Epica ciclista..Historias de un deporte

Tema en 'General' iniciado por labeaga, 19 Ene 2019.

  1. labeaga

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    Masomah Ali Zada, la olímpica a la que un hombre atropelló para que no fuera ciclista: "Nos insultaban, nunca imaginé..."
    Este miércoles, la ciclista de 25 años compite en la prueba contrarreloj femenina

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    Masomah Ali Zada, en una imagen de archivo



    Masomah Ali Zada está ante una de las grandes oportunidades de su vida. Este miércoles compite en la prueba contrarreloj femenina de ciclismo. El hecho de participar, sin mirar por un puesto en concreto, ya colma los deseos de una mujer que competirá con los colores del Equipo Olímpico de Refugiados.

    Ali Zada tuvo que escapar de Afganistán para poder cumplir sus sueños. Su vida es de película. De hecho, ya hay dos documentales que la cuentan. "Quiero mostrar que las mujeres son libres de hacer lo que quieran", decía en una entrevista para 'Paris Match'.

    Escapando de los talibanes
    Masomah vivió parte de su niñez en Irán, escapando del poder de los talibanes en Afganistán. Fue en ese momento cuando, con su hermana, se enganchó a andar en bicicleta.

    Ya en la adolescencia volvió a su país de origen y arrancó con la bicicleta. "Un día, el ciclismo tiene que convertirse en una tradición. Así que el equipo nacional de ciclismo femenino de Afganistán quiere introducir el ciclismo como una tradición normal y común para todas las demás chicas afganas", dijo a 'AP' en 2016 como recoge 'Olympics'.

    Su dedicación no estaba bien vista. Hasta que un día fue atropellada por un hombre que no sólo no se paró a socorrerlas, sino que se burló de Masomah. La situación era insostenible.

    "Sabía que estaba en peligro, pero nunca imaginé que la gente podría agredirnos por eso. Casi todas las chicas que hacían ciclismo tuvieron la misma experiencia. Mucha gente nos insultaba y quería que dejáramos de montar en bicicleta", ha reconocido en varias entrevistas.

    'Las pequeñas reinas de Kabul', como así son llamadas ella y su hermana, recibieron la llamada de la Embajada de Francia para competir en una carrera en Francia. Finalmente acabarían quedándose a vivir en el país galo, donde estudiaron en la Universidad de Lille.
     
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  2. ray

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  3. labeaga

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    Hasta siempre, 'Signore Zoncolan'

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    Gilberto Simoni estaba decepcionado, no quería seguir adelante y tenía decidido que abandonaría el ciclismo al final de una temporada, la de 1998, que no confirmó las grandes expectativas que el año anterior, cuando había debutado en profesionales, había generado a pesar de tener que retirarse del Giro de 1997 por culpa de una caída cuando marchaba séptimo en la general. Se dedicaría a la mecánica. Además, los problemas con el hematocrito en la Vuelta a Portugal complicaban todo, pero un octavo puesto en el Giro de Lombardía a finales de curso ciclista le hizo pensar dos veces la idea de colgar la bicicleta y, finalmente, no lo hizo, algo que agradecerá el resto de sus días.

    RETIRO EN 1998
    Simoni colgó la bicicleta brevemente para dedicarse a la mecánica en 1998 tras un año decepcionante, pero un buen Giro de Lombardía le hizo recapacitar

    Después de la tormenta personal, 'Gibo' firmó por el Alessio como jefe de filas para la temporada 1999 con un claro objetivo: buscar alguna etapa y, por qué no, el podium en un Giro que tenía en la figura de Marco Pantani, ganador de Tour y Giro el año anterior, el único y gran favorito al triunfo final. Y fue precisamente la descalificación por dopaje de 'Il Elefantino' lo que le abriría las puertas del podium de su carrera favorita, un lugar al que, entre 1999 y 2006, sólo dejaría de subir en 2002, cuando dio positivo por cocaína que el propio Simoni achacó a unos caramelos colombianos traídos por su tía en un viaje al país sudamericano.

    El trentino confirmó que lo del Giro no había sido casualidad en la Vuelta a Suiza de ese mismo año al quedar tercero y llevarse un triunfo parcial. Su buena actuación en Italia y en la ronda helvética le valió el interés del más potente Lampre, equipo para el que correría las dos temporadas venideras.

    Bormio le vio ganar por primera vez
    El Giro del año 2000 se presentaba como el de la reválida del 'vecino' de Moser, y Simoni logró lo que en años anteriores se le había resistido, alzar los brazos como vencedor de una etapa en la corsa italiana. Y qué mejor escenario que Bormio, la ciudad que vio sentenciar al gran Fausto Coppi el Giro de 1953 y que, curiosamente, terminaría para confirmar, en 2004, que su compañero y gregario a priori. Damiano Cunego, le había ganado la partida en aquella edición de la carrera de la Gazzetta. Aquel día, y tras haber sido batido por un joven Chechu Rubiera en Selva di Val Gardena en la etapa previa, fue el más rápido de un grupo con gente tan buena como Casagrande, Frigo o Gotti que se había destacado subiendo el Gavia a 35 kilómetros de meta. Sin embargo, en aquella edición, el de Palú di Giovo no pudo ser más que un espectador de lujo del duelo entre Garzelli, que acabaría ganando aquel Giro, y Francesco Casagrande, condenado por sus malas artes contra el crono tras ser líder durante la mayor parte de la carrera.

    Tras el gran espectáculo ofrecido por los corredores el año anterior con la victoria del inolvidable José María Jiménez en el Angliru, la Vuelta a España había programado su ascensión para la edición de 2000, algo que Simoni anotó en su particular libreta. No llegaba en su mejor forma a la ronda española, pero, atacando de lejos y obteniendo una buena renta a comienzos de puerto, todo era posible. Dicho y hecho: se metió en una fuga muy numerosa, llegaron a tener 13 minutos de ventaja y la administró en aquellas durísimas rampas en las que el Chava se convirtió en mito -aunque sin el Chava quizás nunca se hubieran convertido en míticas- y levanto los brazos como ganador en tan prestigiosa cima.

    REY
    El Giro de 2001 sirvió para coronarse como campeón del Giro y mejor ciclista italiano del momento ayudado por el progresivo hundimiento de Pantani.

    El año 2001 fue el de la grandeza para 'Gibo' tras imponerse en un Giro de Italia que presentaba en la salida con Garzelli, Gotti, Olano y la incógnita de un Pantani resucitado en el Tour del año anterior, como grandes favoritos. Sin embargo, cuando todo apuntaba al duelo entre los cinco, en el Passo del Pordoi, todos a excepción del entonces líder Frigo hicieron 'crack' -Pantani se dejó siete minutos y Garzelli más de trece aquel día- y Simoni quedó como el gran dominador de un Giro que terminaría de rematar el penúltimo día en la llegada a Arona venciendo la etapa dándose una exhibición con la maglia rosa en el pecho de más de 40 kilómetros en solitario. Al final, dos españoles le acompañarían en el podium de Milán, Abraham Olano y Unai Osa.

    Con lo que no contaba un Simoni que marchaba directo a por su segundo Giro en el año 2002 era con la cocaína que, al parecer, tenían los dichosos caramelos que su tía suya le trajo de Colombia. El trentino había dado positivo por esta sustancia en un control un mes antes y su equipo, el Saeco, decidió retirarle de la carrera en cuanto se supo la noticia “ante el clima de fuertes sospechas y de dudas” generado. Afortunadamente, se demostraría que no se había drogado y quedó sin sanción, si bien es cierto que bastante fue el dejarle sin la posibilidad de ganar un Giro que finalizaría con la victoria de un Paolo Savoldelli que, sin apenas equipo, consiguió llegar de rosa a Milán.

    Para el Giro del año 2003, los organizadores de la ronda transalpina, viendo el éxito del Angliru en la Vuelta, pensaron que debían encontrar esa cima representativa y dura hasta más no poder que pudiera ser su nueva seña de identidad. Y para ello presentaron en aquella edición la subida al Monte Zoncolan que, con una pendiente media del 12,4% y una máxima del 22%, debería hacer estragos entre los corredores. Simoni lo entendió así y lanzó un durísimo ataque al que ni Garzelli ni el último gran 'Pantani ciclista' de su vida pudieron responder. Dos días después, misma medicina para sus rivales: ataque a falta de cinco kilómetros de meta y victoria parcial y medio Giro en Alpe di Pampeago. Aún tendría la oportunidad de ganar otra etapa más y cerrar la que, seguramente, fue la mejor y más contundente victoria de su carrera.

    El "bastardo" le supera
    "Eres un bastardo y un ignorante". Así, con estas duras palabras, Gilberto Simoni resumía su impotencia después de verse superado por un jovencísimo Damiano Cunego en los momentos de la verdad del Giro de 2004. En la tercera etapa, Cunego había sido el mejor, pero un día después Simoni dejó claro quién era el jefe de filas y conquistó la etapa y la maglia rosa en Corno Alle Scale.

    GIRO 2004
    Cunego confirmó ser más fuerte que Simoni en Bormio, la ciudad donde consiguió su primera victoria de etapa en la corsa rosa.

    El problema para 'Gibo' llegó en la ascensión a Montevergine di Mercogliano, cuando su joven compañero consiguió la victoria de etapa y el liderato gracias a las bonificaciones. Y es que, desde ese momento, Cunego sólo cedería el rosa a Popovych tras la primera crono larga. Es más, Damiano vencería en Falzes y terminaría de coronarse en Bormio, el lugar donde Simoni consiguió su primera etapa en el Giro. Sin embargo, el capitán del Saeco aún tendría fuerzas para intentarlo en el Mortirolo junto a Garzelli, pero un Cunego muy fuerte y tranquilo por detrás, supo mantener su renta y ser el hombre de rosa en Milán.

    Al año siguiente sería un Savoldelli espectacular luciendo los colores del Discovery Channel quien le arrebató el triunfo final en el descenso del Finestre, cuando "el halcón" recortó buena parte de la ventaja que el trentino había logrado junto al fugaz Rujano en la ascensión y manteniendo el tipo en el final en Sestrieres. Ése sería el último gran Simoni candidato real a la victoria en el Giro, ya que en 2006, a pesar de ser tercero, nunca pudo hacer la más mínima sombra al mejor Basso de su carrera apenas unos días antes de que la Operación Puerto descubriera el entramado de dopaje en el que el ahora corredor del Liquigas estaba inmerso. Segundo fue el también implicado en la trama de Eufemiano Fuentes Quique Gutiérrez, pero Simoni nunca reclamó el Giro de 2006 como suyo como, en teoría, fue. Cosas de la vida, cuatro años después, Ivan Basso lograría su primer gran triunfo después de la sanción en el 'Monte Simoni', el Monte Zoncolan.

    Signore Zoncolan
    En 2007, 'Gibo' se presentaba con los colores del Saunier Duval y logró, además de un nuevo podium final, otra victoria parcial en el Zoncolan. Como en sus grandes días, el italiano demarró en uno de esos exigentes tramos al 22% que tienen que superar los ciclistas para llegar a la cima del puerto y consiguió destacarse junto a Leonardo Piepoli en meta. Dos llegadas al monte y dos triunfos parciales del 'Signore Zoncolan', ese que está tan próximo a decir adiós definitivamente a la bicicleta.

    En la subida al monte en el Giro de 2010, Simoni intentó estar lo más arriba posible, pero los años no perdonan y no pudo estar con los mejores en el último puerto. A su llegada, su masajista le daba una cariñosa caricia a la que Simoni respondía con gesto de reflejaba la pequeña decepción de quien sabe que sus mejores días ya han pasado. Con Simoni se irá, cuando termine el Giro y se retire, uno de los mejores escaladores del pelotón mundial de la primera década del siglo XXI. Un verdadero grande.
     
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    La última víctima del Envalira
    Joseba Beloki sufrió en el puerto andorrano el mayor desfallecimiento de su carrera
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    La subida de Envalira, en los Pirineos, entre Francia y Andorra, parece un puerto pequeño, largo y tendido, domesticado, sin la agresividad salvaje de los grandes de los Alpes, Galibier y Glandon, ni la dureza o el pavor que inspiran el Tourmalet o el Aubisque, en los Pirineos. Es un puerto de transición, una carretera de tres carriles en cuesta, poco más. Es también, pese a todo, uno de los puertos que más ha hecho sufrir a los grandes. Hace casi 40 años, en 1954, Anquetil, que temía a una bruja y se dedicó a la barbacoa la víspera, pasó allí, subiéndolo desde Andorra, uno de los peores momentos de su carrera, atacado por Poulidor. Allí, en 1997, llegando a su cima, Riis, el ganador del Tour del 96, se dio cuenta de que no repetiría su triunfo y designó sucesor a Ullrich el mismo día en que todos nos dimos cuenta de que Olano nunca sería un escalador, subiendo forzado tras la rueda de Beltrán, y sin perder mucho tiempo, pero lejos de un pelotón de 40.

    Allí, ayer, Joseba Beloki sufrió el gran desfallecimiento de su vida.

    El líder de la Vuelta, el gran favorito, el hombre que tenía en sus manos todas las claves de la victoria, perdió 19 minutos y 55 segundos. Joseba Beloki bajó el Envalira llorando, rodeado de todo su equipo. Los avisados ya sabían que Beloki estaba mal antes incluso de salir. Los rivales le habían visto débil en La Molina, la víspera. 'Pensé que eso era una crisis pasajera, lo normal el día siguiente al del descanso', explicó luego Beloki, gafas de sol todavía, tapando los ojos. Era algo más. Lo supo todo el pelotón enseguida. 'ONCE-Eroski a cola de pelotón por Beloki', 'ONCE-Eroski a cola de pelotón por Beloki', repetía Radio Vuelta durante la ascensión del Puymorens. Algo pasaba. Su equipo, sus fieles compañeros, que le habían llevado tranquilo aparentando que no pasaba nada, ya no pudieron esconder su pánico. Zarrabeitia aceleró hasta la cabeza del pelotón, donde Baranowski y Odriozola marcaban un ritmo de infierno, y abroncó a la moto de televisión, como si fuera ella la que acelerara la carrera a la velocidad que ya Beloki no podía aguantar.

    No era la moto. Era la rabia. El llanto. El derrumbe psicológico. El pánico ante una crisis inesperada. Beloki perdió el control. Se paralizó. 'Fue el día más triste del año', dijo. 'Y precisamente me ha tenido que pasar aquí, donde he estado todo agosto machacándome en los puertos'. Todo su equipo, salvo Igor González de Galdeano, que intentó sacar las castañas del fuego, se quedó atrás con él, en triste cortejo, despacio. 'No podía bajarme de la bicicleta teniendo conmigo a esta gente, animándome y hablándome'. Salvándole la vida.

    Beloki no sabía lo que le había pasado. Sólo conocía los síntomas. 'Me he sentido vacío, sin fuerzas. No es normal que me pase esto dos días después de un gran día de montaña, en que con fortaleza conquisto el liderato. He tenido sensaciones de estar enfermo'. Tampoco Manolo Saiz conocía las razones. 'Cuando volvamos a España le haremos unos análisis y ya veremos', avanzó. Después, todos juntos, todos tristes, en cortejo, iniciaron el descenso de Pal. Ahora intentarán buscar un sentido a lo que queda de Vuelta. Justamente la mitad.
     
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    otra de pájaras


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    Giro de Italia: el sputnik Berzin y la pájara de Indurain

    La era Indurain se acabó de golpe el 6 de julio del 96 en Les Arcs. El hundimiento del campeón navarro en aquella inédita subida de los Alpes terminó con el sueño del sexto Tour. Dos años antes ya se le había encendido la luz roja –resultó una falsa alarma– en el Giro del 94. El sputnik Berzin y la pájara de Indurain en el Valico de Santa Cristina se han incrustado para siempre en la memoria del ciclismo. También la aparición del joven e irreverente Pantani.

    Un poco de contexto: el gigante de Villaba tiranizaba las grandes vueltas a punto de cumplir la treintena. No se bajaba del escalón más alto del podio desde que pisó el de París en julio del 91 y amenazaba con su tercer doblete consecutivo Giro-Tour. Destrozaba a sus rivales en la contrarreloj y los controlaba en la montaña, pero en aquel Giro dos figuras casi desconocidas y que habían pasado a profesionales solo un año antes, en el 93, cambiaron el guión habitual.

    La generación de la EPO
    Producto de la férrea disciplina soviética y con un brillante palmarés en la pista, Eugeni Berzin explotó en una primavera del 94 de ensueño para él y su equipo, el potente Gewis-Ballan, señalado como uno de los primeros en usar el dopaje sistemático con EPO. Aquel rubio que se escondía detrás de unas oscuras gafas de sol participó en algunas de las exhibiciones más marcianas de la época, gestadas en el laboratorio del famoso doctor Michele Ferrari. A destacar, su victoria en la Lieja, además de un buen puñado de podios en otras pruebas importantes.

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    Berzin, Furlan y Argentin, triplete de la Gewiss en la Flecha Valona del 94
    De carácter distante, marcado por su temprana alopecia y orejas de soplillo, Marco Pantani no era más que un promisorio escalador al servicio del mítico Chiappucci. Mientras Berzin llegaba avalado por sus resultados y rodeado por grandes nombres como Argentin, Furlan, Ugrumov, Zaina o Riis, el Pirata no había pasado de un cuarto puesto en el Trentino. El as en la manga del equipo Carrera se llamaba Francesco Conconi, doctor involucrado en otra trama de dopaje.

    El mito era humano
    Fuera caretas: el ciclismo adulterado con la EPO y, concretamente, el Giro del 94 dejaron grandes momentos. No sabremos si Pantani o el sputnik ruso eran superiores a Indurain, pero aquella primavera convirtieron al mito en humano. No llegaba en su mejor momento el bicampeón: problemas de rodilla y con las alergias, pocos días de competición y sin grandes resultados. El equipo Banesto intentó sin éxito distraer la atención: “No hemos venido a ganar, sino a recuperar sensaciones”.

    La primera semana de carrera confirmó que Miguel no era el de las grandes ocasiones. En el prólogo le batieron De las Cuevas y Berzin, que se vistió de rosa en Campitello Matese, una subida sin mucha chicha, pero en la que abrió diferencias insospechadas. Más sorprendente todavía fue el resultado en la contrarreloj plana de Follonica: repitió victoria el ruso e Indurain perdió dos minutos y medio. El navarro encaraba el tramo decisivo del Giro a 3:39 del líder y con la necesidad de cambiar la táctica que tan buenos resultados le había dado: atacar en vez de conservar.

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    El perfil de una jornada para el recuerdo: Merano-Aprica
    Stelvio, Mortirolo y Santa Cristina
    Peor le iban las cosas a Pantani. Con siete minutos de pérdida, en los Dolomitas encontró el lugar perfecto para presentarse en sociedad. En Merano firmó su primera victoria como profesional con un ataque en el Monte Giovo y un peligroso y mojado descenso. Un día después, el 5 de junio, tappone dolomítico con el nevado Stelvio, el terrible Mortirolo y un Valico de Santa Cristina que pasaba de puntillas en el perfil de la etapa, pero que resultó decisivo.

    El pelotón se fumó los 44 tornanti del gigante, quizá en señal de protesta por la falta de seguridad o temeroso ante lo que estaba por llegar. Las rampas del Mortirolo depararon una batalla inolvidable: Pantani reventó a todos los que intentaron seguirle, incluido Berzin. No se cebó Indurain, que marcó su propio ritmo y fue recogiendo cadáveres en una subida excepcional. A su rueda, Nelson Cacaíto Rodríguez, invitado de piedra. En el descenso les esperó el Pirata por orden de su equipo y, tras el primer paso por la meta de Aprica, el trío aventajaba en más de dos minutos a un líder solo y agotado.

    Había Giro. O eso pensábamos hasta que el campeón perdió la rueda de Pantani y se desfondó en Santa Cristina. Le rebasaron Chiappucci, Belli y hasta Rodríguez, en meta perdió 3:30 con el ganador y Berzin se recuperó para llegar sólo 36 segundos después. El destrozo fue tremendo: Bugno, Poulnikov y Tonkov, a casi seis minutos; Hampsten y De las Cuevas, a siete; Gotti, a diez… El primer abordaje del Pirata, el sputnik ruso y la pájara de Indurain son historia del ciclismo.



     
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    35 años del triunfo de Marianne Martin, la primera mujer en ganar el Tour de Francia


    Marianne Vos ganó Le Course la semana pasada, pero hace 35 años otra Marianne ganó un título mucho más grande.

    Marianne Martin fué primera ganadora del Tour de Francia Femenino que se disputó junto a la carrera masculina entre 1984 y 1989. Hoy su trofeo de su campeona está en un lugar discreto en la sala de su casa en Boulder, Colorado, dentro de la Copa, guarda cualquier cosa, una tarjeta de crédito, un adorno, una foto, se convirtió en recipiente de objetos.

    «Quienes somos no es lo que hicimos, es lo que hacemos», le dijo Martin a Velonews. La estadounidense cuenta con 61 años y de ser el centro de los focos, ahora es fotógrafo profesional, trabaja haciendo retratos y trabajando en bodas, sigue siendo atleta activa, ya no sobre la bicicleta, sino sobre un caballo y también dedica tiempo a correr.

    Ganó poco más de 1.000 dólares en premios por su gesta, pero gastó cerca de 12.000 en su periplo por estar en el Tour, que en ese momento disputaba 18 etapas en 23 días. Nada de eso le importó «estuve en Francia durante un mes compitiendo en bicicleta, no cualquiera corre un Tour de Francia, fue una experiencia increíble cuando lo gané « recuerda Marianne.

    No deja pasar la oportunidad de reflexionar sobre el estado actual del ciclismo femenino «Es lamentable que no se haga más que un sólo día de competencia, pero es fabuloso que las mujeres tengan un pie en el Tour, una pena que no se realice de la misma forma como cuando yo lo gané, ojalá algún día vuelva, todo se reduce a dinero, el mercado es lo primordial para que alguien venga y patrocine el Tour de Francia femenino, pero tienen que encontrar las personas adecuadas y hacer las ofertas adecuadas, no puede ser pedir y pedir y ya, nadie ayudará así»

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    Giro de Italia : miedo y asco en Montalcino



    Es la carrera más bonita del mundo en el país más bonito del mundo. O eso dicen los italianos. Y hay motivos para creerlo. No tiene el impacto mediático del Tour de Francia, pero su belleza, pasión y dureza son la quintaesencia del ciclismo por etapas. Los recuerdos del Giro, que no tienen fecha de caducidad.

    La corsa rosa debió empezar hace una semana, pero está capturada por el dichoso coronavirus, igual que nuestra vida tal y como la conocíamos. La 103ª edición tendrá que esperar a octubre, si la evolución de la pandemia lo permite, claro. Mientras, siempre nos quedarán las memorias. Y el 15 de mayo se cumplió una década de una jornada difícil de olvidar.

    Lluvia y sterrato, mezcla explosiva
    De 222 kilómetros entre Carrara –donde el mármol– y Montalcino, en el corazón de la Toscana, la séptima etapa guardaba una sorpresa en su parte final: varios tramos del famoso sterrato que caracteriza a la Strade Bianche. Aquel día amaneció con lluvia y frío, invitados excepcionales, no para el agrado de los ciclistas, pero sí para los aficionados.

    Tras una primera mitad totalmente llana y tranquila, pero de desgaste, el pelotón se encontró con un paisaje desolador. El líquido elemento se mezcló con las carreteras de tierra y grava, formando una fina capa de barro que añadió un punto extra de dureza y dejó imágenes dantescas. No era el típico paisaje de postal en las colinas de la Toscana, desde luego.

    Una caída atrapó a un joven Vincenzo Nibali, entonces maglia rosa, Ivan Basso, a la postre vencedor del Giro, y Carlos Sastre, la gran esperanza española, justo antes de un tramo de tierra. La carrera estaba lanzada, nadie les esperó. Dos nombres propios se crecieron bajo el aguacero y sobre el fango: Alexander Vinokourov y Cadel Evans.

    Honor al maillot arcoíris
    El kazajo, que había perdido el liderato en la contrarreloj por equipos, y el australiano, vigente campeón del mundo, protagonizaron un duelo precioso en la subida final, diez kilómetros sin asfaltar y con pendientes que superaban el 16%. Atacó una y otra vez Vinokourov, muy expresivo, que resoplaba y se limpiaba el barro de la cara, pero le sujetó Evans, de rostro duro e impertérrito.

    Por detrás, Nibali tiraba de Basso, pero el siciliano estaba tan fuerte que tenía que esperar a su líder. Es curioso pensar que años después empezó a ganar el Tour en un día lluvioso y sobre adoquines. Más lejos aún, Sastre perdió todas sus opciones de luchar por el podio. A la caída le siguió un problema mecánico y un “pajarón impresionante” en la última subida.

    En los recuerdos del Giro no pueden faltar el embarrado arcoíris de Evans, ganador , y el enfado de Vinokourov, vestido con la maglia rosa: “Ha sido terrible, estas carreteras no tienen sitio en las vueltas por etapas”. Miedo y asco en Montalcino.

     
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    Bernardo Ruiz, mito vivo de nuestro ciclismo

    El ganador de la Vuelta a España de 1948 cumplió este mes de enero nada menos que 96 años.

    A veces en España somos muy desmemoriados, y por eso de vez en cuando conviene darse una vuelta por nuestro pasado ciclista. Nos referimos al pasado que va más allá del visual o televisivo. Un pasado medio, cuyo conocimiento nos permite valorar mejor a los ciclistas actuales en base a saber las durísimas condiciones de las gestas de los pioneros.

    El pasado 8 de enero de 2021, cumplió nada menos que 96 años el ciclista alicantino Bernardo Ruiz. Nacido en Orihuela, en 1925, Ruiz es de largo el ganador de la Vuelta a España más longevo, además de uno de los mejores ciclistas españoles de todos los tiempos.

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    El alicantino fue un pionero de nuestro deporte allá por los años cincuenta del siglo XX. En un país y unos tiempos muy duros, y previos al gran crecimiento que experimentó el ciclismo de la mano de otros grandes como Poblet, Bahamontes y Julio Jiménez. Ruiz fue el primer ciclista profesional español, clasificación otorgada por la UCI y la Federación Española, uno de los primeros que pudo ganarse la vida dándole a los pedales. Y es que como el propio Ruiz comentó en más de una ocasión: “Me hice ciclista por necesidad”.

    Bernardo Ruiz ganó la Vuelta a España en 1948 y consiguió el tercer puesto en 1957. Pero también fue el primer español en subir al podio del Tour de Francia, en 1951. Su palmarés está repleto de triunfos: triple campeón de España de Ruta y una vez de Montaña (que en aquellos años significaba un recorrido montañoso).

    Ya en 1945, con apenas 20 años, se impuso en la Volta a Cataluña. Consiguió más triunfos de etapa en la ronda catalana, pero por encima de todo destacó en el el Tour de Francia donde consiguió dos victorias de etapa en 1951 para acabar 9º en la general. Al año siguiente consiguió subir al podio del Tour, flanqueando nada menos que a Coppi y a Ockers.

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    Tiempos de gigantes del ciclismo
    Por entonces ya era un ciclista consolidado. Un clásico de las mejores carreras de aquel ciclismo en el que los ganadores solían arrasar en auténticas cabalgadas legendarias. Eran tiempos de gigantes: Bartalli, Coppi, Bobet, Gaul, Kübler, Koblet… Ruiz arrasó en la Vuelta de 1948, la de su consagración con apenas 23 años; donde además de la general final se llevó tres etapas y la clasificación al mejor escalador.

    Marcó otro hito para nuestro ciclismo en 1955 al convertirse en el primer español en ganar una etapa del Giro de Italia. Se retiró del ciclismo a finales de 1958, no sin antes conseguir una nueva victoria en el Campeonato de España de ruta vistiendo los colores del histórico Faema-Guerra.

    Bernardo Ruiz siguió vinculado al mundo del ciclismo como director de equipo. Y ya en 1961 contribuyó a que Angelino Soler se convirtiera en el ganador de la Vuelta a España más joven de la historia (21 años, un récord que aún no se ha superado). Duró poco como técnico, a mediados de los años sesenta regresó a su Orihuela natal, donde puso en marcha una tienda de motos y bicicletas.
     
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    PUY DE DÔME


    El Puy de Dome representa una ventana de tiempo en la historia del ciclismo deportivo. Su presencia en el Tour de Francia duró 36 años. Su ascensión se programó por primera vez en 1952, y por última en 1988. La montaña estuvo presente en la carrera en trece ocasiones, todas ellas dentro de ese lapso temporal. Antes nada. Después nada. Y parece que en ambos casos: pasado anterior y presente-futuro posterior, la cosa no tiene arreglo posible. En el periodo anterior porque, que sepamos, aun no podemos viajar en el tiempo para cambiar la historia, mientras que en el futuro, lo que ocurre es que la montaña está declarada como sitio de especial interés natural y, consecuentemente, protegido del paso de vehículos motorizados, bicicletas y muchedumbres. Lo último que quieren ver las autoridades competentes por allí es una orgía mediática de vehículos, gente incontrolada y basura, acompañando a un pelotón de ciclistas.

    El nombre de la montaña tiene un poderoso efecto evocador en la mente de los aficionados al ciclismo más maduros. Suena a encarnizadas batallas, a héroes del pedaleo, a alardes enérgicos espectaculares. En ocasiones demostrativos del poder del ciclista que acabaría ganando la ronda, pero otras veces como protesta protagonizada por quien la pudo ganar pero no lo acabó logrando. Para los aficionados de mi generación (nacidos en la década de los sesenta) y de las anteriores, el Puy de Dome representa un mito. Un escenario que suena alejado y misterioso, donde siempre sucedían grandes gestas durante la gran carrera francesa, y que no resultaba tan fácil de ubicar geográficamente en el mapa hexagonal. No exagero si considero que probablemente eran, esta montaña, junto con el Tourmalet, los puertos ciclistas del Tour con más renombre durante el tiempo en que el “Puy” existió como tal. Y es que dicho periodo coincide con una época gloriosa y muy completa del ciclismo, la comprendida entre la última victoria de Coppi en la carrera, y la de Pedro Delgado. Entre medias Bobet, Walkowiak, Nencini, Anquetil, Gaul, Gimondi, Aimar, Pingeon, Jansen, Merckx, Thévenet, Van Impe, Hinault, Zoetemelk, Hinault, Fignon, Lemond y Roche. Además de los españoles Bahamontes y Ocaña. Todos ellos acompañados de sus enemigos más encarnizados: Géminiani, Poulidor, Pérez Francés, Julio Jiménez, Fuente, Agostinho, Fabio Parra y un largo rosario de excelentes corredores. Auténtica historia del ciclismo que integra varias generaciones de corredores de excepcional nombre e importancia. Lo que ocurre es que con el paso del tiempo, con la progresiva vejez de los aficionados que siguieron y seguimos el ciclismo durante aquellos años, todo ese “archivo” de memoria nostálgica va pasando de moda y se va almacenando en contenedores más profundos. Los datos y los recuerdos de las gestas deportivas van siendo desplazados de la “memoria RAM colectiva” (la de uso inmediato y rápido) al “disco duro de la sociedad”, ese lugar al que únicamente acuden los nostálgicos, o aquellos que lo necesitan para buscar datos fiables cuando pretenden reconstruir parte de la historia. Por eso es tan fácil ahora salir a pedalear enfundado en un maillot del Molteni sin que la mayoría de los ciclistas que te encuentres por el camino sepan lo que eso significa, o ni siquiera conozcan la figura de Eddy Merckx. Y al Puy de Dome, que quieren que les diga, pues hace ya tiempo que le pasa lo mismo.

    Repasando las trece ocasiones en las que el Tour visitó este volcán encontramos personajes muy importantes. Allí hubo una victoria suiza, una danesa, una belga y otra francesa, dos holandesas e italianas, y… ¡cinco españolas! Así que sí, efectivamente, tal y como afirma mi amigo Javier, podemos asegurar que el Puy de Dome es, en el ámbito del Tour de Francia, la “montaña de los españoles”.

    Pero empecemos el repaso por los extranjeros que triunfaron allí. Y hagámoslo por orden cronológico. En su estreno, en 1952, venció Fausto Coppi. Lo hizo en duelo personal contra Jan Nolten, dejando nada menos que a Bartali en tercera posición. Coppi acabó ganando aquel Tour en el que Bernardo Ruiz finalizó tercero. Pese a que Nolten no se consagró como ciclista famoso, aquel año debía de andar algo fino pues había ganado ya una etapa algunos días antes. El segundo triunfo italiano en el volcán llegó en 1967 de la mano de Felice Gimondi. Para ello empleó más de siete horas de etapa y gano con solvencia, metiendo 4’ 50” a Rabaute y 4’ 52” a un Julio Jiménez que, a su vez, hizo hueco con respecto al resto de corredores. De hecho, fue él quien desató las hostilidades, consciente de que aquel sería uno de sus últimos cartuchos para intentar arrebatar el liderato de la prueba a Pingeon. Al empezar la etapa el francés le aventajaba en dos minutos y tres segundos, y tras la etapa, la diferencia se recortó hasta el minuto treinta y nueve. Jiménez acabó segundo la ronda y alzándose con el gran premio de la montaña. Dos años más tarde (1969) la victoria fue para el único francés en la historia en conseguirlo: Pierre Matignon. El asunto tuvo guasa y pasó a la historia porque Matignon, cuando logró la victoria de la etapa, era el farolillo rojo de la carrera (al final de la misma acabó anteúltimo). Su victoria en el Puy de Dome se fraguó en una escapada temprana, en la que acabó quedándose solo y sosteniendo un ritmo suficiente como para que el Caníbal, que llegó segundo, habiendo dejado detrás al resto, no fuera capaz de cazarlo. ¡Chapeau Pierre!.

    En 1975 ganó Van Impe, seguido de un Thévenet en estado de gracia que acabó ganando aquel Tour. Merckx era el líder de la carrera y en aquella subida sufría para mantener una distancia razonable con el francés. A pocos kilómetros de la cima, un cretino que se había colocado al lado derecho de la carretera le clavó el puño en el costado, impactando en su hígado. Merckx llegó arriba con 34 segundos de retraso sobre Thévenet, agotado, cabreado y muy dolorido. Desde entonces, se especula con la posibilidad de que aquel incidente fuera la causa de la derrota de Merckx en lo que hubiera sido su sexta victoria en un Tour. La verdad es que para aquellas fechas su domino ya no era el mismo. En cualquier caso, al día siguiente sufrió una significativa pájara en Pra Loup. Allí perdió el liderato y la carrera. Aunque acabó segundo en París, quizás el Puy de Dome pueda ser considerado como el hito de su declive. Hasta cierto punto eso es algo que tiene alguna “lógica supersticiosa”, si tenemos en cuenta que el Puy de Dome podría considerarse como la montaña “maldita” del belga, uno de los pocos escenarios en los que jamás venció, y en los que varios ciclistas lograron “darle caña” de modo manifiesto.

    He pedaleado a rueda de Zoetemelk. De verdad, lo prometo. Lo hice en un recorrido de la Anjou Vélo Vintage hace algunos años. Aunque siempre hay forofos que se empeñan en calificarlo como “chupa ruedas”, cuanto más me informo sobre su palmarés, menos dudas tengo sobre su calidad como corredor, y más en la época en la que le tocó competir, plagada de estrellas incuestionables y de locos por los ataques en las montañas. En sus ¡17 temporadas como profesional! le tocó combatir como mucha gente. Gente de prestigio. Y aun así ganó un Tour, una Vuelta, un Mundial y alcanzó ¡seis segundas posiciones en la Grand Boucle!. “Casi nada”. Aquel día en Anjou vestía su maillot amarillo de ganador del Tour, lo mismo que Thévenet. Ambos estaban siendo homenajeados por la organización, aunque con el segundo no me topé “en carrera”. Pero con el holandés sí, coincidí con él en un grupo y rodé tras él algunos kilómetros, por cierto, bastante rápido. La cuña viene a cuento porque Joop Zoetemelk es uno de los dos únicos ciclistas de la historia que se ha coronado vencedor, por dos veces, en la cumbre del Puy de Dome. Y en ninguna de las dos ocasiones coincidiendo con su victoria final en la general de la carrera. La primera vez, en 1976, lanzó un ataque a 250 metros de la cumbre cuando rodaba en cabeza con Van Impe. A Galdós lo habían descolgado otros 250 metros antes, y a Poulidor otros 300 metros más abajo. Sobre la línea de meta, Van Impe, ganador de aquel Tour, cedió doce segundos. Poulidor acabó tercero en París, justo detrás de Zoetemelk. Dos años más tarde, el Puy de Dome regresaba componiendo la parte final de una contrarreloj de 52,5 km. El holandés se mostró intratable, adjudicándose la crono con 46 segundos de ventaja sobre Pollentier, 55 sobre Bruyere y 1’ 40” sobre Hinault. Dos días más tarde se hizo con el maillot amarillo en una etapa con final en Alpe d’Huez. Lamentablemente para él, a tres días del final, Hinault se lo arrebató en una CRI de 72 km, cuando únicamente quedaban dos etapas para dar fin a la carrera. Una vez más, Zoetemelk se veía relegado al segundo cajón del podio, en aquella ocasión, asistiendo al nacimiento de un nuevo “monstruo” del ciclismo.

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    Zoetemelk haciéndoselas pasar canutas a Van Impe en el Puy de Dome. (Imagen: Zoetemelk-Flickr / Scanseb)

    En 1986 la etapa del Puy de Dome la ganó el suizo Erich Maechler. ¿Quién? Un suizo sin gran palmarés, salvo aquella otra victoria en la Milán-San Remo (un Monumento) de 1987. Lo logró como fruto de los restos de una escapada grupal que había nacido a muchos kilómetros de meta y que, a lo largo de la jornada, fue viendo mermar el número de efectivos hasta dejarlo en seis, los cuales, durante el ascenso, fueron perdiendo comba, uno a uno, hasta que el suizo se quedó solo, sacando algo más de medio minuto al siguiente. El Tour lo ganó Lemond, seguido de Hinault. ¡Saltaban chispas en el seno de la Vie Claire!. Por último, 1988 vio el triunfo del danés Johnny Weltz. También aquella victoria fue resultado de una escapada iniciada lejos del final de la etapa. Fue cosa de dos hasta que, a 78 km de meta, el danés se quedó en solitario, con suficientes fuerzas y ventaja como para hacerse con el triunfo en la cumbre. Por detrás, entre los hombres fuertes de la carrera, Perico Delgado demostró su superioridad, acrecentando algo más su ventaja en la general sobre sus perseguidores. No sin susto posterior, pues aquel mismo día saltó la noticia de que Perico había dado positivo en el control antidopaje al que, siete días antes, había sido sometido tras ganar una contrarreloj. Se trataba de una sustancia prohibida por el COI, aunque no por la UCI. El asunto se mantuvo muy tenso durante largas horas, y como siempre ocurre en casos así, no todo el mundo acabó satisfecho con su resolución. Finalmente, Delgado logró su trono en París. “Periquismo” en estado puro, como apuntaría Marcos Pereda.

    Y ya que estamos con españoles, toca el turno de repasar sus victorias en tan célebre cumbre. En 1959 se estrenó Bahamontes, venciendo en una cronoescalada de 12,5 km. Aun así no se puso líder, aunque se colocó a cuatro segundos del maillot amarillo. La preciada prenda se la adjudicó dos días después. En la crono alcanzó una media de 20,689 km/h, sacando casi minuto y medio al segundo, nada menos que Charly Gaul. El Águila de Toledo ganó aquel Tour, y su gran premio de la montaña. En España se desató la locura. Y el enjuto y tostado héroe aún hoy continúa presumiendo de aquello. Todo un carácter don Federico. Ángel Giner narra de forma amena aquellas victorias, la de la etapa y la de la gran vuelta, en “El Tour de Bahamontes”.

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    Bahamontes adelantando a Rivière en la cronoescalada (Imagen: Miroir des Sports).

    El siguiente rey de la cima de Auvernia fue otro español, el gran Julio Jiménez. Aunque aquel no fue su mejor Tour en cuanto a resultado final, lo dio a conocer como gran ciclista, pues debutaba en la carrera y logró dos triunfos de etapa, ambos en territorio de montaña. En el Puy de Dome superó a toda un pléyade de estrellas del pedal. Él y Bahamontes impusieron un ritmo de ascensión que únicamente pudieron seguir los más fuertes de carrera. Realmente muy pocos, y entre ellos Poulidor y Anquetil. Ambos poniendo en escena lo que acabó convertido en un duelo que pasó a la historia del ciclismo, todo él retratado en múltiples fotografías. Una batalla que eclipsó la victoria de Jiménez, quien, a cuatro kilómetros de meta, lanzó un ataque definitivo al que únicamente pudo responder Bahamontes, aunque no con la suficiente energía como para evitar que de Ávila superase, en 11 segundos, al de Toledo. A Federico le quedó el consuelo de ser tercero en parís y llevarse el GP de la montaña, además de dos etapas de puertos. Don Julio, “el relojero de Ávila”, que también anda todavía por ahí, es de otro talante. Lo pueden comprobar ustedes en una de las entregas televisivas de “Conexión Vintage”. Yo lo conocí en la primera edición de la marcha cicloturista retro Otero, y me pareció un hombre encantador. Al contrario de algunas conflictivas estrellas del ciclismo, Jiménez iba haciendo amigos, los tenía por todas partes. Poco tiempo antes del fallecimiento de Anquetil, estando éste ya enfermo, lo paseó por Santander, con ocasión de la Vuelta a Cantabria. A ambos les gustaba disfrutar de los placeres de la vida, así que no faltó el marisco, el vino y, seguramente, las anchoas. Al nordeste de Italia, en un pequeño taller de bicicletas ubicado allí donde la planicie transalpina limita con las primeras y repentinas estribaciones de todo el macrosistema montañoso, hay fotografías y recuerdos del “Relojero” adornando las paredes. Los descendientes de Zanin, el anónimo mecánico del Molteni de Merckx y del Bianchi de Gimondi, respetan los objetos que rememoran la amistad que ambos cosecharon. Gran Julio. Grande en todo.

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    Julio Jiménez, ya en solitario, muy cerca de la cumbre. (Imagen: en Pedro Delgado/origen ¿?)

    Luís Ocaña firmó doblete. En 1971 y 1973. El primer año bien pudo haber supuesto su primera victoria en un Tour de Francia, de no haber sido por el terrible accidente que sufrió en la etapa decimocuarta, cuando lideraba la carrera. Entonces vestía el maillot amarillo con más de siete minutos de ventaja sobre Merckx. La mala suerte se cebó en él, primero al sufrir una caída cuando descendía detrás del belga, y después al ser embestido por Zoetemelk, que bajaba algo más atrás, cuando Ocaña intentaba ponerse en marcha de nuevo. El resultado fue concluyente: el maillot amarillo se vio obligado a abandonar la carrera allí mismo. Antes de aquello, con el Caníbal liderando la prueba, el Molteni se esforzó por contener la carrera durante la etapa que finalizaba en nuestro pico protagonista. Lo logró con gran esfuerzo hasta que, en la ascensión definitiva, se desataron las hostilidades por todas partes, con sucesivos ataques a los que Merckx intentó responder personalmente, hasta que el de Ocaña resultó lo suficientemente contundente como para facilitarle el premio de la etapa. Don Luís vestía el maillot del Bic. Dos años más tarde, con el maillot amarillo, volvía a triunfar en la cumbre sobre Clermont-Ferrand. Lo hacía en dura pugna con Thévenet, Van Impe y Fuente, sacando un margen estrechísimo (4 segundos) al belga, y no mucho más a los otros dos. Aquel año Ocaña alcanzó su ansiado triunfo en París. Fue un excelente ciclista de vida poco afortunada. Un polivalente que brillaba igualmente en las contrarreloj, que acertó a poner en jaque a Merckx, y que junto con el Tarangu, protagonizó momentos de leyenda durante sus años de esplendor. Leer a Carlos Arribas me ha ayudado, de mayor, a componerme una imagen más realista y completa de quien fuera, junto al Tarangu, uno de los ídolos de mi niñez.

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    Hay muchas fotos de Ocaña, aunque algunas suelen resultar difíciles de ubicar temporal y espacialmente. Sin estar seguro de ello, sospecho que esta fue tomada en el ascenso al Puy de Dome de 1971. (Imagen: en peloton / Horton Collection)

    Una década más tarde (1983) hubo doblete hispano en el Puy de Dome. Volvió a ser en formato de cronoescalada, en aquel caso de 15,6 km. El resultado estuvo bastante apretado, con los cuatro primeros clasificados en un margen de medio minuto. Ganó Ángel Arroyo con un desarrollo de 41x22, seguido de Pedro Delgado a 13 segundos, y algo más separado, el colombiano Patrocinio Jiménez, que superó a Van Impe por un segundo. El belga acabó el Tour con el maillot de puntos rojos, mientras que Arroyo finalizó segundo en la general por detrás de Fignon. Aquel fue el debut de un equipo colombiano en la Grand Boucle, todo un hallazgo que marcaría el inicio de una época. También fue el estreno del Reynolds en la gran carrera francesa, un verdadero éxito e, igualmente, el comienzo de otra era del ciclismo internacional. Tanto fue aquello, que, en lo que a España se refiere, podríamos marcar aquel Tour como el momento histórico a partir del cual la TVE volvió a retransmitir la carrera en directo. El “apagón” provenía desde 1975 y su fin se produjo a mitad del Tour de 1983, ante la espectacular actuación que estaba llevando a cabo el Reynolds, y el efecto que aquello estaba teniendo entre la hinchada española.

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    Ángel Arroyo en la crono. Gran victoria española en el Tour.
     
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    Tillie Anderson

    Tillie Anderson nació en Suecia en 1875 pero en 1891 migró hacia los Estados Unidos. A los 18 años se compró su primera bicicleta, gracias a sus ahorros obtenidos trabajando como costurera. Sus logros posteriores nos muestran por qué fue una de las pioneras del deporte.

    En 1895 participó en su primera carrera ciclista: La Elgin-Aurora Century Course, en los alrededores de Chicago. Century porque tenía 100 millas de distancia (160 kms aprox.). Anderson completó el recorrido en 6 horas 59' 30'', rompiendo el récord vigente de la prueba

    A partir de allí, romper récords se volvería parte de su carrera. Por ejemplo, mejoró el tiempo en la 1/2 milla (52 segundos) y estableció una nueva marca para las 100 millas (esta vez en 6 horas 52' 15'').

    Su talento era tal que el mismo año de su inicio competitivo (1895) la League of American Wheelmen (algo así como la Liga Americana de Hombres sobre ruedas) la reconoció como la ciclista mujer en el mundo

    Lo cierto es que entre 1895 y 1902, Tillie Anderson participó en 130 carreras (o eso reportan) y las ganó todas, a excepción de 7. Muchas de esas carreras correspondían a los eventos de 6 días, una modalidad de pista muy popular por ese entonces.

    Lamentablemente, la carrera de Tillie llegó a su fin en 1902 debido a que se les prohibió a las mujeres participar en competencias... por el peligro de las mismas, debido a los múltiples accidentes (incluso fatales) que habían.

    Debido a sus múltiples logros, en el año 2000 Tillie Anderson fue incluida de manera póstuma en el United States Bicycling Hall of Fame. Su historia se cuenta en el libro 'Tillie the Terrible Swede: How One Woman, a Sewing Needle, and a Bicycle Changed History' (2011).

     
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  11. labeaga

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    Beryl Burton, o el susurro ciclista de Yorkshire
    La deportista británica subió 96 veces a lo más alto del podio. En 1967 venció en una carrera mixta de resistencia, con un récord histórico de más de 446 kilómetros en 12 horas



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    Lyubov Zadorozhnaya, Beryl Burton y Anna Konkina durante el campeonato WK Wielrennen, el 2 de septiembre de 1967.

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    La novela de Emily Bronte se titula Wuthering Heights por algo.

    Wuthering es el sonido que hace el viento cuando, furioso, se enreda por entre carrejos y espinos. Seguro que lo tienen en la cabeza. Fiiiuuuu. Con todo, reconocerán que suena mejor Cumbres borrascosas que “cumbres silbantes por el viento”. Más o menos. Primera decepción. Cuando se enteren de que Heathcliff iba montado en pony se me van a echar a llorar.

    Solo que allí no es exactamente de esa forma. Allí, en los páramos de Yorkshire. Extensiones onduladas, bosque bajo, misteriosos agujeros que minan el suelo como pisadas de un gigante. Un lugar donde el aire baila con helechos disfrazados de araña, con brezos pegajosos, riachuelos borboteando. Juveniles. Antiguos. Los habitantes de York, los de Thornton, Leeds, Goathland o Kirkbymoorside saben perfectamente que el viento modula su rasgueo para contar historias. Hijos de vikingos, nietos del drakkar. Ella también lo supo. Durante décadas, entrenando cada día. El rumorear pausado, el chillido furioso cuando asoma a lo lejos la Abadía de Whitby. Ella.

    Se llamaba Beryl Burton y fue, seguramente, la mejor ciclista de siempre que haya nacido en el Reino Unido. “Perdí la cuenta de las medallas ganadas”, dejó escrito. “Creo que alrededor de mil”, respondió el historiador Peter Whitfield cuando le preguntaron sobre su número de victorias. “Pero nadie lo ha calculado correctamente”. Todo en ella es auxesis, hipérbole. Su longevidad, su preparación, sus anécdotas. Incluso el aspecto que tenía, robusta y rubicunda sobre la bicicleta, epítome de un tiempo y un lugar. El maillot casi siempre blanco con dos tiras. Una roja, otra azul. Campeona de Inglaterra. ¿De qué, Beryl? Pues no sé cuál será este. Es que tengo muchos…

    En 1957, con solo 19 años, logra su primera medalla nacional. Plata en la crono sobre cien millas

    Nació en 1937. En Halton, hoy casi un barrio de Leeds. De joven era quebradiza, frágil. Pasó en el hospital más de nueve meses cuando tenía once años. Fiebres reumáticas que no acababan de curarse. La posguerra. Carencias, penurias. Estuvo otra buena temporada recayendo hasta que, ya adolescente, su primer novio, Charlie, la animó a salir con él en bicicleta. Quizá el mozo quería llevarla a los páramos de Yorkshire buscando esa intimidad tan complicada cuando tienes “diecialgo”, pero en realidad hizo que descubriera la gran pasión de su vida. Las dos grandes pasiones, en realidad, porque acabó casándose con el tal Charlie. Él también fue ciclista, pero muy malo. Malísimo. Inteligente y avanzado para su época, sin embargo. No dudó en convertirse en el manager, conductor, director de equipo, masajista, soigneur y cuantas cosas hicieran falta de Beryl. Aunque en el pueblo, al principio, lo señalasen con el dedo. Calzonazos.

    Beryl comienza a competir, y al principio no se le da demasiado bien. Desconoce los códigos del pelotón, no sabe rodar en grupo, se limita a pedalear con todo hasta que sufre un desfallecimiento y sus rivales la van superando lentamente. Demasiado dolor para nada, piensa. Así que decide centrarse en otra disciplina. Solitaria. La contrarreloj, muy popular en Gran Bretaña. Y allí empieza a destacar, aun por encima de cualquier consideración que ustedes estén manejando.

    En 1957, con solo 19 años, logra su primera medalla nacional. Plata en la crono sobre cien millas. Esperanzador, pero apenas una anécdota viendo lo que llegó después. Fue 72 veces campeona británica de contrarreloj, dominando distancias entre las cuatro y las cien millas. Doce entorchados en ruta, otros doce sobre la pista. Un total de 96. Léanlo de nuevo. Hasta 96 veces subió a lo más alto del pódium. En el concierto internacional su dominio no fue tan llamativo, pero también dejó impronta. Dos veces logró el maillot arcoíris, otras cinco hizo lo propio en el velódromo. Un total de quince medallas. La primera en 1959, en 1973 la última. Tres veces vio cambiar el numerito de la década mientras lograba éxitos aquí y allá. De forma casi anónima, la mayoría de las ocasiones. “No quería que me adulasen, pero un pequeño reconocimiento no hubiese estado de más”.

    Tampoco ayudaba su carácter cerrado, serio, de pocas palabras. Típico de Yorkshire, pensarán algunos. Tanto que incluso trabajaba en una granja cultivando ruibarbo. Ya ven, le falta solo la casona en los páramos. No era amiga de grandes declaraciones, no dejó para la posteridad demasiadas imágenes icónicas. Casi olvidada. Pero no del todo.

    “No necesito que me digan que puedo ganar a muchos hombres. Sencillamente lo sé, porque les gano habitualmente”. No era frase hueca, sino perogrullada. A Beryl la categoría femenina pronto se le quedó pequeña. Competía a menudo con hombres. Al principio se burlaban de ella, miraban compasivos, le daban consejos básicos como quien enseña a un niño. En línea nada que hacer, la escasa habilidad se juntaba con lo hostil de sus compañeros en el pelotón y acababa imposibilitando cualquier resultado de interés. Pero en crono… ay en crono.

    En 1976 le negó el saludo a la competidora que la había relegado a la medalla de plata en el Campeonato inglés de fondo en carretera. La particularidad es que la nueva campeona era su hija

    La historia aparece en el (delicioso) libro Escapadas. Cincuenta nombres que definieron el ciclismo de carretera, escrito por Euan Ferguson y publicado recientemente por la editorial Libros de Ruta. Un imperdible para cualquier buen aficionado, pueden creerme. Pues bien, allí se habla sobre el más conocido de entre todos los éxitos de Burton. Sucedió en septiembre de 1967. Otley, muy cerquita de su casa, Allí se celebra una prueba de resistencia contra el reloj. Doce horas sobre la bicicleta rozando los Yorkshire Dales. Subidas, bajadas, curvas, asfalto en mal estado, un viento inmisericorde que susurra desgracias mientras agarra tu sillín para que no puedas avanzar. Carrera mixta. Primero salen los hombres, separados por un minuto, después las chicas. Entre ellas Beryl, claro.

    Y empieza a ocurrir

    Burton va tomando ventaja sobre todos. Inmensa sobre ellas, como todos esperaban. Pero también, ojo, mordisquea diferencias a los mozos. Poco a poco. Adelanta a uno, luego a otro. Finalmente solo tiene delante a Mike McNamara, quien pasa por ser el mejor ciclista amateur de toda Inglaterra. Ambos llevan completadas 235 millas, unos 380 kilómetros (en estas pruebas vence quien avance más en el tiempo prefijado) y la distancia va cayendo. Lo tiene al fondo de una recta, luego un poco más cerca, más cerca esta vez, ya casi, ya casi. Beryl se llevó la mano al bolsillo de su maillot, sacó de allí un regaliz y se lo tendió a su competidor al pasar junto a él. Sublime gesto. Cuando se perdió en la lejanía, quizá sintiendo que todo lo que debía demostrar ya estaba demostrado, cedió al deseo de varias horas y paró a orinar. Los últimos 45 segundos de la prueba no avanzó nada, sentándose al borde de la carretera. “Es que todo el día tuve el estómago revuelto, y solo el brandy que me acabo de tomar ha podido calmármelo”. Finalmente completó un total de 277,25 millas, más de 446 kilómetros. Nadie hizo más. Fue, de hecho, récord histórico, tanto en categoría masculina como femenina. Dos años más tarde un hombre batió su marca. Para que una mujer mejorase el registro tuvo que pasar medio siglo.

    (Ah, doce meses antes había logrado el tiempo más bajo en la contrarreloj de cien millas que marcaba el Campeonato Británico de la disciplina. El campeón masculino quedó 38 segundos por debajo).

    Todo eso fue Beryl Burton. Eso y una competitividad feroz. En 1976 le negó el saludo a la competidora que la había relegado a la medalla de plata en el Campeonato inglés de fondo en carretera. “Ha estado todo el día chupando rueda y luego se impone al sprint, eso no está bien”. La particularidad es que la nueva campeona se llamaba Denise y se apellidaba Burton. Era su hija, vamos. Años después se arrepintió, “no fue una bonita imagen”, pero quedaba el símbolo. El de una depredadora sobre la bicicleta.
     
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  12. ray

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  13. labeaga

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    Recorriendo el mundo en bicicleta, Annie Londonderry (1870-1947)
    [​IMG]Foto: londonderry.com/annie-londonderry


    El 24 de septiembre de 1895, el New York Times publicaba en la página seis una noticia poco menos que curiosa. Bajo el titular “La señorita Annie Londonderry ha llegado a Nueva York después de dar la vuelta al mundo en bicicleta”, el texto relataba las peripecias de esta mujer de origen judío, casada y con tres hijos que aceptó una apuesta de dos empresarios que le ofrecieron diez mil dólares por realizar semejante hazaña. Annie no se lo pensó y se lanzó a recorrer el mundo convirtiendo su medio de transporte en un medio publicitario de lo más rentable. Incluso cedió su propio apellido a su primer espónsor.

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    Annie Londonderry se llamaba en realidad Annie Cohen Kopchovsky y había nacido en Letonia en 1870. Sus padres, Levi y Beatrice Cohen se trasladaron a vivir a los Estados Unidos cuando Annie era una niña de cinco años. La familia, que además de Annie tenía dos hijas mayores, aumentó con la llegada de tres hijos más. La vida tranquila y feliz de los Cohen se vio truncada en 1887 cuando en menos de dos meses, fallecieron Levi y Beatrice. Por aquel entonces Annie tenía diecisiete años y tuvo que hacerse cargo, junto con su hermano de veinte, de los dos pequeños, Jacob y Rosa, pues la hermana mayor, Sarah, hacía tiempo que vivía con su marido en Maine.

    Un año después, Annie Cohen se casó con un vendedor ambulante, Simon Kopchovsky, con el que tuvo cuatro hijos. Annie, a pesar de ser ama de casa, ayudaba en la economía familiar vendiendo anuncios de los periódicos locales.

    Un día, dos empresarios de un club de Boston retaron a Annie a dar la vuelta al mundo en bicicleta a cambio de diez mil dólares. Está claro que no creían que la joven madre de familia aceptara ni muchos menos que ganara su osada apuesta pero lo cierto es que Annie, que ya había tenido a tres de sus cuatro hijos, debió pensar que el dinero le iría bien para mantener a su familia y se dispuso a partir.

    [​IMG]Foto: Wikimedia Commons

    El 25 de junio de 1894 empezó su viaje desde la Massachusetts State House. Iba subida a una bicicleta de mujer de la marca Columbia y vestida con una falda larga. En la parte trasera de la bicicleta había colgado el cartel de su primer espónsor, la compañía New Hampshire's Londonderry Lithia Spring Water, que le había pagado 100 dólares. Annie también cambió su apellido por el de la marca.

    En Chicago consiguió cambiar su pesada bicicleta de mujer de casi veinte kilos de peso por otra de hombre, la mitad de ligera y se cambió la falta por unos pantalones más cómodos. A lo largo de los quince meses que duró su viaje, Annie Londonderry atravesó el planeta despertando admiración allá por dónde pasaba. Poco a poco su bicicleta se convirtió en un rentable anuncio móvil en el que muchas marcas querían aparecer.

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    Cuando a finales de septiembre llegó sana y salva, con una muñeca un poco perjudicada a causa de una caída, los dos hombres que la habían retado tuvieron que rendirse a sus pies y abonarle el dinero de la apuesta.

    Annie aprovechó la fama de su viaje y se trasladó con su familia a vivir a Nueva York donde durante un tiempo trabajó como periodista en el New York World. Annie tuvo un cuarto hijo y murió en el anonimato años después.

    En 2007, un descendiente de Annie recopiló su historia y la plasmó en un libro, Around the World on Tho Wheels.
     
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  14. labeaga

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    La entrañable historia del loro de Scarponi: sigue esperando al ciclista en el lugar donde falleció


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    La entrañable historia del loro de Scarponi
    • Cuando el ciclista Michele Scarponi salía a entrenar en Filattrato, su pueblo italiano, iba acompañado de un loro, Frankje, que sabía perfectamente los horarios de preparación del corredor. Eran compañeros de viaje.

      Frankje es propiedad de un vecino del poblado, pero casi siempre está en libertad y cada día estaba atento a la pista para unirse al entreno de Scarponi una vez que este pasara por el lugar.

    • El ciclista del equipo Astana se encariñó con el animal y constantemente subía fotos y videos con el pájaro volando a su lado mientras él iba en la bicicleta, o también cuando el ave reposaba sobre su espalda, su casco o brazo. “Vamos Frankje, ¡sube!”, gritaba Scarponi estirando su brazo, y el loro obedecía y se sostenía de él.

    • La mascota más popular del mundo del ciclismo. Frankje, que así se llama el loro, ha estado velando el lugar del accidente donde Michele Scarponi perdió la vida el pasado sábado. El ciclista solía colgar en las redes sociales varios de sus entrenamientos en los que aparecía con su amigo inseparable. Frankje le esperaba siempre en una zona que recorría durante sus entrenamientos para subirse a su casco y entrenar juntos.
     
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  15. ray

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    Bonita anécdota.
    No sólo de pedalear vivimos...
     
  16. labeaga

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    Pero esta historia no termina ahí
    Al tiempo también atropellaron al loro.



    Atropellado Frankie, el loro que acompañaba a Scarponi en sus entrenamientos


    El pasado 22 de abril se cumplía un año de la muerte del ciclista italiano Michele Scarponi, que fallecía tras ser atropellado por una furgoneta cuando estaba entrenando en la localidad de Filottrano, su localidad natal. Lo que debería haber sido un entrenamiento rutinario se convirtió en una verdadera tragedia para el italiano de 37 años y para todos los amantes del ciclismo. Scarponi, ganador de un Giro de Italia, solía volver acompañado en sus largos entrenamientos de un amigo especial, un loro (hembra) llamado Frankie, que le acompañaba durante unos pocos kilómetros hacia Filottrano, en la provincia de Ancona. La imagen de Frankie posada sobre una señal de tráfico esperando al corredor fallecido pocos días después del accidente, conmocionó al mundo entero. Desde ese momento, Frankie saltó a la fama.

    Incluso desde aquel fatídico 22 de abril, Frankie ha seguido esperando a su amigo ciclista, aunque éste no haya vuelto nunca más. Cosas del destino, ahora el que se ha visto involucrado en un accidente ha sido también el loro Frankie. El viernes pasado, dos días después del paso del Giro de Italia por Filottrano, Frankie fue atropellada por un coche. Afortunadamente, la situación del animal que en un principio no pintaba muy bien, parece estar controlada y finalmente ha sido sometida a una intervención quirúrgica gracias a la cual, podrá volver a volar sin problema después de guardar un mes de reposo.

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    Tras el impacto con el coche, Frankie se rompió un hueso del ala derecha. El equipo médico coordinado por Gabriele Fabbrizi se ha encargado de insertar una prótesis que será retirada tan pronto como la fractura se haya calcificado. Después de ser atropellado por el conductor del automóvil, que no se paró a socorrer al animal, Frankie fue caminando por la carretera hasta que un niño se dio cuenta de que no podía volar. Localizaron a su dueño, Giacomo Luchetta, un amigo muy cercano de Michele Scaporni que ha llegado a crear incluso una página de facebook dedicada a Frankie en la que explica cómo el pájaro va a esperar todos los días a la guardería a los dos gemelos de cuatro, Giacomo y Tommaso. Hace unos meses, en un paseo detrás de su casa, Anna Tommasi, la mujer de Scarponi, se encontró con Frankie, quien no perdió la oportunidad de posarse sobre su hombro, tal como lo solía hacer con el ciclista.
     
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  17. labeaga

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    Thomas De Gendt: Ni masaje, ni core, ni calentamiento, ni FTP…

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    Thomas De Gendt (Lotto-Soudal) es sin duda uno de los ciclistas más peculiares del pelotón. Y lo ha vuelto a demostrar. Esta semana respondía a las preguntas de los aficionados en Twitter y sus respuestas confirmaban su carácter y su carisma.

    El ciclista belga recordaba que su último masaje lo recibió en 2017 -«simplemente no los necesito», zanja- y que tampoco calienta antes de las contrarreloj. Igualmente, que no sabe cuál es su Umbral Funcional de Potencia (FTP): «No sé cómo calcular mi FTP», confiesa. Esto era algo sabido más o menos pero más sorprende que una vez escuchó música en carrera: «en una etapa del Giro de Italia 2012 de 265 kilómetros». Y la cosa más extraña que ha comido en carrera… ha sido un abejorro.

    Sus dos victorias más valoradas son recientes, la del Tour de Francia del año pasado y la de la Volta a Catalunya en 2019 también. Su palmarés es brillante, ganador de etapas en el Tour de Francia, en el Giro de Italia y en la Vuelta a España, así como en la Volta a Catalunya, la París-Niza, el Tour de Romandía, el Critérium del Dauphinhé y el Tour de Suiza… El Campeonato de Bélgica, sin embargo, es la que señala como la carrera que no ha ganado y que le gustaría coleccionar.

    Su agónica victoria en el Tour de Francia 2019:

    Su triunfo en la Volta a Catalunya 2019:

    En cuanto a corredores, distingue a Remco Evenepoel y Tadej Pogaçar como los ciclistas con más talento que ha visto. Y señala a André Greipel, «el gentil gorila», como el líder para el que más a gusto ha trabajado como gregario. Alessandro De Marchi, Alexis Gougeard y Remi Cavagna, por su parte, son sus tres ciclistas favoritos para formar una escapada; Rui Costa, el que menos. Y a la pregunta de en cuántas etapas de una gran vuelta planea escaparse su respuesta en clara: 21.

    Más en serio, destaca que le hubiera gustado ser un corredor de grandes vueltas -fue tercero en el Giro 2012-: «Esperaba serlo pero no era lo suficientemente estable mentalmente. No pude soportar el estrés», destaca. Y se muestra partidario de disputar el Tour de Francia aun sin público: «Es la única idea para salvar el ciclismo. Si no hay un Tour, muchos patrocinadores suspenderán su acuerdo con los equipos y los equipos se retirarán debido a eso».
     
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  18. jotabr

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    De mis ciclistas favoritos, sus cabalgadas en solitario son míticas, y un verdadero enamorado de la bici
     
  19. labeaga

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    Nils Eekhoff, un campeón mundial de tan solo 15 minutos
    El holandés fue descalificado de la categoría Sub-23 por incurrir en trascoche. "Fue un shock, pero son los mejores minutos de mi vida", asegura.


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    La alegría fue efímera para el holandés Nils Eekhoff. El joven ciclista (21 años) de Sunweb fue el más rápido el grupo de siete aventureros que se jugaron las medallas mundiales en la categoría Sub-23 en el año 2019, pero solo 15 minutos después la UCI le quitaba la medalla de oro del cuello por cometer trascoche en la primera parte de la carrera. Aun así, Eekhoff señala que "fueron los mejores minutos de su vida".

    "Campeón del mundo. ¡Qué sensación! Pero solo me duró 15 minutos. Nunca los olvidaré. Fueron los mejores de mi vida", aseguró el holandés en sus redes sociales, dentro de un mensaje en el que también se mostró disconforme con su descalificación: "Fue (y es) un gran shock para mí. Entiendo las reglas del ciclismo, pero, sinceramente, creo que la decisión fue inapropiada. Lo que significa coherencia para la UCI es una pregunta que quiero averiguar". El organismo detalló su decisión y envió un vídeo a los medios en el que se aprecia el abrigo prolongado por encima de los dos minutos y medio.

    El corredor de Sunweb, que completó el perfil en 3h 53.52, hasta su descalificación, también señaló que su alegría provenía de la superación personal que evidenció durante la carrera: "Me disloqué un hombro en la caída. Sufría gran dolor, pero nunca me paré y luche por mi objetivo", subraya. Un corazón de campeón que amenaza "con volver" en el futuro.
     
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  20. labeaga

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    Wim Vansevenant. Empeñarse en querer ser el ‘Farolillo Rojo’

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    Consiguió terminar último en tres Tour de Francia y alcanzó un hito único en la historia del ciclismo sin olvidar su trabajo dentro del equipo.
    Llegar el primero, vencer sobre el resto y después, la gloria. Ese ha sido el objetivo de la humanidad desde que el hombre camina sobre la Tierra. Y el deporte es solo el reflejo de nuestro instinto animal. Pero, ¿y si haciendo bien tu cometido te esforzases por ser el último?. También deberías tener reservada la gloria, ¿no?. El Olimpo del deporte tenía un sitio para Wim Vansevenant.

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    Wim Vansevenant.
    ¿Por qué es un ‘Outsider’?
    Cuando Wim Vansevenant quedó último en los Tour de Francia de 2006 y 2007 y apareció en muchos informativos sosteniendo el farolillo rojo de último clasificado, como si de un mote o un defecto se tratase, ya solo le quedaba intentar al año siguiente repetir la hazaña. Y lo hizo. Aunque en 2008 le costó un poco más y a punto estuvo de no conseguirlo.

    El ya exciclista belga nació el 23 de diciembre de 1971 y, en su carrera profesional, no destacó nunca en ninguna especialidad de los pedales. Ni tenía velocidad en los sprints, ni resistencia, ni tampoco era buen escalador. Nada. Pero fue el obrero que todo equipo y líder necesita en su equipo para que todo funcione. El obrero perfecto. Y Cadel Evans lo sabía y lo quería en su equipo.

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    Robbie McEwen y Wim Vansevenant
    La gente no recuerda al penúltimo, solo recuerda al último
    Ya en el Tour de 2005 quedó penúltimo y octavo por el final en 2004. En el de 2006, Wim no destacó en ninguna etapa, ni tan siquiera en alguna escapada. Quedó último a 4 horas del primero. En 2007 volvió a repetir la posición del año anterior quedando a 3 horas y 52 minutos del líder de la general. Como si hubiese pedaleado una etapa más que el resto. En 2006 fue gregario de Robbie McEwen consiguiendo que el australiano ganase 3 etapas del Tour más la clasificación por puntos de equipo y en 2007 y 2008 lo fue de Cadel Evans que quedó segundo del Tour en las dos ediciones.

    Se esforzó con esmero en llegar el último. Aunque no se trataba de dejar de pedalear, ya que podía quedar fuera de control y descalificado, su lentitud venía asociada a las tareas encomendadas por su equipo. En cada etapa calculaba bien donde debía perder tiempo sin salirse del marco que la organización estipula como tiempo máximo de llegada.

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    Wim Vansevenant y Cadel Evans.
    El chico del agua
    Pero además de rodar lento, Wim Vansevenant tiene un trabajo por hacer dentro del equipo. Meses antes de que empiece el Tour, el Giro, la Vuelta, o cualquier competición ciclista, se analizan las etapas, se estudian los puertos donde los escaladores harán su trabajo, los tramos de carretera donde es conveniente escaparse. No se deja nada al azar y el día antes de empezar la etapa, cada componente del equipo sabe que función desarrollará durante la carrera para que el jefe del equipo quede lo mejor posicionado y arañe algún segundo al rival.

    Vansevenant tenía la tarea de salirse del pelotón para traer los botellines de agua para los compañeros o, si el jefe decide que es el momento de atacar para escaparse, Wim era el encargado de salir del grupo para ponerse delante del jefe, cortar el viento y ahorrarle un esfuerzo que necesitará más adelante. Hasta ‘molestar’ poniéndose por delante o muy cerca del jefe rival en rotondas donde se tocan los manillares o proteger a su jefe de una caída en la maraña de ciclistas que se juntan en algunas llegadas durante la etapa.

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    Wim Vansevenant.
    Un rival en el Tour de 2008
    Tour de Francia de 2008. 179 corredores. Vansevenant puede conseguir su tercer y ansiado ‘Farolillo Rojo’. En las primeras etapas pierde minutos. Hasta cinco. Cae entre los últimos cuatro y ocupa, desde la tercera etapa, el último puesto.

    Durante los 16 días siguientes trabaja para el equipo sin descuidar sus pérdidas de minutos. Todos luchan por ir un segundo más rápido. Él malgasta minutos por doquier.

    En la 19ª etapa, Vansevenant acompañó a Cadel Evans durante buena parte de la etapa y lo dejó bien situado en un pelotón que se escapaba. Luego aflojó pero ganó un minuto y no se dio cuenta que Bernhard Eisel venía por detrás y que era de los que también se caían en la tabla. Wim no contaba con él: le llevaba trece minutos de ventaja pero ese día perdió 14. Faltaba muy poco para llegar a París que es donde termina el Tour. Vansevenant miró la clasificación y se dio cuenta que Eisel ocupaba la última plaza a tan solo 40 segundos.

    En la contrarreloj de la penúltima jornada, Eisel, como último clasificado, salió primero. Detrás de él, Vansevenant, controlando el tiempo en cada curva y en cada pedalada. Al final, el belga fue un minuto y medio más lento que Eisel y se situó de nuevo último.

    Ya solo faltaba llegar a París. Un puro trámite supone la última etapa que transcurre por las calles de la capital donde el vencedor se da un baño de masas. Vansevenant tenía que llegar último pero a su lado apareció Eisel. Rodando los dos con tranquilidad, recibiendo los aplausos del público y mirándose de reojo iban retrasando la llegada a la meta. Finalmente, Eisel, que había intentado quedarse atrás pero no lo había conseguido, dio una palmadita en la espalda de Vansevenant y cruzó la meta pocos segundos antes que él.

    Hasta entonces, unos pocos habían conseguido solamente dos ‘Farolillos Rojos’. Wim Vansevenant tiene tres.

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    Luke Rowe. ‘Farolillo Rojo’ en 2017
    ¿Por qué ‘Farolillo Rojo’?
    Cuando los trenes eran el medio de transporte más habitual, el farolillo rojo se colgaba en el último vagón para que el jefe de estación por donde pasaba comprobase que no se había desenganchado ningún vagón en el trayecto de una estación a otra.

    Ahora, esa calificación ya se utiliza en todos los deportes para asignar al último de la tabla la ignominia de verse en tan desdichada situación. Menos en el Tour, donde se puede conseguir la gloria de ser el último con ahínco sin desatender las tareas encomendadas por el equipo.

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    Lanterne Rouge
     
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