómetros.
     
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    El maillot amarillo de Christophe
    La retirada de los hermanos Pelissier, ídolos de Francia, desembocó en la creación del distintivo amarillo para el líder

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    Todo comenzó con una frase desafiante. Era 1919, los ases franceses eran los hermanos Pelissier, hijos de un padre colérico, propietario de la Vaquería de la Esperanza en la Rue Mesnil, en el centro de París. Jean, el mayor, había fallecido en la Guerra Mundial; Francis cayó herido de gravedad. Recibió la cruz de guerra y un telegrama de Henri: «Cuando llegue el día de la revancha / no podremos flaquear / Los ciclistas, nuevos soldados / serán los primeros en el combate /Para nosotros la bayoneta / será nuestra bicicleta».

    En el comienzo del Tour, Henri ganó la primera etapa y Francis la segunda. Salió de nuevo el espíritu combativo de la familia: «Yo soy un purasangre y mis rivales, caballos percherones», dijo Henri. Pero los demás tomaron nota. En la cuarta etapa, el 5 de julio, camino de Les Sables d’ Olonne, y a la salida de Quimperle, Henri se paró un instante para ajustar la dirección de su bicicleta y quitarse el impermeable.

    El pelotón decidió darle un escarmiento y aceleró. Fue brutal. Henri se quedó atrás; Francis, en el grupo delantero, no podía ayudarle. Estaba prohibido. A Henri le intentó relevar Barthelemy. Se les acercó Desgrange: «Si te ayuda, os descalifico a los dos. Este es un deporte individual». Henri, rabioso, persiguió al pelotón durante 300 kilómetros. “De repente ve en el camino a su hermano Francis angustiado que lo mira con ojos vidriosos, fatigado, y que ni siquiera puede querer seguirle”.

    Henri, con su esfuerzo, recorta las diferencias y llega a la meta con 35 minutos de retraso; Francis a más de tres horas. Christophe es el líder. Al día siguiente abandonan el Tour y le causan un problema a Desgrange. Los Pelissier son los ciclistas más populares de Francia, el público les reconoce y los aclama a su paso. El Tour necesita un aliciente, un ciclista reconocible. Desgrange esboza su plan, azuzado por su colaborados Alphonse Baugé: creará un maillot para el líder. Lo anuncia el 10 de julio: “Una feliz idea de nuestro redactor jefe: A fin de permitir a los aficionados reconocer, al primer golpe de vista en el pelotón del Tour, al líder de nuestra gran carrera, hemos decidido que, en el futuro, el corredor que figure primero en la clasificación general, llevará un maillot especial. Es posible que en Marsella el líder ya lo vista”. Fue un poco más tarde, el 19 de julio en Grenoble: “Esta mañana le he entregado al valiente Christophe un soberbio jersey amarillo. Decidimos que el líder lleve un maillot con los colores de l’ Auto. La lucha por llevarlo va a estar apasionante”.

    Lo lució cuatro días, “me llaman el canario”, se quejaba, hasta que, en la penúltima etapa, a la salida de Valenciennes, se le rompió la horquilla de su bicicleta, como seis años antes en el descenso del Tourmalet. Se quedó, “como una guitarra sin cuerdas”. Firmin Lambot, el nuevo líder, llegó de amarillo a París.
     
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  15. labeaga

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    La tragedia de Roger Rivière
    Una fatal caída en el Tour de 1960 retiró al joven francés, cuya vida fue una continua desdicha

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    Roger Rivière, rescatado tras caerse en el Tour de 1960.
    Era el Tour de 1963, el del podio Anquetil-Bahamontes-Pérez Francés. Había terminado y los ganadores eran homenajeados en el Parque de los Príncipes. La televisión enfocó a un joven con traje oscuro sobre una bici de carreras con la que dio varias vueltas al viejo velódromo. Se organizó un clamor tremendo. “¿Quién es ese?”, se preguntaba la gente.

    Era Roger Rivière. Francia no le había olvidado, ni le olvidaría nunca, por las circunstancias extraordinarias que acompañaron su corta carrera y por lo cruel de su desgracia. Dos años más joven que Anquetil, apareció como brillante pìstard, ganador de incontables pruebas. Batió el récord de la hora dos veces en un año. Le apodaron Le Roi de Vigorelli.

    En carretera destacó ya en el Tour de 1959, el que se adjudicó Bahamontes. Le ganó las dos contrarreloj a Anquetil, apodado Monsieur Crono. Jóvenes, contrarrelojistas y magníficos en la montaña, donde solo les dejaban atrás Bahamontes y Charly Gaul, ambos formaban la pareja del futuro de Francia. Se presentía una gran rivalidad. El gran público se encariñó con Rivière. A Anquetil, ganador del Tour de su debut (1957), le veían más altivo. Al finalizar la edición de 1959, todo el equipo francés fue muy pitado en el Parque de los Príncipes por las discordias internas entre Bobet, Geminiani, Anquetil y Rivière, y por haberle hecho la contra a Anglade, que corrió por el grupo regional Centre-Midi y fue segundo. Anquetil se compró un barco y le puso por nombre Les Sifflets, los pitidos, lo que sonó a “me da igual lo que digáis”.

    En 1960, Anquetil no fue al Tour, optó por el Giro, que ganó. Bidot, director del equipo de Francia, llevó un equipo mucho más compensado, con Anglade, un tercero en discordia, y Rivière como bazas ganadoras.

    En la cuarta etapa, Anglade coge el maillot en Saint Malo. En la sexta, Rivière desencadena un ataque al que se sumaron Nencini, Adriaenssens y Junkerman, lo mejor de Italia, Bélgica y Alemania. Anglade exigió a Bidot que parara a Rivière. Lo intentó, pero él se negó. Apretó más que ninguno y ganó el sprint en Lorient.

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    Portada de 'Le Mirror des Sports' con la imagen de Roger Rivière tras caer por el barranco.
    Anglade llegó a 14 minutos, indignado. Declaró a Pierre Chany, el gran periodista de ciclismo de la época, que había sido una traición que le daría el Tour a Nencini. No le veía posibilidades a Rivière: “Nencini es el mejor de todos bajando, él se caerá en algún descenso persiguiéndole porque es muy ansioso”.

    Pasaron los Pirineos, donde Rivière ganó en Pau, pero luego cedió algo más de un minuto respecto a Nencini en Luchon. El 9 de julio, domingo, es jornada de descanso. Aunque Nencini es líder y le saca 1m 38s, Rivière se muestra feliz, seguro de ganar el Tour. Sube tan bien como él y tiene un as en la manga, la penúltima etapa, una contrarreloj de 83 kilómetros entre Besançon y Troyes.
    El lunes 10, en la etapa de transición hacia los Alpes, hay lucha. Tras pasar el Perjuret, Nencini apretó en la bajada y Rivière le siguió, junto a su doméstico Rostollan. En una curva se le va la bici, choca con el pretil y cae por el barranco. Rostollan frena, regresa por él, pero tarda en encontrarle, veinte metros más abajo, en un hoyo, inmóvil y callado. Hicieron falta nueve personas y 20 minutos para subirle hasta la ambulancia, que le llevó a un helicóptero. Tenía rotas la novena vértebra dorsal y la primera lumbar. La médula estaba afectada. Tenía 24 años. Las palabras de Anglade sonaron se volvieron contra él.

    La medicina hizo lo posible. Tras cuatro días inmóvil va recuperando poco a poco la movilidad. Consigue caminar, primero con muletas, luego sin ellas. Pedaleó en bici estática y por fin en bicicleta libre. Pero ni pensar en competir. Había perdido un 20% de la potencia en las piernas.
    Lo intentó en el deporte del motor. Participó en el Rally de Montercarlo de 1962 haciendo pareja con Geminiani, pero tras un accidente grave desistió. La vida le fue mal. Montó un restaurante que quebró. Luego, un centro de vacaciones, un concesionario de Simca, una cafetería-discoteca. Todo ruina. Se hizo adicto a la morfina, que le administraron para paliar los primeros dolores. Se divorció, se volvió a casar. Tuvo problemas con la justicia. Murió a los 40 años, de cáncer de laringe, que se achacó a su adicción.

    Con el tiempo se desveló que en el maillot del día del accidente una enfermera encontró Palfium, un analgésico que podría haberle disminuido los reflejos y la sensibilidad en las manos, dificultándole la precisión para frenar. Nencini ganó aquel Tour. Y Anquetil, los cuatro siguientes.
     
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  16. fugazy2007

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  17. ray

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  18. labeaga

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    El obispo y los escaladores
    Monseñor Théas ofició en 1948 una misa en Lourdes en la que Bartali, ganador de la etapa, hizo de monaguillo

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    El obispo de Tarbes-Lourdes, Pierre-Marie Théas.
    El hotel Mercure de Montauban está a diez metros de la catedral, en la Rue Notre Dame. Es un edificio antiguo que antes de pasar a formar parte de la cadena hotelera se llamaba Hotel du Midi. Allí murió Manuel Azaña el 3 de noviembre de 1940. Llevaba en él desde el 15 de septiembre. El 17 de octubre escuchó desde su habitación el sonido de las campanas que saludaban al nuevo obispo de la ciudad, Pierre-Marie Théas. Pocos días más tarde, un tribunal militar dictó sentencia de muerte contra el cuñado de Azaña, Cipriano Rivas Cherif, detenido en Francia por la Gestapo. Théas escribió un telegrama a Franco pidiendo clemencia, que conmutó la pena por 30 años de prisión.

    El obispo acudía regularmente a visitar al presidente de la República y a la hora de su muerte estaba junto a Azaña en la habitación del hotel du Midi. Después, con la invasión nazi, Théas escribió una pastoral en 1942 contra la deportación de los judíos a los campos de exterminio: "Doy voz a la indignada protesta de la conciencia cristiana y proclamo que todos los hombres, independientemente de su raza o religión, tienen el derecho a ser respetado por los individuos y por los estados". Su homilía fue leída desde Londres por la BBC. En 1944, después de un sermón implacable contra el nazismo, fue detenido y enviado a un campo de concentración. El Vaticano consiguió que fuera liberado.

    Tras la guerra, Théas fue nombrado obispo de Tarbes-Lourdes, en los Pirineos. En 1948, el Tour recaló en la ciudad de los milagros. La etapa del 7 de julio, entre Biarritz y Lourdes, atravesaba el Aubisque. La ganó Gino Bartali, el Piadoso, que entró con el mismo tiempo que Robic y con tres segundos de ventaja sobre Louison Bobet. El corredor italiano tenía esa etapa en la cabeza. Había prometido postrarse ante la Virgen y depositar a sus pies el ramo de flores del ganador. Al día siguiente, la etapa salía muy pronto, pero antes de la partida, monseñor Théas ofició una misa para el pelotón en la gruta de la Vírgen en la que Bartali ejerció de monaguillo. En su homilía, el obispo les dio un consejo a los corredores: "Señores ciclistas, en la vida, como en las carreras, busquen subir cada vez más alto, más alto".

    Entre los congregados, Raoul Remy, que había ganado la etapa entre La Rochelle y Burdeos, se acercó a su colega Paul Nery y le cuchicheó al oído: “¿Tú ves? Siempre es lo mismo. En los discursos solo se acuerdan de los escaladores". Ese día tenían que ascender el Tourmalet, el Aspin, el Peyresourde y Ares. La etapa la volvió a ganar Bartali, que una semana más tarde se vistió de amarillo para ganar el Tour con 26 minutos de ventaja sobre el segundo. Años más tarde, tanto Théas como Bartali fueron nombrados Justos entre las Naciones por su ayuda a los judíos durante la Guerra.
     
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  19. dogma57

    dogma57 c.o.e.81-1977 Probadores

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    Adelante que no se paré este post
     
  20. labeaga

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    El Tour atraviesa fronteras
    Una etapa de 1907 acabó en Metz, que formaba parte del Imperio Alemán tras la derrota de Napoleón III en 1871

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    El conde Zeppelin saluda al ciclista Trousselier.
    El Tour no es solo una carrera ciclista, sino también una máquina de propaganda francesa. Los organizadores lo tuvieron claro muy pronto. En 1907 decidieron organizar el primer final de etapa fuera de Francia, en Metz, una ciudad francesa que pertenecía a Alemania tras la derrota de Napoleón III en la guerra franco-prusiana, en 1871. Un recordatorio doloroso para los franceses, a orillas del Mosela y perteneciente al Reichsland de Alsacia Lorena. El año anterior, la carrera ya había circulado durante 75 kilómetros por carreteras alemanas, solo de paso, pero en esta ocasión la meta estaría situada en la avenida de Thionville de Metz.

    Henri Desgrange, uno de los impulsores del Tour, justificó la decisión con una frase rimbombante: "Solo la popularización del deporte nos ayudará en la organización de nuestro grandioso evento deportivo". Pero no engañaba a nadie. Francia reivindicaba Metz como parte de su país. La propaganda, sin embargo, también beneficiaba a Alemania. El conde Zeppelin –sobrino del inventor del dirigible–, buscaba un mensaje de paz, que los ciudadanos de los dos países pudieran cruzar las fronteras sin armas en la mano para animar a los héroes deportivos.

    El representante del Reich saludó la llegada del Tour el 10 de julio. Alemania no puso pegas en la frontera, pero Francia sí. Los ciclistas la atravesaron con la mera formalidad de colocar un precinto en su bicicleta, pero los vehículos del periódico deportivo L’ Auto tuvieron que completar todas las formalidades de la burocracia francesa, así que cuando después de 13 horas de etapa los ciclistas llegaron a la meta, allí solo estaba el corresponsal de L’ Auto en Metz para tomar nota. Dio como ganador a Trousselier y a Georget como segundo. El conde Zeppelin y su esposa posaron para la foto oficial con Trousselier y le felicitaron por la victoria, pero cuando minutos después llegan los jueces, se dieron cuenta de que el ganador era Georget y que su corresponsal había confundido los colores de los maillots.

    Pero lo peor llegaría al día siguiente, tras la salida, a las cuatro de la madrugada: los dos gendarmes de la frontera sometieron a los corredores a un escrutinio exhaustivo de sus bicicletas, una a una, para ver si conservaban el precinto colocado en la víspera, una tarea tediosa que retrasó horas la carrera. Aun así, el Tour regresó a Metz en 1908 y 1909, y lo volvería a hacer en 1919, cuando la ciudad volvió a ser francesa tras la I Guerra Mundial. Las fronteras se atravesaron poco a poco. La de Suiza en 1913, la de Mónaco en 1939, la de Bélgica y Luxemburgo en 1947, la de Italia en 1948, la de España en 1949, la de los Países Bajos en 1954, la de Gran Bretaña en 1974. En 1987, el Tour salió de Berlín, junto al Muro. Ese año ganó Pedro Delgado.
     
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